La
primera advertencia fue un estallido de Lenguaje de Soldado desde un altavoz
oculto a unas pocas manzanas de distancia.
-Soldados
ocultos –exclamó Lhagva, traduciendo-. Alzaos y atacad a los invasores de
armadura blanca.
-¡A
las seis! –gritó de pronto uno de los otros soldados de asalto, apuntando con
su E-11 hacia el borde de la zona de paraguas de escudo-. Parece... debe haber
un centenar de Soldados, saliendo de las casas de los Obreros.
Lhagva
sintió que se le secaba la boca. Un centenar de Soldados, contra treinta y seis
soldados de asalto. Nada bueno.
-Tenemos
otros ciento cincuenta a las tres –indicó alguien más con voz tensa-. Apuesto a
que no quieren que nos acerquemos al palacio.
-Suerte
que de todas formas no queramos ir en esa dirección –dijo Sanjin con su calma
habitual-. Aquí llega el contingente desde el vector cero.
Apenas
habían salido las palabras de su boca cuando la mitad occidental de la ciudad
estalló de repente con fuego láser cuando una docena de cañones láser ocultos
abrieron fuego sobre los TIEs que les sobrevolaban.
-Ya
era hora –gritó Sanjin por encima del estruendo-. Armazones-A, deteneos;
artilleros, tomad los E-Webs. Kicker, encuéntrame algún edificio útil.
Lhagva
apartó la mirada de los grandes seres insectoides que se acercaban por su
retaguardia, con sus cortas espadas y sus pesadas mazas brillando bajo la luz
del sol atenuada por el escudo, y echó un vistazo por el paisaje delante de
ellos. Ahí estaba el contingente del vector cero, tal y como Sanjin había
dicho: otro centenar o más de Soldados que habían abandonado sus lugares a lo
largo de la ruta de inserción de los juggernauts y se dirigían hacia los
soldados de asalto.
Y
esa era la dirección en la que se esperaba que fuera la fuerza de as alto de
Sanjin.
Lhagva
miró al oeste. Hasta ahora, esa zona aún seguía libre de quesoth. Si Sanjin
daba la orden, y si hacían girar los armazones-A y los exprimían al límite,
probablemente podrían salir fuera de los paraguas de escudo, hacia la cobertura
de los TIE que se encontraban delante de los tres grupos de Soldados.
Pero
eso significaría retirarse. Y los soldados de asalto imperiales nunca se
retiraban. No cuando tenían un trabajo que hacer.
Ni
siquiera cuando eran superados en número por diez a uno.
-¿Kicker?
–preguntó Sanjin.
-Sí,
señor –respondió un soldado de asalto de una de las otras escuadras, con los
ojos fijos en el sensor portátil que colgaba de su hombro-. Uno de los
generadores de escudo está ahí. –Señaló una casa modesta justo enfrente y al
este-. El siguiente más cercano está por ahí –añadió, señalando otra casa al
noroeste-. ¿Es suficiente, o quiere otro más?
-Dos
deberían bastarnos –dijo Sanjin, mirando a un lado y a otro, a los grupos de
Soldados que se acercaban-. Si podemos inutilizar ambos generadores, debería
abrir el cielo lo suficiente para que los TIES pasen por los huecos y accedan a
toda la ciudad. Escuadra tres, os ocuparéis de la casa al este. Escuadras uno y
dos, venís conmigo a la otra.
Hubo
otro estallido de Lenguaje de Soldados desde el altavoz cercano.
Soldados
del norte y el este, reuníos al nordeste en la ubicación de armamento; defended
y atacad desde ahí –tradujo Lhagva-. Soldados del sur, seguid vuestro rumbo
actual.
-¿A
qué se refiere con ubicación de armamento?
–preguntó Sanjin-. ¿Un almacén de armas, o una de esas baterías láser?
-No
lo sé –dijo Lhagva-. El término podría aplicarse a cualquiera de las dos cosas.
-Una
batería láser tendría más sentido –decidió Sanjin-. Nuevo plan: escuadra tres a
la casa del este, escuadra dos al noroeste, escuadra uno conmigo. Nos
asentaremos en alguna parte, esperaremos a que ellos mismos nos señalen la ubicación
de armamento, y tratamos de entrar. Granadas de humo; dos por fuerza enemiga.
¿Todo el mundo listo? Granadas: lanzad.
Las
granadas apenas habían impactado en el suelo cuando, en la distancia, el
juggernaut de retaguardia que se adentraba en la ciudad explotó.