domingo, 10 de enero de 2010

La tribu perdida de los Sith #2: Celestiales (I)

La tribu perdida de los Sith #2
Celestiales
de John Jackson Miller
Capítulo Uno
5.000 años ABY

-¡Hereje!
-Yo también me alegro de verte, Madre –dijo Adari-. ¿Se han portado bien los niños?
Aún no se había cerrado del todo la puerta cuando el hijo menor estaba en los brazos de Adari, aupado hasta allí por Eulyn. El hijo mayor de Adari entró de un salto en la habitación, cojeando hacia ella. Bajo el ataque de cuatro brazos púrpura, Adari caminó tambaleándose hacia el muro, buscando un lugar para dejar caer su carga inerte. El zurrón de tela cayó con un ruido seco cobre el suelo de madera.
-¡Hereje! Eso es lo que tu tío dice que te llaman –dijo Eulyn-. Estuvo aquí... y el vecino Wertram, el sastre. Y también su mujer... ¡ella, que nunca abandona su choza para nada! ¡Ocho personas han estado en lo que va de día!
-Bueno, no mires afuera –dijo Adari-. Me han seguido más a casa. –Apartó a su alborotador hijo mayor y trató de rescatar su cabello dorado de la boca de su retoño. El cabello corto no era la moda en las mujeres keshiri, pero para Adari era autodefensa. En lo que respectaba a su hijo menor, nunca lo tendría suficientemente corto-. ¿Está ya el potaje?
-¿Potaje? –Eulyn recuperó a su pequeño nieto, sólo para ver cómo Adari salía disparada hacia la cocina. Enrojeciendo de irritación, la piel de Eulyn tomó un tinte violeta que casi igualaba a la de su hija-. ¡Estás preocupada por la comida! No tienes ni idea de lo que ha estado pasando aquí, ¿verdad?
-Es la pausa de la comida. He estado trabajando.
-De trabajando, nada. ¡Sé dónde has estado!
Adari miró fijamente la vasija de barro gris llena de carne y vegetales cocidos y suspiró. Por supuesto que su madre sabía dónde había estado. Todos lo sabían. Adari Vaal, coleccionista de rocas y piedras; joven viuda del valiente jinete de uvaks sobre el que habían recaído tantas esperanzas. Adari Vaal, enemiga de la ley y el orden; madre ausente y desorientadora de los hijos de otras personas. Hoy había sido su tercer día de testimonio ante el Neshtovar. Había ido igual de bien que los otros dos.
-¿Qué es ese sonido?
-Están tirando piedras contra la casa –dijo Adari, regresando con un bol humeante que dejó sobre la mesa. Poniéndose de nuevo en pie, abrió de par en par la puerta principal y vio como varios regalos de la comunidad rebotaban en el umbral. Cerró rápidamente la puerta de un portazo. Una piedra de color pimentón bajo la cuna vacía llamó su atención. La recogió con un brazo nervudo y lleno de arañazos-. Esta es buena-. No es de por aquí.
Aparentemente, estaba atrayendo a gente de todas partes. Tendría que echar un vistazo más tarde. ¿Quién necesitaba expediciones cuando tenías una multitud furiosa para recoger muestras?
Adari se acuclilló y dejó su descubrimiento en su bolsillo, ya lleno a rebosar de piedras de todas las formas y colores. Sobre ella, el estrépito era cada vez más fuerte. El niño más pequeño comenzó a llorar. Los grandes ojos oscuros de Eulyn se ensancharon por el horror.
-¡Adari, escucha! -dijo-. ¡Ahora están golpeando el tejado!
-En realidad, eso es un trueno.
-¡Es una prueba, eso es lo que es! Los Celestiales te han abandonado.
-No, Madre, es una prueba de que me están protegiendo –dijo Adari, comiendo de pie-. Si llueve, la multitud no puede prender fuego a nuestra casa.
No era probable que pasara eso: la viuda de un Neshtovari era una persona protegida, era improbable que la asesinasen en una revuelta. Sin embargo, no había nada que impidiera hacer su vida miserable, y debido a su pecado contra los propios Nestovar, ninguna autoridad iba a detenerles. De hecho, las pequeñas demostraciones como estas eran buenas para el orden público.
Adari se asomó al patio trasero. No había rocas allí. Sólo el uvak, haciendo lo que había hecho durante todo el último año: ocupar la mayor parte del espacio y apestar. Los ojos reptilianos color esmeralda se abrieron el tiempo suficiente para lanzarle una fiera mirada. Agitó las alas, de aspecto similar al cuero, rozándolas contra las paredes del corral. A la bestia no le importaba la lluvia helada, pero el ruido de la calle había perturbado su siesta regia.
Los uvak sin jinete eran todo pereza y malos modos, pero a Nink no le había gustado su jinete cuando había tenido uno. Era la cosa que menos le gustaba a Adari, pero venía junto con la cada. De algún modo, la casa era de él.
En los viejos tiempos, cuando un Neshtovari –un jinete de uvaks- moría, la comunidad asesinaba también a la familia del difunto. Esa práctica había terminado, quizá la única vez que los Neshtovar habían permitido que el sentido práctico venciera a la tradición. Los uvaks eran preciados, temperamentales, y apegados a sus jinetes; mantenerlos con los supervivientes del jinete muerto a menudo mantenía a las bestias lo bastante sanas para que sirvieran en el mercado de reproducción. Por no mencionar, murmuró Adari, lo que eso habría supuesto para la reproducción de los Neshtovar. Los jinetes no habían tenido unas vidas sociales muy buenas cuando la muerte entraba en juego. Pero desde el cambio, los jinetes de uvaks se habían vuelto muy buscados como parejas en la sociedad keshiri.
Adari no había buscado a Zhari Vaal en absoluto. Ella estaba interesada en las rocas; Zhari tenía la misma conversación que ellas. En nueve años, le había dado dos hijos con pocas luces, una descripción que le parecía menos severa de lo que la caridad maternal dictaría. Los quería bastante, pero no mostraban ninguna señal de ser más amables o inteligentes de lo que había sido su padre. Auténtica raza de estúpidos. Era ella la estúpida, por no escapar; él, bueno, él era Zhari Vaal. El “joven y valiente jinete de los Neshtovar sobre el que recaían tantas esperanzas” –esa era la frase del epitafio- había maltratado a Nink una vez de más. Una hermosa mañana, la bestia voló conduciendo a Zhari lejos, sobre el mar, y lo dejó caer sin más ceremonia. Adari estaba segura de haber visto un indicio de satisfacción en los brillantes ojos verdes de la criatura cuando regresó a casa. Nunca se había llevado muy bien con Nink anteriormente, pero al menos ahora le mostraba cierto respeto. Con respecto a Zhari, el uvak había tenido más sentido común que ella.
No era todo culpa suya, lo sabía. La unión era el resultado de los años de presión de Eulyn, buscando un seguro para la posición de su familia en el futuro. Sólo los hombres se convertían en jinetes, pero la propiedad keshiri se heredaba matriarcalmente; ahora Adari y su madre tenían el uvak y la casa de madera, mientras que sus vecinos aún vivían en chozas de brotes de hejarbo entrelazados. Eulyn estaba encantada... y Adari también estaba contenta de dejar los niños a cargo de Eulyn. Adari había cumplido con su deber; los keshiri habían avanzado otra generación. Ahora podía concentrarse en algo importante.
Si le dejaban.
-Tengo que volver –dijo, retirando a su hijo pequeño de su trabajo de destruir la mesa del comedor. La vista de la tarde había sido muy larga, y se presentaba una sesión vespertina sin precedentes.
-Sabía que harías algo así –dijo Eulyn, taladrando con la mirada la espalda de su hija-. Siempre dije que todo eso de escarbar en la suciedad no te traería nada bueno. ¡Y discutir con los Neshtovar! ¿Por qué siempre tienes que tener razón?
-No lo sé, Madre. Pero es algo con lo que tendré que vivir –dijo Adari, ofreciéndole el retoño goteante. Una impronta olorosa quedó en su túnica; no había tiempo de cambiarse-. Intenta que Tona y Finn duerman de verdad esta noche. Volveré.
Abrió la puerta con cuidado para descubrir que la lluvia había dispersado a la multitud. La comodidad triunfaba sobre las creencias en Kesh. Pero las rocas permanecían, docenas de irónicas pequeñas afirmaciones esparcidas por todo el porche. Si las vistas duraban más tiempo, no tendría que hacer más trabajo de campo en toda la temporada; todo lo que necesitara estaría en su umbral.
Quizá debería ofender a los Celestiales cada año.


-Estábamos hablando acerca de las piedras de fuego -recordó Adari al jefe de los Neshtovar.
- estabas hablando -dijo Izri Dazh-. Yo no acepto tal término. -El anciano jinete y alto consejero cojeaba por el borde del Círculo Eterno, una plaza en la que una alta columna servía como gigantesco reloj de sol. Adari miró a su alrededor. Otra noche preciosa, para un lugar en el que no las había de otro tipo. Era la misma cada día, en el interior: una breve y precisa lluvia vespertina seguida de una brisa fresca que seguía soplando a lo largo de la noche. Pero ahora la mitad del pueblo había abandonado los auténticos entretenimientos para observar cómo un hombre calvo y enjuto arengaba a una mujer joven-. No existen las piedras de fuego -dijo, señalando a un par de piedras carmesíes sobre un pedestal cerca de la columna central-. Yo ahí sólo veo piedras corrientes de Kesh, como las que pueden encontrarse en cualquier ladera.
Adari tosió.
-¿Tienes algo que decir?
-Más bien no. -Adari alzó la vista desde su asiento en el claro arenoso... y luego echó un vistazo a los espectadores a su alrededor. ¿De qué serviría? Nadie hiba a hacerle caso. ¿Por qué seguir empeorándolo...?
Volvió a mirar a Izri. Ese espectro de color lavanda era el hombre que había elogiado a Zhari. ¿Qué sabía él? ¿Por qué motivo los Neshtovar tenían que decirle a nadie qué era lo que tenían que pensar, sólo por que eran capaces de convencer a unos pocos animales perezosos para que les llevasen en su lomo de vez en cuando?
De acuerdo, pensó, levantándose. Estas serán dos piedras menos que puedan tirarme. Tomó una de las piedras del pedestal.
-Yo he... los académicos de Kesh hemos recolectado piedras de cada parte de este continente. Registramos lo que encontramos. Comparamos. Esta roca vino del pie de la Aguja Sessal, en la costa sur.
La muchedumbre murmuró. Todo el mundo conocía la Aguja humeante, retumbando y burbujeando en el borde de la civilización. ¡Alguien debía haber estado loco para ir hasta allá a recoger piedras!
-La Aguja creó esta piedra, de las llamas que guarda en su interior. Y esta -dijo Adari, recogiendo la otra piedra-, fue encontrada aquí, a las afueras del pueblo, enterrada en el lecho del río. -Las piedras eran idénticas-. Ahora, las montañas que rodean nuestra meseta no son humeantes... lo que llamamos volcanes... al menos, no ahora. Pero que esta roca esté aquí sugiere que puede que alguna vez lo hayan sido. Todo este continente de hecho, podría haber sido creado por ellos.
-¡Hereje!
-¿Está mi madre por aquí? -Adari estiró el cuello, buscando entre la multitud. Alguien se rió disimuladamente.
Izri le quitó las piedras y murmuró mientras recorría el perímetro de la audiencia.
-Dices que estas piedras vineron... de abajo -dijo, dejando caer de su boca con esfuerzo la horrible palabra-. Y que crearon todo lo que es Kesh.
-Entonces, y ahora. Los humeantes siguen construyendo más tierra en todo momento.
-Pero tú sabes que todo lo que Kesh es provino de los Celestiales -dijo Izri, apuntando con su bastón en su dirección-. ¡Nada puede volver a nacer de Kesh!
Lo sabía; todos los niños lo sabían. Los Celestiales eran los grandes seres de arriba, lo más cercano a deidades que tenían los kesh. Bueno, había algo más cercano: Los Neshtovar, como autoproclamados Hijos de los Celestiales, podrían perfectamente haber sido los Celestiales en cuanto a la vida en Kesh se refería. La fe keshiri era vertical; arriba era sagrado. Lo elevado era venerado. Era el grupo de jinetes de uvak de Izri el que, hacía mucho tiempo, había traído desde el majestuoso lado del océano el conocimiento de la gran batalla de la creación. Cabalgando en un colosal uvak de cristal, los Celestiales habían luchado contra el Otrolado en las estrellas. La batalla rugió durante eones, con el Otrolado hiriendo a los Celestiales antes de ser vencidos. Gotas de sangre de los Celestiales cayeron sobre los turbios y negros mares, formando la tierra que dio lugar al pueblo keshiri.
Adari se preguntaba acerca de la biología de una raza gigante y de sangre arenosa... pero la doctrina de los Neshtovar tenía algo que la apoyaba: El aspecto de los escasos mapas de la tierra de los keshiri era como si uno de sus hijos hubiera derramado algo sobre ellos. Largas penínsulas montañosas surgían en todas direcciones desde un grupo de mesetas, formando suficientes enormes y a menudo impracticables líneas costeras y fiordos, como para arrancar a los keshiri la vida marina para siempre. Cuanto más ascendían los numerosos ríos en las mesetas, los granjeros obtenían más productos del rico suelo. La población de los keshiri era tanto vasta como bien alimentada.
Acerca del Otrolado, Adari encontraba que los Neshtovar pecaban de falta de curiosidad. “Aquello que se opone a los Celestiales” significaba muerte, enfermedad, fuego, rebelión -en ningún orden en concreto-, cuando no tomaba formas letales de acuerdo con las necesidades de quien contaba la historia. El Otrolado venía “de abajo”, otro elemento en el mensaje de la fe vertical. Y eso era todo lo que había que decir. Dada la devoción de los ancianos a los Celestiales, Adari estaba sorprendida de que no hubieran acabado a martillazos con quien quiera o lo que fuera que fuese el Otrolado. Pero entonces, si lo hubieran hecho, se habrían inventado un nombre mejor.
Lo que no detenía a Izri de invocarlo repetidamente mientras la increpaba.
-Tus palabras glorifican al Otrolado, Adari Vaal. Es por eso que estás aquí. Estás aquí por predicar...
-¡Enseñar!
-¡...contar esas mentiras sobre la Gran Batalla a tus acolitos!
-¿Acólitos? ¡Son estudiantes! -Buscó rostros familiares en la multitud. Sus estudiantes se habían escabullido el día que las cosas se torcieron, pero algunos de sus padres estaban allí-. ¡Tú, Ori Garran! Tú mandaste a tu hijo con los académicos porque no era bueno en el molino. Y Wertram, a tu hija. Todos los que estáis aquí en Tahv... ¿creéis que el pueblo va a caer en un agujero porque yo haya hablado a vuestros hijos acerca de unas rocas?
-¡Bien podría ser! -Izri tomó su bastón de su lugar junto al pedestal y lo agitó-. Esta tierra fue parte de los Celestiales vivientes. ¿Crees que no te oyen? Cuando la tierra tiembla, cuando los humeantes arden... son sus restos que actúan en simpatía con sus deseos. Son sus deseos lo que honramos, ¡y su odio al Otrolado!
Otra vez eso.
-Sé que eso es lo que piensa -dijo Adari, esforzándose por usar tonos lentos y neutrales-. No pretendo saber cómo actúan las fuerzas del mundo...
-¡Eso es obvio!
-...pero si las palabras desagradables causasen que el mundo temblase, ¡Kesh se agitaría cada vez que maridos y mujeres se pelean! -Respiró profundamente-. Ciertamente, los Celestiales tienen asuntos más importantes que vigilar nuestros pequeños desacuerdos particulares. Sé que los tienen.
Silencio. Adari miró a su alrededor. Oscuros ojos keshiri, que antes le miraban a ella, apuntaban ahora abajo y hacia otro lado. Algo había ganado, esta vez. Quizá no lo suficiente para que le dejasen mantener su trabajo, pero lo bastante para poder seguir recogiendo...
¡Krakka-búuum!
Rostros púrpuras se giraron al oeste, hacia las Montañas Cetajan. Sobresaliendo en el océano a lo lejos, el conjunto proporcionaba al pueblo de Tahv una de sus mejores puestas de sol... pero ahora las llamas estaban saliendo del propio pico de la montaña. Una columna de ardientes cenizas surgía de la cima.
No tenía sentido. Adari ayudó a Izri a levantarse.
-Eso... eso es un pico de granito -dijo sobre el eco de fondo-. ¡No es volcánico!
-¡Lo es ahora!

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