viernes, 8 de febrero de 2013

Así es la vida del jugador: Reina y Rollos

Así es la vida del jugador: Reina y Rollos
Anthony P. Russo

Uno

Reina Gale lanzó un último vistazo rápido por la bahía de atraque sin utilizar antes de volver la mirada hacia las tres figuras que se acercaban. Su socio y amigo, un torpe y peludo gigorano llamado Rollos, se balanceaba intranquilo hacia delante y hacia atrás sobre las gruesas almohadillas de sus talones.
-Tranquilo, viejo tronco de pelo –le susurró con la comisura de los labios-. Después de unos apretones de manos y un par de palmaditas en la espalda, seremos prácticamente colegas del viejo Tok y su tripulación.
Los gigoranos eran conocidos por su naturaleza empática, y Rollos no se tranquilizó fácilmente con sus palabras. Ver cómo ella liberaba el acceso al bláster que colgaba de su cinturón de herramientas tampoco ayudó mucho al respecto. Una serie de chirridos y gemidos surgió de la montaña de pelo largo que se hallaba de pie a su lado. Tales vocalizaciones sonaban como un galimatías incomprensible incluso para los droides traductores, pero para Reina la incomodidad del alienígena estaba tan clara como el azul cobalto del cielo de mediodía de Entralla.
-Esto no es como aquella vez en Arcura –protestó en voz baja conforme las tres figuras se acercaban a ellos-. Además, ¿cómo iba yo a saber que todo un batallón de caminantes imperiales decidiría aparecer al mismo tiempo?
Rollos estaba a punto de gruñir una respuesta adecuada cuando ella lo silenció con una mirada. Uno de los tres recién llegados, un humano corpulento y bien vestido, dio un paso más hacia ellos.
Begas Tok era un gánster y un comerciante del mercado negro que prefería mantener sus actividades tan discretas y en la sombra como su humor. Rara vez Tok perdía los papeles por algo tan trivial como un trato que salía mal. Simplemente tomaba lo que creía que se le debía... a menudo usando tanta potencia de fuego como fuera posible. Los dos humanos de rostro sombrío que acompañaban a Tok, con sus ojos escrutadores y sus expresiones suspicaces, obviamente no estaban allí por su don de gentes. Un rifle bláster modificado asomaba del abrigo abierto de uno de los matones de alquiler. Rollos gimió como un árbol azotado por el viento. Reina sólo sonrió cuando Tok, con su fino y colgante bigote, inclinó su cráneo calvo a modo de saludo.
-Reina Gale. Hacedora de tratos. Bienvenida a Entralla. –Los ojos de Tok se deslizaron hacia la inmensa mole de Rollos-. No tenía ni idea de que tuvieras una mascota tan grande.
Rollos farfulló algo hostil dirigido hacia el gánster.
-Cuidado, Tok. O si no Rollos, aquí presente, puede que busque el camino de mínima resistencia... pasando por encima de tus dos amigos con los tumores que les salen de los abrigos.
Una risita, casi como una ligera brisa, surgió de las grandes fosas nasales de Rollos. Los matones de Tok dieron inmediatamente un paso hacia atrás. Reina sonrió. Entre los pistoleros de Tok y las garras de Tok, del tamaño de las de un droide, la situación estaba casi igualada. Ambas partes podían ahora ceñirse a los negocios. Tok hizo un pequeño gesto y los dos blásteres de alquiler relajaron ligeramente su postura.
-Basta de cumplidos, supongo. ¿Tienes los cristales?
-No lo sé. ¿Tienez loz créditoz? –dijo, en una imitación bastante buena de la forma de hablar del gánster.
Sin mostrar el menor signo de que le hiciera gracia, Tok extrajo una pequeña bolsa de su abrigo, dejando que las monedas imperiales que contenía se derramasen sobre su otra mano.
-Veinte mil. Como acordamos.
El tintineo metálico de los créditos siempre hacía que los ojos de Reina ardieran con fuego. Se levantó de un salto de la caja sobre la que había estado sentada con aire casual, e hizo un gesto a su gran amigo.
-Muéstraselos, Rollos.
El gran gigorano soltó los pesados cerrojos de la caja. Docenas de brillantes prismas redondeados atraparon la luz del sol de Entralla y la reflejaron en una docena de colores diferentes. La visión de esos hexa-cristales Zipthar tan raros era suficiente para que incluso la adormilada mirada de Tok cambiase a una de apreciación.
El gánster se arrodilló, dejando que su mano libre hurgase juguetonamente en el contenido de la caja.
-Hexa-cristales Zipthar. Muy escasos en este sector.
Una pequeña sonrisa retorcida comenzó a formarse en el bigotudo rostro de Tok. Dado que todo el comercio de hexa-cristales estaba rígidamente controlado por la Zona de Libre Comercio Velcar, un comerciante del mercado negro como él podría llegar a conseguir considerables beneficios de su inversión.
-¿Entonces hay trato?
Tok cerró la caja de un golpe y le pasó a Reina la bolsa de dinero. Reina la agitó; no había nada como el sonido de unos buenos créditos contantes y sonantes tintineando en tu mano.
Jugar con los porcentajes... esa era su forma de vida. Pero vender los cristales a Tok sólo había sido la parte final de este trato. Todo había comenzado con la adquisición de un cargamento de gas de Bextar “desviado de su ruta”. El gas había sido vendido a un distribuidor al que Reina sabía que le gustaba hacer más transacciones de las que indicaban sus registros informáticos. Con créditos frescos en la mano, Reina compró entonces un cargamento de mineral de plexita sin refinar usando uno de sus numerosos códigos de identidad falsos. La carga fue colocada en un carguero pesado destinado a los astilleros de Jaemus. Reina contactó entonces con su amigo pirata Roark Slader, quien por casualidad se encontraba buscando un cargamento de mineral de plexita para varios talleres ilegales de naves estelares en la Nebulosa Negra. Hizo un intercambio por hexa-cristales, que había obtenido al saquear naves de la Zona de Libre Comercio Velcar. Con la hoja de ruta del carguero pesado suministrada por Reina, Slader y sus alegres saqueadores atacaron la nave, expulsaron a la tripulación en las cápsulas salvavidas, y robaron el mineral. De modo que Tok consiguió sus hexa-cristales, Slader consiguió su mineral, y Reina y Rollos consiguieron ser varios miles de créditos más ricos.
Reina suspiró; los porcentajes habían jugado bien hoy. Incluso Rollos parecía un poco aliviado cuando Tok indicó a sus matones que cargasen la pesada caja en un carro repulsor.
-Hasta el próximo trato, querida Reina Gale. Mientras tanto, por favor disfruta de las vistas del distrito histórico de Ciudad Nexo. Me sentiría muy honrado de llevarte en una visita privada.
-Apuesto que sí –dijo con un bufido cuando Rollos de pronto rugió una gutural advertencia.
Todas las cabezas se giraron hacia el sonido de las armaduras y los pies embutidos en botas que se acercaban a toda velocidad. Reina soltó una maldición mientras alcanzaba su bláster. Incluso el mejor de los porcentajes a veces se veía enmarañado por los imprevistos, como la escuadra de agentes de la Patrulla Pentaestrella que aparecieron a la carga doblando la esquina de la bahía de atraque abandonada, con sus blásteres listos.
-¡Suelten sus armas! ¡Están bajo arresto por violación de la Autoridad de Comercio e Intercambio Interestelar!
-¿Amigos tuyos, Tok? –gruñó Reina en voz baja mientras la patrulla llegaba y conseguía bloquear el único paso de salida de la bahía de atraque.
El gánster únicamente le ofreció una mirada de condolencia.
-Bueno, resulta que yo llevo un permiso para poder comerciar con hexa-cristales. Sin embargo, sé que tú no.
-¡Vaya, gracias por nada, repugnante pastor de anguilas de especia!
Los agentes de la Patrulla Pentaestrella se acercaron con cautela, centrando su atención en el gánster mientras este comenzaba a agitar su permiso oficial como una bandera de tregua.
Nadie estaba lo bastante preparado, ni siquiera Reina, para el ominoso estruendo que llenó la bahía de atraque. Rollos tomó súbitamente la pesada caja de cristales, y la lanzó contra el sorprendido grupo de agentes de patrulla con la precisión de un torpedo de protones. La caja se hizo añicos sobre ellos, y aquellos que no quedaron inmediatamente inconscientes en el suelo salieron volando de espaldas cuando sus botas brillantemente pulidas resbalaron sobre miles de cristales como canicas.
Rollos agarró con facilidad a Reina y la llevó más allá del enmarañado montón de aturdidos agentes de patrulla y el aún más sorprendido Begas Tok.
-¡Disfruta de tus cristales, Tok, pero creo que pasamos de esa visita! –exclamó ella al gánster mientras doblaban la esquina y desaparecían de la vista.


Dos

Rollos, llevando aún a Reina Gale sobre su hombro como un saco de raíces turg capellanas, había corrido bastante al interior de lo que Reina supuso que era el distrito histórico de Ciudad Nexo. Por supuesto, la joven sólo podía hacer una arriesgada suposición de dónde se encontraban realmente, ya que estaba observando las vistas que se alejaban rápidamente mientras ella estaba cabeza abajo. Sus golpes en la peluda espalda del gigorano finalmente comenzaron a tener algún tipo de efecto.
-¡Ya basta, superdesarrollado fugitivo de una fábrica de alfombras! ¡La gente está comenzando a fijarse en nosotros! ¡Nos echarán la patrulla encima!
Rollos giró hacia un callejón lateral formado por dos edificios antiguos y la depositó cuidadosamente en la acera de piedra, aspirando grandes volúmenes de aire fresco con sus gigantescos pulmones, después del esfuerzo de la carrera. Mientras Rollos descansaba, Reina echó un vistazo por la esquina para comprobar el bullicioso tráfico de la calle exterior.
-Debemos haberlos perdido, Rollos, considerando todo el tráfico peatonal que hay ahí fuera.
Una agotada serie de graznidos y resoplidos surgió de su fatigado amigo. Reina consideró su sugerencia.
-No, no creo que debamos intentar escapar de la ciudad aún. Si Tok puso a la patrulla sobre aviso, entonces estarán estableciendo controles de identidad por todo el espaciopuerto, el sistema de tránsito, las flotas de alquiler de deslizadores, y todo lo que quieras imaginar.
El callejón formaba una estrecha ranura y era apenas lo bastante ancho como para pasar a pie. Caminó más allá de Rollos, al extremo opuesto del callejón, y observó un instante a los viandantes. Sólo algunos peatones ocasionales con extrañas túnicas rojas con capucha aparecían por la plaza interior, ignorándola por completo. Entralla tenía un noble y antiguo pasado, y el planeta estaba bastante orgulloso de su larga historia. Varias sectas importantes se habían originado allí; muchas tenían escuelas que se dedicaban a diversos estudios filosóficos y a las artes. Sin duda se encontraban cerca de uno de los viejos monasterios, decidió Reina mientras se deslizaba de nuevo junto al gigante peludo.
Cruzando los brazos, se apoyó contra el muro junto a Rollos, dejando que el frío de la piedra le recorriera el espinazo. El estrecho callejón se abría al puro cielo azul y a la inmensa media luna de Entralla. La luna figuraba de forma prominente en la mitología entrallana; recordaba una historia en concreto en la que se decía que cambió de color cuando un antiguo héroe salió victorioso frente a un poderoso invasor. Los entrallanos aún se aferraban desesperadamente a sus queridos mitos y leyendas; era todo lo que les quedaba después de estar bajo las botas del Imperio imperial y ahora del Alineamiento Pentaestrella. Reina sabía muy bien lo que los entrallanos debían sentir, pero se preguntaba por qué no habían hecho nada al respecto.
Mitos aparte, Reina y su amigo estaban muy lejos del campo esclavista imperial del que ambos habían escapado. Reina había estado en el campamento desde que era pequeña, sirviendo como mascota personal del capataz esclavista que dirigía el campamento. Rollos era un monstruo indómito e incomprendido al que no se podía controlar. Ella había sido la única persona del campamento que podía entender de algún modo los extraños sonidos y silbidos que él hacía, y pronto se hicieron amigos. Sin embargo, Rollos seguía resistiéndose a los esclavistas, y había sido sentenciado a muerte por el capataz esclavista cuando Reina decidió que esa era la gota que colmaba el vaso y liberó al gentil gigante. Durante su tiempo en el campamento, Reina había observado cuidadosamente al capataz esclavista: cómo intimidaba a los demás para mantener su autoridad, cómo sobornaba a los inspectores imperiales que llegaban para cerrarle el campamento, como conseguía comer y dormir con exuberancia mientras sus subordinados vivían en la miseria con el resto de los esclavos.
Hizo uso de ese conocimiento, haciendo cuidadosos tratos para que ella y Rollos pudieran seguir viviendo. Lo hizo con la esperanza de poder ser capaces de mantenerse por su cuenta, y con el tiempo establecerse en algún sitio donde los imperiales o el Alineamiento nunca pudieran volver a molestarles. Poco a poco, sus tratos fueron mejorando, y los resultados obtenidos cada vez mayores. En esos días, la idea de asentarse parecía incluso menos remota. A Rollos no parecía importarle; le gustaba visitar nuevos lugares y recoger nuevas fruslerías brillantes. Además, pensaba Reina, era de bastante ayuda mantener cerca al enorme gigorano, incluso aunque fuera un poco torpe.
Rollos debió de sentir que ella estaba meditabunda, y volvió su pensativo rostro hacia ella, maullando con un tono amable y comprensivo. Ella le dio unos juguetones golpecitos en el brazo, haciendo desaparecer su pequeño puño en la montaña de pelo largo y desordenado.
-Vamos, enorme estera. Usemos los callejones traseros y encontremos un lugar donde cobijarnos por la noche.
Rollos trino su aceptación, y la siguió (tan cautelosamente como podía hacerlo un gigorano) hacia la plaza interior. Ambos actuaron con aire despreocupado, fingiendo ser inocentes peatones dando un paseo mientras pasaban junto a un grupo de los extraños de las capuchas rojas. Pocos reaccionaron en absoluto ante ellos, la mayoría lanzando prolongadas miradas a Rollos, mientras la pareja se deslizó doblando una esquina.
Una mano surgió de repente y se agarró con firmeza al brazo de Reina, arrastrándola a un patio porticado. Rollos rugió con profunda rabia e inmediatamente los persiguió. Antes de que Reina pudiera lanzar un grito de advertencia, dos figuras encapuchadas más aparecieron de las sombras del patio. Una de ellas blandía un arma de aspecto extraño. Un destello de fuego azul envolvió al gigante y le hizo caer inconsciente al suelo de baldosas de piedra.
Gritando y lanzando mordiscos, Reina se liberó de sus captores y corrió junto al gigorano caído mientras las cuatro figuras se acercaban lentamente...


Tres

-¡Le habéis matado!
Reina apretó los puños mientras se alzaba de la figura caída de Rollos, con los ojos llenándose de lágrimas mientras buscaba el bláster que había caído de su pistolera. Al no encontrarlo, alcanzó la fina vibro-daga que mantenía oculta en el forro de su bota. Una de las figuras encapuchadas extendió un dedo hacia su cara en un gesto que pedía silencio y habló en un tono casi paternal.
-Una precaución necesaria. Tu amigo no está muerto. –Señaló más allá de la apertura del patio-. Ahora quédate quieta, por favor. Y guarda mucho, mucho silencio.
El que tenía el arma extraña llamó la atención del grupo desde su posición de centinela en la apertura del patio.
-Vienen dos –susurró mientras cambiaba el arma por un bláster pesado de aspecto familiar. Antes de que Reina pudiera hablar, los otros tres habían tomado posiciones junto a ella y Rollos en las sombras del patio.
Segundos más tarde, aparecieron a pie dos agentes de patrulla. Agachada cerca de Rollos, Reina comprobó el pulso y la respiración del gigorano caído. Apenas respiraba. De hecho, casi sonaba como si estuviera roncando. Apretando los dientes, estaba tentada de llamar a los agentes, cuando los escuchó.
-El testigo dijo que vinieron por aquí.
-¿Puedes repetirme la descripción?
-Joven humana con cabello rubio, color arena. Se la considera peligrosa. El otro es definitivamente alienígena. El mensaje decía que era alguna especie de wookiee. Podría ser alguna otra cosa. Fuera lo que fuese, se llevó por delante una escuadra entera.
-Será mejor que no corramos riesgos. Ajusta tu bláster para matar. Ya explicaremos el desbarajuste después.
La vibro-daga de Reina se le deslizó de la mano sudorosa y golpeó el suelo del patio con un claro sonido metálico. Uno de los dos agentes volvió la cabeza, llevando la mano instintivamente a la funda de su arma.
-¿Qué ha sido eso?
Ambos dieron un paso hacia el patio, tratando de escudriñar la oscuridad con los visores mejorados de sus cascos. La figura encapuchada que había silenciado a Reina se volvió hacia otra de su grupo.
-Ivey, si no te importa...
Reina observó estupefacta cómo manos delicadas echaban hacia atrás la amplia capucha carmesí, revelando el rostro de una mujer de tez oscura bastante atractiva. Conectó su ordenador portátil a los auriculares de su comunicador y pulsó una tecla. Una voz con tono bastante oficial llegó desde los receptores de los cascos de los agentes.
-A todas las patrullas en el sector H. Estado de alerta dos. Atraco en curso en el cuadrante del distrito beta cuatro. Dos sospechosos armados con armas de energía.
Uno dio unos golpecitos en el hombro a su compañero.
-Vamos. Hay una alerta.
El otro agente lanzó una última mirada al patrio antes de que él y el sonido las botas sobre la piedra finalmente desaparecieran.
Reina recogió la daga caída, preparándose para saltar sobre el hombre encapuchado junto a ella, cuando la misma mano que la había arrastrado al patio la agarro firmemente por la muñeca.
-No es necesario darnos las gracias. En serio.
El hombre se echó atrás la capucha de la túnica con su mano libre, revelando una expresión de determinación que parecía tallada en granito. Reina jadeó; había visto ese rostro en listados de cazarrecompensas y en los archivos de fugitivos del Alineamiento Pentaestrella por todo el sector. Conforme el resto se echaba atrás las capuchas, lentamente comenzó a darse cuenta de la compañía con la que estaba.
-¡No puedo creerlo! ¡Sois los Lunas Rojas!
La hermosa mujer con los auriculares soltó una carcajada.
-¿Has oído eso, coronel? Somos famosos.
El coronel Andrephan Stormcaller, recientemente retirado de las fuerzas de la Nueva República, también tuvo dificultades para no sonreír.
-Eso parece.
Un corpulento trunsk de pelaje marrón se deslizó a su lado, sujetando su bláster pesado con un arnés personalizado que albergaba varias granadas y un surtido de armas de mano.
-Los únicos y genuinos Lunas Rojas. En carne y hueso. O pelaje, dependiendo de tu punto de vista. –Hizo una profunda reverencia mientras tomaba la dolorida mano de Reina y la besaba ceremoniosamente-. Sully Tigereye, al servicio de la señora.
-¡¿Qué le habéis hecho a mi amigo?! –siseó Reina mientras volvía a sujetarse la mano.
Stormcaller respondió como si tal cosa, tan calmado como antes.
-Era necesario dejar en silencio a tu gran amigo peleón, y a ti esposada, con todas esas unidades de patrulla buscándoos. Sin ánimo de ofender, pero preferiríamos que la patrulla no quedase alertada de nuestra presencia en Ciudad Nexo.
-¡Bueno, tal vez podríais haber explicado eso antes de agarrarme y disparar a mi amigo!
Stormcaller se volvió hacia la escultural miembro femenina de la unidad mercenaria de los Lunas Rojas.
-Ivey, si no te importa, ocúpate del paciente antes de que la joven dama aquí presente comience a lanzar detonadores termales de su persona.
La mujer extrajo un escáner médico y lo pasó rápidamente sobre el gigorano tumbado en el suelo.
-La pistola bioinductora de Hugo ha funcionado a las mil maravillas –dijo, tranquilizando a Reina con un gesto de cabeza-. Se pondrá bien.
-¡Desde luego que ha funcionado! –El cuarto miembro de los Lunas Rojas, un joven desgarbado con una alborotada melena de pelo, dio un paso hacia delante con aire indignado-. Para la mayor parte de las criaturas, basta con enviar suficiente energía eléctrica para provocar que la corteza hipo-reflexiva del cerebro induzca un estado de reposo natural.
Reina cruzó los brazos, balanceando la vibro-daga entre sus dedos.
-¿Qué es lo que ha dicho el payaso?
-Lo que ha dicho el payaso –explicó Ivey-, es que tu amigo está profundamente dormido.
Reina volvió a mirar al gigorano, acurrucado en el suelo. ¡Rollos realmente estaba roncando! De pronto sintió un nuevo aprecio por el joven ingeniero desgarbado, incluso aunque actuase de forma un tanto extraña.
-Entonces, ¿cómo lo hiciste?
-En realidad, la bioinducción no funciona en humanos, rodianos, devaronianos y algunas otras especies. De hecho, es bastante complicado...
Antes de que Hugo Cutter pudiera continuar, Stormcaller envolvió protectoramente los hombros de Reina con su brazo y la apartó a un lado.
-...Y estará más que encantado de explicártelo en alguna otra ocasión. Ahora mismo, me gustaría hablar un poco de negocios.
-¿Quieres hacer negocios conmigo? –Reina se señaló a sí misma con el pulgar-. ¿Por qué?
-Llámalo una corazonada razonada científicamente. En cualquier caso, creo que acabamos de ahorrarte unas largas vacaciones en algún mundo de internamiento del Alineamiento, por cortesía de los muchachos de negro y sus mascotas de la Patrulla Pentaestrella. Eso debería valer algo.
-¿Qué tal un agradecimiento realmente sentido y una amistosa despedida?
El antiguo coronel de la Nueva República dio un paso atrás y la examinó con la mirada.
-Creía que a los de tu clase les gustaban los desafíos. Vencer a las probabilidades. Amasar una hermosa fortuna de créditos.
Vio como los ojos de la mujer se iluminaron con la mención de los créditos tintineando en algún distante lugar. Sin embargo, su instinto de supervivencia era fuerte.
-Desde luego. Pero me gustaría seguir de una pieza para disfrutar de mi fortuna, si no te importa. Además, no soy ningún guerrero mercenario. Y no me gusta hacer negocios con gente que parece tan fuera de lugar como tú y tu gente.
-Ya veo. ¿Qué aspecto esperabas que tuvieran los mercenarios? –Le devolvió a Reina su bláster. Ella lo miró con cara de sabbacc, incapaz de recordar en qué momento exactamente se lo había quitado-. No te pedimos que te unas a nuestras filas. Sólo queremos los planes del dispositivo de seguridad para las festividades de la Noche Lunar que tendrán lugar la semana que viene.
La Noche Lunar de Entralla era un importante suceso en todo el planeta, una celebración que se remontaba a mucho tiempo en el pasado. El acto principal de las festividades era el Desfile de Fantasmas en el distrito histórico, un tributo a los guerreros míticos entrallanos. El Alineamiento toleraba las festividades aunque sólo fuera por el comercio y el turismo que atraían. Si Reina recordaba correctamente, era la única noche del año en la que la luna de Entralla pasaba muy cerca del planeta, brillando como una gigantesca estrella roja sobre sus cabezas. Con gran cantidad de agentes de la Cámara del Orden del Alineamiento y toda clase de tipos importantes en la concurrencia, sería la noche perfecta para hacer algo grande y político, especialmente si resultaba que tu organización se llamaba...
-Entonces, ¿a quién vais a matar durante el Desfile de Fantasmas?
Stormcaller frunció el ceño. Poco a poco, Reina comenzó a pensar que no conocía realmente a ese hombre como había creído en un principio. Extrajo un cigarro especiado sevari de su bolsillo superior y lo encendió, lanzando una estela de humo aromático en la oscuridad del patio.
-Eso es exactamente lo que la Rama del Protectorado estará esperando. Naturalmente, la seguridad será más firme que un hutt agarrando su monedero en su lecho de muerte. De modo que digamos, por ahora, que vamos a hacer algo inesperado.
-¿Y cómo se supone que voy a conseguir los planes de seguridad para algo tan grande como el desfile de la Noche Lunar? No es que los publiquen precisamente en el intercambio de información local.
-Pero ti eres Reina Gale, Hacedora de Tratos. –Las palabras que Begas Tok había pronunciado momentos antes resonaron en el fondo de su cabeza, contrariándola-.Estoy seguro de que se te ocurrirá algo. Mientras tanto –le lanzó una pequeña bolsa que tintineaba con dinero en metálico-, aquí tienes 5.000 para cubrir tus gastos, considerando que Tok insertó un código de registro en los 20 que te pagó en el espaciopuerto.
Aturdida, Reina sacó la pequeña bolsa que Tok le había dado y dejó que los créditos le cayeran en las manos. Ivey, que había permanecido en silencio tras ellos, tomó uno de los créditos y pasó sobre ella una vara de datos de su unidad de ordenador portátil. Observó la lectura.
-Registrado en el Control de Seguridad y Confianza Pentaestrella, aquí en Entralla. Ya han sido marcados como robados. Prácticamente carentes de valor en cualquier transacción comercial.
Reina volvió a recuperar el crédito de su mano.
-Puedo limpiarlos. Conozco a alguien que puede borrar los códigos de registro.
Ivey meneó la cabeza.
-Eso llevará su tiempo.
-Y sabemos que habías invertido casi todos los créditos que tenías en el trato de los cristales de Tok –añadió rápidamente Stormcaller-. Admítelo, Reina. Estás sin blanca y estás atrapada aquí en Entralla con la Autoridad del CII y las patrullas locas por encontrarte.
La mente de Reina se arremolinaba. ¿Cómo sabían tanto sobre ella los Lunas Rojas? Habían reducido a Rollos sin el menor esfuerzo, y probablemente podrían enviar a los agentes de la Patrulla Pentaestrella a cualquier lugar que se les antojase usando los canales de comunicador seguros de la propia patrulla. Pero, ¿con qué propósito? Una cosa era segura: ciertamente no se comportaban como ninguno de los grupos ansiosos de beneficios con los que había tratado en el pasado.
Un fuerte rugido, como un aerodeslizador volando bajo, llenó el patio. Rollos había despertado, soltando un fuerte bostezo con la misma sutileza de un caza estelar al despegar. Observó a Sully Tigereye y Hugo Cutter mientras cambiaban sus amplias túnicas de la secta por monos de personal de mantenimiento.
Reina se acercó a su amigo y le frotó una peluda oreja.
-¿Cómo te encuentras? –Un trino feliz surgió del gigorano-. Enorme cabezota. Probablemente hayas dormido mejor de lo que ninguno de los dos hemos hecho en años.
La enorme criatura le dio un juguetón golpe con su garra.
-¿Y bien?
Reina se giró para enfrentarse a las serias expresiones de Stormcaller e Ivey. Bueno, ese coronel convertido en líder mercenario había estado en parte en lo cierto acerca de ella. Realmente le gustaban los desafíos. Le tendió la mano a Stormcaller.
-Cinco mil ahora, y 5.000 más cuando os consiga los planes, y es trato hecho.

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