Un duro invierno
Patricia A. Jackson
En el fulgor implacable de los soles gemelos de Tatooine, el Mar de
las Dunas parecía estar en llamas. Monótonas formaciones de arcilla endurecida
y una gran extensión de dunas desérticas creaban un infinito dosel de aire
recalentado. Un ligero viento a baja altitud soplaba sobre las crestas de las
dunas, empujando constantemente arena y polvo contra los pies de aterrizaje del
Inquebrantable.
A la llegada de la noche, la temperatura presionaba las escalas
indicadoras más allá del máximo, ahogando a un ansioso Drake Paulsen mientras
caminaba a la sombra de su carguero ligero Ghtroc, el Inquebrantable. Agitado, se agarró las mangas de su chaqueta de
vuelo y la arrojó por la rampa hacia el corredor. Era poco alivio contra los
vientos calientes. El joven socorrano se pasó las manos por su desordenada melena
marrón de rizos sueltos, y luego jugueteó con los dedos en el pendiente dorado de
su lóbulo izquierdo.
Soplando desde el desierto profundo, la dirección del viento cambió bruscamente.
Como la mayoría de Tatooine, este lugar en particular no tenía nombre, ni
méritos, sólo un conjunto de coordenadas que le había llegado de boca de
compañeros traficantes de confianza. Ve a Tatooine; un amigo de tu padre está
en problemas. Después habían llegado coordenadas precisas y planos vectoriales.
Transmitiendo una urgencia que iba más allá de su críptico significado, la
información había llegado en socorrano, meticulosamente ensayado por aquellos que
ignoraban el lenguaje. En respuesta a ese llamamiento, Drake había recorrido media
galaxia, llegando sólo momentos antes de la hora establecida.
Un gemido lastimero resonó suavemente desde el pasillo interior del Inquebrantable. Con las manos en las
caderas, Drake se volvió hacia el contorno sombreado de su socio, la wookiee
Nikaede. Traduciendo mentalmente palabras y frases, se encogió de hombros
pensativo, observando el contorno curvo de la ballesta que ella sostenía en sus
manos.
-Nunca tendrías un blanco claro con esa tormenta que se avecina -gruñó
él, con un tono involuntariamente brusco en su voz.
Más allá del horizonte que comenzaba a oscurecerse, un muro de arena y
polvo había creado una enorme nube opaca que se movía en su dirección. En su
interior, Drake podía oír el viento, un rumor lejano que reverberaba contra la
ladera de la pequeña cordillera.
-Sólo mantén tus ojos abiertos -gruñó y continuó dando vueltas con
nerviosismo.
Al cabo de una hora, el frente de la tormenta había llegado, haciendo
volar la arena y el polvo punzante. Preparado para hacer frente a lo peor de la
tormenta, Drake se puso sus gafas de vuelo.
-¡Nikaede! -gritó desde la rampa-. ¡Sella los impulsores! Esto podría
ponerse feo.
Recordando las tormentas de ceniza que plagaban su mundo natal, Drake
se quedó mirando la tormenta, recortando Tatooine y sustituyendo cada imagen
con una visión de su mundo natal, Socorro. Estos pensamientos bruscos del hogar
le tocaron la fibra sensible, revolviendo una terrible sensación de extravío y
vacío en su interior. Distraído, el joven pirata no se dio cuenta de la
proximidad del peligro hasta que el sonido de pasos resonó por encima del
viento. Sobresaltado, Drake se dio la vuelta, sacando su pistola en un
movimiento fluido.
-¡No te acerques más! -gruñó en básico, reconociendo las ropas hechas
jirones y el filtro de aire de un incursor tusken. Envuelto en la violencia del
viento, el carroñero del desierto se detuvo brevemente, observando al pirata
con fría arrogancia antes de reanudar su amenazador avance.
-¡Vete! -ladró Drake, mientras el intruso se acercaba un paso, obligándolo
a retroceder otro paso más-. Te lo advierto -dijo entre dientes. Su espalda se
encontró con una brusca resistencia, el cuerpo de un segundo incursor tusken-.
¡Nikaede! -chilló, cuando otras sombras comenzaron a moverse a lo largo del
perímetro de la nave. Apartando de un codazo al carroñero del desierto, salió
disparado hacia la rampa.
El asaltante se tambaleó hacia atrás, doblado, arrancándose trapos y
pedazos de tela de su cabeza.
-Drake –exclamó con voz apagada-. ¡Soy yo! ¡Tait Ransom!
A pesar de la furiosa nube de polvo que les rodeaba, Drake reconoció
la inconfundible melena salvaje de pelo negro que emergió del disfraz, y el
rostro moreno que ésta enmarcaba.
-¡Eres tú!
Rugiendo con vehemencia, Nikaede corrió a través de la rampa de
bajada, sosteniendo su arco de energía modificado. Gruñó ferozmente, acercándose
protectoramente a su capitán, que estaba rodeado de extraños.
-Tranquila, Nik -dijo Drake riendo entre dientes-. Mira quién es.
-Veo que aún mantienes la misma compañía -rezongó el contrabandista,
masajeándose una costilla magullada-. Mira, Drake -dijo secamente-, no hay
mucho tiempo. Me alegra ver que recibiste mi mensaje.
-¿Tú enviaste esa llamada de socorro?
-No es para mí -dijo Tait. Frunciendo los gruesos labios, silbó
fuertemente, una nota vacilante que trascendía el viento. En respuesta, varias
figuras se deslizaron por la arena, a través de la oscuridad y hacia la nave.
Mientras se acercaban, llevaban con ellos un cuerpo inerte, inmóvil. Luchando
débilmente, la cara del hombre estaba hinchada y enrojecida por la fiebre, con
gran cantidad de cicatrices y heridas.
-¡Toob! -gritó Drake con horror. Reconoció las horribles cicatrices,
sabiendo que tenían casi dos años más de antigüedad de lo que parecían. Uno de
sus ojos había desaparecido, y la cuenca había sido cubierta con un descolorido
parche de piel escamosa. El otro ojo no era humano, sino un implante
cibernético que brillaba intermitentemente, como si funcionase mal.
-Es un duro invierno, cuando un contrabandista llega al final de sus
días -susurró con tristeza Tait. Se apartó a un lado de la rampa, indicando a
sus hombres que subieran al carguero.
-¿Qué pasó? -La wookiee gruñó amenazadoramente; Drake la hizo callar
con una mirada severa-. ¡Acompáñales a mi camarote!
Cuando el socorrano se volvió hacia él en busca de respuestas, Ransom
agitó la mano delante de su rostro, restando importancia.
-Olvida los detalles, Drake, yo realmente no los conozco. No sé qué le
pasa o cómo llegó a este estado.
Inclinándose en la cintura, sacudió la arena de su filtro de aire,
golpeándolo ligeramente contra su talón. En un extraño dialecto, indicó a su gente
que se apartasen del Inquebrantable.
-Bueno, ¿entonces qué sabes? –rezongó Drake.
-Se está muriendo -susurró Tait con arrogancia-. Y ya estaría muerto si
no le hubiera seguido de cerca. -Observó al socorrano cuidadosamente para ver
su reacción-. Jabba tiene una peculiaridad acerca de las personas que mueren en
su palacio. Una muerte inútil es una muerte sin sentido. Si no es divertido, o
al menos rentable, entonces trae mala suerte. Y Jabba odia la mala suerte. -Encogiéndose
de hombros, Tait comenzó a caminar de vuelta hacia la tormenta-. Nos ordenó que
le arrojásemos en el desierto. Afortunadamente, yo tenía un cargamento de
especias que entregar y eso me dio el tiempo suficiente para hacer correr la
voz.
-¿Pero por qué? -preguntó Drake-. ¡Toob nunca le ha fallado a Jabba!
-Esto no tiene nada que ver con fallarle a nadie, Drake. -Reconociendo
el carácter del socorrano, Tait siseó-: ¡No te hagas grandes ilusiones, chico!
Esto no es Socorro y no estamos hablando de Abdi-Badawzi. -Cogió a Drake por el
cuello, complacido por el temeroso brillo que nublaba los ojos del muchacho-. Aquí
estamos en la primera división. Tu papá no está aquí para recoger los pedazos
si te equivocas. -Al soltar al socorrano, susurró-: Es mejor que te vayas al
otro lado de la galaxia. -Ransom se puso su máscara y su filtro respirador-.
Espera a que pase la tormenta antes de abandonar el planeta.
Tan silenciosamente como había llegado, desapareció en la tormenta de
arena.
Subiendo la rampa a la carrera, Drake inició la secuencia de cierre.
Una repentina ráfaga de viento sacudió el Inquebrantable,
golpeando a través de los conductos de ventilación y los cilindros abiertos.
-¡Nikaede, fija los soportes de aterrizaje y bloquea todos los conductos
de ventilación! -Su voz resonó por el pasillo, ahogada por el aullido del vendaval
de afuera-. ¡Asegúrate de que los escudos de las bobinas del impulsor estén activos!
Saliendo del camarote del capitán, la wookiee rugió indicando que
había entendido las órdenes, deteniéndose brevemente para mirar a su compañero
y luego a la cabina. Un gemido lastimero escapó de su boca con grandes dientes.
-No te preocupes -le susurró Drake-. Me ocuparé de él yo mismo. Sólo
cierra esos respiraderos y asegúrate de que el hiperimpulsor funciona. Puede
que necesitemos usarlo a toda prisa. –Cuando la wookiee se retiró, el socorrano
vaciló en la puerta de su camarote personal. De mala gana, entró, forzando una
larga y temblorosa respiración en sus pulmones. Arrodillándose junto a la
litera integrada en el mamparo, se quedó mirando a la figura marchita que había
bajo las mantas y vio cómo el anciano se estremecía y gemía en su delirio. Tomando
el botiquín y una toalla antiséptica de su interior, suavemente limpió la
frente febril de Toob, frunciendo el ceño conforme la suciedad y el polvo se
pegaban a la tela y dejaban al descubierto la carne mutilada y quemada por el
sol de la cara del corelliano-. ¿Toob? -susurró.
Con un parpadeo, el ojo se abrió, con sus bordes hinchados y rojos por
la fiebre. Asentada en la cuenca de carne suelta, la unidad cibernética zumbó
ruidosamente, enfocando al joven pirata. Brevemente, una leve sonrisa se formó
en los labios llenos de ampollas de Toob.
-Drake -murmuró con voz ronca-. ¿Realmente eres tú, muchacho?
-¿Quién si no? -susurró Drake. Tal como había hecho tantas veces
cuando era niño, tomó la mano del contrabandista y presionó la palma contra su
frente. Luchando contra las lágrimas, recordó la fuerza de esa mano tan sólo 10
años atrás y cómo había sido capaz de acunarlo y protegerlo. Drake miró, impávido,
el arruinado rostro del corelliano, recordando cómo un encuentro traumático con
un detonador termal casero había dejado siete hombres muertos y dos supervivientes,
uno que perdió una pierna, y el otro los ojos. Todo como resultado del intento
fallido de un cazador de recompensas por conseguir la fama. Un parche suave y
amarillento de piel callosa cubría lo que debería haber sido el ojo izquierdo y
su cuenca. Poco después de perder el ojo derecho debido a la radiación, fue
sustituido por la óptica cibernética.
Bañado en sudor frío, Toob balbuceó:
-Yo... sabía que ese granuja... Tait Ransom... te encontraría -dijo
con voz ronca. Presa de un violento espasmo de dolor, el corelliano se encogió,
tosiendo. Gimiendo miserablemente, se relajó sobre las almohadas, temporalmente
atrapado entre la inconsciencia y la vigilia.
-Tranquilo -susurró Drake-. Ahora estás a salvo. Guarda tus fuerzas. -Sus
palabras cayeron en oídos sordos mientras arropaba al anciano subiendo las
mantas hasta su cuello-. ¡Nik! -exclamó por el comunicador interno-. Eleva 10
grados la temperatura de mi camarote.
Agotado y desmoralizado por la caída de un héroe de su infancia, Drake
se aferró a la mano de Toob, posando la carne fría y firme contra su frente, como
si anclase al corelliano en el mundo material. Inundado por un torrente de
imágenes de la infancia, sonrió, recordando las palabras subidas de tono de una
canción bar de contrabandistas, una que Toob había utilizado a menudo como si
fuera una nana. Al recordar la calidez y la energía del abrazo del hombre y el
coro ronco de las palabras, comenzó a cantar.
-He estado a ambos lados de un bláster. Se me conoce por quiénes son
mis enemigos. Estoy preparado para saltar al desastre. Dulce dama -bostezó con
fuerza-, dulce dama, bésame, bésame por favor. –Medio dormido, siguió
murmurando-. He hecho... la carrera de Kessel... y he sobrevivido...
Conforme el sopor del agotamiento se apoderaba de él, se quedó
plácidamente dormido.
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