Día 2: Una Granja en el Borde
Eyvind me ha dicho que estaba loco por llegar tan lejos.
-Nadie se ha alejado tanto –dijo-. No puedo creerme que los patrones de humedad fluyan de forma continua por esos cañones… ¡estás sólo a un puñado de kilómetros del Mar de las Dunas!
Pero he probado los patrones de humedad: Hay agua que obtener allí. No mucha. No será una granja rica, como las de las afueras de Bestine, pero una mañana mientras acampaba en lo que entonces consideraba un cañón lejano, me desperté en la manta que había colocado sobre la arena, y estaba húmeda a causa del rocío. Mi ropa estaba húmeda. Mi pelo estaba húmedo. Saqué los instrumentos de mi deslizador, los puse en marcha, y todos detectaron una cosa: agua. Agua cosechable. De algún modo cruzó las montañas y se posó allí antes de evaporarse en los eriales del Mar de las Dunas, más al oeste, y lo hizo día tras día durante las dos semanas que pasé en ese cañón realizando pruebas. En el curso de un año, hice pruebas en ese cañón y en los cañones que lo rodeaban veintinueve veces más… tenía que tener tanta información detallada para demostrar que esta granja podía funcionar para poder pedir prestado el dinero para empezar. Pero supe desde ese primer día en el que me desperté con el pelo húmedo que podía tener una granja aquí.
Pasé meses rellenando formularios de Títulos de Propiedad y esperando a que se me concediera la tierra, luego meses rellenando solicitudes de préstamo y esperando las respuestas, durante los cuales tuve que escuchar a los demás granjeros diciéndome que estaba loco. Pero tenía los innegable hechos de mis lecturas para mostrar a cualquiera que pudiera autorizar mi propiedad o prestarme el dinero para empezar o tan sólo escucharme y ofrecerme consejo, y finalmente el gerente del banco del grupo Zygian me escuchó… y leyó mis informes, comprobó mi historial para ver si sabía algo acerca de las granjas de humedad, cosa que sí sabía, y si podría mantener mi palabra, cosa que sí podía. Me prestó el dinero.
Me dio diez mil días para devolvérselo.
Diez mil días eran tiempo suficiente para hacer un sueño realidad, pensé.
Me tumbé en mi cama en la oscuridad al final de un duro día, tras dejar a los moradores de las arenas el agua que les había prometido, recordando todo esto, recordando lo mucho que deseaba quería venir aquí, lo duro que había trabajado para conseguir mi propiedad y el préstamo y luego para establecer mi granja. Ni una sola vez había pensado en quienes pudieran estar allí de antemano, dependiendo de esa tierra a la que llamé mi granja.
Me giré y pedí al ordenador que mostrase el holomapa que había hecho de mi granja y de esa región.
-Los archivos que ha solicitado sólo pueden ser accedidos tras una autorización de seguridad específica de usuario –dijo-. Por favor, prepárese para el escáner de retina.
Miré durante unos segundos a una luz blanca y brillante que surgió de repente del monitor. Tenía que guardar mi mapa. Había hecho el mapa yo mismo –tras un año de reconocimiento y tomando fotografías que introduje en el ordenador y trabajando a partir de mis notas y de memoria- y si la gente equivocada supiera que estaba haciendo mapas podría ser peligroso. Programé al ordenador para mostrar los mapas sólo a mí y a no hacer nunca referencia a él cuando trabajase con otros archivos; no tenían referencias cruzadas ni estaba indexados. Cuando preguntaba si esos archivos existían, diría que no a cualquier voz salvo a la mía. Si pedía acceder a ellos, respondería y procedería con la autorización de seguridad sólo si escuchaba mi voz.
-Escáner de retina completo –dijo el ordenador-. Hola, Ariq Joanson. Mostraré los archivos solicitados.
Parte del muro que mantenía vacío y pintado de blanco tan sólo para esta proyección se convirtió de repente en los cañones de mi granja vistos desde el aire: mi casa, marcada en azul; los evaporadores, puntos más pequeños en verde; los cañones y las montañas y las dunas todos con sus colores naturales. Un punto rojo lejos, sobre el Cañón de Bildor al nordeste de mi granja marcaba la fortaleza Jawa. Puntos blancos marcaban las casas de las granjas más cercanas a la mía… y ninguno de esos puntos estaba muy cerca.
-Estarás a tres cañones y kilómetros de distancia de mí… ¡y yo he sido el más alejado durante dos años! –me advirtió Eyvind.
Sobre todos los cañones y montañas y dunas había hecho que el ordenador dibujase con líneas negras los límites de las granjas. La tierra se esparcía sobre mi muro en la oscuridad, y los puntos de las casas y los evaporadores brillaban como joyas entre sus líneas negras. Salvo el punto rojo de los Jawa, todos ellos representaban casas o máquinas humanas. Nunca había pensado en poner puntos para los nómadas moradores de las arenas… o en dibujar límites para ellos y los jawas.
-Ordenador –dije-. Dibuja una línea de límite desde el borde nordeste de mi granja en el Cañón de Bildor, a lo largo de las crestas a ambos lados del cañón hasta una distancia de un kilómetro sobre la fortaleza Jawa.
-Dibujado según petición –respondió el ordenador, y así fue. Las líneas aparecieron.
-Etiqueta el espacio dentro de esas nuevas líneas como “Reserva Jawa”.
-Etiquetado según petición.
Las palabras aparecieron, pero no me gustaron.
-Reetiqueta la Reserva Jawa como… -¿Como qué? ¿Tierra Jawa? ¿Espacio? ¿Protectorado?- Pon tan sólo “Jawa” –dije.
-Etiquetado según petición.
La palabra “Reserva” desapareció del mapa y la palabra “Jawa” quedó centrada bajo el punto rojo.
-Ahora dibuja fronteras al oeste desde el límite noroeste de mi granja hasta el Mar de las Dunas y al oeste desde el límite más septentrional de la tierra Jawa también hasta el Mar de las Dunas.
-Dibujado según petición.
-Etiquétalo como “Moradores de las Arenas”.
Las palabras aparecieron sobre la tierra.
-¿Tienen los jawas y los moradores de las arenas derechos adquiridos sobre estas tierras? –preguntó el ordenador.
-No –dije-. Sólo estoy fantaseando.
-¿Desea que se guarden estos cambios?
Lo pensé con detenimiento.
-No –dije finalmente-. Es una ficción. Elimina los cambios y cierra.
Lo hizo.
Volví a tumbarme en mi cama. Lo que le había pedido al ordenador que dibujase era peor que una ficción. Había pedido a dos gobernadores imperiales sucesivos que encargasen un proyecto de mapeado de la región, con la misma respuesta: “No tenemos el dinero necesario”. Traducido: “Tenemos aquí demasiada gente que no quiere mapas precisos de lo que hay más allá de los asentamientos y granjas conocidos, y si quieres vivir para traer tu próxima cosecha de agua a Mos Eisley, deja de pedir estas cosas.
Así que dejé de pedirlas. Pero entonces no eran los criminales que necesitaban lugares ocultos para actividades ilegales los que amenazaban mi vida o mi modo de vida. Era la violencia de los moradores de las arenas y la deshonestidad y la manipulación de los jawas… todo ello causado en parte, como empezaba a darme cuenta, por las constantes invasiones a lo que sin duda habían sido los territorios tradicionales de los jawas y de los moradores de las arenas. Los mapas serían el primer paso hacia un lugar seguro para los granjeros, los jawas y los moradores de las arenas… si se pudiera conseguir que todos ellos negociasen fronteras en esos mapas y las respetasen. Sin tales acuerdos, los granjeros se enfrentaban a la situación de dar palos de ciego; estableciendo granjas en áreas a las que quizá no deberían ir, viviendo en lugares que podrían –y de hecho ocurría- hacer que la gente decente fuera asesinada. Quería que esa matanza terminase.
Pero para eso, necesitábamos un mapa. El gobierno no lo dibujaría.
Así que lo dibujé yo.
Y decidí, esa noche, llevar ese mapa a los jawas cercanos a mi granja y hablar con ellos acerca de cómo planteárselo a los moradores de las arenas. Si llegábamos a un acuerdo por nuestra cuenta sobre cómo vivir juntos en estas montañas y cañones, quizá algún día el gobierno podría hacer oficiales nuestros acuerdos.
Miré al monitor para otro ineludible escáner de retina.
-Ordenador –dije-, vuelve a mostrar el mapa que acabo de pedirte y redibuja los límites que te hice eliminar. Copia este archivo a la unidad de holopantalla portátil.
-Nadie se ha alejado tanto –dijo-. No puedo creerme que los patrones de humedad fluyan de forma continua por esos cañones… ¡estás sólo a un puñado de kilómetros del Mar de las Dunas!
Pero he probado los patrones de humedad: Hay agua que obtener allí. No mucha. No será una granja rica, como las de las afueras de Bestine, pero una mañana mientras acampaba en lo que entonces consideraba un cañón lejano, me desperté en la manta que había colocado sobre la arena, y estaba húmeda a causa del rocío. Mi ropa estaba húmeda. Mi pelo estaba húmedo. Saqué los instrumentos de mi deslizador, los puse en marcha, y todos detectaron una cosa: agua. Agua cosechable. De algún modo cruzó las montañas y se posó allí antes de evaporarse en los eriales del Mar de las Dunas, más al oeste, y lo hizo día tras día durante las dos semanas que pasé en ese cañón realizando pruebas. En el curso de un año, hice pruebas en ese cañón y en los cañones que lo rodeaban veintinueve veces más… tenía que tener tanta información detallada para demostrar que esta granja podía funcionar para poder pedir prestado el dinero para empezar. Pero supe desde ese primer día en el que me desperté con el pelo húmedo que podía tener una granja aquí.
Pasé meses rellenando formularios de Títulos de Propiedad y esperando a que se me concediera la tierra, luego meses rellenando solicitudes de préstamo y esperando las respuestas, durante los cuales tuve que escuchar a los demás granjeros diciéndome que estaba loco. Pero tenía los innegable hechos de mis lecturas para mostrar a cualquiera que pudiera autorizar mi propiedad o prestarme el dinero para empezar o tan sólo escucharme y ofrecerme consejo, y finalmente el gerente del banco del grupo Zygian me escuchó… y leyó mis informes, comprobó mi historial para ver si sabía algo acerca de las granjas de humedad, cosa que sí sabía, y si podría mantener mi palabra, cosa que sí podía. Me prestó el dinero.
Me dio diez mil días para devolvérselo.
Diez mil días eran tiempo suficiente para hacer un sueño realidad, pensé.
Me tumbé en mi cama en la oscuridad al final de un duro día, tras dejar a los moradores de las arenas el agua que les había prometido, recordando todo esto, recordando lo mucho que deseaba quería venir aquí, lo duro que había trabajado para conseguir mi propiedad y el préstamo y luego para establecer mi granja. Ni una sola vez había pensado en quienes pudieran estar allí de antemano, dependiendo de esa tierra a la que llamé mi granja.
Me giré y pedí al ordenador que mostrase el holomapa que había hecho de mi granja y de esa región.
-Los archivos que ha solicitado sólo pueden ser accedidos tras una autorización de seguridad específica de usuario –dijo-. Por favor, prepárese para el escáner de retina.
Miré durante unos segundos a una luz blanca y brillante que surgió de repente del monitor. Tenía que guardar mi mapa. Había hecho el mapa yo mismo –tras un año de reconocimiento y tomando fotografías que introduje en el ordenador y trabajando a partir de mis notas y de memoria- y si la gente equivocada supiera que estaba haciendo mapas podría ser peligroso. Programé al ordenador para mostrar los mapas sólo a mí y a no hacer nunca referencia a él cuando trabajase con otros archivos; no tenían referencias cruzadas ni estaba indexados. Cuando preguntaba si esos archivos existían, diría que no a cualquier voz salvo a la mía. Si pedía acceder a ellos, respondería y procedería con la autorización de seguridad sólo si escuchaba mi voz.
-Escáner de retina completo –dijo el ordenador-. Hola, Ariq Joanson. Mostraré los archivos solicitados.
Parte del muro que mantenía vacío y pintado de blanco tan sólo para esta proyección se convirtió de repente en los cañones de mi granja vistos desde el aire: mi casa, marcada en azul; los evaporadores, puntos más pequeños en verde; los cañones y las montañas y las dunas todos con sus colores naturales. Un punto rojo lejos, sobre el Cañón de Bildor al nordeste de mi granja marcaba la fortaleza Jawa. Puntos blancos marcaban las casas de las granjas más cercanas a la mía… y ninguno de esos puntos estaba muy cerca.
-Estarás a tres cañones y kilómetros de distancia de mí… ¡y yo he sido el más alejado durante dos años! –me advirtió Eyvind.
Sobre todos los cañones y montañas y dunas había hecho que el ordenador dibujase con líneas negras los límites de las granjas. La tierra se esparcía sobre mi muro en la oscuridad, y los puntos de las casas y los evaporadores brillaban como joyas entre sus líneas negras. Salvo el punto rojo de los Jawa, todos ellos representaban casas o máquinas humanas. Nunca había pensado en poner puntos para los nómadas moradores de las arenas… o en dibujar límites para ellos y los jawas.
-Ordenador –dije-. Dibuja una línea de límite desde el borde nordeste de mi granja en el Cañón de Bildor, a lo largo de las crestas a ambos lados del cañón hasta una distancia de un kilómetro sobre la fortaleza Jawa.
-Dibujado según petición –respondió el ordenador, y así fue. Las líneas aparecieron.
-Etiqueta el espacio dentro de esas nuevas líneas como “Reserva Jawa”.
-Etiquetado según petición.
Las palabras aparecieron, pero no me gustaron.
-Reetiqueta la Reserva Jawa como… -¿Como qué? ¿Tierra Jawa? ¿Espacio? ¿Protectorado?- Pon tan sólo “Jawa” –dije.
-Etiquetado según petición.
La palabra “Reserva” desapareció del mapa y la palabra “Jawa” quedó centrada bajo el punto rojo.
-Ahora dibuja fronteras al oeste desde el límite noroeste de mi granja hasta el Mar de las Dunas y al oeste desde el límite más septentrional de la tierra Jawa también hasta el Mar de las Dunas.
-Dibujado según petición.
-Etiquétalo como “Moradores de las Arenas”.
Las palabras aparecieron sobre la tierra.
-¿Tienen los jawas y los moradores de las arenas derechos adquiridos sobre estas tierras? –preguntó el ordenador.
-No –dije-. Sólo estoy fantaseando.
-¿Desea que se guarden estos cambios?
Lo pensé con detenimiento.
-No –dije finalmente-. Es una ficción. Elimina los cambios y cierra.
Lo hizo.
Volví a tumbarme en mi cama. Lo que le había pedido al ordenador que dibujase era peor que una ficción. Había pedido a dos gobernadores imperiales sucesivos que encargasen un proyecto de mapeado de la región, con la misma respuesta: “No tenemos el dinero necesario”. Traducido: “Tenemos aquí demasiada gente que no quiere mapas precisos de lo que hay más allá de los asentamientos y granjas conocidos, y si quieres vivir para traer tu próxima cosecha de agua a Mos Eisley, deja de pedir estas cosas.
Así que dejé de pedirlas. Pero entonces no eran los criminales que necesitaban lugares ocultos para actividades ilegales los que amenazaban mi vida o mi modo de vida. Era la violencia de los moradores de las arenas y la deshonestidad y la manipulación de los jawas… todo ello causado en parte, como empezaba a darme cuenta, por las constantes invasiones a lo que sin duda habían sido los territorios tradicionales de los jawas y de los moradores de las arenas. Los mapas serían el primer paso hacia un lugar seguro para los granjeros, los jawas y los moradores de las arenas… si se pudiera conseguir que todos ellos negociasen fronteras en esos mapas y las respetasen. Sin tales acuerdos, los granjeros se enfrentaban a la situación de dar palos de ciego; estableciendo granjas en áreas a las que quizá no deberían ir, viviendo en lugares que podrían –y de hecho ocurría- hacer que la gente decente fuera asesinada. Quería que esa matanza terminase.
Pero para eso, necesitábamos un mapa. El gobierno no lo dibujaría.
Así que lo dibujé yo.
Y decidí, esa noche, llevar ese mapa a los jawas cercanos a mi granja y hablar con ellos acerca de cómo planteárselo a los moradores de las arenas. Si llegábamos a un acuerdo por nuestra cuenta sobre cómo vivir juntos en estas montañas y cañones, quizá algún día el gobierno podría hacer oficiales nuestros acuerdos.
Miré al monitor para otro ineludible escáner de retina.
-Ordenador –dije-, vuelve a mostrar el mapa que acabo de pedirte y redibuja los límites que te hice eliminar. Copia este archivo a la unidad de holopantalla portátil.
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