Nopul hizo girar una vez más la
silla de la cabina. Con esa hacían seiscientas veintiocho revoluciones, y aún
no había recibido noticias de Rendra.
Después de que ella se fuera,
había conectado el sistema de comunicaciones de la nave al canal de MEAES. De
acuerdo con los últimos datos, todo Sriluur había estallado en caos. No se
permitía despegar a ninguna nave hasta que el control de vuelo pudiera
determinar que la amenaza había pasado.
¿Amenaza? Pensó Nopul. Creedme,
ya no hay ninguna amenaza.
Echó un rápido vistazo a la
pantalla del sensor ocular externo... y entonces se quedó paralizado mirando la
escuadra de guardias de seguridad armados que avanzaba directamente hacia el Zoda.
Se acabó. Era el fin. Todas sus
esperanzas y aspiraciones se habían frustrado en el transcurso de unas pocas
horas. Bueno, por si servía de algo, no iba a dejar que terminase tan
fácilmente.
Con sus últimos rescoldos de
vigor, saltó de la silla y agarró un rifle bláster del armario de armas de la
cabina. Comprobó la carga y vio que estaba a tres cuartos de su capacidad.
Soltó una risita nerviosa: probablemente el arma resistiría más que él.
Con zancadas impulsadas por el
poder de la muerte inminente, se dirigió a la esclusa. Antes de pulsar la
apertura, respiró profundamente, tratando de estimar cuánto tardaría la patrulla
en llegar hasta la nave antes de quedarse en guardia ante ella.
Soltó el aire rápidamente y –sin
dar tiempo a que su sentido común le informase de su locura- golpeó el control
de la esclusa con el codo. Conforme la puerta se abría con un siseo, alzó el
rifle bláster y adoptó una postura ofensiva. Comenzó a apretar el gatillo del
bláster, lo justo para asegurarse de que él efectuaría el primer disparo.
Cuando la esclusa se hubo abierto
por completo para revelar la bahía al aire libre a estribor del Zoda, quedó alarmado por lo que vio.
Nada. ¿A dónde se habían ido?
¿Habían dado la vuelta al otro lado de la nave? ¿Estaban ocultos esperando a
que asomase la cabeza para poder volársela en un millón de pedazos sin quedar
expuestos?
Cuando nadie apareció para responder
sus preguntas, descendió lenta y cautelosamente por la rampa, con cuidado de no
recortarse de la silueta del casco. Para sondear las aguas, agitó hacia fuera
el cañón de su rifle.
No hubo respuesta.
Lo que no ayudó demasiado a
calmar sus nervios. Tal vez eran más listos que él. No, esto no le gustaba ni
una pizca.
Dándose cuenta de que no tenía
otra opción –la unidad de sensor ocular estaba fija en una vista de popa-,
asomó la cabeza y miró en ambas direcciones, esperando no vivir lo suficiente
para percibir la información que absorbieran sus ojos.
Así que un instante después quedó
totalmente sorprendido al encontrarse ileso, mientras la escuadra de guardias
de seguridad iba disminuyendo en tamaño mientras se dirigía hacia otra nave a
unas decenas de metros de distancia.
Nopul tomó aire con alivio. La
adrenalina, aunque ya no era necesaria, aún corría por sus venas, haciendo
temblar sus manos, y, por extensión, el rifle bláster. El movimiento le
despertó de su estupor y subió la rampa corriendo, pulsando el mecanismo de
cierre. Dejó que la esclusa se cerrase por sí misma mientras se dirigía a la
cabina.
Cuando llegó allí vio que la luz
de mensajes entrantes estaba parpadeando. Esa era la señal. Tomó sus
herramientas de pirateo informático, sopesó la conveniencia de dejar atrás el
rifle bláster, y finalmente salió sin él. Tenía mucho que hacer. Rendra, Oro y
Vakir dependían de él. No podía correr el riesgo de llevar un arma letal. Si
era arrestado o incluso sólo retenido por unos instantes, todos ellos, él
incluido, perderían sus vidas. Y eso definitivamente no iba a alegrarle el día.
***
El sol amarillo de Sriluur
brillaba con fuerza sobre Rendra desde su posición en el lado meridional del
zénit celeste. El día anterior había estado demasiado ocupada para ver lo
brillante que era, pero ahora, encadenada a un pilar improvisado en el estrado
del centro del suelo del Coliseo, no tenía forma de no advertir esa
información.
Junto a ella, Oro, Vakir y otro alienígena al que no reconocía
–aparentemente atrapado en las mismas maquinaciones políticas-, observaban cómo
el primer ministro Pon Svale continuaba felicitándose a sí mismo por haber
capturado a los asesinos y denigrándola a ella y a sus acompañantes por sus
malvadas intenciones. Rendra deseó poder ofrecerle un ejemplo de verdadera
maldad. Por suerte para él, había dos metros de cadena de duracero
reteniéndola.
Ya había sufrido media hora de
tortura en la que le habían arrojado de todo, desde piedras hasta vegetales
podridos –estaba bastante segura de que una de las frutas con aspecto de
calabaza le había roto un par de costillas-, y ahora la ceremonia parecía estar
llegando a su fin.
¿Dónde galaxias estaba Nopul? El
tiempo –al menos el suyo y el de sus compañeros- se estaba convirtiendo en un
lujo escaso.
-Traidores como estos –continuó
diciendo Svale-, deben ser purgados de nuestros sistemas su esta nueva alianza
ha de florecer.
La multitud respondió con
ensordecedores vítores.
Vakir, que era quien estaba más
cerca de ella, la miró.
-¿Seguro que Nopul puede ocuparse
de esto?
-¿Pondría yo en juego todas
nuestras vidas si no pudiera? –Esperó que su tono forzado ocultara el hecho de
que no tenía ni idea de lo que Nopul era capaz. Ella no sabía nada de pirateo
informático, siempre le dejaba eso a él, y por tanto nunca había sido capaz de
evaluar su nivel de habilidad.
Pero Vakir pareció convencido.
-No puedo esperar a ver a este
hombre –dijo, lanzando una mirada de desagrado en dirección a Svale- caer desde
su elevado pedestal y ser pisoteado por su propia gente.
Rendra, incluso en medio de su
situación actual –o, tal vez, precisamente por eso- no pudo evitar sonreír.
-Ya somos dos.
El rugido de las masas sentadas y
de pie en todo el Coliseo –parecía haber más audiencia hoy que ayer, un triste
indicador de la condición de los seres racionales, pensó Rendra- se aplacó, y
Svale los observó a todos en silencio, creando tensión dramática para obtener
la mayor respuesta a lo que estaba a punto de decir, que Rendra, por desgracia,
podía adivinar palabra por palabra.
Vamos, Nopul. Tengo fe en ti. Más de la que tengo en mí ahora mismo.
Pero estás a punto de quedarte sin tiempo.
-¡Enviad a estos... insidiosos
demonios –dijo Svale, con su voz atronadora resonando por los amplificadores
colocados en todo el recinto- de vuelta con sus creadores!
Las masas vitorearon, silbaron,
aplaudieron y patalearon, haciendo suficiente ruido como para ahogar la última
sílaba del decreto de Svale. Cuatro soldados se separaron de su unidad y
cruzaron el estrado, tomando posición cada uno junto a uno de los reos y
colocando blásters contra las sienes de sus víctimas.
Rendra miró las videopantallas
del perímetro del Coliseo. Pasaron de enfocar a Svale al cuarteto de soldados
con sus blásters listos para el disparo fatal. Vamos, Nopul. Vamos.
Y entonces todas las
videopantallas del recinto mostraron estática. El corazón de Rendra dio un
brinco. Casi. Ya casi lo tienes.
Miró a Svale, que se estaba
regodeando en la sed de venganza de la multitud. Él hizo un gesto a los
soldados, que entonces dirigieron su atención a Rendra y sus compañeros
cautivos.
Por el rabillo del ojo Rendra
pudo ver movimiento sobre sus cabezas, y alzó la mirada para ver la imagen de
Pon Svale en la videopantalla... pero esta vez se encontraba en un pasillo
subterráneo, no en el estrado a plena luz del sol. Nopul lo había logrado.
Pero al volverse hacia el soldado
que estaba a punto de acabar con su vida, se dio cuenta de que podría ser
demasiado tarde. Nadie estaba prestando atención a las videopantallas. Todas
las miradas estaban fijas en la ejecución que estaba a punto de tener lugar
ante ellos.
-¡Eh! –se sorprendió gritando al
soldado weequay-. ¡Mira! ¡Mira la videopantalla! –Él sólo respondió con una
expresión confusa-. Puedes matarme dentro de dos segundos. Pero mira por favor
a las videopantallas.
Se lo pensó por un instante, y
entonces echó una mirada de soslayo por encima de su hombro. Y no apartó la
mirada.
El resto de verdugos
–aparentemente sus subordinados- también dudaron, no muy seguros de por qué su
líder no había llevado a cabo aún su tarea. Ellos, también, miraron las
videopantallas.
La audiencia abucheó y silbó... y
entonces, sorprendentemente, quedó en silencio cuando vio la escena que se
mostraba en las inmensas pantallas.
-Pero gracias a ese atentado
contra su vida, cortesía de un servidor –estaba diciendo la imagen grabada de
Svale-, he podido demostrarle que se equivocaba.
El ministro Aaregil corrió al
estrado.
-Detengan la ejecución. No
podemos enviar a estas personas a sus muertes hasta que hayamos investigado
esta nueva prueba.
Svale estaba demasiado lejos del
micrófono para que se captase lo que decía, pero Rendra pudo ver por su
expresión furiosa y sus gestos exagerados que no se estaba tomando muy bien el
anuncio de Aaregil.
Aaregil no respondió nada, pero
después de unos instantes soportando la diatriba de Svale, indicó a las fuerzas
de seguridad que detuvieran al primer ministro.
Media docena de guardias de
seguridad bloquearon la visión de Rendra, y volvió su atención al soldado que
había estado a punto de acabar con su vida.
-Gracias –le dijo, pero él ignoró
el comentario.
Aaregil se acercó a ella.
-Incluso si esta cinta de datos
puede verificarse, aún estás en un grave problema.
Ella quiso decirle que no le
importaba, pero antes de poder pronunciar palabra, él se marchó.
Miró por encima de su hombro para
ver a Vakir hiperventilando –pero vivo-, y apoyó la cabeza contra la columna. Paso uno conseguido. Puede que vayamos a la
cárcel durante cincuenta años, pero al menos no vamos a morir hoy.
Conforme la adrenalina abandonaba
su cuerpo, comenzó a preguntarse si eso era algo bueno o malo.
***
Dos largos meses después, Rendra,
Nopul, Vakir, Oro, e incluso Scrud (Oro había bautizado al droide de espionaje
en su lengua nativa, aunque ninguno de ellos pudo descifrar a partir de sus
explicaciones cuál era la traducción exacta al básico), se encontraban ante el Zoda en su bahía de atraque descubierta
de Sriluur.
-No me gusta –dijo Nopul-. Los
colores no van a juego.
-Era esto, o permanecer en el
centro de detención para el resto de nuestras vidas –dijo Rendra, por la que
supuso que era la centésima vez.
-Sí, lo sé. ¿Pero por qué tenemos
que tener el símbolo de la Alianza Houk-Weequay pintado en el costado de
nuestra nave? No va a ayudarnos a llevar a cabo estas misiones.
-Aaregil dijo algo acerca de
crearse una reputación, tener una presencia... la palabrería política habitual.
Nopul gruñó mientras se echaba
hacia atrás los dos mechones de pelo que recorrían su cuero cabelludo. Durante
los años, Rendra había aprendido que ese gesto significaba que había aceptado
lo que le habían dicho, pero que seguía sin gustarle.
-Entonces, ¿cuál es nuestra
primera misión? ¿Labores de escolta para un transporte de frutas?
Rendra echó un vistazo a la
tableta de datos que tenía en las manos.
-No exactamente.
***
-¡Te había dejado un disparo
perfecto! –gritó Rendra por su auricular mientras hacía un barril con el Zoda para evitar una ráfaga de fuego
laser que se acercaba a ellos-. ¿Qué ha pasado?
-Fallé –fue la sencilla respuesta
de Oro. Si hubiera estado en la cabina con ella, le habría dado una colleja.
Por suerte para él, estaba a toda una cubierta de distancia, en la torreta
ventral.
-Están volviendo de nuevo. Dos
cazas en... uno-veinte punto cuarenta y cuatro –dijo Nopul, con los ojos
pegados a la consola del sensor delante de él. Se volvió hacia ella-. De todas
formas, ¿cuánto va a durar este acuerdo con la Alianza Houk-Weequay?
Antes de que ella pudiera
responder, el Zoda se estremeció
cuando las naves piratas lo golpearon con una andanada de disparos láser.
Rendra respondió al ataque elevándose en un nuevo vector, divergente en noventa
grados con el anterior.
-No quieras saberlo.
-Tanto, ¿eh?
-¡Oro, Vakir! –gritó Rendra por
el auricular-. ¡Me ayudaría mucho si le dierais a algo!
-Cazas piratas, formación de
pirámide –anunció Nopul-. Noventa y dos punto siete y acercándose rápidamente.
-Todos los escudos al flanco de
estribor. ¡Oro y Vakir, fuego a discreción! –Lanzó al Zoda en una peligrosa maniobra, dirigiéndose directamente hacia los
cazas enemigos-. Y, muchachos, esta vez lo digo realmente en serio.
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