lunes, 1 de diciembre de 2008

Solitario de Jade (VIII)

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El dormitorio-comedor-baño comunal del que Sansia había hablado estaba justo al otro lado del corredor de los hoyos del limo. Y era realmente tan desagradable como su tono le había hecho esperar a Mara. Alrededor de la mitad de las mujeres había terminado su limpieza cuando Mara llegó, dejando el líquido de los abrevaderos asemejándose más a una versión más fluida del limo que a cualquier cosa que se pareciera al agua. Mara se unió a la muchedumbre de mujeres que esperaban su turno, y bajo la cobertura de los cuerpos que se apretaban a su alrededor, extrajo las redomas de su traje de salto y comprobó que realmente contenían los productos químicos que quería. Una vez más, el entrenamiento exhaustivo en sabotajes que el Emperador le había dado hace tanto tiempo iba a resultar útil.
—Creí que estaba bromeando sobre eso de ir a recoger algunas cosas. -La voz de Sansia vino suavemente de detrás de su hombro, demasiado baja para que la oyera cualquiera de las otras mujeres a su alrededor-. ¿Dónde ha conseguido esto?
—El armario de suministros del médico -le dijo Mara, concentrándose en la tarea de verter la primera redoma en uno de los botellines, sosteniendo ambos a la altura de su cintura dónde la actividad estaría oculta a ojos entrometidos.
Sansia carraspeó.
-Supongo que es demasiado tarde para mencionar esto, pero el establecimiento médico probablemente también tenga cámaras de vigilancia.
—Lo sé -dijo Mara-. No se preocupe, me he encargado de eso. Tenga, sostenga esto.
Le pasó la redoma vacía y el botellín lleno, echando un rápido vistazo a Sansia al hacerlo. A pesar de los esfuerzos de la otra mujer por limpiarse, su cabello y su ropa todavía estaban terriblemente rayados y manchados con el limo en el que se había pasado el día. Fueran cuales fuesen las razones de Praysh para odiar a las hembras humanas, decidió oscuramente Mara, había llevado su campaña de degradación al extremo.
—Creí que no iba a regresar -dijo Sansia, con un tono de voz algo raro mientras Mara comenzó a llenar el segundo botellín con una de sus otras redomas-. Me alegro de haberme equivocado.
—Estoy acostumbrada a que me subestimen -le aseguró Mara-. ¿Cree que podrá encontrar el camino a donde guardan su nave?
—Como si fuera el camino de vuelta a casa desde un campo de ejecución -dijo Sansia con sentimiento.
—Bueno. Descríbame la ruta.
Incluso sin mirar podía darse cuenta de la súbita tensión en la mente y el cuerpo de Sansia.
-¿Por qué necesita saberla? -preguntó cautelosamente la otra mujer-. Vamos a estar juntas, ¿no?
—Podríamos separarnos -señaló Mara pacientemente-. O usted podría herirse o incapacitarse de algún otro modo. No quiero tener que cargar con usted y encontrar el camino al mismo tiempo.
Hubo una corta pausa.
-Supongo que eso tiene sentido -concedió al fin Sansia, renuentemente-. Bien. Sale por esa puerta de ahí y gira a la derecha...
Repasó la ruta entera, describiendo cada giro e intersección con gran precisión. Claramente, la mujer tenía ojo para los detalles. Cuando terminó, el segundo botellín estaba lleno.
Y ellas estaban preparadas.
-Bien -dijo Mara, dándole a Sansia la segunda redoma vacía y recuperando de ella el botellín lleno-. Deshágase de las vacías en alguna parte fuera de la vista y luego acérquese a la puerta. ¿Alguna vez han tenido simulacros de incendio aquí?
Sansia parpadeó.
-No desde que yo llegué, no.
—Bueno, pues van a tener uno ahora -dijo Mara-. Cuando los drach'nam vengan corriendo, asegúrese de que no le arrollen. En todo caso, simplemente espere junto a la puerta hasta que yo venga por usted.
—Entendido. -Sansia tomó una respiración profunda-. Buena suerte.
Se alejó de Mara, deslizándose cautelosamente a través de la multitud de mujeres todavía cubiertas de limo. Mara se quedó con la muchedumbre, avanzando lentamente, cuando se abrían espacios, hacia el abrevadero, mientras realizaba mentalmente una lenta cuenta atrás y preguntándose si podía arriesgarse a limpiarse un poco antes de que llevaran a cabo su fuga. Probablemente le daría tiempo, decidió renuentemente. El bith notaría las redomas desaparecidas en cuanto mirase en el armario de suministros, y probablemente sería tan rápido en informar de la pérdida como lo había sido en retirar el limo de la cámara de vigilancia.
La última mujer delante de ella se marchó, y Mara estaba finalmente en posición. Dando una palmada a su última redoma llena, avanzó al abrevadero, y, con un suave movimiento de su brazo, vertió su contenido en el repugnante agua.
Y con un siseo enfadado, el abrevadero hizo erupción abruptamente con una llama chirriante y una nube de humo amarillo.
Hubo una media docena de gritos penetrantes cuando mujeres cuyas mentes habían sistemáticamente reducidas a un estado casi catatónico se despertaron lo suficiente para huir de este súbito e inexplicable peligro. El humo continuó ondulando, y al cabo de unos segundos era imposible ver a través de la sala. Había más gritos y chillos, el ruido sordo de pies y cuerpos colisionando, cuando un súbito pánico invadió a mujeres que casi habían perdido la habilidad de sentir emociones de cualquier clase. No había adonde ir, dónde esconderse, y todas ellas lo sabían.
Los guardias de Praysh reaccionaron más rápido de lo que Mara había esperado. Apenas estaba a mitad de camino a la puerta, abriéndose camino a través del caos, cuando el pesado panel se abrió de golpe y una docena de drach'nam irrumpieron en la sala. Mara alcanzó a vislumbrar pesados extintores cuando la sobrepasaron en su camino al humeante abrevadero...
Y entonces ella llegó a la puerta, y Sansia estaba a su lado.
—¿Qué ha hecho? -siseó la otra mujer.
—Sólo un poco de diversión química -dijo Mara, asomándose a través del humo por la puerta. No todos los guardias habían acudido al rescate de las preciosas obreras esclavas de Praysh: dos de ellos estaban bloqueando el corredor justo fuera de la sala, sosteniendo los látigos neurónicos listos para cualquier intento de las esclavas de aprovecharse de la confusión.
—Quédese detrás de mí -agregó, tomando un botellín en cada mano y saliendo por la puerta.
Uno de los guardias resopló ante esa delgada hembra humana que aparentemente los desafiaba.
-¿Dónde crees que...?
Nunca consiguió terminar su pregunta. Levantando sus manos, Mara apretó uno de los botellines, lanzando un chorro de líquido a las caras de ambos guardias. Ellos escupieron, inclinándose mientras intentaban ponerse fuera del alcance del fluido que les estaba salpicando. Cruzando sus muñecas, Mara cambió el objetivo y dio a la cara de cada guardia una dosis de la otra botella...
Y con aullidos que agitaron el corredor, ambos drach'nam dejaron caer sus látigos y se tambalearon, cayendo ante las mujeres, cubriéndose la cara con las manos.
—Vamos -exclamó Mara a Sansia. Agachándose entre los drach'nam, tomó uno de los látigos caídos y se lanzó en una loca carrera por el corredor.
Alcanzó una intersección de pasillos justo cuando apareció por ella otro par de drach'nam. Boquiabiertos, intentaron agarrar sus látigos, pero antes de que pudieran colocarlos en posición, la tralla de Mara serpenteó, envolviendo sus dos cuellos. Bramaron casi tan ruidosamente como el anterior par mientras caían al suelo de piedra en un revoltijo de brazos y piernas. Mara tomó un látigo de reemplazo de una de sus manos, y continuó avanzando.
—Por aquí -llamó Sansia, que ahora abría el camino-. En el próximo corredor giramos a la derecha subiendo las escaleras...
—¡Deténganlas! -bramó una voz a su espalda. Mara miró por encima de su hombro, sus sentidos hormigueando con el súbito peligro...
Y delante de ella, Sansia gritó.
Mara se giró, su látigo ya en movimiento. Dos drach'nam, emboscados en puertas en los lados opuestos del corredor, habían aparecido, envolviendo con sus látigos a una Sansia que ahora se agitaba violentamente.
Mara chasqueó su látigo al atacante de la izquierda, dándole un fuerte golpe en el hombro y en la espalda mientras se agachaba. Gruñó brevemente alguna palabrota mientras la corriente pasaba a través de él, pero él consiguió mantener el agarre de su propio látigo. Mara volvió a pasar la tralla por encima de su hombro y la envió hacia el otro drach'nam...
Y entonces, sin previo aviso, el arma pareció atrapar abruptamente algo en mitad del aire, y la súbita pérdida de impulso casi la arranca de su mano. Un movimiento en lo alto llamó su atención, y alzó la vista.
Para ver que el techo rocoso sobre ella se había desvanecido, reemplazado por un bosque de gruesas espinas llenas de púas que apuntaban hacia ella. Su látigo colgaba de ellas, desesperadamente enredado entre las púas.
—Humana estúpida -ronroneó la voz de Praysh desde algún altavoz oculto en medio del bosquecillo-. ¿No habrías pensado realmente que yo confiaría únicamente en látigos neurónicos y músculos drach'nam para mantener a raya a mis esclavas, no?
Mara lo ignoró, dirigiéndose hacia los dos guardias que todavía sujetaban a Sansia entre ellos. Con sus látigos bloqueados a su alrededor, sólo les quedaban sus cuchillos...
—Alto -ordenó Praysh, abandonando toda suavidad en su voz-. No tengo ningún interés particular en matarte, humana, pero lo haré si me obligas.
Mara siguió avanzando. Ambos guardias tenían ahora fuera sus cuchillos, y los habían girado para apuntarlos a la humana suicida que corría hacia su muerte. Mara alcanzó las hojas con la Fuerza, preparándose para apartarlas a un lado justo en el momento correcto...
Y entonces, detrás de sus dos oponentes, el corredor estaba de repente llenándose de drach'nam.
Mara se detuvo reticentemente, con el agrio sabor de la derrota en su boca. Con habilidades de la Fuerza o sin ellas. Con entrenamiento de combate imperial o sin él, no había modo de que pudiera encargarse de la guarnición entera ella sola. No ahí, no entonces.
-Me gustaría llegar a un acuerdo -exclamó hacia el techo.
—Estoy seguro de ello -dijo Praysh, ronroneando de nuevo-. Guardias: suelten a la segunda mujer y tráiganlas a ambas a mi cámara de audiencias. Tengo algunas preguntas que hacerle a nuestra pequeña luchadora harapienta.

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