38
Luke y Gideon se levantan lentamente. Mientras un soldado de asalto les cubre, el otro toma primero el bláster de Luke y luego el de Gideon. Deja la empuñadura de aspecto extraño colgando en el cinturón de utilidades de Luke; aparentemente, nunca ha visto un sable de luz. Luego los soldados los conducen hacia la casa principal.
Conforme atraviesan el complejo, la dureza de la destrucción asombra a Luke. El complejo yace en ruinas. El tejado del almacén de equipamiento se ha colapsado hacia el interior, enterrando el contenido del edificio bajo dos metros de escombros. El “secadero”, el gigantesco edificio donde los mineros se visten para el trabajo, tiene un agujero del tamaño de un caminante imperial en el centro. Los flexi-pasillos muestran agujeros y rasgaduras cada 20 metros.
Luke esperaba encontrar supervivientes. En su lugar, encontró cadáveres de todas las formas y tamaños cubriendo el complejo, extraídos sin vestir y sin preparar para el vacío de los edificios destruidos. Cerca de 100 objetos desfigurados y calcinados, que anteriormente podrían haber estado vivos o no, yacen esparcidos por el complejo.
Las únicas cosas que se mueven, aparte de los soldados de asalto y ellos mismos, son droides muy dañados y confusos. Dos droides de mantenimiento, uno al que le falta un brazo y otro al que le falta una pierna, trabajan para reparar el hueco en el edificio de vestuarios. Un droide médico con la cabeza aplastada se apresura de una forma calcinada a otra, realizando test de diagnóstico que ningún paciente tiene esperanzas de superar.
Luke se queda parado, con recuerdos de una escena similar fluyendo en su mente: humo negro surgiendo de la entrada a una casa subterránea; el calor abrasador que le impedía entrar al pequeño volcán artificial que antes había sido su hogar; dos formas, humeantes e irreconocibles, retorcidas en la arena que habían cosechado durante tanto tiempo y a tan alto coste. Las emociones que sintió entonces le abordan ahora, y el tiempo que había pasado no las hace más débiles. No se resiste a sus sentimientos, sabiendo que no puede ganar una batalla con su propia mente.
–¿Todo esto era necesario? –pregunta a sus guardianes–. ¿Qué había hecho esta gente al Imperio?
El primer soldado de asalto se encoge de hombros.
–¿Quién sabe? Ahora, muévete.
Empuja amenazadoramente a Luke, pero no antes de que Luke pudiera ver a Sidney escabulléndose de un edificio a otro, escondido. Luke Jura que Parnell pagará por esto.
Pocos minutos más tarde, los guardias empujan a Luke y Gideon al interior de la casa principal. Anteriormente había estado decorado con gusto en estilo pre-imperial. Ahora, las holografías que una vez adornaron los salones sirven como felpudos para botas de asalto. Los caros muebles –algunos de ellos de madera auténtica– están hechos añicos y cubiertos de disparos de bláster. Apenas queda una pieza intacta.
Sus escoltas se detienen frente a una pesada compuerta. Antiguamente estaba oculta tras una serie de paneles deslizantes. Dos soldados de asalto montan guardia en el exterior.
–Estos prisioneros son los responsables de la destrucción de la lanzadera de asalto –informa el captor de Luke.
Un guardia asiente, luego entra por la compuerta. Un momento después, vuelve.
–El general Parnell desea verlos de inmediato.
Sus captores empujan a Luke y Gideon a través de la compuerta. Tras detenerse en una pequeña esclusa, entran en una majestuosa oficina. Parnell está sentado tras un escritorio de madera, con su traje de vacío desabrochado y su casco apoyado en la rodilla. Cuando ve a Luke, los gélidos ojos de Parnell se estrechan y pronuncia una sola palabra:
–¡Tú!
Un instante después, se dirige a los soldados de asalto.
–Ya he añadido un punto favorable a sus expedientes. Pueden quedarse para el interrogatorio.
Luke se quita el casco.
–¿Cómo justifica esta masacre? –pregunta enojado.
Parnell observa con desagrado a Luke durante varios minutos, sin separar un solo momento sus ojos de la ardiente mirada del joven. Con calma, responde:
–La resistencia pasiva es una forma particularmente estúpida de rebelión, ¿no estás de acuerdo? De todas las cosas que un ser racional puede hacer para enfrentarse a un tirano, es la menos dañina y la más fácil de resolver.
”Si, las estrellas no lo quieran, llegase alguna vez a ser el objeto de un déspota, optaría por tu forma de protesta. Esa lanzadera de asalto me costó más de 200.000 créditos. Si un señor de la guerra tiene alguna debilidad, esa es su bolsillo... golpéale allí lo bastante a menudo, y puede que llegues a vencerle.
–No ha contestado a la pregunta del muchacho, general –dice Gideon.
Parnell vuelve su rostro hacia el viejo minero.
–Sí que lo he hecho... al menos esa es la única respuesta que llegará a tener. –Parnell hace una pausa–. Mis subordinados quieren mataros inmediatamente. Pero yo creo que no... os uniréis a Erling Tredway en Tol Ado. –Ríe entre dientes amenazadoramente–. En el bloque reservado para mis huéspedes especiales.
–Te haré pagar por esta matanza, Parnell –dice Luke–. ¡Aunque me eches al fondo del agujero más oscuro de la galaxia!
–Allí es precisamente donde te voy a enviar, muchacho. –Parnell devuelve su atención a los soldados de asalto–. Aseguradles para preparar su transporte.
Los soldados de asalto vuelven a sellar los trajes de vacío de Luke y Gideon, y después los empujan de vuelta a la esclusa. Cuando se abre, los guardias les indican que suban al piso de arriba. Cuando Luke comienza a subir las escaleras, alcanza a ver a Sidney a través de una ventana al final del tramo de escalones. El pada está trepando por el exterior de la casa. Sostiene su pistola en una garra y se encoge de hombros.
Luke y Gideon se levantan lentamente. Mientras un soldado de asalto les cubre, el otro toma primero el bláster de Luke y luego el de Gideon. Deja la empuñadura de aspecto extraño colgando en el cinturón de utilidades de Luke; aparentemente, nunca ha visto un sable de luz. Luego los soldados los conducen hacia la casa principal.
Conforme atraviesan el complejo, la dureza de la destrucción asombra a Luke. El complejo yace en ruinas. El tejado del almacén de equipamiento se ha colapsado hacia el interior, enterrando el contenido del edificio bajo dos metros de escombros. El “secadero”, el gigantesco edificio donde los mineros se visten para el trabajo, tiene un agujero del tamaño de un caminante imperial en el centro. Los flexi-pasillos muestran agujeros y rasgaduras cada 20 metros.
Luke esperaba encontrar supervivientes. En su lugar, encontró cadáveres de todas las formas y tamaños cubriendo el complejo, extraídos sin vestir y sin preparar para el vacío de los edificios destruidos. Cerca de 100 objetos desfigurados y calcinados, que anteriormente podrían haber estado vivos o no, yacen esparcidos por el complejo.
Las únicas cosas que se mueven, aparte de los soldados de asalto y ellos mismos, son droides muy dañados y confusos. Dos droides de mantenimiento, uno al que le falta un brazo y otro al que le falta una pierna, trabajan para reparar el hueco en el edificio de vestuarios. Un droide médico con la cabeza aplastada se apresura de una forma calcinada a otra, realizando test de diagnóstico que ningún paciente tiene esperanzas de superar.
Luke se queda parado, con recuerdos de una escena similar fluyendo en su mente: humo negro surgiendo de la entrada a una casa subterránea; el calor abrasador que le impedía entrar al pequeño volcán artificial que antes había sido su hogar; dos formas, humeantes e irreconocibles, retorcidas en la arena que habían cosechado durante tanto tiempo y a tan alto coste. Las emociones que sintió entonces le abordan ahora, y el tiempo que había pasado no las hace más débiles. No se resiste a sus sentimientos, sabiendo que no puede ganar una batalla con su propia mente.
–¿Todo esto era necesario? –pregunta a sus guardianes–. ¿Qué había hecho esta gente al Imperio?
El primer soldado de asalto se encoge de hombros.
–¿Quién sabe? Ahora, muévete.
Empuja amenazadoramente a Luke, pero no antes de que Luke pudiera ver a Sidney escabulléndose de un edificio a otro, escondido. Luke Jura que Parnell pagará por esto.
Pocos minutos más tarde, los guardias empujan a Luke y Gideon al interior de la casa principal. Anteriormente había estado decorado con gusto en estilo pre-imperial. Ahora, las holografías que una vez adornaron los salones sirven como felpudos para botas de asalto. Los caros muebles –algunos de ellos de madera auténtica– están hechos añicos y cubiertos de disparos de bláster. Apenas queda una pieza intacta.
Sus escoltas se detienen frente a una pesada compuerta. Antiguamente estaba oculta tras una serie de paneles deslizantes. Dos soldados de asalto montan guardia en el exterior.
–Estos prisioneros son los responsables de la destrucción de la lanzadera de asalto –informa el captor de Luke.
Un guardia asiente, luego entra por la compuerta. Un momento después, vuelve.
–El general Parnell desea verlos de inmediato.
Sus captores empujan a Luke y Gideon a través de la compuerta. Tras detenerse en una pequeña esclusa, entran en una majestuosa oficina. Parnell está sentado tras un escritorio de madera, con su traje de vacío desabrochado y su casco apoyado en la rodilla. Cuando ve a Luke, los gélidos ojos de Parnell se estrechan y pronuncia una sola palabra:
–¡Tú!
Un instante después, se dirige a los soldados de asalto.
–Ya he añadido un punto favorable a sus expedientes. Pueden quedarse para el interrogatorio.
Luke se quita el casco.
–¿Cómo justifica esta masacre? –pregunta enojado.
Parnell observa con desagrado a Luke durante varios minutos, sin separar un solo momento sus ojos de la ardiente mirada del joven. Con calma, responde:
–La resistencia pasiva es una forma particularmente estúpida de rebelión, ¿no estás de acuerdo? De todas las cosas que un ser racional puede hacer para enfrentarse a un tirano, es la menos dañina y la más fácil de resolver.
”Si, las estrellas no lo quieran, llegase alguna vez a ser el objeto de un déspota, optaría por tu forma de protesta. Esa lanzadera de asalto me costó más de 200.000 créditos. Si un señor de la guerra tiene alguna debilidad, esa es su bolsillo... golpéale allí lo bastante a menudo, y puede que llegues a vencerle.
–No ha contestado a la pregunta del muchacho, general –dice Gideon.
Parnell vuelve su rostro hacia el viejo minero.
–Sí que lo he hecho... al menos esa es la única respuesta que llegará a tener. –Parnell hace una pausa–. Mis subordinados quieren mataros inmediatamente. Pero yo creo que no... os uniréis a Erling Tredway en Tol Ado. –Ríe entre dientes amenazadoramente–. En el bloque reservado para mis huéspedes especiales.
–Te haré pagar por esta matanza, Parnell –dice Luke–. ¡Aunque me eches al fondo del agujero más oscuro de la galaxia!
–Allí es precisamente donde te voy a enviar, muchacho. –Parnell devuelve su atención a los soldados de asalto–. Aseguradles para preparar su transporte.
Los soldados de asalto vuelven a sellar los trajes de vacío de Luke y Gideon, y después los empujan de vuelta a la esclusa. Cuando se abre, los guardias les indican que suban al piso de arriba. Cuando Luke comienza a subir las escaleras, alcanza a ver a Sidney a través de una ventana al final del tramo de escalones. El pada está trepando por el exterior de la casa. Sostiene su pistola en una garra y se encoge de hombros.
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