El Gobernador Imperial Tork Winger entró en el vestíbulo
de la mansión y se quedó mirando a su alrededor. Se sentía cansado, más cansado
de lo que se había sentido en años. Quizá fuera su edad. Tal vez se estaba
haciendo demasiado viejo para hacer frente a la política y sus intrigas.
Winger suspiró, mirando el antiguo reloj en el vestíbulo...
22:00. Se había perdido la cena con Alexandra esa noche. Desde que se ella había
mudado a la universidad varios meses antes, quedaban para una cena especial una
vez a la semana. Y ahora ya no podría verla. Frunció el ceño. Eso habría sido
el único punto luminoso de todo ese día.
Oyó un movimiento en la parte superior de las escaleras.
Levantó la mirada, y sus ojos cansados vieron a su joven y adorable hija.
-Alexandra –exclamó-. No esperaba encontrarte aquí.
Pensé que habrías vuelto a la ciudad.
De repente se dio cuenta de que no estaba sonriendo. No,
más que eso: había un brillo característico de ira en sus ojos.
Alex bajó corriendo las escaleras.
-Padre, ¿qué está pasando?
-¿Qué pasa, Alexandra?
-¡Un amigo mío fue detenido por soldados de asalto ayer
por la noche! ¡Lo sacaron de su casa en mitad de la noche!
-¿Quién fue? -preguntó.
-Cord Barzon.
-¿El hijo del Dr. Barzon? -Winger estaba tan sorprendido
como enojada estaba Alex-. Tal vez Cord estaba trabajando para la resistencia.
-¿Cord? Padre, lo conozco desde hace años. ¡Eso es
ridículo!
-Estoy seguro de que hay una explicación racional para
esto, Alexandra. Mañana iremos a...
-Padre, sabes que los imperiales están simplemente
sacando a gente de sus casas. ¡No están buscando a la resistencia! ¡No les
importa a quién se llevan!
-Alexandra, por favor...
Ella salió corriendo de la habitación hacia el patio con
vistas a los Acantilados Tahika. Muchas veces Alex había encontrado consuelo
contemplando cómo las olas golpeaban los acantilados. Pero no esa noche. Temblaba
de ira. Apretó el puño y cerró los ojos. Una abrumadora sensación de impotencia
amenazaba con apoderarse de ella.
¿No había sido sólo unos pocos meses antes que había
estado segura de que la Nueva República se abriría camino hacia Garos? Pero
entonces se escucharon rumores de un gran almirante y una ofensiva renovada por
parte del Imperio. La ayuda parecía más lejana que nunca. ¿Podría este gran
almirante tener éxito donde el Emperador y Lord Vader habían fallado?
De repente, una voz le habló a través de la oscuridad.
Sonaba muy familiar, pero nunca había oído antes esas palabras...
Recuerda,
Alex. El miedo y la ira son el lado oscuro de la Fuerza. Calma. Debes permanecer
en calma...
-¿Alexandra? –la llamó otra voz.
Alex abrió los ojos. Su padre había llegado a su lado.
-Lo siento por Cord, Alexandra -dijo él, tomándola de la
mano con suavidad.
Ella lo miró a los ojos.
-Lo sé, Padre. No es tu culpa. Yo no pretendía gritarte.
Él le apretó la mano.
-Estos son tiempos difíciles, Alexandra.
-¿Pero eso justifica el uso de la fuerza contra personas
inocentes? -le preguntó, deseando poder decirle lo que realmente pensaba acerca
de su Imperio.
Él respiró hondo y suspiró.
-No –admitió-. Déjame ver qué puedo averiguar sobre el
joven Barzon.
-Gracias, Padre -dijo, mientras le envolvía con sus
brazos y le daba un beso en la mejilla.
-Escucha, querida, ¿puedo contar con tu ayuda en una
recepción pasado mañana para los oficiales de alto rango del Destructor Estelar
Tempestad?
-¿El Tempestad
va a volver a Garos? Han pasado meses desde la última vez que tuvimos
visitantes.
-Sí, yo espero que sea una señal de que la ofensiva del
gran almirante es un éxito. ¡Tal vez tengamos una celebración de victoria!
-Sí -se obligó a sonreír, y apoyó la cabeza contra su
hombro-. No puedo esperar a escuchar sus noticias.
-Hace un poco de frío esta noche –observó Winger.
-Es mejor que entres, Padre. Sabes que este aire frío no
es bueno para ti -le recordó.
-Está bien, querida.
-Entraré enseguida -le dijo.
-Toma -dijo, poniéndole su chaqueta sobre los hombros-. No
te quedes mucho tiempo más.
-Está bien -dijo ella mientras él la dejaba sola en el
patio.
Una de las lunas de Garos asomaba entre los árboles. Arrojaba
un rayo de luz a través de las sombras que oscurecían los terrenos que rodeaban
la mansión. Alex observó la luz danzar y sintió que su espíritu se elevaba.
Donde hay luz, hay esperanza, se dijo.
Sí, todavía había esperanza... siempre habrá esperanza,
incluso durante las horas más oscuras que a las que aún debían enfrentarse.
Alex volvió la mirada hacia arriba, en los cielos. Y, en
lugar de sentir miedo, encontró fortaleza. La Fuerza les acompañaría.
***
La tranquilidad de las altas horas de la noche garosiana
quedó rota por el chirrido de maquinaria pesada. Grúas en la parte superior de
la plataforma de lanzaderas izaban contenedores de mineral desde el suelo del
bosque.
La seguridad era aún más fuerte que en su anterior
misión de reconocimiento cerca de las minas. Chance y Alex se habían visto
obligados a cambiar dos veces de posición durante la última hora debido al
aumento soldados exploradores que rondaban por las colinas alrededor del centro
de explotación minera. Tropas de asalto patrullaban el complejo. Otros hacían guardia
cerca de los contenedores que estaban siendo trasladados.
-¡Shh!
-Otra vez no –murmuró él, mirando a su alrededor buscando
señales de soldados.
-Escucha -dijo Alex.
Chance frunció el ceño con concentración. El rumor
sinfónico de ramas de árboles y el suave canto de los crupas quedaban ahogados
por los ruidos que emanaban del complejo. No podía oír nada más. Entonces se
dio cuenta de que Alex tenía sus macrobinoculares apuntando hacia arriba,
explorando los cielos.
De pronto, a través de un claro entre los árboles y cruzando
sobre las montañas que bordeaban los acantilados cercanos, vio la lanzadera. No
podía creer que ella la hubiera oído. A pesar de que la nave se acercaba, el
sonido de sus motores era apenas audible mientras se acercaba para posarse en
la plataforma.
-Nave de carga –observó-. No estoy seguro del tipo.
Alex asintió con la cabeza. Aquí para recoger parte del
mineral para transportarlo a la Tempestad.
Parecía que la resistencia no tendría ninguna posibilidad de detener ese envío.
Chance dejó que sus macros cayeran alrededor de su
cuello y notó el ceño fruncido en el rostro de Alex.
-¿No estarás pensando en lo que creo que estás pensando?
-dijo él, preguntándose si estaba reconsiderando el uso del Plex contra esa
plataforma de lanzaderas.
-No -dijo ella con nostalgia. De repente, giró la cabeza
para explorar las colinas detrás de ellos. Se volvió rápidamente hacia Chance y
se llevó un dedo a los labios. Él seguía sin escuchar nada, pero captó un
movimiento entre los árboles a unos 20 metros de su posición.
-Vamos, por aquí -susurró.
Dos soldados exploradores estaban patrullando a pie. No
había visto a su presa, pero era evidente que los sensores les habían avisado
de una presencia cercana. Afortunadamente para Chance y Alex, los soldados habían
sido incapaces de encontrarles ya que los sensores no funcionaban bien en torno
a las minas.
Alex se arrastró detrás de Chance a través de la espesa
maleza y se dio cuenta de que había más de dos soldados. Obviamente, habían
pedido refuerzos. Por lo menos media docena más trataban de rodearlos.
-Están por todas partes –le susurró Chance.
-Será mejor que nos separemos –le dijo ella.
-Está bien, dirígete al deslizador –dijo-. Y no me
esperes.
Alex se volvió hacia el norte, esperando que los
soldados no esperarían que se dirigiera hacia la valla perimetral que rodeaba
el centro minero. Con un poco de suerte podría deslizarse a través de su
trampa. Echó un vistazo hacia atrás y vio cómo Chance desaparecía detrás de una
cresta en dirección este. Dos soldados exploradores pasaron a unos 10 metros a cada lado de
ella. El ruido del centro minero enmascaraba sus pasos sobre las ramas caídas. Se
movió rápidamente a través de las colinas, y luego se dirigió al este para
encontrar el deslizador que ella y Chance habían escondido en una de las muchas
cuevas de Garos.
Dos kilómetros más adelante, sin ninguna señal de
persecución, se sintió segura. Entonces estalló fuego de bláster a su derecha.
Alex se dirigió hacia allí. A través de los árboles vio a Chance, de rodillas y
agarrándose el brazo derecho. La luz de la luna se reflejaba en la armadura
blanca. Un único soldado explorador estaba allí de pie, apuntando con un
bláster a la cabeza de Chance. Sus compañeros no estarían muy lejos. Alex sabía
que no había mucho tiempo.
¡Oh, cómo desearía ahora escuchar esas chirriantes grúas
de las inmediaciones del centro minero! No eran más que un murmullo distante,
no lo suficientemente alto como para permitirle acercarse sigilosamente. Sólo
tenía una opción.
Está bien,
Alex. Un disparo, y tiene que ser uno bueno. Tomó
una respiración profunda y alzó su rifle desintegrador para apuntar al soldado
explorador. Apuntó y disparó. La explosión iluminó la ladera durante una
fracción de segundo antes de que el soldado cayera.
-Sobreviviré, NP. Gracias. –Le sonrió-. Vamos, su moto
está allí... ¡agh!
Cometió el error de señalar con el brazo herido e hizo
una sonora mueca de dolor.
-¡Será mejor que nos demos prisa! –dijo ella, ayudándolo
a ponerse en pie. Ya podía escuchar el zumbido distante de otras motos deslizadoras-.
Vamos a tener compañía.
Subieron a la moto. Chance se sentó detrás de Álex,
agarrándola por la cintura con el brazo sano. Alex revolucionó el motor, apretó
un botón para interferir las comunicaciones de los otros soldados, y activó el
acelerador.
***
Desto Mayda estaba sentado en la oficina de Paca. No era
un hombre feliz.
-Todavía no puedo creer que no podamos llegar a ningún
plan razonable para destruir esa plataforma de lanzaderas -repitió por tercera
vez.
-¡Desto, viejo amigo, mira lo que le pasó anoche a uno
de nuestros mejores agentes! -Su voz estaba llena de exasperación-. Si puedes
encontrar una manera de eliminar esa plataforma sin que nadie muera innecesariamente,
estoy dispuesto a escucharte –le dijo Paca mientras Alex entraba en la oficina-.
Hola, Alex -la saludó Paca, notando que la expresión sombría del rostro de la
chica igualaba su propio estado de ánimo de esa mañana-. ¿Tienes algo?
-Acabo de estar arriba con Dair en la oficina del
general Zakar -dijo, refiriéndose a uno de los suyos que trabajaba encubierto
en el Ejército Imperial-. ¿Nuestros operadores han obtenido alguna noticia de
Coruscant?
-No. ¿Por qué? ¿Qué has escuchado?
-¡El Imperio ha bloqueado Coruscant!
-¡Ya nunca veremos la ayuda de la Nueva República! -bramó
Mayda.
-¿De dónde viene esta información? -preguntó Paca con
calma.
-Nilo, el ayudante de Zakar, lo escuchó de alguien en
las comunicaciones imperiales -les dijo, sabiendo que un gran porcentaje de la
información que habían obtenido a través de esa fuente en particular era fiable-.
Y hay un Destructor Estelar de camino a Garos -agregó, repitiendo las noticias que
le contó su padre-. Parece que planean mover ese mineral.
-¿Y ahora qué? -exclamó Mayda.
Parecía como si no escuchasen más que malas noticias desde
que había surgido ese gran almirante. Incluso en Garos, la resistencia había
sido incapaz de hacer ninguna incursión en los últimos días. ¿Cuándo se
terminaría todo?
Mayda golpeaba impacientemente el monitor en el
escritorio de Paca, que mostraba un esquema del centro minero.
-Alex, hablando del mineral –dijo-. Hemos estado
hablando de esa plataforma de lanzaderas.
Alex levantó las cejas con aire interrogante. Paca se
pasó la mano por la frente, incapaz de creer que Mayda volviera a sacar ese
tema de nuevo. Alex vio la expresión de su rostro y ocultó una sonrisa.
-Eres una de las pocas personas que han visto el
complejo de cerca -estaba diciendo Mayda-. ¿No hay manera de que podamos destruirla?
-Desto, ya hemos pasado por esto cientos de veces -le
recordó Paca-. Hacia el oeste y el sur, estamos cortados por los Acantilados
Tahika Y la seguridad se ha cuadruplicado en los últimos meses...
-¿Qué tal si usamos el Plex? -miró a Alex, haciendo caso
omiso de Paca.
-Prácticamente tendríamos que estar en el complejo para
conseguir un buen tiro -dijo Alex.
-Demasiado arriesgado -interrumpió Paca-. A esa corta
distancia, ¿cuál sería vuestra oportunidad de escapar antes de que las tropas
imperiales cayeran sobre vosotros?
Alex miró a Mayda directamente a los ojos. Se acordó de
lo que ella y Chance habían pasado unas pocas horas antes.
-Imposible.
Golpeó con el puño sobre la mesa, lleno de frustración.
-¿E infiltrarse con los suministros? -preguntó, aunque
la idea ya había sido rechazada en otras discusiones.
Paca agitó la cabeza, negando de nuevo. Pero de repente,
los ojos de Alex se iluminaron.
-Espera un minuto -dijo, recordando de pronto otra
conversación que había oído en el despacho del general-. Una visita de
inspección. –Alex dejó vagar su mirada por la habitación mientras un plan
comenzaba a formularse en su mente-. Mi padre y el general van a hacer una
visita de inspección mañana -les dijo.
-No, Alex -dijo Paca con firmeza-. Si vas con ellos, y
si te las arreglas para plantar algunas cargas, serías la principal
sospechosa...
-Escuchemos su plan, Paca -dijo Mayda.
-Esto funcionará -dijo ella, asintiendo con la cabeza-. Dejadme
que os explique...
Un poco más tarde...
-...Y haremos que un equipo asalte al piloto después de que
regresemos de la inspección La plataforma explota, el piloto desaparece...
tendrán que sospechar que él es el responsable del sabotaje.
Mayda asintió con entusiasmo.
-La explosión tendrá que ser programada para estallar antes
de que haya un cambio de guardias. Cuando esa plataforma vuele por los aires,
no habrá nadie que ponga en duda tu historia –observó-. Nadie se atrevería a dudar
de la hija de nuestro Gobernador Imperial.
Paca asintió lentamente.
-Podría funcionar -dijo.
-Lo hará -dijo Mayda con confianza.
Paca pasó su mirada de Mayda a Alex. Había un montón de
detalles que resolver.
-Está bien. Vamos a repasar esto una vez más...
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