martes, 12 de enero de 2010

Boba Fett: Un hombre práctico (II)

Bar Jaraniz. Nar Shaddaa: Noche de Pague-Una-Llévese-Otra-Gratis, quinto mes. 24 ADBY.

La señal sobre el marco de la puerta quemado por disparos bláster decía que el Jara' nunca cerraba, y a pesar de multitud de guerras de bandas, tiroteos, y desacuerdos armados menores entre socios comerciales, aún no lo había hecho.
Goran Beviin atravesó las puertas abiertas del Jara' –abiertas y soldadas así, por alguna razón que sólo el propietario conocía– y se detuvo a escanear el inusualmente abarrotado bar.
–Por allí. –El camarero, ocupado con la elaboración de un complicado cóctel, señaló con la cabeza hacia los cubículos escasamente iluminados del extremo más alejado. Sus manos estaban llenas de fragmentos de fruta, pinchitos y una botella en espiral de color azul celeste de vosh de doscientos grados con esos pequeños y desagradables trozos de geref flotando en su interior-. El guapo caballero del traje negro. Busca ayuda Mando.
Beviin giró la cabeza discretamente para un pasado de moda chequeo a base de globo ocular. Shab, el tipo era feo. Seriamente feo: un rostro como un accidente de deslizador, y la mitad de limpio. Beviin consideró la opción de dejarle un casco de sobra por el bien de los demás clientes. Pero estaban igual de ocupados que el camarero, estudiando la espuma que cubría sus cervezas o los trozos sólidos de sus vasos de vosh sublimándose en vapor. Era el tipo de bar donde los parroquianos hacían un gran esfuerzo en no mirarse unos a otros. Eso normalmente hacía que acabases atravesado por una vibrohoja. La gerencia estaba orgullosa de la estricta etiqueta del bar. Beviin extendió su mano enguantada para pedir un botellín de cerveza, planeando bebérselo más tarde. No iba a quitarse el casco allí.
–No hacemos operaciones de estética. –El camarero le pasó dos botellas, y deslizó ambas en el zurrón que colgaba de su cinturón–. ¿Le has visto anteriormente?
–No.
–No es un rostro fácil de olvidar. –Un grupo de voces femeninas elevó la voz y comenzó a reír en el extremo más alejado del bar, y Beviin advirtió una mujer y una chica joven, humanas y vestidas con auténticas beskar'gam, armaduras mandalorianas, inclinadas sobre una mesa como si compartieran un chiste. Había gran cantidad de vasos vacíos sobre la mesa junto a sus blásteres-. Otra vez la noche de las damas, por lo que veo.
–Mira, no quiero problemas.
–No planeo causar ninguno.
–Me refiero a ellas. –El camarero puso los detalles finales al cóctel–. Tus camaradas bien podrían desmadrarse.
Beviin no las reconocía. Parecían estar pasándoselo bien, y ciertamente no parecían preocupadas por ser las únicas mujeres del bar que no estaban realmente trabajando. Había pequeñas comunidades mandalorianas en este sector, pero el Jara' era uno de los lugares donde los mercenarios y cazarrecompensas buscaban trabajos, de modo que las mujeres podrían ser de cualquier parte. Sus armaduras –rojo oscuro, con el mismo sello en forma de sable estampado en negro en la placa pectoral– las identificaba como pertenecientes al mismo clan, y parecían ser madre e hija. Sus cascos estaban apoyados en el suelo.
–Sólo hay una cosa que asuste a un hombre Mando –dijo Beviin–, y es una mujer Mando. Asegúrate de que no se te olvida ponerles servilletas.
Aún seguían riéndose con aullidos cuando cruzó el bar hacia los cubículos. Escuchó la palabra Verd'goten. De modo que la chica por fin había completado su entrenamiento como guerrera: había cumplido trece años, entonces, una mujer madura según el criterio Mando, entrenada para luchar igual que cualquier chico. Estaban celebrando su paso a la edad adulta. Como mínimo, debería haber puesto una de sus cervezas en la mesa, o unirse a ellas en el oya manda, pero antes tenía que ocuparse de unos asuntos. Tal vez más tarde. La chica –y realmente parecía una niña muy joven, incluso con ese cuero cabelludo seco e inidentificable colgando de su placa pectoral– le hizo pensar que ya iba siendo hora de que tuviera un hijo.
Tal vez más tarde.
El hombre del traje negro observó sin parpadear cómo Beviin se aproximaba: la muchedumbre se apartaba para dejarle paso sin mediar una palabra o una mirada. Incluso la clientela perteneciente al hampa no se arriesgaría a ofender a un mandaloriano. Beviin se deslizó en cubículo al otro lado de la mesa de su posible cliente, dejando la funda de su arma preparada y a mano. Captó un débil aroma metálico a sangre en su sensor ambiental. Había debido haber una pelea en el bar recientemente.
–Tengo entendido que tu gente es muy buena resolviendo problemas –dijo el hombre. Tenía unos acuosos ojos azules y un rostro que parecía como si fuera el primer intento de un escultor de extraer rasgos de un bloque de granito. No eran cicatrices: sólo crudos, brutales, y desprovistos de cualquier calor vital. Colocó sus dos manos enguantadas sobre el tablero de la mesa, una a cada lado de un vaso de líquido inodoro–. Tengo un problema que necesita resolverse.
–Yo soy Goran Beviin. ¿Y usted es...?
–Creía que los cazarrecompensas eran discretos.
–Discretos, sí. Estúpidos, no. –Proteger la confidencialidad del cliente era una cosa; no saber con quién estabas tratando era otra muy distinta–. Una vez que usted haya corrido el riesgo de decirme qué es lo que quiere, hará falta que me muestre el pago completo o suficiente información para comprobar que puede pagarme.
–Eso es irónico viniendo de un hombre que se oculta tras un casco.
–Soy mandaloriano. –Beviin era consciente del movimiento a su espalda, y el visor gran angular de su casco captó a la mujer de armadura roja pasando por los cubículos en dirección a las estaciones sanitarias–. Esa suele ser una referencia lo bastante buena para la mayoría de los clientes.
Beviin no podía ubicar su acento. Tenía unos cuarenta, quizá cuarenta y cinco años, y estaba claramente insatisfecho de no ser capaz de ver los ojos de Beviin. La gente siempre buscaba miradas amenazadoras provenientes del visor, mirando de arriba a abajo y de izquierda a derecha en busca de expresiones faciales que simplemente no estaban allí. A veces era más difícil hacer negocios con humanoides que con otras especies, porque necesitaban ver una cara. ¿De dónde era este tipo? De ningún sitio acostumbrado a los Mandos, eso seguro.
Shab, era un trozo de carne de aspecto tétrico.
Y entonces el tipo cometió el error de bajar sus manos por debajo de la mesa.
Beviin sintió el pinchazo de la adrenalina secando su boca e instantáneamente su bláster de mano estaba en el rostro del hombre, con el indicador rojo de carga completa. Fue un puro reflejo, del tipo que se obtiene tras años de guerra y asesinatos y de tratar de seguir con vida. Ni siquiera tuvo que pensarlo. Su mano lo hizo sin más.
El hombre parpadeó y miró a un lado, pero no parecía estar demasiado preocupado por el hecho de que el bláster de Beviin no fuese el único que le apuntaba. La mujer de la armadura roja había desenfundado también el suyo, y estaba inmóvil como si esperase una orden para abrir fuego. El bar estaba –como era habitual en momentos como ese– cuidadosamente en silencio y mostraba un desinterés total y estudiado en pos de su autopreservación.
Copaani gaan, burc'ya? –preguntó la mujer. ¿Necesitas ayuda, colega?
A pesar de las pruebas sobre su mesa, ahora estaba completamente sobria: de pelo castaño recogido en una apretada coleta, sus ojos color avellana deberían tener una chispa de vida en su interior, pero ahora eran los fríos ojos de un depredador. Los nudillos de su mano derecha estaban blancos bajo un intrincado entramado de tatuajes azules. Su objetivo se les quedó mirando con un extraño aspecto, absorto, como si lo que estuvieran sujetando no fueran armas.
Beviin negó con la cabeza.
Naysh a'vor'e, vod.Gracias, hermana, pero no–. Es que estoy un poco tenso estos días.
Ella esperó un par de latidos antes de enfundar su bláster y seguir su camino. Había ayudado a un hermano aunque este fuese un completo extraño. Esa era la filosofía Mando. Beviin bajó su arma y apoyó su espalda contra el muro del cubículo, esperando una respuesta.
–Mi nombre es Udelen –dijo el hombre. Con la voz serena, parecía mas curioso acerca de la mujer, observándola hasta que desapareció de su vista: no, no se asustaba fácilmente. Su mirada volvió a caer sobre Beviin–. Tengo que encargarme de alguien...
–¿Hasta que punto?
–Permanentemente.
–¿Deuda? ¿Rivalidad?
–No necesita saber eso.
–No puedo valorar un trabajo sin ciertos detalles.
–De acuerdo; rivalidad.
–¿Podría ser más específico?
–No.
–Entonces será más caro.
–¿Está familiarizado con la política de Ter Abbes?
Beviin activó el visor de información de su casco con un par de rápidos guiños, y los iconos cayeron en cascada por un lado de su campo de visión.
–Ter Abbes –repitió. El sensor de audio recogió las palabras y las procesó, ofreciendo un torrente de imágenes de GalaxSar y datos policiales a los que no debería tener acceso. Un lúgubre planeta fuera del trazado principal de la Ruta Comercial Perlemiana: algunos chicos malos aparecían por él de vez en cuando, pero no era precisamente un diez completo en la escala hutt de criminalidad.
¿A qué jugaba ese tipo, entonces? Política. De repente eso ya no sonaba tan atractivo. Gangsters, morosos, y demás hut'uune eran juego limpio, pero los políticos eran un cubo de chags diferente.
De todas formas, hasta ahora, había sido un año de poco trabajo. Tenía que comer. La caza de recompensas no era el tipo de negocio que funcionase por planes quinquenales. Era o banquetes o hambruna, y atrapar lo que pudieras.
–¿Qué es lo que tiene en mente? –preguntó Beviin.
–Necesito que desaparezca un político –dijo Udelen.
–¿En el poder, o no?
–¿Acaso importa? Lo quiero muerto.
Bueno, eso era una complicación que no deseaba. Beviin disfrutaba arrestando gente, y si arrestado significaba muerto, entonces tampoco es que se sintiera incómodo. Sin embargo, lo que no le gustaba era derrocar gobiernos electos, no mientras no le hubieran hecho nada a él o a los mandalorianos en general. Ese era trabajo de espías. Él tenía sus límites.
Pero su granja de Mandalore estaba pasando por un mal año. Un año de subsistencia, directo de la mano a la boca, con beneficio cero.
–¿Qué ha hecho?
–Acepta sobornos.
–No, quiero decir qué ha hecho que no hayan hecho todos los demás.
–No ha cumplido sus promesas. –Udelen movió su mano hacia la apertura de su chaqueta con deliberada lentitud, mostrando obviamente que había aprendido la lección, y extrajo un chip de datos. Lo deslizó sobre la mesa hacia Beviin, resbalando sobre algunas gotas de líquido que podrían ser condensación de algún vaso anteriormente escarchado–. Aquí está el tipo del que quiero librarme. Quiero que deje de funcionar como político antes de las elecciones del mes próximo.
Beviin deslizó el chip en el puerto de la placa de su antebrazo, y los datos se alimentaron directamente a su HUD. La pantalla se volvió loca. La información –números, letras, iconos simples en uno o dos colores– se mezclaron fácilmente con su campo de visión, pero una holoimagen a todo color era una intensa distracción. Había muchos detalles pidiendo atención, y –esta era la parte realmente difícil– era complicado mirar limpiamente a través de una cara y mantener el control de lo que se veía por detrás cuando su cerebro humano estaba cableado para concentrarse en los rasgos. Se encontró a sí mismo mirando a los ojos de un hombre que le miraba fijamente pero que nunca le vería.
Osik... –No, no se esperaba ese rostro en absoluto. No se trataba de un objetivo ordinario, un militante de base de un partido haciendo tratos sucios en tapcafés llenos de humo–. ¿Este es el líder de su oposición, Tholote B'Leph? Bien, era conocido por su generosidad antinatural otorgando contratos del gobierno cuando estaba en el poder, pero matarle haría que empezasen revueltas en todo el planeta. ¿No preferiría que le rompiera los dedos, o algo? Habitualmente funciona.
El tétrico rostro de Udelen crujió ligeramente.
–Lo que pase después es problema de Ter Abbes. –alzó la palma de su mano pidiendo el chip de datos-. Cien mil créditos. El trato habitual; la mitad por adelantado cuando acepte, la mitad cuando esté hecho, que debe ser algunos días antes de las elecciones.
Una sincronización como esa significaba que no se trataba de sobornos malgastados. Pero cien mil créditos eran muchos créditos. Eran suficientes para que dejase de preocuparse de las cosechas y de dónde vendría el siguiente botín durante bastante tiempo.
También eran muchos potenciales problemas, y tal vez más de los que podría manejar solo. Su aguzado sentido de auto-preservación le mandaba avisos de alerta.
–Tal vez necesite reclutar apoyo. ¿Cuánto tiempo tengo?
–Hasta que acabe el turno de nuestros anfitriones –dijo Udelen–. Al alba... Estaré hasta entonces.
–Estaré de vuelta antes.
La celebración del Verd'goten aún seguía en pleno apogeo cuando Beviin se fue, y mantuvo un ojo en la mujer tatuada de la armadura roja con su sensor de visión de 360 grados. Parecía que ella también estaba manteniendo el ojo sobre él.
Debería haberse detenido junto a ellas y desearle parabienes a su hija. Si seguían celebrándolo después de que terminase de hablar con el Mand'alor, haría justo eso.
Sí, ese trabajo necesitaba el apoyo de Boba Fett.

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