Reegas y tres de sus hombres se encontraban de pie
junto a la escotilla de acceso a la lanzadera tipo Halcón Estelar unida al Estrella Negra. Sus hombres iban
equipados con blásters, chalecos ablativos, y los habituales ceños fruncidos.
-La Buscadora
acaba de lanzar su cápsula de escape –anunció Marden por el comunicador del Estrella Negra.
Reegas respondió por su comunicador.
-Haz un escaneo de formas de vida.
Hubo una pausa.
-Ninguna –se escuchó luego.
-Vuélala en pedazos, sólo para estar seguros.
Pueden haberla apantallado. ¿Puedes escanear la Buscadora?
-Los deflectores impiden un escaneo limpio.
Reegas examinó los duros rostros de sus hombres.
-Puede que Faal sea estúpido, pero no se rinde. Nos
estará esperando.
Hubo sonrisas por parte de sus hombres.
-Les mataremos a ambos y lanzaremos sus cadáveres
al espacio –dijo Reegas. Odiaba a Faal, y ni siquiera estaba seguro de por qué.
Hombres de polaridades opuestas, supuso. A veces pasaba-. Quiero la nave
intacta.
Los hombres volvieron a comprobar las cargas de sus
blásters y embarcaron en la Halcón
Estelar. Reegas ocupó su lugar en la pequeña cabina de la lanzadera. A
través del parabrisas, la Buscadora y
la nave naufragada flotaban recortándose contra la masa del gigante gaseoso.
Reegas podría sacar más de un millón de créditos de ambas. Que Faal muriera en
el proceso era simplemente una bonificación.
-Vamos a haceros una visita, chicos –murmuró a la Buscadora.
La lanzadera se separó del Estrella Negra y cruzó a toda velocidad los kilómetros de
distancia. Mientras volaba, los cañones de plasma del Estrella Negra dispararon, atomizando la cápsula de escape de la Buscadora con sus alargados rayos rojos.
***
La respiración de Khedryn sonaba como un bramido en
los estrechos confines del casco del traje de vacío. Parpadeó para apartar de
sus ojos los puntos brillantes que quedaban de la explosión de la cápsula de
escape. Él y Marr estaban pegados al lado de babor de la Buscadora, justo al otro lado del anillo de atraque de estribor.
Observaron cómo la lanzadera se separó del Estrella
Negra y aceleraba hacia ellos.
Khedryn observó a través del espacio la nave varada
y, aún más importante, sus motores. Marr dijo que podía hacer que volvieran a
funcionar.
-Van a abrirse paso a través del anillo de atraque
con explosivos.
-Sí. Esperamos hasta que estén más cerca.
Los dos amigos colgaban del costado de la nave que
estaban a punto de perder, esperando conforme se acercaba la lanzadera. Cuando
estuvo más cerca de la Buscadora,
pero en un ángulo opuesto a Khedryn y Marr, el primero se despidió de su nave
con unas palmaditas.
-Vamos –dijo.
Ambos activaron los sistemas de propulsión
antigravedad de sus trajes de vacío y salieron despedidos al espacio.
***
La lanzadera chocó con fuerza contra la Buscadora, sujetando el anillo de
atraque son sus agarres, y los hombres de Reegas se pusieron manos a la obra.
Dos cubrieron la puerta con sus blasters mientras el tercero sujetaba las
cargas moldeadas en la escotilla.
-Vuélala –dijo Reegas.
La explosión hizo que la escotilla saliera de su
marco, llenando la zona de humo y del olor acre de la termita. Los hombres de
Reegas entraron por la abertura, con los blásters alzados. Sin embargo, para
sorpresa de Reegas, no escuchó fuego bláster. Desenfundando su arma, siguió a
sus hombres a bordo de la Buscadora.
Nada salvo un pasillo vacío.
-Esta nave no es tan grande. Encontradles. Tú y tú,
conmigo. Vosotros dos, por ahí. Avisad si veis o escucháis cualquier cosa.
***
Khedryn y Marr chocaron contra el costado de la
nave, y ambos soltaron un gemido por el impacto. Reptaron lateralmente como los
cangrejos hasta la puerta externa de una esclusa.
-Démonos prisa –dijo Khedryn, entregando a Marr el
abridor de escotillas.
Marr lo colocó en su lugar y comenzó a trabajar en
el código de seguridad de la escotilla. Los números desfilaron a toda velocidad
por su superficie, reflejándose invertidos en la placa facial del casco de
Marr. La luz indicadora del panel de control de la escotilla seguía en rojo.
Khedryn se mordió el labio con frustración. Echó
otra mirada a la Buscadora,
preguntándose cuándo se daría cuenta Reegas de que faltaban dos trajes de vacío
y pudiera sumar dos y dos.
La intensa mirada de Marr estaba perdida en los
intentos fallidos del abridor. Detuvo la rutina del dispositivo, pulsó unos
cuantos botones, y lo inició de nuevo con una configuración distinta.
-¿Tienes algo? –preguntó Khedryn.
-Nada seguro. He probado con los hexadecimales y no
he obtenido nada, así que debe ser otra cosa. Lo he programado para que efectúe
un barrido en base once, luego doce, y así sucesivamente. El problema son los
espacios.
Khedryn no tenía ni idea de qué le estaba hablando
Marr. Miró por la pequeña ventana de la escotilla al oscuro interior de la
nave, y luego a la Buscadora a través
del abismo del espacio.
-Marr, nos quedamos sin tiempo.
-Lo sé –dijo Marr-. Lo tendré en seguida.
Khedryn miró fijamente la luz apagada del panel de
control de la escotilla y trató de hacer que se iluminase en verde con la
fuerza de su voluntad.
***
Reegas y sus dos hombres registraron los estrechos
pasadizos de la Buscadora, con los
blásters por delante. No encontraron nada, no escucharon nada. La nave parecía
una tumba. Cuando alcanzaron el eje central y los armarios de la nave, el
hombre que iba en cabeza se dio la vuelta.
-Los trajes de vacío no están, Reegas –dijo.
Y todo encajó de pronto en la mente de Reegas. Faal
y Marr no estaban a bordo. La cápsula de escape había sido una distracción para
hacer pensar a Reegas que en la Buscadora
le esperaba una emboscada.
-¡Están en la nave naufragada! ¡Van a tratar de
salir volando de aquí con ella! –Activó su comunicador-. ¡Marden, incapacita
los motores de la nave naufragada! ¡Sólo los motores! ¡Ahora mismo!
-¿Por qué?
-¡Simplemente
hazlo!
-Sí, señor.
***
Marden apuntó con los cañones del Estrella Negra a los motores de la
náufraga, redujo la salida de energía de los rayos, y disparó. Los motores
explotaron, sacudiendo toda la nave y desplazándola de su órbita. Una lluvia de
pedazos de metal golpeó contra el Estrella
Negra y la onda expansiva hizo que oscilase levemente.
El suave pitido de una alarma captó su atención. La
puerta externa de la esclusa que daba hacia la nave naufragada se estaba activando.
Probablemente habría recibido el impacto de algún escombro de la explosión.
-Maldita sea.
Saltó de su asiento y corrió hacia la popa del Estrella Negra.
***
La boca de Khedryn se quedó seca cuando vio que una
luz se encendía al otro lado del sello interior de la esclusa.
-¡Marr, viene alguien! ¡Date prisa!
-Lo tengo –dijo Marr, y la luz en la esclusa
externa se volvió verde.
Khedryn se introdujo en la esclusa mientras
desenfundaba su bláster. Con su mano enguantada cerró la puerta exterior.
-Vamos –dijo mientras se cerraba-. Vamos.
En cuanto escuchó que estaba sellada, tiró de la
palanca para abrir la puerta interior, que se deslizó con un siseo. Captó un
movimiento fugaz al fondo del pasillo, una descarga de bláster, y escuchó el
grito de dolor de Marr.
Disparó a ciegas tan rápido como pudo mientras
buscaba refugio pegándose contra la pared.
-¡Marr!
El cereano yacía de espaldas en la cubierta, con un
agujero negro humeante en el hombro de su traje de vacío. El oxígeno se
escapaba por el agujero con un suave siseo.
-Estoy bien –dijo Marr, agitando la mano.
Khedryn asintió, aliviado, y asomó la cabeza. Un
cuerpo yacía en el pasillo; un humano, con la quemadura de un agujero de
bláster en el pecho. Khedryn ya le había visto antes, en las cantinas de Fhost,
pero no podía recordar su nombre.
-Mierda, mierda, mierda –dijo, despresurizando su
casco.
-¿Qué pasa? –preguntó Marr mientras se ponía en
pie.
-Le he matado.
Marr posó su mano sobre el hombro de Khedryn.
Khedryn meneó la cabeza.
-Vamos. Permanece alerta. Puede que haya más de
ellos.
Tomó el comunicador del muerto y corrieron hacia la
cabina. Un escaneo de toda la nave mostró a Marr que no había nadie más a
bordo. El comunicador del muerto comenzó a pitar.
-Verra –llamó Reegas por el comunicador-. Verra,
informa.
Verra. Ese era el nombre del muerto.
-Verra está muerto, Reegas –dijo Khadryn por el
comunicador-. Y estoy sentado en tu cabina.
Habría pagado diez mil créditos para poder ver la
cara de Reegas mientras le decía esas palabras.
Una larga pausa.
-Podemos hacer un trato, Faal –dijo Reegas-. No
hagas una imprudencia.
Khedryn imaginó que Reegas y sus hombres estaban
corriendo de vuelta a la lanzadera.
-Si tienes a algún hombre en esa lanzadera, haz que
salgan de inmediato. –Khedryn contó hasta diez-. Dispara, Marr.
Los cañones del Estrella
Negra iluminaron el espacio y convirtieron en escombros la lanzadera. La
explosión hizo que la Buscadora
saliera despedida hacia un lado. A Khedryn le dolía dañar su propia nave, pero
valía la pena escuchar las maldiciones de Reegas y las lastimeras alarmas de la
nave a través del canal de comunicaciones abierto.
-Estás atrapado ahí, Reegas. La Buscadora está muerta en mitad del
espacio. Inutilizamos los motores. –Miró a la nave náufraga a través del
cristal, advirtiendo los fuegos que aún ardían en la sección de motores-. Al
igual que la nave náufraga, gracias a ti. Estarás aquí fuera mucho tiempo, me
temo.
Las maldiciones de Reegas llenaron el comunicador.
-Recuerda que podría haberte desintegrado en el
espacio –dijo Khedryn.
-Oh, nunca me olvido de nada.
Khedryn chasqueó la lengua.
-Si te portas bien ahora, tal vez mande a alguien
desde Fhost para que te encuentre. –Endureció el tono-. Deja que sea muy claro.
Vuelve a jugármela de este modo y no dudaré en matarte. Y no trates de
recuperar esta nave. Ahora es mía. Creo que es un trato justo después de lo que
has hecho, ¿verdad?
Silencio.
-¿Verdad?
-Sí. Un trato justo. Manda alguien a buscarnos,
Faal. Manda alguien.
-Hay caf en la cocina. Si no es suficiente para
manteneros en calor, siempre podéis acurrucaros.
Reegas estalló en otra sarta de exabruptos mientras
Marr programaba en el ordenador de navegación una ruta hacia Fhost.
-Es una
buena nave -dijo Marr, acariciando los instrumentos con las manos.
-Estoy de acuerdo –dijo Khedryn, mirando a su
alrededor-. Llamémosle Montón de Chatarra.
¿Te parece bien?
Marr sonrió.
-Encaja contigo y conmigo, aunque no con la nave.
No es chatarra. ¿Pero tal vez lo digas de forma irónica?
Khedryn se acomodó en el asiento del piloto, sonrió,
y se hizo el tonto.
-No sé de qué me hablas ni la mitad del tiempo,
Marr. Enciende ese hipermotor y veamos de lo que es capaz.
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