miércoles, 13 de febrero de 2013

Sombras de oscuridad (y III)


La lanzadera clase Lambda voló rasante desde el oeste, acercándose al complejo del centro de minería sobre el Océano Locura. El piloto viró hacia el sur y bordeó los acantilados Tahika después de recibir el visto bueno del Comando de Defensa Aérea.
Poco después de que hubieran salido del puerto espacial, Alex se acomodó en la cabina, arrojando con aire casual su capa sobre el respaldo de su asiento. Trabó conversación con el piloto, cautivándolo con su conocimiento de la lanzadera. Trató de convencerle de que le dejase pilotar... después de todo, ella tenía nueve años de experiencia y era considerada uno de los mejores pilotos de Garos IV. Pero con el general Zakar a bordo, el joven teniente no iba a permitir que ningún civil, ni siquiera la hija del Gobernador Imperial, pilotase su nave.
El transbordador voló hacia el interior a través de los acantilados. Durante unos segundos la única vista fueron las copas de los árboles, y entonces la plataforma de aterrizaje apareció ante la vista, cuidadosamente situada entre árboles y montañas. El piloto se abrió camino con facilidad a través de los altísimos árboles e hizo descender suavemente a la nave, tomando tierra cerca de una nave de carga.
El comandante general Carner, el oficial al mando del centro minero, se acercó a la nave con cuatro soldados de asalto detrás de sus talones. Se cuadró cuando escotilla de la nave se abrió con un siseo.
-Gobernador Winger, General Zakar, señorita Winger. Bienvenidos al centro minero. Estamos listos para la inspección -dijo secamente.
-Gracias, general -dijo Winger-. Veo que ya está ocupado transportando el mineral -dijo, señalando al transporte de carga.
-Sí, finalmente somos capaces de hacer nuestro trabajo sin que la resistencia interfiera -les dijo Carner.
-Excelente -convino el general Zakar.
-Si son tan amables de seguirme.
El turboascensor los llevó al nivel del suelo en menos de un minuto. No mucho tiempo, pensó Alex. Otro soldado de asalto se cuadró al instante cuando la puerta se abrió, y luego siguió al grupo a una discreta distancia por un camino que conducía hacia la parte principal del complejo. El comandante general Carner se deleitó en mostrarles sus mejores tropas, su bien defendida guarnición, y, por supuesto, su plataforma de lanzaderas.
Alex se estremeció cuando una brisa fría se extendió por el complejo. Alargó la mano y tocó el brazo de su padre.
-Me dejé la capa en el transbordador, Padre. Continuad con la visita, y os alcanzaré en unos minutos.
-Por supuesto, querida.
-Comenzaré nuestra inspección en el bunker, señorita Winger -dijo Carner, señalando un edificio que estaba tallado en la montaña, al otro lado del complejo.
-Nos encontraremos allí -dijo ella, volviendo al turboascensor. Mientras el ascensor volvía a ascender rápidamente los aproximadamente 40 metros, Alex estudió el panel de control de acceso.
Vaya, pensó, esto va a ser interesante.
La puerta se abrió. Los soldados de asalto permanecían montando guardia. Alex no les hizo caso y se dirigió hacia la lanzadera. El piloto la saludó con la cabeza y sonrió cuando la vio agarrar la capa.
-¿Hace frío ahí fuera?
-Mucho frío -le dijo mientras ella se echaba la capa sobre los hombros y se dirigía de nuevo hacia la rampa.
Muy bien, pensó. Allá vamos.
La puerta del turboascensor apenas se había cerrado detrás de ella cuando Alex cogió el medallón que llevaba. Los puntiagudos y afilados bordes del diseño en forma de rayos de sol lo convertían en una excelente herramienta para abrir cosas haciendo palanca. ¿Se sorprendería su padre de que hubiera encontrado un uso tan ingenioso para su regalo?
En menos de cuatro segundos, el panel de acceso estuvo abierto. Alex sacó algunas cargas especialmente manipuladas del bolsillo interior de su capa. Presionó el compuesto de detonita en la cavidad alrededor de los circuitos de control expuestos, y luego empujó el temporizador en la abertura. En el nicho oscuro, sus dedos buscaron a tientas los pequeños botones. ¡Y, demasiado tarde, se dio cuenta de que el temporizador había comenzado la cuenta atrás, programada para explotar en cuatro minutos!
Alex golpeó el puño contra la pared.
-Tranquilidad -se dijo-. Todo se resolverá.
Volvió a colocar el panel de control medio segundo antes de que la puerta del turboascensor se abriera de nuevo en la planta baja.
Pero no estaba preparada para ver al soldador de asalto bloqueando su salida del ascensor. Ella jadeó y dio un paso atrás. Pero él también parecía haber sido sorprendido con la guardia baja, y luego dio un paso a un lado para dejarla pasar. Fue entonces cuando se encontró cara a cara con Cord Barzon.
¡No! ¡Esto no puede estar pasando!
Los ojos de Cord se cruzaron con los suyos. Él sonrió, casi avergonzado por su difícil situación. Se encogió de hombros, levantando las manos para mostrar las esposas. Alex estaba impresionada por su calma, su casual aceptación de la situación. Podía sentir que Cord entendía la política detrás de su encarcelamiento. Y no había miedo en su corazón, ni ira hacia su padre.
-Cord, yo...
-Lo siento, señorita Nada de hablar con el prisionero -le dijo el soldado de asalto.
Alex caminó más allá de Cord, sosteniendo su mirada.
¿Habría algo que pudiera hacer para detenerlos? No era sólo una cuestión de ponerse a sí misma en peligro: estaría condenando a decenas de personas en la resistencia. Sólo lo que ella sabía, en manos del Imperio, podría acabar con el movimiento de resistencia en Ariana.
¿Podía mantenerlos aquí unos minutos... tres minutos muy largos?
-Sargento, ¿a dónde se lleva a este hombre?
-Eso tendrá que preguntárselo al general Zakar.
-Pero...
Otro soldado de asalto empujó a Cord al interior del ascensor. Alex empezó a decir algo más, pero la puerta se cerró, emitiendo su propia sentencia. Se quedó mirando la puerta, incapaz de apartar la mirada, sabiendo que por algún inoportuno giro del destino, Cord Barzon estaba a punto de morir.
Alex se volvió lentamente, y se obligó a alejarse de la plataforma de lanzaderas. Su mente se llenó de confusión. A pesar de que había arriesgado su propia vida una y otra vez, nunca había tenido que hacer frente a una situación como esta. Sacrificar una vida para que otros pudieran continuar la lucha... era una decisión que esperaba no tener que hacer nunca de nuevo.
El comandante general Carner acababa de explicar el sistema defensivo del bunker cuando Alex se unió a la visita de inspección.
-Ah, justo a tiempo, señorita Winger –dijo-. ¿Entramos?
Alex sonrió y asintió con la cabeza. Echó un último vistazo a la plataforma de lanzaderas. Esperaba que Carl Barzon lo entendiera.
De repente, una explosión sacudió el complejo. Alex agarró a su padre e instintivamente cayó al suelo, tirándolo con ella.
En cuestión de segundos, una docena más de explosiones estallaron fuera de la cerca perimetral. Alex miró con cautela y vio como la pata de apoyo de la plataforma de aterrizaje gemía. En lo que parecía cámara lenta, el metal chirrió, se retorció y finalmente cedió, y la plataforma se estrelló contra el suelo.

***

El general Zakar leyó el informe preliminar en su tableta de datos, luego sacudió la cabeza con disgusto. Había irrumpido en el cuartel general imperial hacía más de una hora, después de aquel desastre en el centro minero. Había subestimado a la resistencia garosiana por última vez. Tan pronto como concluyera ese negocio con el Dr. Barzon, se ocuparía de ellos.
Hizo clic en el intercomunicador.
-Haslip, ¿puedes venir a mi oficina?
-De inmediato, señor -respondió la voz en el otro extremo.
-¿Quería verme, mi general? -dijo Dair Haslip mientras entraba en la oficina de Zakar.
-He preparado este informe para el capitán Emba en la Tempestad -dijo Zakar mientras sacaba una tarjeta de la tableta de datos-. Por favor, llévelo a comunicaciones y hágalo cifrar y transmitir inmediatamente, teniente.
-Sí, mi general -respondió.
El intercomunicador zumbó.
-¿Sí? -dijo Zakar.
-El Dr. Barzon está aquí, general -dijo el teniente Polg desde la oficina exterior.
-Hágalo pasar -dijo Zakar, vislumbrando el ceño fruncido en el rostro de Haslip, pero rechazándolo como un simple signo de curiosidad.
Dair se recuperó rápidamente, sin que su sobria expresión diera indicios de que él y Carl Barzon fueran compañeros en la resistencia.
-¿Necesita algo más, mi general? -preguntó Dair.
-No, eso es todo por ahora, Haslip.
Las manos de Carl Barzon estaban esposadas, su rostro estaba pálido y demacrado. Cuando Dair pasó junto a él, intercambiaron una breve mirada, un gesto imperceptible de la cabeza. La puerta se cerró.
-Dr. Barzon. Por favor, entre. Siéntese -dijo.
Barzon no dijo ni una palabra. Miró a su adversario, tomando asiento frente al general.
Zakar ignoró la mirada.
-Lamento traerle aquí de esta manera -se disculpó-. Guardia, retire las esposas al Dr. Barzon.
-¿Qué es lo que quiere, general? -preguntó finalmente Barzón mientras se masajeaba las doloridas muñecas.
-Tengo entendido que su hijo fue detenido a principios de esta semana -dijo Zakar, observando el momentáneo destello de dolor en los ojos del otro hombre. Hizo una pausa, esperando ver una respuesta más amplia, pero Barzon no ofreció ninguna-. Doctor, si quiere mi ayuda para conseguir la liberación de Cord, tendrá que cooperar conmigo.
-¿Cooperar? -preguntó Barzon-. ¡Mi hijo no ha hecho nada malo!
Bien, pensó Zakar, una reacción... había ira en la voz de Barzon.
-No, por supuesto que no -concedió.
-¿Por qué han capturado a Cord, general?
Zakar optó por no responder a esa pregunta. No, no podía dejar que Barzon supiera que Cord ya estaba muerto. Ya no tendrían nada con lo que someterle. Se inclinó hacia delante en su silla.
-¿Sabe, doctor? Su reciente inactividad no ha pasado desapercibida. El gran almirante está... -hizo una pausa para mayor efecto- disgustado por que no haya hecho progresos en su investigación con el mineral.
Barzon se volvió a la defensiva.
-¡He pasado años trabajando en este proyecto! La investigación lleva su tiempo, general.
Zakar estudió el rostro del otro hombre.
-El gran almirante siente que usted puede necesitar más estímulo para completar su investigación -le dijo Zakar.
Barzon suspiró, asintiendo con la cabeza al comprender.
-Así que han secuestrado a mi hijo y lo mantendrán como rehén hasta que yo les ofrezca lo que quieren.
-Secuestro es una palabra muy dura, doctor.
-General, si tuviera las respuestas, con mucho gusto se las daría a su gran almirante para lograr la liberación de mi hijo. Pero no las tengo. Los avances no llegan de un día para otro. Pueden pasar años antes de que el mineral sea refinado hasta el punto de que el Imperio lo encuentre útil en la construcción de armas ocultas.
-Sin embargo, doctor, tal vez esto le dé una razón para trabajar con más ahínco. -Zakar notó que la ira de Barzon iba amainando, y la emoción que la sustituyó no era difícil de descifrar. Barzon miraba por la ventana, con una expresión perdida en su cara. Romper el espíritu de un hombre no era algo con lo que Zakar disfrutase, pero había que seguir las órdenes. ¿Acaso no era por la gloria del Imperio?
Hizo clic en el intercomunicador.
-Polg, póngase en contacto con el puerto espacial. Informe al comandante Skilis de la lanzadera Kandarra de que el Dr. Barzon está en camino.
-Sí, señor -confirmó Polg desde la otra habitación.
-¿A dónde me llevan, General? -preguntó Barzon en voz baja.
-A nuestro centro de investigación.
-Pero, tengo que dar clases...
-Informaremos a sus colegas de la Universidad.
De modo que de esto se trata, pensó Barzon. Le obligarían a trabajar. No es que no se lo esperase. Pero, ¿qué otra opción tenía? Por lo menos, no sospechaban de su implicación con la resistencia.
-¿Y mi hijo?
-Cord ha sido reclutado al servicio del Imperio, doctor -dijo Zakar-. Cuando haya completado su investigación, Cord podrá marcharse si así lo desea.
-Ya veo -dijo lentamente, dudando que nunca le permitieran marchar a Cord-. Necesito mis notas...
-Todo lo que usted requiera le será entregado en el centro de investigación. -Zakar se puso en pie, indicando que su conversación había terminado. Barzon se levantó lentamente de la silla-. Guardia -dijo Zakar, sin dejar de mirar a Barzon muy de cerca-. Por favor, escolte al doctor Barzon al puerto espacial. -A medida que se volvía para irse, Zakar añadió-: Buena suerte con su investigación, doctor.

***

Era arriesgado para Dair Haslip entrar en el sistema de túneles de la resistencia a través de la entrada secreta en el cuartel general imperial, sobre todo a plena luz del día. Pero Dair estaba decidido a hacer que sus amigos supieran lo que le había sucedido a Carl Barzon.
Cuando entró en el centro de operaciones principal, Dair encontró Paca abrazando a una llorosa Alex.
-No te preocupes, Alex –estaba diciendo-. Traeremos a Carl aquí de inmediato.
-¿Qué está pasando? -preguntó Dair.
Alex miró a Dair, con sus ojos llenos de tristeza.
-Cord Barzon murió en el centro minero. ¡Todo es culpa mía!
-¿De qué estás hablando?
-No es tu culpa, Alex -dijo Paca, tranquilizador-. El temporizador no debió fijarse en las tres horas de retardo -explicó a Dair.
-¡¿Quieres decir que estabas allí cuando estalló?! ¿Estás bien? -preguntó Dair.
-Los vi llevar a Cord a la plataforma de aterrizaje. ¡Debería haberlos detenido!
-Entonces estarías bajo arresto, Alex. O tal vez muerta -dijo Paca, agradeciendo en silencio a la Fuerza que las explosiones de distracción fuera del perímetro hubieran aumentado la confusión en el centro minero-. Deja de culparte a ti misma. ¡No podrías haber salvado a Cord!
-Oh, no -dijo Dair en voz baja-. El Dr. Barzon.
Alex sintió el cambio de ánimo de Dair. Antes de que él pronunciase otra palabra, ella sabía lo que iba a decir.
-¿Qué pasa con él? -preguntó Paca, dándose cuenta de repente de que Dair rara vez entraba en el centro de operaciones en este momento del día.
-Han arrestado a Carl Barzon.
Paca se quedó en silencio por un momento. Había hablado con Carl tan solo la noche anterior acerca de esa posibilidad. Barzon había decidido no ocultarse, temiendo por la vida de su hijo. Y ahora su hijo estaba muerto. Y él ni siquiera lo sabía.
-¿Lo han trasladado al bloque de detención?
Dair miró a ambos.
-No, está de camino hacia el puerto espacial.
-¿Se lo están llevando fuera del planeta?
-¡Tenemos que detenerlos! -dijo Alex.
Paca sabía que tenían que intentarlo.
-Está bien, será mejor que vuelvas a tu escritorio, Dair. -Llamó a Mika Kaebra en la estación de comunicaciones-. Avisar a un equipo en el puerto espacial. Si Carl no está bajo fuerte custodia puede que tengamos la oportunidad de ponerlo en libertad.
La tensión era evidente. Todo el mundo en el centro de operaciones observó como Paca daba vueltas por la habitación. Nunca daba vueltas por la habitación.
Los pensamientos se centraron en Carl Barzon. Él había sido un valioso miembro de la resistencia durante más de 14 años. ¿Podrían salvarle de este sacrificio innecesario? Un sacrificio que el padre había estado dispuesto a hacer para mantener a su hijo con vida... el hijo que murió sin conocer nunca realmente a su padre.
Alex se sentó junto a Mika, sintiéndose todavía responsable de lo que estaba sucediendo. ¡Si sólo hubiera llegado al centro de operaciones antes! Podrían haber advertido a Carl para que desapareciera antes de ser arrestado.
Bajó la cabeza, tapándose la cara con las manos y tratando de bloquear el dolor. Sacudió la cabeza con disgusto... sabía tan bien como cualquiera que simplemente no había tiempo suficiente para organizar un intento de rescate.
No, no hay tiempo, pensó mientras levantaba la cabeza para comprobar el crono. Y, de repente, ya no estaba en el centro de operaciones...
Se quedó mirando el cuerpo tendido en el suelo, miró el bláster en su mano y se volvió hacia su compañero.
-Puede que haya llamado a seguridad -le dijo él-. Será mejor que salgamos de aquí.
Apenas había pronunciado esas palabras cuando Alex sintió que ya era demasiado tarde para salir por donde habían venido. Él también lo sintió, incluso antes de escuchar los pasos en el otro extremo del pasillo.
-Por aquí -dijo ella, agarrando su mano y conduciéndole a través de un laboratorio a oscuras. Al otro lado de la sala, ella había visto otra salida.
En cuestión de segundos estaban fuera, mirando por encima de la pared del balcón que les llegaba hasta la cintura, hacia la ladera de la montaña. El viento aullaba, azotando sus cuerpos con copos de nieve. Ninguno de los dos dijo una palabra mientras sacaban garfios de escalada de sus cinturones de utilidades. Actuaron rápidamente, sabiendo que los soldados de asalto no estarían muy lejos tras ellos.
Una rápida sacudida y los ganchos se clavaron con fuerza entre los riscos de la ladera rocosa por encima de ellos. Alex subió a la cornisa de piedra, saltó hacia atrás, y descendió haciendo rappel por la ladera de la montaña. A través de los remolinos de nieve, vio a su compañero hacer lo mismo pocos metros por encima de ella.
¡Entonces, de repente, se deslizó sin control por la ladera de la montaña! Segundos después, la cuerda se tensó, atrapada por alguna fuerza invisible.
-¡Alex! -gritó por encima del aullante viento-. ¡Toma mi mano!
Ella sintió una fuerza poderosa, una sensación de gran tranquilidad la envolvió. El tendió su mano sobre la pendiente de hielo para encontrarse con la de ella. Las yemas de los dedos se tocaron...
-Paca, he encontrado el canal -estaba diciendo Mika, cuando Alex se dio cuenta de que estaba en el centro de operaciones. La tragedia seguía desarrollándose.
Una calma mortal invadió la habitación. Alex sintió las fuertes manos de Paca sobre sus hombros mientras miraba la pantalla de Mika en la estación de intercepción. Mientras transcribía las transmisiones entre el transbordador y el puerto espacial, Mika abrió el canal de comunicación para que todos en el centro de operaciones pudieran oír a la nave que se llevaba a su compañero.
-Lanzadera Kandarra, tiene permiso para partir -dijo la voz en el comunicador.
-Gracias, control de espaciopuerto -respondió el piloto de la Kandarra.
Adiós, viejo amigo, pensó Paca.
Alex se quedó mirando la pantalla. Esa montaña nevada impregnó sus sentidos de nuevo. Y luego todo quedó claro en su mente. ¡Ahí es donde se estaban llevando a Carl Barzon! ¡Esa tenía que ser la ubicación de la base de investigación secreta imperial!
De alguna manera, en algún lugar, encontraría esa montaña. Encontraría a Carl Barzon. Esa montaña era parte de su destino. ¡Podía sentirlo!
Dos figuras en una ladera nevada... dos manos alcanzándose a través de una vasta blancura... yemas de los dedos estirándose, encontrándose... una fuerza poderosa acercando una mano a la otra... mano con mano... la montaña sería conquistada... y la luz prevalecería...
La Fuerza estará contigo... siempre.

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