A doce kilómetros de distancia, por debajo de la estrecha quebrada
montañosa, la boca ensanchada del Cañón Tyma comenzaba a desaparecer debajo de
una manta errante de nubes rosa lavanda, un peculiar fenómeno exclusivo de los
grises y sombríos cielos de Redcap. El abismo infame se bifurcaba y giraba extendiéndose
varios cientos de kilómetros, cruzando el rostro estéril y enrojecido de la
superficie del planeta, formando las únicas repisas de aterrizaje posibles
dentro de un rango de 20
kilómetros de distancia de los asentamientos al borde de
la montaña.
Dejando el Inquebrantable
seguro y oculto en la región de la cuenca, Drake cedió una botella de raava socorrano
y unas pocas células de energía a modo de trueque, a cambio de un par de olai. Abandonadas
tras la disminución de los recursos minerales y el cierre de las minas, las
criaturas eran lejanas descendientes de las que habían trabajado en las minas.
Agresivos pero persistentes, los animales habían pasado casi una década evolucionando
dentro del ambiente hostil de Redcap, multiplicándose y diseminándose a través
de la superficie del planeta.
Drake miró la cabeza pesada del olai, moviéndose de izquierda a
derecha con cada zancada. Los bulbosos cuernos huecos, que crecían y se
enroscaban alrededor de la cabeza y el cuello de la criatura, le daban la
impresión de que el animal se esforzaba por llevar su propia masa. Exhausta y
de mal humor, la montura cabeceó en señal de protesta, rociando su pecho y sus
patas con espuma. Sus dientes rasparon ruidosamente sobre la broca de metal,
apretó y tiró de las riendas, lanzándose a sí misma y a su jinete sobre las
piedras del suelo.
Aflojado en una caída anterior, más abajo en la montaña, un taco roto
resonaba ruidosamente chocando contra el resto de la herradura de la bestia.
Drake escuchó el tintineo, reviviendo la casi letal caída. Movió receloso la
cabeza, deseando no haber aceptado nunca el impetuoso desafío de Toob de echar
una carrera para subir la montaña. Castigándose a sí mismo, Drake se dio cuenta
de que en la mente de Toob, él era todavía un niño y el contrabandista lo había
utilizado en su beneficio.
Todavía sacudido por la choque, Drake presionó firmemente los talones
contra el costado de su montura y la instó a galopar hacia el estrecho barranco.
Desplomado sobre la silla, el rostro febril de Toob brillaba por el sudor y el
contrabandista gruñó algo ininteligible. Drake suavemente quitó las riendas de
las manos flojas del corelliano y sujetó una cuerda de guía a la brida del olai.
Molesto por la fuerza seductora que el anciano ejercía sobre él, Drake
dio un fuerte taconazo al costado del olai, ignorando una mancha de arcilla
roja que cruzaba sus gafas de vuelo. Sus ojos seguían un camino errante de
vagos recuerdos de la infancia... recuerdos oscuros que le saludaban con una
promesa de ayuda y de seguridad en la buena voluntad de un viejo amigo. Si sus
instintos eran correctos, encontraría refugio en el pequeño pabellón de caza,
que se encontraba a pocos metros del camino principal, ubicado al cobijo de las
puertas del asentamiento Juteau.
Más allá del rústico tejado y el modesto corral, Drake podía ver la
silueta velada de las casas, refugios y tiendas. A lo largo de la carretera
principal, se habían activado varias lámparas de incandescencia, espantando a
todas las sombras salvo a las más persistentes. Desde los oscuros cielos
nocturnos, caía una ligera llovizna, dificultando los pasos al andar. El clic
de las garras metálicas de los olai resonaba con estrépito contra el camino
lleno de baches, mientras entraba en los patios delanteros. Y a pesar de los
increíblemente afilados tacos de sus herraduras, los animales tropezaban con
frecuencia.
Drake guió a su montura hasta la cerca del corral y se detuvo. Rígido
y con el trasero dolorido por la cabalgada, liberó los pies de los estribos y
desmontó. Con deliberada lentitud, pasó suavemente sus manos sobre la ancha
espalda del olai, contemplando la magnitud del daño sobre su piel negra. Severamente
golpeada por la caída, la criatura se estremeció bajo su toque, lanzando una
vacilante mirada de crítica a su jinete. Vívidamente consciente de sus propias
llagas, emocionales y físicas, Drake sonrió y le rascó el liso hocico aterciopelado.
-Vaya, pero si es el mismísimo Príncipe de Socorro en persona -susurró
una sombra tenue-. Y uno de los monarcas caídos de Corellia.
Drake resopló, reconociendo el acento familiar de otro héroe de la
infancia.
-Ol'val, Fahs -saludó,
aceptando el firme apretón de manos del issori.
Lejos de su mundo acuático, Issor, la clarísima melena rubia de Fahs
se había vuelto de un gris lúgubre por el tiempo y la mala salud. La llevaba con
orgullo en un moño ceremonial, ocultando la mancha pálida de la calva en la
coronilla de su cabeza. El coste de la vanidad hacía aparecer el liso y
redondeado contorno de su rostro, donde la evolución había hecho desaparecer las
orejas primordiales. Vestido con unos desteñidos pantalones de pirata color
beige, su piel y el cabello mostraban el calvario de una vida pasada en la superficie
de arcilla bermellón de Redcap. Profundamente curtidas y con músculos prominentes,
las largas y delgadas extremidades del Issori, acentuaban su figura alargada,
dando una fuerza visible a la aparentemente frágil altura. En las sombras,
Drake observó un ligero temblor en los finos dedos palmeados, prueba de haber
pasado demasiado tiempo en la cantina local, más que en actividades útiles.
Fahs sonrió generosamente; una calidez genuina se extendió por todo su
rostro arrugado pero encantador.
-Aún no eres un hombre, pero vives la vida de un hombre. Te ves bien
para ser un pícaro común, Drake Paulsen.
-Eso es porque no soy tan común -bromeó el socorrano. Inclinando la
cabeza hacia Toob, susurró-: ¿Tienes sitio para nosotros?
-Siempre. –Acercándose al costado del olai, el issori apoyó suavemente
a Toob contra él y deslizó al contrabandista inconsciente desde la silla a su
hombro-. Tranquilo, viejo, tranquilo -susurró en respuesta al murmullo
incoherente del corelliano.
Drake lo siguió hasta la puerta de la cabaña, vacilando en el estrecho
marco. Acostumbrándose a la oscuridad, examinó el familiar interior, donde
había pasado numerosos veranos en compañía de los amigos de más confianza de su
padre. Reacio a ir más lejos, se retiró a las sombras del exterior, junto a los
olai, que necesitaban un poco de atención.
Pasó casi una hora antes de que Fahs resurgiera del refugio.
-¿Hace cuánto tiempo que está así?
-Desde que salimos de Tatooine, y antes de eso no estoy seguro. -Drake
se apoyó en el poste de la cerca, descansando su frente contra la madera llena
de nudos-."Jabba ordenó a Tait que lo arrojasen en algún lugar del
desierto. Algo sobre mala suerte si Toob moría en el palacio.
Fahs se rió.
-Jabba es según Jabba actúa; y nunca nadie lo acusó de ser compasivo.
-Alguien debería enseñar a esa babosa...
-Alguien debería dejarlo tranquilo -le regañó Fahs suavemente-. Tienes
mucho potencial, Drake. Consigue unos pocos años luz más a tus espaldas y, con
el tiempo, puede que tengas la oportunidad de darle al viejo gusano lo que se
merece.
-Me importa un bledo Jabba. Ahora mismo, Toob es mi mayor problema.
¿Qué está pasando, Fahs? ¿Qué le pasa? -Exasperado, Drake lanzó una piedra sobre
los corrales de los olai, a las zarzas en el lado opuesto-. Es como se
estuviera volviendo loco poco a poco.
-Podría decirse así -respondió Fahs, poniendo en orden sus
pensamientos-. En mi mundo, los poetas lo llaman melanncho, una tristeza tan grande
que hace que los hombres se vuelvan locos. Nuestra especie prima, los odenji, quedó
casi destruida por ella algunos siglos atrás. -El issori pasó el peso de una
pierna a otra, mirando el cielo nocturno-. Cuando comencé a trabajar en
Corellia, los mineros -resopló con orgullo-, que no sabían nada de artes, lo
llamaban por otro nombre... brekken
vinthern.
-Un roto... ¿un duro invierno? –tradujo Drake.
-Es un duro invierno, cuando un contrabandista llega al final de sus
días. De ahí es de donde viene el dicho. Lo llaman así porque pocos llegan a
sobrevivir. -Cruzando sus brazos sobre su pecho, Fahs bostezó-. En ese
entonces, era común en mineros que trabajaban en las operaciones de los núcleos
radiados o en contrabandistas que pasaban demasiado tiempo trabajando con piezas
de motor contaminados.
-Entonces, ¿qué va a pasarle?
-Bueno, Drake -comenzó Fahs, pensativo-, los hombres que sufren esta
enfermedad no suelen morir mientras duermen. Una vez vi a un pirata que la
tenía recibir más de 40 puñaladas antes de salir de la pelea.
-¿Contra quién peleaba?
-Contra él mismo. Pensaba que el Imperio le había impregnado con miles
de pequeñas balizas transpondedoras. Así que empezó a arrancárselas.
Drake tragó saliva con esfuerzo, luchando por comprender.
-¿No hay nada... cualquier cosa que podamos hacer?
-Hay una cosa. -Fahs frunció sus delgados labios y se quedó mirando la
espesa arcilla bajo sus pies. Una expresión severa y distante envolvió su
rostro, que ya no era hermoso, sino más bien siniestro en las sombras-. Se
encuentra en las etapas finales de la enfermedad. En las últimas horas, puede
que ni siquiera te conozca. Puede volverse contra ti de mala manera. Revivirá
el pasado, confundiéndolo con el presente, y puede que incluso te tome por un
viejo enemigo.
-Y cuando eso suceda -preguntó Drake-, ¿qué debo hacer?
El issori no dudó. Inclinándose hacia el rostro de Drake, respondió:
-Asegúrate de que es tu dedo el que está en el gatillo, y no el de un
extraño. -Fahs se alejó, refugiándose en las sombras-. Sólo hay dos clases de
sacrificios en esta vida: los que se ofrecen un buen grado y aquellos que deben
sufrirse. A veces, es difícil saber la diferencia.
-¿Cómo puede saberse?
-Cuidamos de nosotros mismos, Drake. Cuando llegue el momento, lo
sabrás.
Aturdido, Drake tembló, evitando la mirada constante del Issori.
Mirando más allá de la oscuridad de los corrales de los olai, vio una sombra moviéndose
a lo largo del perímetro del corral. La figura se detuvo, observándolos durante
un largo rato antes de saludar con la mano.
-¿Quién es ese?
-El teniente Noble Calder -susurró Fahs-. Pilota naves de escolta para
el Aremin. Están registrando la zona en
busca de contrabandistas. –Guiñando un ojo en tono de broma, añadió con un
bufido-: ¿Crees que ha encontrado alguno? -El issori atrajo a Drake hacia sí,
masajeando los tensos hombros del muchacho-. Calder es un hombre bueno para ser
Imperial, Drake. No lo juzgues por lo que ves.
-Buenas noches, Fahs -saludó una voz suave-. ¿Cómo va la noche?
-Va bien -contestó Fahs, aceptando la mano del Imperial y dándole un
firme apretón-. Teniente Calder, este es un buen amigo mío. Drake.
-Drake –le saludó Calder, ofreciendo su mano en sincera señal de
amistad.
Drake esperaba que su sentido de contrabandista entrase en erupción
con sospechas y alarmas. Cuando sus ojos se fijaron el traje de vuelo negro,
una inesperada ola de calma re recorrió, pacificando su corazón que latía con
fuerza.
-Realmente no soy tan mal tipo -escuchó reír al imperial-. Todo está
en el uniforme.
Drake se echó a reír, estrechando la mano del oficial.
Extrañamente tranquilo, sonrió ante el hermoso rostro y la mata de
pelo blanco que lo coronaba. Sus profundos ojos azules profundamente estaban
separados por una nariz inusualmente angulosa, compensando la severidad de un
rostro aristocrático.
Apretando suavemente el hombro de Drake, Calder bromeó.
-¿Qué estás haciendo con este viejo bribón? No eres más que un niño.
-Tiene 17 años -dijo secamente el Issori-. Ya es un hombre en nuestro
mundo.
Irguiéndose, Calder suspiró.
-¿Los contrabandistas no creen en la infancia, Fahs?
La respuesta fue inesperadamente cortante.
-Uno tiende a crecer rápidamente a este lado del Imperio.
-Todo depende de las decisiones que tomes. –Guiñando un ojo, le dio a
Drake unas palmaditas en la cabeza-. Buenas noches.
Continuó su camino por la carretera de montaña, retirándose a través
de las puertas del asentamiento hacia las tierras comunes.
Cautelosamente, Drake susurró:
-Hablando de contrabandistas. ¿Conoces a un tal Marjan Saylor?
-Conozco ese nombre -respondió Fahs-. No he visto a esa persona durante
una década o más. Lo conocí en Arapia cuando Toob y yo fuimos a cobrar una
deuda para un señor del crimen llamado Saadoon-Kauldi.
-Saadoon-Kauldi -rió Drake con escepticismo.
-Te sorprendería saber para quién llegamos a trabajar en aquel
entonces, mi joven amigo. En cualquier caso, resulta que era Marjan quien debía
el dinero. Como era amigo suyo, Toob se dejó engañar ese tonto y le convenció
para transportar una carga de especia a través del sector Elrood, lo que
ayudaría a pagar la deuda y tal vez les proporcionase un beneficio. -Frunciendo
los labios, Fahs sonrió con el recuerdo-. Lo logramos. Conseguimos el dinero
para Saadoon. Pero lo que obtuvimos como beneficio no resultó suficiente para arreglar
una, ni mucho menos las cinco brechas en el casco que sufrimos. -El issori
sacudió la cabeza con cansancio-. Marjan estaba loco. Pero, ¿quién estaba más
loco, Toob o él? Honestamente no sabría decirlo.
-Toob le mencionó a él y algo acerca de un cargamento de especia de
gran tamaño. Por eso insistió en venir a Redcap.
-Es la enfermedad. No te preocupes, Drake. Saylor y Toob eran amigos,
hace mucho tiempo. Tuvieron una discusión hace casi 20 años y no se han hablado
el uno al otro desde entonces. –Tomando a Drake por los hombros, Fahs condujo
al agotado socorrano hacia la puerta de la choza-. Creo que te vendría bien un
trago de mi sopa, receta de mi vieja madre –dijo riendo entre dientes-. Lo
mejor para un día frío y húmedo.
-Suena bien -contestó Drake, adormilado. En silencio, entraron en la
cabaña y cerraron la puerta, echando el cerrojo tras ellos.
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