Sombras de oscuridad
Charlene Newcomb
La escena se había vuelto demasiado familiar en la ciudad de
Ariana. Seis soldados de asalto surgieron del transporte. Se movían de manera
eficiente subiendo las escaleras de piedra de la casa. Los rifles bláster estaban
listos ante cualquier señal de problemas. TK-121 miró a sus compañeros y
asintió con la cabeza. Hizo estallar la puerta y cuatro de los soldados
irrumpieron en la casa.
Sus ocupantes habían estado durmiendo, pero despertaron de golpe
por el sonido de la puerta al ser destruida. Carl Barzon se presentó en la
puerta de su dormitorio.
-¿Qué significa todo esto? -preguntó mientras TK-718 lo empujaba
para entrar al dormitorio.
-¡Suéltenme! –pidió su hijo, luchando contra dos soldados que lo
sacaron a rastras de otra habitación.
-Aquí no hay nadie más, señor -informó TK-718.
-Está bien. Mételo en el transporte -ordenó TK-121.
-¿A dónde llevan a mi hijo? -preguntó el Dr. Barzon-. -¡No ha
hecho nada malo!
Las tropas de asalto ignoraron las súplicas de Barzon mientras
Cord Barzon era rudamente escoltado fuera de la casa. El joven vio el dolor en
los ojos de su padre.
-Padre, no te preocupes. Estaré bien -le dijo. Barzon vio con
horror como se llevaban a su única familia. Nunca se había sentido tan
impotente. Apoyado en el marco de la puerta, observó alejarse al transporte y
se dio cuenta de lo irónico que era que los imperiales hubieran detenido a su
hijo. Cord, un estudiante de la universidad donde Barzon enseñaba y llevaba a
cabo investigaciones, nunca había estado involucrado en actividades
clandestinas de la resistencia aquí en Garos. Y ni siquiera sospechaba el papel
de su padre en ese grupo. Dr. Barzon siempre había esperado que las tropas de
asalto se presentaran un día ante su puerta... pero para arrestarle a él, no a
su hijo.
Ahora, simplemente habían obligado a Cord a ir con ellos. Y no
había nada que Carl Barzon pudiera hacer al respecto.
***
Dos boetays salvajes aullaron a lo lejos. Una bandada de crupas pasó
volando sobre sus cabezas, recortada contra una de las lunas de Garos. Las criaturas
de la noche se dirigían al este, hacia el valle conforme el viento se volvía
más frío en las montañas que rodeaban el centro minero.
Chance observó a los crupas desaparecer por encima de la copa de
los árboles, y luego volvió su atención hacia el complejo minero imperial. Era
la primera vez que se acercaba tanto desde hacía tiempo; el aumento de
patrullas imperiales y de sensores al sur de Ariana habían impedido al
movimiento clandestino la observación directa en los últimos meses.
-Bueno, NP -dijo, usando un apodo que significaba niña pequeña,
algo que él había llamado a su compañera desde su primera misión de
reconocimiento casi cuatro años antes-, tengo entendido que tú has sido quien
nos encontró este agujero en la red de sensores.
-Con el equipo adecuado en un aerodeslizador, se pueden hacer
todo tipo de trucos -contestó la veinteañera Alex Winger. Por no hablar de que no
era demasiado probable que Defensa Aérea derribase el aerodeslizador de su
padre.
Se habían acostumbrado a las locas maniobras de Alex, recomendándole
cortésmente que saliera de la zona de vuelo restringido. Ser la hija del
gobernador imperial de Garos tenía sus ventajas.
-Sí -dijo con una gran sonrisa-, ¡con el equipo y el piloto adecuado!
Alex centró sus macrobinoculares en la entrada de la mina.
-Parece que es la hora del cambio de turno -dijo. Cincuenta
mineros, todos vestidos con los mismos monos grises, surgieron de las minas con
una escolta de soldados de asalto. Las luces alrededor del complejo iluminaban
las cansadas expresiones de los sucios rostros de los mineros. Caminaron a
través del complejo hacia los barracones-prisión.
-Ya lo han convertido en una rutina. -La sonrisa de Chance se
tornó en una mueca mientras se ceñía la capucha alrededor de la cabeza para
protegerse del frío-. ¿Tú qué crees? -preguntó mientras examinaba el resto del
complejo-. ¿Unas diez o doce horas hasta que terminen esa plataforma de
lanzadera?
Alex estudió la estructura que se alzaba en el lado suroeste del
complejo.
-No más tiempo -dijo ella.
Chance no podía apartar los ojos de esa plataforma de aterrizaje
mientras sopesaba las opciones posibles.
-¿Sabes, NP? Podríamos golpearla con el Plex. Está a unos 200 metros de distancia de
aquí. Dos o tres disparos deberían hacer algún daño importante -le dijo.
-¡Y nos echaría encima a la mitad de las fuerzas imperiales de
Garos! -le recordó-. Nuestras opciones de escape son bastante pobres en este
lado del complejo, Chance. La única salida es hacia el este. Y cerrarían esa brecha
tan rápido...
-Entonces, ¿no crees que valga la pena correr el riesgo?
Alex negó con la cabeza.
-Ese mineral acopiado no parece ir a ninguna parte. No ha llegado
aquí en meses un Destructor Estelar para la recogida. Ojalá hubiéramos
escuchado más noticias sobre lo que está pasando ahí fuera -dijo ella,
inclinando la cabeza hacia las estrellas-. Ha estado todo muy tranquilo.
-Sí.
Chance tomó un trago de su termojarra, se apoyó en una roca
pequeña, y miró hacia el cielo lleno de estrellas.
Alex notó la mirada en los ojos de Chance. Él realmente no
pertenecía a ese lugar. Al igual que ella, tenía las estrellas en su sangre.
-Siempre he sentido que mi destino está en algún lugar allá
arriba -le dijo-. Tú tampoco eres de Garos, ¿verdad, Chance?
Él se volvió, reconociendo una variedad de emociones en la voz
de Alex, y se preguntó cómo podría ella saberlo. Él nunca había contado nada de
su pasado a nadie.
-Cierto -dijo.
Alex suspiró.
-Me trajeron aquí cuando yo tenía seis años. Mi familia fue
asesinada durante un ataque imperial -dijo en voz baja mientras gritos lejanos
atravesaban su mente. Apenas podía recordar a los abuelos con quienes se estaba
criando entonces. Ella había sido dejada a su cuidado por un padre al que
recordaba aún menos, un padre que probablemente ni siquiera supiera que aún
estaba viva. Pero los recuerdos del ataque seguían siendo vívidos después de
todos esos años.
-Yo... -Chance hizo una pausa, decidiendo no contarle lo que
sabía acerca del pasado de Alex, o del suyo propio. Extendió la mano y tocó con
suavidad la de Alex-. Lo siento -dijo finalmente. Él había estado allí cuando
encontraron a la niña de seis años inconsciente, enterrada bajo los escombros.
Había visto de primera mano la destrucción causada por el Imperio al que una
vez sirvió. Aquello cambió la vida de Alex... y también había cambiado la suya.
Ella sacudió sus pensamientos tristes.
-¿Crees en el destino, Chance?
-¿Quieres decir que debido a lo que pasó con tu familia,
terminaste en Garos trabajando para la resistencia? Bueno, sí -asintió con la
cabeza-, yo diría que eso es el destino, NP.
Ella le sonrió.
-Bueno, ¿y cuándo escucharé tu historia, amigo mío?
-Algún día –respondió-. Tal vez.
***
La luz tenue daba la impresión de una noche eterna en el centro de
operaciones de la resistencia clandestina. Pero, enterrado profundamente bajo el
Cuartel General Imperial, el lugar estaba atendido durante todo el día por operarios
acurrucados sobre equipos de comunicaciones y computadoras que iluminaban sus
rostros con un suave resplandor azulado. El paso del tiempo sólo resultaba
evidente por un crono que colgaba sobre la puerta.
Cuando Alex entró en la habitación a las 08:00, hizo un gesto
con la cabeza hacia los operarios en las estaciones de intercepción de
comunicaciones y saludó con la mano a otro amigo que hacía anotaciones en la
pantalla principal de la habitación. Entonces advirtió que Mika Kaebra le hacía
señales, apuntando urgentemente en dirección de la oficina Magir Paca.
Ella miró hacia la pared transparente que separaba la escasamente
amueblada oficina de Paca del centro de operaciones principal. Un sentimiento
de temor se apoderó de ella. Por un breve momento, una visión de una montaña
nevada, una visión que había tenido muchas veces, le llenó los sentidos.
Carl Barzon estaba sentado con la cabeza entre las manos. Magir
Paca, uno de los líderes de la resistencia, se inclinaba sobre él, apoyando su
mano sobre el hombro del doctor para confortarle.
-¿Qué ha pasado? -preguntó Alex mientras entraba en la
habitación.
Barzon miró a Alex, con los ojos llenos de dolor. Nunca lo había
visto así.
-¡Se llevaron a mi hijo, Alex! ¡Se llevaron a Cord!, exclamó.
-¿Quién? -preguntó, aunque ya sabía la respuesta.
-¡Soldados de asalto imperiales! ¡Llegaron a la casa durante la
noche y se lo llevaron!
Alex miró a Paca.
-¿Está detenido en el cuartel general? -le preguntó, esperando poder
ser capaz de liberar a Cord antes de fuera llevado a las minas.
-Se ha ido, Alex -contestó Barzón.
-¿Ido?
-Ya lo han trasladado al centro de minería -le dijo Paca-. No
fue llevado al Cuartel General Imperial para ser interrogado como los demás.
¿Significaba eso que los imperiales sabían que Cord Barzon no
era un miembro de la resistencia? ¿Qué estaban tramando? Una alarma sonó en la
mente de Alex. El Imperio había estado sumamente interesado en la investigación
del doctor Barzon acerca del mineral de las minas garosianas y su posible uso
en tecnología de camuflaje. Habían tratado en numerosas ocasiones de
convencerlo para que trabajara más duro. Dado que el soborno parecía no funcionar,
¿usarían a su hijo como baza?
Alex se sentó frente a Barzon y le tomó las manos con las suyas.
-Averiguaremos lo que está pasando, doctor.
Él asintió con la cabeza, preguntándose de qué les serviría ese
conocimiento. No podían ir a por Cord. El centro minero estaba demasiado bien
defendido. Y Carl Barzon lo sabía mejor que nadie.
-¿Estarás bien? -le preguntó Alex.
-No tengo otra opción, Alex- -Respiró hondo y se levantó para
irse-. Ahora tengo que ir a la universidad. Tengo que dar una clase.
A medida
que lo vio partir, un escalofrío trepó por la columna vertebral de Alex... esa montaña
nevada brilló en su mente otra vez. ¿Por
qué?, se preguntó.
-Estará bien -dijo Paca, aunque el tono de su voz indicaba que
no estaba convencido del todo.
-¿Crees que se ha tratado de una captura al azar, Paca? -preguntó
Alex.
Paca se pasó una mano sobre los ojos cansados.
-No. Tiene que ser una trampa -dijo, haciéndose eco de sus
pensamientos-. Hablaré con Carl más tarde y le preguntaré qué le parecería
desaparecer por un tiempo.
-Nunca vas a convencerle de que viva en la clandestinidad, Paca -le
dijo Alex-. Sabe lo que el Imperio le hará a Cord.
Paca también lo sabía.
-Maldita sea -dijo en voz baja. Entonces recordó que Alex había
venido a informar sobre las actividades imperiales alrededor de las minas-. Entonces,
Alex, ¿es posible que la hija del Gobernador Imperial de Garos tenga alguna
buena noticia para nosotros esta mañana?
-Me gustaría tenerla -se quejó-. Nuestros amigos imperiales
están muy ocupados. Están trabajando toda la noche. Contamos 50 mineros por cada
turno de cuatro horas. Y pasaron otros dos de esos contenedores de mineral a la
zona de espera. Está bajo fuerte custodia.
-Hmm. Nuestras operaciones de intercepción no han oído nada acerca
de una recogida todavía, pero parece que están esperando una pronto.
-Bueno, serán capaces de mover el mineral desde las minas hasta
naves en órbita. La plataforma de aterrizaje de lanzaderas estará en
funcionamiento dentro de unas cuatro o cinco horas.
Paca maldijo en silencio para sí mismo. Llevaba años trabajado
con la resistencia, pero nunca se había sentido tan impotente.
Habían perdido toda una célula de la resistencia dos semanas
antes -cinco operativos- cuando el Imperio toda esa operación. Por no hablar del
aumento en la seguridad, la plataforma de lanzaderas, el mineral acopiado, y
ahora el secuestro del hijo de Carl. Y no había nada que él pudiera hacer al
respecto en ninguno de los casos. Sacudió la cabeza con disgusto.
Alex sintió su abatimiento. Pero quizás aún más de lo que Paca
se daba cuenta, ella sabía que la detención de Cord Barzon podría afectar a
vidas mucho más allá de Garos IV. Se estremeció al pensar lo que podría suceder
si Carl Barzon se veía obligado a completar su investigación. ¿No podría hacerse
nada para detener al Imperio?
La puerta de la oficina de Paca se abrió, y Alex sintió una
ráfaga de aire frío mientras la habitación parecía desvanecerse a su alrededor.
De repente, se encontró colgando de una cuerda, aferrándose a la montaña
cubierta de nieve de sus visiones...
-¡Alex, toma mi mano!
A través de los remolinos de nieve, una mano se acercó a ella.
Ella luchó por tocar esos dedos que estaban justo fuera de su alcance. Su mano
rozó la roca desnuda, y luego por la ladera helada. La yema de sus dedos rozó
la yema de los de la otra mano, sólo para ser apartados por una ráfaga de
viento arrollador... y Alex cayó en un abismo oscuro...
-¡No! -gritó.
-Alex, ¿qué ocurre? ¿Estás bien? –preguntó Paca, llegando a
tocarle el brazo. Nunca había visto una mirada tan asustada en sus ojos. Ella
sacudió la cabeza para aclarar la visión, luego pasó rápidamente su mirada de
Paca a su crono tratando de ocultar el torrente de emociones que se apoderaba
de ella.
Esa visión... ella había tenido esa visión una docena de veces
en los últimos dos años. No es así como sucede, gritaba una voz en el fondo de
su mente. ¡Las manos! ¡Siempre se habían reunido antes! El hombre de la visión
siempre le había puesto a salvo. ¡No lo
entiendo!
-Yo... Será mejor que me vaya o llegaré tarde a clase -alcanzó a
decir finalmente.
-¿Seguro que estás bien?
-Sí, estoy bien -le dijo ella, pero esa chispa que siempre le
había dado esperanza se había ido.
-Está bien. -No sabía qué más decir.
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