martes, 12 de febrero de 2013

Sombras de oscuridad (II)


El Gobernador Imperial Tork Winger entró en el vestíbulo de la mansión y se quedó mirando a su alrededor. Se sentía cansado, más cansado de lo que se había sentido en años. Quizá fuera su edad. Tal vez se estaba haciendo demasiado viejo para hacer frente a la política y sus intrigas.
Winger suspiró, mirando el antiguo reloj en el vestíbulo... 22:00. Se había perdido la cena con Alexandra esa noche. Desde que se ella había mudado a la universidad varios meses antes, quedaban para una cena especial una vez a la semana. Y ahora ya no podría verla. Frunció el ceño. Eso habría sido el único punto luminoso de todo ese día.
Oyó un movimiento en la parte superior de las escaleras. Levantó la mirada, y sus ojos cansados vieron a su joven y adorable hija.
-Alexandra –exclamó-. No esperaba encontrarte aquí. Pensé que habrías vuelto a la ciudad.
De repente se dio cuenta de que no estaba sonriendo. No, más que eso: había un brillo característico de ira en sus ojos.
Alex bajó corriendo las escaleras.
-Padre, ¿qué está pasando?
-¿Qué pasa, Alexandra?
-¡Un amigo mío fue detenido por soldados de asalto ayer por la noche! ¡Lo sacaron de su casa en mitad de la noche!
-¿Quién fue? -preguntó.
-Cord Barzon.
-¿El hijo del Dr. Barzon? -Winger estaba tan sorprendido como enojada estaba Alex-. Tal vez Cord estaba trabajando para la resistencia.
-¿Cord? Padre, lo conozco desde hace años. ¡Eso es ridículo!
-Estoy seguro de que hay una explicación racional para esto, Alexandra. Mañana iremos a...
-Padre, sabes que los imperiales están simplemente sacando a gente de sus casas. ¡No están buscando a la resistencia! ¡No les importa a quién se llevan!
-Alexandra, por favor...
Ella salió corriendo de la habitación hacia el patio con vistas a los Acantilados Tahika. Muchas veces Alex había encontrado consuelo contemplando cómo las olas golpeaban los acantilados. Pero no esa noche. Temblaba de ira. Apretó el puño y cerró los ojos. Una abrumadora sensación de impotencia amenazaba con apoderarse de ella.
¿No había sido sólo unos pocos meses antes que había estado segura de que la Nueva República se abriría camino hacia Garos? Pero entonces se escucharon rumores de un gran almirante y una ofensiva renovada por parte del Imperio. La ayuda parecía más lejana que nunca. ¿Podría este gran almirante tener éxito donde el Emperador y Lord Vader habían fallado?
De repente, una voz le habló a través de la oscuridad. Sonaba muy familiar, pero nunca había oído antes esas palabras...
Recuerda, Alex. El miedo y la ira son el lado oscuro de la Fuerza. Calma. Debes permanecer en calma...
-¿Alexandra? –la llamó otra voz.
Alex abrió los ojos. Su padre había llegado a su lado.
-Lo siento por Cord, Alexandra -dijo él, tomándola de la mano con suavidad.
Ella lo miró a los ojos.
-Lo sé, Padre. No es tu culpa. Yo no pretendía gritarte.
Él le apretó la mano.
-Estos son tiempos difíciles, Alexandra.
-¿Pero eso justifica el uso de la fuerza contra personas inocentes? -le preguntó, deseando poder decirle lo que realmente pensaba acerca de su Imperio.
Él respiró hondo y suspiró.
-No –admitió-. Déjame ver qué puedo averiguar sobre el joven Barzon.
-Gracias, Padre -dijo, mientras le envolvía con sus brazos y le daba un beso en la mejilla.
-Escucha, querida, ¿puedo contar con tu ayuda en una recepción pasado mañana para los oficiales de alto rango del Destructor Estelar Tempestad?
-¿El Tempestad va a volver a Garos? Han pasado meses desde la última vez que tuvimos visitantes.
-Sí, yo espero que sea una señal de que la ofensiva del gran almirante es un éxito. ¡Tal vez tengamos una celebración de victoria!
-Sí -se obligó a sonreír, y apoyó la cabeza contra su hombro-. No puedo esperar a escuchar sus noticias.
-Hace un poco de frío esta noche –observó Winger.
-Es mejor que entres, Padre. Sabes que este aire frío no es bueno para ti -le recordó.
-Está bien, querida.
-Entraré enseguida -le dijo.
-Toma -dijo, poniéndole su chaqueta sobre los hombros-. No te quedes mucho tiempo más.
-Está bien -dijo ella mientras él la dejaba sola en el patio.
Una de las lunas de Garos asomaba entre los árboles. Arrojaba un rayo de luz a través de las sombras que oscurecían los terrenos que rodeaban la mansión. Alex observó la luz danzar y sintió que su espíritu se elevaba. Donde hay luz, hay esperanza, se dijo.
Sí, todavía había esperanza... siempre habrá esperanza, incluso durante las horas más oscuras que a las que aún debían enfrentarse.
Alex volvió la mirada hacia arriba, en los cielos. Y, en lugar de sentir miedo, encontró fortaleza. La Fuerza les acompañaría.

***

La tranquilidad de las altas horas de la noche garosiana quedó rota por el chirrido de maquinaria pesada. Grúas en la parte superior de la plataforma de lanzaderas izaban contenedores de mineral desde el suelo del bosque.
La seguridad era aún más fuerte que en su anterior misión de reconocimiento cerca de las minas. Chance y Alex se habían visto obligados a cambiar dos veces de posición durante la última hora debido al aumento soldados exploradores que rondaban por las colinas alrededor del centro de explotación minera. Tropas de asalto patrullaban el complejo. Otros hacían guardia cerca de los contenedores que estaban siendo trasladados.
-¡Shh!
-Otra vez no –murmuró él, mirando a su alrededor buscando señales de soldados.
-Escucha -dijo Alex.
Chance frunció el ceño con concentración. El rumor sinfónico de ramas de árboles y el suave canto de los crupas quedaban ahogados por los ruidos que emanaban del complejo. No podía oír nada más. Entonces se dio cuenta de que Alex tenía sus macrobinoculares apuntando hacia arriba, explorando los cielos.
De pronto, a través de un claro entre los árboles y cruzando sobre las montañas que bordeaban los acantilados cercanos, vio la lanzadera. No podía creer que ella la hubiera oído. A pesar de que la nave se acercaba, el sonido de sus motores era apenas audible mientras se acercaba para posarse en la plataforma.
-Nave de carga –observó-. No estoy seguro del tipo.
Alex asintió con la cabeza. Aquí para recoger parte del mineral para transportarlo a la Tempestad. Parecía que la resistencia no tendría ninguna posibilidad de detener ese envío.
Chance dejó que sus macros cayeran alrededor de su cuello y notó el ceño fruncido en el rostro de Alex.
-¿No estarás pensando en lo que creo que estás pensando? -dijo él, preguntándose si estaba reconsiderando el uso del Plex contra esa plataforma de lanzaderas.
-No -dijo ella con nostalgia. De repente, giró la cabeza para explorar las colinas detrás de ellos. Se volvió rápidamente hacia Chance y se llevó un dedo a los labios. Él seguía sin escuchar nada, pero captó un movimiento entre los árboles a unos 20 metros de su posición.
-Vamos, por aquí -susurró.
Dos soldados exploradores estaban patrullando a pie. No había visto a su presa, pero era evidente que los sensores les habían avisado de una presencia cercana. Afortunadamente para Chance y Alex, los soldados habían sido incapaces de encontrarles ya que los sensores no funcionaban bien en torno a las minas.
Alex se arrastró detrás de Chance a través de la espesa maleza y se dio cuenta de que había más de dos soldados. Obviamente, habían pedido refuerzos. Por lo menos media docena más trataban de rodearlos.
-Están por todas partes –le susurró Chance.
-Será mejor que nos separemos –le dijo ella.
-Está bien, dirígete al deslizador –dijo-. Y no me esperes.
Alex se volvió hacia el norte, esperando que los soldados no esperarían que se dirigiera hacia la valla perimetral que rodeaba el centro minero. Con un poco de suerte podría deslizarse a través de su trampa. Echó un vistazo hacia atrás y vio cómo Chance desaparecía detrás de una cresta en dirección este. Dos soldados exploradores pasaron a unos 10 metros a cada lado de ella. El ruido del centro minero enmascaraba sus pasos sobre las ramas caídas. Se movió rápidamente a través de las colinas, y luego se dirigió al este para encontrar el deslizador que ella y Chance habían escondido en una de las muchas cuevas de Garos.
Dos kilómetros más adelante, sin ninguna señal de persecución, se sintió segura. Entonces estalló fuego de bláster a su derecha. Alex se dirigió hacia allí. A través de los árboles vio a Chance, de rodillas y agarrándose el brazo derecho. La luz de la luna se reflejaba en la armadura blanca. Un único soldado explorador estaba allí de pie, apuntando con un bláster a la cabeza de Chance. Sus compañeros no estarían muy lejos. Alex sabía que no había mucho tiempo.
¡Oh, cómo desearía ahora escuchar esas chirriantes grúas de las inmediaciones del centro minero! No eran más que un murmullo distante, no lo suficientemente alto como para permitirle acercarse sigilosamente. Sólo tenía una opción.
Está bien, Alex. Un disparo, y tiene que ser uno bueno. Tomó una respiración profunda y alzó su rifle desintegrador para apuntar al soldado explorador. Apuntó y disparó. La explosión iluminó la ladera durante una fracción de segundo antes de que el soldado cayera.
-¿Estás bien? -preguntó Alex mientras corría hacia Chance.
-Sobreviviré, NP. Gracias. –Le sonrió-. Vamos, su moto está allí... ¡agh!
Cometió el error de señalar con el brazo herido e hizo una sonora mueca de dolor.
-¡Será mejor que nos demos prisa! –dijo ella, ayudándolo a ponerse en pie. Ya podía escuchar el zumbido distante de otras motos deslizadoras-. Vamos a tener compañía.
Subieron a la moto. Chance se sentó detrás de Álex, agarrándola por la cintura con el brazo sano. Alex revolucionó el motor, apretó un botón para interferir las comunicaciones de los otros soldados, y activó el acelerador.

***

Desto Mayda estaba sentado en la oficina de Paca. No era un hombre feliz.
-Todavía no puedo creer que no podamos llegar a ningún plan razonable para destruir esa plataforma de lanzaderas -repitió por tercera vez.
-¡Desto, viejo amigo, mira lo que le pasó anoche a uno de nuestros mejores agentes! -Su voz estaba llena de exasperación-. Si puedes encontrar una manera de eliminar esa plataforma sin que nadie muera innecesariamente, estoy dispuesto a escucharte –le dijo Paca mientras Alex entraba en la oficina-. Hola, Alex -la saludó Paca, notando que la expresión sombría del rostro de la chica igualaba su propio estado de ánimo de esa mañana-. ¿Tienes algo?
-Acabo de estar arriba con Dair en la oficina del general Zakar -dijo, refiriéndose a uno de los suyos que trabajaba encubierto en el Ejército Imperial-. ¿Nuestros operadores han obtenido alguna noticia de Coruscant?
-No. ¿Por qué? ¿Qué has escuchado?
-¡El Imperio ha bloqueado Coruscant!
-¡Ya nunca veremos la ayuda de la Nueva República! -bramó Mayda.
-¿De dónde viene esta información? -preguntó Paca con calma.
-Nilo, el ayudante de Zakar, lo escuchó de alguien en las comunicaciones imperiales -les dijo, sabiendo que un gran porcentaje de la información que habían obtenido a través de esa fuente en particular era fiable-. Y hay un Destructor Estelar de camino a Garos -agregó, repitiendo las noticias que le contó su padre-. Parece que planean mover ese mineral.
-¿Y ahora qué? -exclamó Mayda.
Parecía como si no escuchasen más que malas noticias desde que había surgido ese gran almirante. Incluso en Garos, la resistencia había sido incapaz de hacer ninguna incursión en los últimos días. ¿Cuándo se terminaría todo?
Mayda golpeaba impacientemente el monitor en el escritorio de Paca, que mostraba un esquema del centro minero.
-Alex, hablando del mineral –dijo-. Hemos estado hablando de esa plataforma de lanzaderas.
Alex levantó las cejas con aire interrogante. Paca se pasó la mano por la frente, incapaz de creer que Mayda volviera a sacar ese tema de nuevo. Alex vio la expresión de su rostro y ocultó una sonrisa.
-Eres una de las pocas personas que han visto el complejo de cerca -estaba diciendo Mayda-. ¿No hay manera de que podamos destruirla?
-Desto, ya hemos pasado por esto cientos de veces -le recordó Paca-. Hacia el oeste y el sur, estamos cortados por los Acantilados Tahika Y la seguridad se ha cuadruplicado en los últimos meses...
-¿Qué tal si usamos el Plex? -miró a Alex, haciendo caso omiso de Paca.
-Prácticamente tendríamos que estar en el complejo para conseguir un buen tiro -dijo Alex.
-Demasiado arriesgado -interrumpió Paca-. A esa corta distancia, ¿cuál sería vuestra oportunidad de escapar antes de que las tropas imperiales cayeran sobre vosotros?
Alex miró a Mayda directamente a los ojos. Se acordó de lo que ella y Chance habían pasado unas pocas horas antes.
-Imposible.
Golpeó con el puño sobre la mesa, lleno de frustración.
-¿E infiltrarse con los suministros? -preguntó, aunque la idea ya había sido rechazada en otras discusiones.
Paca agitó la cabeza, negando de nuevo. Pero de repente, los ojos de Alex se iluminaron.
-Espera un minuto -dijo, recordando de pronto otra conversación que había oído en el despacho del general-. Una visita de inspección. –Alex dejó vagar su mirada por la habitación mientras un plan comenzaba a formularse en su mente-. Mi padre y el general van a hacer una visita de inspección mañana -les dijo.
-No, Alex -dijo Paca con firmeza-. Si vas con ellos, y si te las arreglas para plantar algunas cargas, serías la principal sospechosa...
-Escuchemos su plan, Paca -dijo Mayda.
-Esto funcionará -dijo ella, asintiendo con la cabeza-. Dejadme que os explique...
Un poco más tarde...
-...Y haremos que un equipo asalte al piloto después de que regresemos de la inspección La plataforma explota, el piloto desaparece... tendrán que sospechar que él es el responsable del sabotaje.
Mayda asintió con entusiasmo.
-La explosión tendrá que ser programada para estallar antes de que haya un cambio de guardias. Cuando esa plataforma vuele por los aires, no habrá nadie que ponga en duda tu historia –observó-. Nadie se atrevería a dudar de la hija de nuestro Gobernador Imperial.
Paca asintió lentamente.
-Podría funcionar -dijo.
-Lo hará -dijo Mayda con confianza.
Paca pasó su mirada de Mayda a Alex. Había un montón de detalles que resolver.
-Está bien. Vamos a repasar esto una vez más...

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