domingo, 10 de enero de 2010

El honor de los Jedi (41)

41
Luke no obedece de inmediato. En su lugar, dice:
–Vamos; un permiso no puede ser un trato tan bueno en un sistema como este. ¿A dónde vais a ir? ¿A algún albergue de beneficencia para mineros en el asteroide 100.000?
–Cualquier cosa es mejor que los barracones –responde el soldado–. Y pronto pensarás que un albergue de beneficencia es el cielo. Ahora levántate antes de que te abra un agujero humeante aquí mismo.
–¿A qué viene tanta prisa? –dice Luke–. Nadie va a ir a ninguna parte hasta que no llegue la lanzadera del relevo. Y espero que alguien la vuele en pedazos también.
–Esta es la gota que colma el vaso –dice el soldado, tensando el dedo sobre el gatillo–. No me importa si me ponen bajo arresto durante un mes.
Sidney se deja caer del sumidero, con su pistola bláster fuertemente agarrada con ambas manos. Los soldados de asalto no se han percatado de su presencia.
Luke se pone de pie.
–Ya voy. Por cierto, estáis rodeados.
–Cállate y muévete –dice el soldado.
–Lo dice en serio, chicos –dice Gideon–. Echad un vistazo.
El primer soldado de asalto mira por encima de su hombro, entonces lanza una maldición y se vuelve para disparar. Un relámpago verde surge del arma de Sidney. El soldado de asalto cae derribado, con su sorprendida maldición resonando en su comunicador.
Luke desengancha el sable de luz de su cinturón de utilidades.
El otro soldado observa caer a su compañero. Luego, dándose cuenta de que es seguro que él le seguirá, alza su arma para responder al fuego de Sidney.
Luke activa su sable. La hoja blanco-azulada atrae la atención del soldado el tiempo justo para hacerle dudar.
Un instante es todo lo que Luke necesita. Avanza un paso y cruza la hoja por el abdomen de su víctima. El hombre se dobla por la herida como si fuera una bisagra. Luke desactiva el sable antes de que el cadaver golpee el suelo.
–Buen trabajo –dice Gideon con una risita–. Has perdido tiempo como un cargador de rocas alargando una pausa de cinco minutos para que dure una hora.
Luke echa un vistazo a los dos imperiales muertos. Aunque no siente ningún gozo por sus muertes, tampoco lamenta su pérdida. Cualquier ser que contemple la posibilidad de un permiso de fin de semana después de haber asesinado a miles de seres racionales no merece ninguna simpatía por su parte.
–¡He matado! –gime Sidney, mirando su bláster como si a continuación fuera a volverse contra él. Se deja caer al suelo y coloca sus garras sobre el macabro agujero en la armadura del soldado–. Está muerto.
Frunce su hocico, curvándolo en forma de luna creciente, y mantiene las orejas dobladas hacia delante en un ángulo forzado.
–No tenías elección –dice Luke–. Te habría abierto uno agujero humeante del tamaño de tu garra.
Sidney niega con la cabeza.
–El pada siempre tiene la elección.
–Y tomaste la correcta –dice Gideon–. Movámonos antes de que aparezcan más soldados cubiertos de plastiduro.
Luke anima al pada para que se levante.
–No quiero decir que esto lo vaya a hacer más fácil –dice–. Pero hemos venido aquí a realizar algo, y no podemos dejar que termine ahora.
Sidney se pone en pie.
–No... esta muerte tiene que significar algo.
–Ese es el espíritu –dice Gideon–. ¿Continuamos hacia la casa, o miramos si alguien a logrado llegar a la mina?

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