La lanzadera clase Lambda voló rasante desde el oeste,
acercándose al complejo del centro de minería sobre el Océano Locura. El piloto
viró hacia el sur y bordeó los acantilados Tahika después de recibir el visto
bueno del Comando de Defensa Aérea.
Poco después de que hubieran salido del puerto espacial,
Alex se acomodó en la cabina, arrojando con aire casual su capa sobre el
respaldo de su asiento. Trabó conversación con el piloto, cautivándolo con su
conocimiento de la lanzadera. Trató de convencerle de que le dejase pilotar...
después de todo, ella tenía nueve años de experiencia y era considerada uno de
los mejores pilotos de Garos IV. Pero con el general Zakar a bordo, el joven teniente
no iba a permitir que ningún civil, ni siquiera la hija del Gobernador
Imperial, pilotase su nave.
El transbordador voló hacia el interior a través de los
acantilados. Durante unos segundos la única vista fueron las copas de los
árboles, y entonces la plataforma de aterrizaje apareció ante la vista,
cuidadosamente situada entre árboles y montañas. El piloto se abrió camino con
facilidad a través de los altísimos árboles e hizo descender suavemente a la
nave, tomando tierra cerca de una nave de carga.
El comandante general Carner, el oficial al mando del
centro minero, se acercó a la nave con cuatro soldados de asalto detrás de sus
talones. Se cuadró cuando escotilla de la nave se abrió con un siseo.
-Gobernador
Winger, General Zakar, señorita Winger. Bienvenidos al centro
minero. Estamos listos para la inspección -dijo secamente.
-Gracias, general -dijo Winger-. Veo que ya está ocupado
transportando el mineral -dijo, señalando al transporte de carga.
-Sí, finalmente somos capaces de hacer nuestro trabajo
sin que la resistencia interfiera -les dijo Carner.
-Excelente -convino el general Zakar.
-Si son tan amables de seguirme.
El turboascensor los llevó al nivel del suelo en menos
de un minuto. No mucho tiempo, pensó Alex. Otro soldado de asalto se cuadró al
instante cuando la puerta se abrió, y luego siguió al grupo a una discreta
distancia por un camino que conducía hacia la parte principal del complejo. El
comandante general Carner se deleitó en mostrarles sus mejores tropas, su bien
defendida guarnición, y, por supuesto, su plataforma de lanzaderas.
Alex se estremeció cuando una brisa fría se extendió por
el complejo. Alargó la mano y tocó el brazo de su padre.
-Me dejé la capa en el transbordador, Padre. Continuad
con la visita, y os alcanzaré en unos minutos.
-Por supuesto, querida.
-Comenzaré nuestra inspección en el bunker, señorita
Winger -dijo Carner, señalando un edificio que estaba tallado en la montaña, al
otro lado del complejo.
-Nos encontraremos allí -dijo ella, volviendo al
turboascensor. Mientras el ascensor volvía a ascender rápidamente los aproximadamente
40 metros ,
Alex estudió el panel de control de acceso.
Vaya, pensó,
esto va a ser interesante.
La puerta se abrió. Los soldados de asalto permanecían
montando guardia. Alex no les hizo caso y se dirigió hacia la lanzadera. El
piloto la saludó con la cabeza y sonrió cuando la vio agarrar la capa.
-¿Hace frío ahí fuera?
-Mucho frío -le dijo mientras ella se echaba la capa
sobre los hombros y se dirigía de nuevo hacia la rampa.
Muy bien, pensó.
Allá vamos.
La puerta del turboascensor apenas se había cerrado
detrás de ella cuando Alex cogió el medallón que llevaba. Los puntiagudos y afilados
bordes del diseño en forma de rayos de sol lo convertían en una excelente
herramienta para abrir cosas haciendo palanca. ¿Se sorprendería su padre de que
hubiera encontrado un uso tan ingenioso para su regalo?
En menos de cuatro segundos, el panel de acceso estuvo
abierto. Alex sacó algunas cargas especialmente manipuladas del bolsillo interior
de su capa. Presionó el compuesto de detonita en la cavidad alrededor de los
circuitos de control expuestos, y luego empujó el temporizador en la abertura.
En el nicho oscuro, sus dedos buscaron a tientas los pequeños botones. ¡Y,
demasiado tarde, se dio cuenta de que el temporizador había comenzado la cuenta
atrás, programada para explotar en cuatro minutos!
Alex golpeó el puño contra la pared.
-Tranquilidad -se dijo-. Todo se resolverá.
Volvió a colocar el panel de control medio segundo antes
de que la puerta del turboascensor se abriera de nuevo en la planta baja.
Pero no estaba preparada para ver al soldador de asalto
bloqueando su salida del ascensor. Ella jadeó y dio un paso atrás. Pero él
también parecía haber sido sorprendido con la guardia baja, y luego dio un paso
a un lado para dejarla pasar. Fue entonces cuando se encontró cara a cara con Cord
Barzon.
¡No! ¡Esto no
puede estar pasando!
Los ojos de Cord se cruzaron con los suyos. Él sonrió,
casi avergonzado por su difícil situación. Se encogió de hombros, levantando
las manos para mostrar las esposas. Alex estaba impresionada por su calma, su casual
aceptación de la situación. Podía sentir que Cord entendía la política detrás
de su encarcelamiento. Y no había miedo en su corazón, ni ira hacia su padre.
-Cord, yo...
-Lo siento, señorita Nada de hablar con el prisionero -le
dijo el soldado de asalto.
Alex caminó más allá de Cord, sosteniendo su mirada.
¿Habría algo que pudiera hacer para detenerlos? No era
sólo una cuestión de ponerse a sí misma en peligro: estaría condenando a
decenas de personas en la resistencia. Sólo lo que ella sabía, en manos del
Imperio, podría acabar con el movimiento de resistencia en Ariana.
¿Podía mantenerlos aquí unos minutos... tres minutos muy
largos?
-Sargento, ¿a dónde se lleva a este hombre?
-Eso tendrá que preguntárselo al general Zakar.
-Pero...
Otro soldado de asalto empujó a Cord al interior del
ascensor. Alex empezó a decir algo más, pero la puerta se cerró, emitiendo su
propia sentencia. Se quedó mirando la puerta, incapaz de apartar la mirada,
sabiendo que por algún inoportuno giro del destino, Cord Barzon estaba a punto
de morir.
Alex se volvió lentamente, y se obligó a alejarse de la
plataforma de lanzaderas. Su mente se llenó de confusión. A pesar de que había
arriesgado su propia vida una y otra vez, nunca había tenido que hacer frente a
una situación como esta. Sacrificar una vida para que otros pudieran continuar
la lucha... era una decisión que esperaba no tener que hacer nunca de nuevo.
El comandante general Carner acababa de explicar el
sistema defensivo del bunker cuando Alex se unió a la visita de inspección.
-Ah, justo a tiempo, señorita Winger –dijo-. ¿Entramos?
Alex sonrió y asintió con la cabeza. Echó un último
vistazo a la plataforma de lanzaderas. Esperaba que Carl Barzon lo entendiera.
De repente, una explosión sacudió el complejo. Alex agarró
a su padre e instintivamente cayó al suelo, tirándolo con ella.
En cuestión de segundos, una docena más de explosiones
estallaron fuera de la cerca perimetral. Alex miró con cautela y vio como la
pata de apoyo de la plataforma de aterrizaje gemía. En lo que parecía cámara
lenta, el metal chirrió, se retorció y finalmente cedió, y la plataforma se
estrelló contra el suelo.
***
El general Zakar leyó el informe preliminar en su tableta
de datos, luego sacudió la cabeza con disgusto. Había irrumpido en el cuartel
general imperial hacía más de una hora, después de aquel desastre en el centro
minero. Había subestimado a la resistencia garosiana por última vez. Tan pronto
como concluyera ese negocio con el Dr. Barzon, se ocuparía de ellos.
Hizo clic en el intercomunicador.
-Haslip, ¿puedes venir a mi oficina?
-De inmediato, señor -respondió la voz en el otro
extremo.
-¿Quería verme, mi general? -dijo Dair Haslip mientras
entraba en la oficina de Zakar.
-He preparado este informe para el capitán Emba en la Tempestad -dijo Zakar mientras sacaba
una tarjeta de la tableta de datos-. Por favor, llévelo a comunicaciones y
hágalo cifrar y transmitir inmediatamente, teniente.
-Sí, mi general -respondió.
El intercomunicador zumbó.
-¿Sí? -dijo Zakar.
-El Dr. Barzon está aquí, general -dijo el teniente Polg
desde la oficina exterior.
-Hágalo pasar -dijo Zakar, vislumbrando el ceño fruncido
en el rostro de Haslip, pero rechazándolo como un simple signo de curiosidad.
Dair se recuperó rápidamente, sin que su sobria
expresión diera indicios de que él y Carl Barzon fueran compañeros en la
resistencia.
-¿Necesita algo más, mi general? -preguntó Dair.
-No, eso es todo por ahora, Haslip.
Las manos de Carl Barzon estaban esposadas, su rostro
estaba pálido y demacrado. Cuando Dair pasó junto a él, intercambiaron una
breve mirada, un gesto imperceptible de la cabeza. La puerta se cerró.
-Dr. Barzon. Por favor, entre. Siéntese -dijo.
Barzon no dijo ni una palabra. Miró a su adversario,
tomando asiento frente al general.
Zakar ignoró la mirada.
-Lamento traerle aquí de esta manera -se disculpó-.
Guardia, retire las esposas al Dr. Barzon.
-¿Qué es lo que quiere, general? -preguntó finalmente Barzón
mientras se masajeaba las doloridas muñecas.
-Tengo entendido que su hijo fue detenido a principios
de esta semana -dijo Zakar, observando el momentáneo destello de dolor en los
ojos del otro hombre. Hizo una pausa, esperando ver una respuesta más amplia,
pero Barzon no ofreció ninguna-. Doctor, si quiere mi ayuda para conseguir la
liberación de Cord, tendrá que cooperar conmigo.
-¿Cooperar? -preguntó Barzon-. ¡Mi hijo no ha hecho nada
malo!
Bien, pensó
Zakar, una reacción... había ira en
la voz de Barzon.
-No, por supuesto que no -concedió.
-¿Por qué han capturado a Cord, general?
Zakar optó por no responder a esa pregunta. No, no podía
dejar que Barzon supiera que Cord ya estaba muerto. Ya no tendrían nada con lo que
someterle. Se inclinó hacia delante en su silla.
-¿Sabe, doctor? Su reciente inactividad no ha pasado
desapercibida. El gran almirante está... -hizo una pausa para mayor efecto- disgustado
por que no haya hecho progresos en su investigación con el mineral.
Barzon se volvió a la defensiva.
-¡He pasado años trabajando en este proyecto! La
investigación lleva su tiempo, general.
Zakar estudió el rostro del otro hombre.
-El gran almirante siente que usted puede necesitar más
estímulo para completar su investigación -le dijo Zakar.
Barzon suspiró, asintiendo con la cabeza al comprender.
-Así que han secuestrado a mi hijo y lo mantendrán como
rehén hasta que yo les ofrezca lo que quieren.
-Secuestro es una palabra muy dura, doctor.
-General, si tuviera las respuestas, con mucho gusto se
las daría a su gran almirante para lograr la liberación de mi hijo. Pero no las
tengo. Los avances no llegan de un día para otro. Pueden pasar años antes de
que el mineral sea refinado hasta el punto de que el Imperio lo encuentre útil
en la construcción de armas ocultas.
-Sin embargo, doctor, tal vez esto le dé una razón para
trabajar con más ahínco. -Zakar notó que la ira de Barzon iba amainando, y la
emoción que la sustituyó no era difícil de descifrar. Barzon miraba por la
ventana, con una expresión perdida en su cara. Romper el espíritu de un hombre no
era algo con lo que Zakar disfrutase, pero había que seguir las órdenes. ¿Acaso
no era por la gloria del Imperio?
Hizo clic en el intercomunicador.
-Polg, póngase en contacto con el puerto espacial.
Informe al comandante Skilis de la lanzadera Kandarra de que el Dr. Barzon está en camino.
-Sí, señor -confirmó Polg desde la otra habitación.
-¿A dónde me llevan, General? -preguntó Barzon en voz
baja.
-A nuestro centro de investigación.
-Pero, tengo que dar clases...
-Informaremos a sus colegas de la Universidad.
De modo que de
esto se trata, pensó Barzon. Le obligarían a trabajar. No es que no se
lo esperase. Pero, ¿qué otra opción tenía? Por lo menos, no sospechaban de su
implicación con la resistencia.
-¿Y mi hijo?
-Cord ha sido reclutado al servicio del Imperio, doctor -dijo
Zakar-. Cuando haya completado su investigación, Cord podrá marcharse si así lo
desea.
-Ya veo -dijo lentamente, dudando que nunca le
permitieran marchar a Cord-. Necesito mis notas...
-Todo lo que usted requiera le será entregado en el
centro de investigación. -Zakar se puso en pie, indicando que su conversación
había terminado. Barzon se levantó lentamente de la silla-. Guardia -dijo
Zakar, sin dejar de mirar a Barzon muy de cerca-. Por favor, escolte al doctor
Barzon al puerto espacial. -A medida que se volvía para irse, Zakar añadió-:
Buena suerte con su investigación, doctor.
***
Era arriesgado para Dair Haslip entrar en el sistema de
túneles de la resistencia a través de la entrada secreta en el cuartel general
imperial, sobre todo a plena luz del día. Pero Dair estaba decidido a hacer que
sus amigos supieran lo que le había sucedido a Carl Barzon.
Cuando entró en el centro de operaciones principal, Dair
encontró Paca abrazando a una llorosa Alex.
-No te preocupes, Alex –estaba diciendo-. Traeremos a
Carl aquí de inmediato.
-¿Qué está pasando? -preguntó Dair.
Alex miró a Dair, con sus ojos llenos de tristeza.
-Cord Barzon murió en el centro minero. ¡Todo es culpa
mía!
-¿De qué estás hablando?
-No es tu culpa, Alex -dijo Paca, tranquilizador-. El
temporizador no debió fijarse en las tres horas de retardo -explicó a Dair.
-¡¿Quieres decir que estabas allí cuando estalló?!
¿Estás bien? -preguntó Dair.
-Los vi llevar a Cord a la plataforma de aterrizaje. ¡Debería
haberlos detenido!
-Entonces estarías bajo arresto, Alex. O tal vez muerta -dijo
Paca, agradeciendo en silencio a la Fuerza que las explosiones de distracción
fuera del perímetro hubieran aumentado la confusión en el centro minero-. Deja
de culparte a ti misma. ¡No podrías haber salvado a Cord!
-Oh, no -dijo Dair en voz baja-. El Dr. Barzon.
Alex sintió el cambio de ánimo de Dair. Antes de que él
pronunciase otra palabra, ella sabía lo que iba a decir.
-¿Qué pasa con él? -preguntó Paca, dándose cuenta de repente
de que Dair rara vez entraba en el centro de operaciones en este momento del
día.
-Han arrestado a Carl Barzon.
Paca se quedó en silencio por un momento. Había hablado
con Carl tan solo la noche anterior acerca de esa posibilidad. Barzon había
decidido no ocultarse, temiendo por la vida de su hijo. Y ahora su hijo estaba
muerto. Y él ni siquiera lo sabía.
-¿Lo han trasladado al bloque de detención?
Dair miró a ambos.
-No, está de camino hacia el puerto espacial.
-¿Se lo están llevando fuera del planeta?
-¡Tenemos que detenerlos! -dijo Alex.
Paca sabía que tenían que intentarlo.
-Está bien, será mejor que vuelvas a tu escritorio,
Dair. -Llamó a Mika Kaebra en la estación de comunicaciones-. Avisar a un
equipo en el puerto espacial. Si Carl no está bajo fuerte custodia puede que
tengamos la oportunidad de ponerlo en libertad.
La tensión era evidente. Todo el mundo en el centro de
operaciones observó como Paca daba vueltas por la habitación. Nunca daba
vueltas por la habitación.
Los pensamientos se centraron en Carl Barzon. Él había
sido un valioso miembro de la resistencia durante más de 14 años. ¿Podrían
salvarle de este sacrificio innecesario? Un sacrificio que el padre había
estado dispuesto a hacer para mantener a su hijo con vida... el hijo que murió sin
conocer nunca realmente a su padre.
Alex se sentó junto a Mika, sintiéndose todavía
responsable de lo que estaba sucediendo. ¡Si sólo hubiera llegado al centro de
operaciones antes! Podrían haber advertido a Carl para que desapareciera antes
de ser arrestado.
Bajó la cabeza, tapándose la cara con las manos y
tratando de bloquear el dolor. Sacudió la cabeza con disgusto... sabía tan bien
como cualquiera que simplemente no había tiempo suficiente para organizar un
intento de rescate.
No, no hay
tiempo, pensó mientras levantaba la cabeza para comprobar el
crono. Y, de repente, ya no estaba en el centro de operaciones...
Se quedó mirando el cuerpo tendido en el suelo, miró el
bláster en su mano y se volvió hacia su compañero.
-Puede que haya llamado a seguridad -le dijo él-. Será
mejor que salgamos de aquí.
Apenas había pronunciado esas palabras cuando Alex
sintió que ya era demasiado tarde para salir por donde habían venido. Él
también lo sintió, incluso antes de escuchar los pasos en el otro extremo del
pasillo.
-Por aquí -dijo ella, agarrando su mano y conduciéndole
a través de un laboratorio a oscuras. Al otro lado de la sala, ella había visto
otra salida.
En cuestión de segundos estaban fuera, mirando por
encima de la pared del balcón que les llegaba hasta la cintura, hacia la ladera
de la montaña. El viento aullaba, azotando sus cuerpos con copos de nieve.
Ninguno de los dos dijo una palabra mientras sacaban garfios de escalada de sus
cinturones de utilidades. Actuaron rápidamente, sabiendo que los soldados de
asalto no estarían muy lejos tras ellos.
Una rápida sacudida y los ganchos se clavaron con fuerza
entre los riscos de la ladera rocosa por encima de ellos. Alex subió a la
cornisa de piedra, saltó hacia atrás, y descendió haciendo rappel por la ladera
de la montaña. A través de los remolinos de nieve, vio a su compañero hacer lo
mismo pocos metros por encima de ella.
¡Entonces, de repente, se deslizó sin control por la
ladera de la montaña! Segundos después, la cuerda se tensó, atrapada por alguna
fuerza invisible.
-¡Alex! -gritó por encima del aullante viento-. ¡Toma mi
mano!
Ella sintió una fuerza poderosa, una sensación de gran
tranquilidad la envolvió. El tendió su mano sobre la pendiente de hielo para
encontrarse con la de ella. Las yemas de los dedos se tocaron...
-Paca, he encontrado el canal -estaba diciendo Mika, cuando
Alex se dio cuenta de que estaba en el centro de operaciones. La tragedia seguía
desarrollándose.
Una calma mortal invadió la habitación. Alex sintió las fuertes
manos de Paca sobre sus hombros mientras miraba la pantalla de Mika en la
estación de intercepción. Mientras transcribía las transmisiones entre el
transbordador y el puerto espacial, Mika abrió el canal de comunicación para
que todos en el centro de operaciones pudieran oír a la nave que se llevaba a
su compañero.
-Lanzadera Kandarra,
tiene permiso para partir -dijo la voz en el comunicador.
-Gracias, control de espaciopuerto -respondió el piloto de
la Kandarra.
Adiós, viejo
amigo, pensó Paca.
Alex se quedó mirando la pantalla. Esa montaña nevada
impregnó sus sentidos de nuevo. Y luego todo quedó claro en su mente. ¡Ahí es
donde se estaban llevando a Carl Barzon! ¡Esa tenía que ser la ubicación de la
base de investigación secreta imperial!
De alguna manera, en algún lugar, encontraría esa
montaña. Encontraría a Carl Barzon. Esa montaña era parte de su destino. ¡Podía
sentirlo!
Dos figuras en una ladera nevada... dos manos alcanzándose
a través de una vasta blancura... yemas de los dedos estirándose,
encontrándose... una fuerza poderosa acercando una mano a la otra... mano con
mano... la montaña sería conquistada... y la luz prevalecería...
La Fuerza estará contigo... siempre.
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