martes, 17 de diciembre de 2013

Operaciones Especiales: El arte de la infiltración (I)

Operaciones Especiales: El arte de la infiltración
John Beyer y Kathy Burdette

Las guarniciones imperiales –estructuras severas y ominosas- dominan el paisaje dondequiera que son construidas. Son símbolos del poder del Imperio. Están protegidas por toda clase de defensas letales. Desde patrullas a pie y verjas letales hasta baterías turboláser y patrullas aéreas de cazas TIE, cada recurso disponible es utilizado para asegurarse de que la instalación permanece invulnerable. Aproximarse a ellas es pura locura... atacarlas es suicida. Para conseguir entrar se necesitaría un ejército... o... tan sólo un equipo de Operaciones Especiales especializado en el arte de la infiltración.
Infiltrarse en guarniciones imperiales no es una ciencia; es un arte. La capacidad de conseguir acceder sigilosamente a estas imponentes instalaciones es primordial para misiones de sabotaje, espionaje, o rescate. Sin embargo, no hay reglas claras establecidas de antemano que garanticen el éxito, no hay fórmulas secretas que puedan aplicarse en todos los casos. Sólo hay estrategias generales que han superado la prueba del tiempo, y útiles consejos de los profesionales experimentados, que puestos en práctica incrementan la posibilidad de éxito.

***

-¿Cómo vamos a hacer esto? –se preguntó Maglenna, protegiéndose los ojos del sol de la tarde. Ella y la comandante Haathi estaban sentadas en una raída manta de servicio en la linde del bosque.
Sobre ellas, el cielo se estaba volviendo de un púrpura amarronado con la caída de la tarde; más allá de ellas se encontraba el objeto de su última misión; un depósito de suministros imperial en construcción, protegido tras una red de obstáculos insuperables. Primero había una verja de rejilla metálica de una altura de tres pisos, totalmente electrificada, rodeando la propiedad; luego había una sospechosa extensión de tierra recién removida; luego había una gran colina, cuyas laderas habían sido pulidas hasta quedar lisas como el cristal y cuya cima estaba cubierta de torretas láser pesadas; y finalmente estaba el depósito en sí mismo, un grupo diverso de edificios de duracemento situados junto a lo que se suponía que debía ser una pequeña pista de aterrizaje. Salvo que la pequeña pista de aterrizaje era ahora una inmensa red de plataformas de aterrizaje, con un flujo constante de cargueros y naves estelares entrando y saliendo. Desde allí, se suponía que el equipo de la comandante Haathi secuestraría un super-carguero repleto de suministros.
Dos semanas antes, Haathi había elaborado un plan perfecto para entrar. Sin embargo, esto había sido cuando tenía la impresión de que los informes de inteligencia de la Alianza eran correctos.
-“Entonces, general Madine, ¿está seguro de que los informes de vigilancia son correctos?” “¡Oh, desde luego, comandante!” –dijo Haathi, abriendo un gran medikit refrigerado y rebuscando en su interior-. “¡No hay seguridad! ¡Tan sólo una pequeña verja de rejilla metálica de dos metros de altura, un par de guardias, y un centenar de trabajadores de construcción!” “¡Vaya, gracias, señor!”
Maglenna no dijo nada. No llevaba mucho trabajando con Haathi, pero hasta ahora había observado que cuando Haathi comenzaba a refunfuñar, significaba que estaba pensando. Lo que, de acuerdo con la leyenda, a menudo era algo muy peligroso.
Morgan no parecía pensar lo mismo. Estaba sentada en una silla plegable en lo alto de un pequeño montículo, un poco más allá de Maglenna y Haathi. Llevaba la chaqueta alrededor de la cintura y estaba recostada, con gafas de sol, tomando el sol. Maglenna envidiaba la confianza inquebrantable de Morgan en todo lo que hacía Haathi.
En ese momento Haathi estaba sacando grandes cilindros metálicos del medikit y colocándolos ante ella en la manta.
-¿Qué hacemos ahora? –le preguntó Maglenna.
Haathi blandió uno de los cilindros.
-Esta parte del plan sigue siendo la misma. Entramos en la zona de baja seguridad exactamente como lo planeamos.
-¿Y una vez que entremos? Suponiendo que entremos... ¿Cómo entramos en el sector de alta seguridad?
-Estoy trabajando en ello. –Ofreció el cilindro a Maglenna-. ¿Brandy savareen?
-No, gracias...
Haathi se sentó frente a Maglenna y vertió el denso y transparente contenido en el tapón del cilindro.
-Entonces lo dejaré aquí sin más para guardar las apariencias.
-Comandante...
-T’Charek.
-T’Charek. Sé que no llevo mucho tiempo siendo miembro de este equipo, pero...
-Ya eres el mejor técnico médico que hemos tenido. A estas alturas, el último que tuvimos ya estaría corriendo a su casa.
-Bueno, francamente, eso ha pasado por mi mente.
-Y también por la mía. –Haathi abrió un par de contenedores de metal y vació su contenido marrón de aspecto asqueroso en un plato.
-¿Qué es esa cosa?
-Comida para llevar –dijo Haathi, pasándole un plato a Maglenna. La comida tenía un fuerte olor a moho, y Maglenna rehusó tomar el tenedor que Haathi le ofrecía-. Creo que se supone que es una imitación de algún plato rodiano.
A escasa distancia detrás de Maglenna, se escuchó el sonido de ramitas al romperse, y varias voces.
Maglenna trató de no prestar atención; ya contaban con las voces. Eran una parte importante de su plan original.
-T’Charek –dijo Maglenna-. Hay algo que llevo queriendo preguntarte.
-¿Ahora? –dijo una voz profunda, desde lo alto de los árboles.
-No –respondió Morgan sin levantar la vista.
-¿Qué es lo que quieres saber? –preguntó Haathi a Maglenna, dejando tres platos más sobre la manta como si estuviera repartiendo cartas.
-¿No debería haber recibido más entrenamiento?
Haathi tomó un sorbo de brandy.
-Interesante pregunta.
-Sólo digo que pasé directamente de recibir las órdenes a preparar esta misión. ¿No debería haber ido a una escuela de comunicaciones, o a entrenamiento de bláster avanzado, o...?
-Ahora estás en la escuela –dijo Haathi.
-En serio. Vamos, venga –dijo Maglenna. Había tratado por todos los medios de no caer en la exasperación, pero la técnica de improvisar sobre la marcha de Haathi ya había excedido los locos rumores que Maglenna había escuchado acerca de los líderes de Operaciones Especiales en general. Sin embargo, a Maglenna no le gustaba sentir que se estaba quejando-. No tengas miedo de sonar condescendiente –dijo a Haathi-. De algún modo tengo que aprender.
Haathi posó el último de los platos y se quedó mirando a Maglenna. Los ojos de Haathi eran sus únicos rasgos serios; el resto de su cuerpo siempre estaba fundido en alguna silla o apoyado contra el marco de una puerta, con un brazo levantado para enfatizar algún comentario irreverente que estuviera haciendo, y el otro colgando lacónicamente. Y media sonrisa en el rostro en todo momento. Daba la impresión de que en cualquier momento podías acercarte a ella y ella querría sentarse a tu lado, hablar contigo, invitarte a un trago. Pero cuando fijaba en ti sus ojos negros y miraba fijamente, de pronto sentías que no había lugar suficiente en toda la galaxia para esconderte de ella. Daba igual que fueras un piloto novato o un general. Te sentías empequeñecido. Igual que se sintió Maglenna, aunque Haathi dijera con voz tranquila:
-Maglenna, no es necesario ser condescendiente contigo.
-¿Ahora? -volvió a decir la voz de los árboles.
-No –dijo Morgan.
-Escucha –dijo Haathi, dirigiendo misericordiosamente un segundo sus ojos hacia la nevera-, sé lo que estás pensando. Estás pensando “Oh, cielos, mi oficial al mando ha perdido la chaveta porque aún está tratando de entrar al interior”. La cuestión es que no importa lo bien que hagas los planes. Algo siempre... –Miró por encima del hombro de Maglenna-. Allá vamos.
Maglenna se sobresaltó, pero no se dio la vuelta; las voces habían ido acercándose gradualmente, y ahora se habían detenido. Durante unos segundos todo quedó mortalmente silencioso, salvo por unos pocos pájaros que trinaban en la distancia. Maglenna sintió un escalofrío en la espalda.
Entonces Morgan habló con un discordantemente alegre tono de voz.
-¡Hola, muchachos!
-Señora –dijo una de las voces. Maglenna se dio la vuelta; cinco soldados del ejército imperial (un sargento, tres soldados y un cabo) estaban a unos 10 metros tras ella, con los rifles bláster colgando a la espalda.
El sargento se descubrió.
-Buenas tardes, señoritas –dijo.
-Caballeros –dijo Haathi. Maglenna forzó una sonrisa agradable y tendió el tapón con brandy en dirección al teniente.
-No, gracias –dijo-. ¿Les importaría decirme qué están haciendo aquí?
-¿Qué pasa, es una propiedad privada?
-Señora, se encuentran a escasa distancia de una zona restringida.
-Pero no estamos dentro, ¿verdad?
-No, señora.
Haathi posó ceremoniosamente su tenedor. Abrió sus ojos negros, que de pronto eran todo inocencia y nada amenazantes.
-Escuche, eh... ¿general?
Él soltó una risita.
-Sargento.
-Sargento, prometo que lo limpiaremos todo cuando nos vayamos. Sé que hay zonas habilitadas para picnic junto al lago, pero aquí todo es tan exuberante... Cada vez se está volviendo más difícil poder a sitios donde todavía queden árboles y hierba, ¿sabe? Últimamente todo es “talarlo todo, construir una ciudad, a quién le importa la naturaleza”. Bueno, ¿pues sabe qué? ¡A mí me importa!
-De acuerdo, de acuerdo, no se altere. Sólo le estoy informando de que si se alejan más allá del montículo donde está sentada su preciosa amiga –Morgan le saludó tímidamente con los dedos-, entonces tendré que escoltarlas fuera del bosque. Por su propia seguridad, se entiende.
-¿Sois policías, chicos? –preguntó Morgan.
-Algo así.
Uno de los soldados habló.
-¿Qué estáis tomando, chicas?
-¿Quiere un poco? –preguntó Haathi.
-Oh, no, no es necesario...
-¡No, en serio! ¡Cenen algo! Lo he hecho yo misma. Tomó un plato, vertiendo comida rodiana sobre él.
El sargento frunció el ceño.
-Parece comida para llevar.
-¿Qué? ¡He estado toda la mañana como una esclava preparándolo!
-Yo tomaré un poco –dijo el cabo, acercándose un par de pasos.
Haathi se apoyó sugerente en el medikit.
-¿Sólo usted? –preguntó.
Los otros cuatro soldados avanzaron.
-Ahora –dijo Morgan.
Sonó un susurro de hojas y un ligero chasquido desde el árbol al que se había estado dirigiendo Morgan, y algunas hojas cayeron al suelo; luego, los cinco soldados imperiales se llevaron las manos al cuello casi simultáneamente.
-¡Eh! Algo me ha picado... –exclamó uno de ellos, y luego cayó al suelo junto con los demás.
Unos instantes después, el capitán Jayme asomó en la rama más baja del árbol, con el rostro pintado de verde y su nuevo rifle sujeto al hombro con una correa, y saltó al suelo.
-¡Vaya! –dijo-. ¡Pensaba que no iban a quedarse de pie juntos nunca! –Lanzó el rifle, pequeño y ligero como una carabina, a Morgan-. Se desvía a la izquierda –dijo-. Arréglalo.
-¡Eh! –exclamó Morgan, casi tropezando con sus propios pies para atrapar el arma-. ¡Ten cuidado! ¡Esto no es como tus sucios blásters recién salidos de fábrica! ¡Es frágil!
Haathi se puso en pie y examinó a los oficiales, a los que Maglenna ya les estaba tomando el pulso. Se agachó junto a cada uno, les colocó una mano en el cuello, y analizó la sensación recibida. La temperatura corporal era templada, y sus corazones latían suave y lentamente.
-Están todos inconscientes –dijo.
Haathi meneó la cabeza.
-No deberían dejar que gente como esta accediera a zonas restringidas. –Alzó la mirada-. Maglenna, coge sus cosas. Jayme, tú coge nuestras cosas. Morgan, ayúdame a deshacernos de nuestro pequeño picnic.
Maglenna dudó; si había un procedimiento para desvalijar a los enemigos caídos, no sabía cuál era. Pero supuso que el equipo probablemente necesitaría todo lo que tuvieran. Tomó sus chaquetas, sus pantalones, sus cinturones, sus pistoleras, sus botas, y en cada bolsillo del pecho había una placa de identidad.
Jayme apareció junto a ella mientras se ponía la chaqueta del cabo.
-Necesitarás esto –le dijo, y le colocó una pistolera sobaquera que contenía un bláster de bolsillo completamente nuevo. Era el arma que ella había elegido, y Jayme había pasado las dos últimas semanas enseñándole cómo usarla adecuadamente. Ya había recibido entrenamiento de disparo cuando se unió a la Alianza, pero Jayme había insistido en que supiera cómo entrar en una sala, cómo desarmar a un oponente, cómo cubrir unas escaleras o un pasillo. Le había hecho desmontar y volver a montar su bláster varias veces mientras el equipo estaba en el hiperespacio.
Nadie hizo el menor intento de disimular el hecho de que tenía un medikit, aunque este era de fabricación imperial y había sido adquirido para la rebelión hace tiempo. También tenía un bláster DL-44 guardado en el fondo. Una vez más, por insistencia de Jayme.
En pocos minutos, todos estaban armados y preparados. Morgan y Haathi habían enrollado los restos del picnic –y el uniforme del quinto soldado imperial- en la manta, e introdujeron todo el paquete en un gran recipiente que decía “Gracias por Mantener Limpios Nuestros Bosques”, en la base de la colina. Dejaron a los soldados junto al recipiente, sujetos entre sí por sus propias esposas de retención. Haathi condujo al equipo adentrándose un poco en el bosque, donde esperaba el deslizador de patrulla de los imperiales.
-Yo conduzco –anunció Jayme.
Maglenna volvió a mirar en dirección a la guarnición. El cielo se estaba volviendo azul oscuro con el avance del atardecer, y la guarnición aún parecía lisa, pero esta vez de un modo inofensivo.
-Vaya –dijo a Haathi-. No puedo esperar a ver lo que has planeado hacer una vez consigamos entrar.
-Yo también siento algo de curiosidad –dijo Haathi, saltando al asiento de pasajero delantero-. Conduce, Jayme.

***

Haathi no se lo había dicho a Maglenna, pero estaba tan preocupada como ella por la misión. No era que tuviera miedo de que no se le ocurriera un plan; seguía sin tener uno, pero tenía plena confianza en que muy pronto aparecería uno. Las cosas raramente iban como la seda si las planeaba demasiado, porque en lo único que podías confiar estando en Operaciones Especiales, era que no podías confiar en que las cosas fueran de acuerdo con el plan. Pero Maglenna aún tenía que ver eso por sí misma.
Ya habían atravesado la zumbante verja de tres pisos usando la placa de identidad del sargento; ahora necesitaban pasar al guardia de la puerta principal, y eso iba a costarles algo de trabajo.
Haathi se volvió para mirar a Maglenna.
-Quiero felicitarte –dijo por encima del rugido de los motores- por el papel que estás a punto a llevar a cabo en tu primera misión.
Maglenna se inclinó hacia delante para escuchar mejor.
-¡Pero no sé qué tengo que hacer! –exclamó.
Haathi simplemente mostró una sonrisa pícara y se volvió. Avanzaban por un camino prefabricado que rodeaba completamente el campo de minas y la escarpada colina, y parecía que les conducía directamente a la garita del guardia del lado de mínima seguridad del depósito.
No, la auténtica preocupación no era la misión. La auténtica preocupación eran los compañeros de equipo de Haathi. Maglenna, por ejemplo, parecía tener cada vez más problemas en recordar por qué se había convertido en miembro de este equipo, pero Haathi consideraba que tenía buen ojo para ver quiénes de entre los bichos raros de la Alianza tenían talento. Aunque poca gente se daría cuenta de ello, Maglenna probablemente era la más rara de todos ellos; tenía las manos delicadas de una cirujana, pero había insistido en llevar a cabo entrenamiento militar básico cuando se unió a la rebelión. Parecía apreciar las normas, pero sin embargo nadie podía encasillarla adecuadamente en ninguna posición conocida. Era una diplomática de Alderaan, aunque haber perdido todo su planeta a manos del Imperio le daba un punto de amargura más allá del de típico joven recluta. Aparte de todo esto, sin embargo, Haathi realmente no sabía de lo que Maglenna era capaz, como agente, y aunque Maglenna estaba haciendo todas las preguntas adecuadas, aún estaba por ver lo bien que reaccionaba bajo fuego.
Sí sabía de qué eran capaces Jayme y Morgan, pero también estaba preocupada por ellos. Realmente preocupada.
Miró a Jayme, cuyos gruesos antebrazos llenaban a rebosar las mangas de su traje imperial y cuya gorra imperial colgaba de la nuca de su cabeza afeitada. Él miró en su dirección.
-Sí, pareces realmente imperial –dijo ella, levantando un pulgar de forma exagerada.
Él le respondió con una risita de diversión.
-Al contrario que tú.
-Estoy trabajando en ello. –Untó un dedo en el bote de la pintura verde de camuflaje de Jayme, y comenzó a extenderla por toda su cara azul-. Les diré que estaba cazando o algo.
Jayme le mostró una breve sonrisa.
-Eso les convencerá.
-Escucha –dijo-. He estado, eh... queriendo preguntarte... ¿estás bien?
-Genial. ¿Por qué?
Como si tuviera que preguntarlo. Hacía tres semanas, él y Morgan habían estado a punto de morir a manos de un droide asesino descarriado. Jayme había caído desde una altura de dos pisos por el hueco de un ascensor en construcción; Morgan había sido electrocutada cuando el droide la lanzó contra la parrilla de potencia principal de un YT-1300. El YT-1300 de Haathi. Y Maglenna casi había sido una víctima también, aunque en ese momento no era miembro del equipo de Haathi. Todo el mundo había pasado una semana a bordo de una fragata médica y Haathi había pasado la mayor parte de ese tiempo esperando tener noticias de si Jayme había sufrido algún daño cerebral al caer, o si Morgan había vuelto a caer en paro cardiaco, o si Maglenna tenía algún súbito tumor en los pulmones por haber respirado demasiado humo tóxico. La propia Haathi había respirado bastante de esa cosa, y tuvo que permanecer seis horas inmóvil en una máquina de respiración asistida.
Así que Maglenna podía preocuparse todo lo que quisiera por la misión. Eso era irrelevante. Haathi sólo sabía que podría llegar algún otro día en el que alguien saliera herido estando ella de guardia, y que puede que ella no estuviera allí para evitar que sucediera.
Haathi se volvió para mirar el asiento trasero. La atención de Morgan estaba centrada en la tableta de datos. Llevaba el uniforme de un soldado, con la gorra del revés.
-Morg, ¿podrías al menos intentar parecer imperial?
-Oh, vamos, T’Charek –dijo Morgan sin levantar la vista.
-La vestimenta no es algo trivial. Al menos recógete el pelo.
-Vale, vale, sólo un segundo. –Morgan usó su mano libre para levantar una pequeña holocámara con forma de bláster-. Ahora mírame como si acabase de derramar burbuglub en la consola principal de El Creador.
Haathi puso una horrible mirada asesina, y la cámara zumbó.
-Perfecto. –Morgan alzó la mirada-. Ya puedes dejar de taladrarme con los ojos.
-Aún me estoy recuperando de la imagen aterradora que has puesto en mi mente –le dijo Haathi.
-Tranquila. Lo limpié casi todo.
Haathi sintió que le daba un infarto.
-¿Qué?
-Es broma. Bueno, Maglenna, pon cara de mala...
-Morgan, te lo juro, como encuentre una gota de burbuglub en cualquier parte remotamente cerca de mi cabina...
-Silencio, todos –dijo Jayme. Haathi se volvió; la puerta principal estaba a unos treinta metros delante de ellos. Era la típica entrada a una base militar: un tipo en uniforme sentado en una pequeña oficina de duracemento, saludando a vehículos que entran y salen durante todo el día.
-Morg, ¿tienes preparadas esas placas? –preguntó Jayme.
-Mírame como si fuera el coronel Stijhl- dijo. Él echó una mirada por encima de su hombro; la cámara zumbó. –Bien –dijo Morgan-. Sólo necesito unos treinta segundos.
-Que sean dos –dijo Haathi. Morgan le tendió una placa identificativa de plástico. Tenía el número de serie del sargento cuyo uniforme llevaba Haathi; también tenía la foto de Haathi, con la piel de un color carne pálido en lugar de azulada e impregnada de pintura.
Jayme miró la suya.
-Son unas fotos muy buenas, Morgan.
-Gracias. –Morgan se apuntó a sí misma con la cámara, se puso la gorra del derecho, introdujo su largo cabello castaño bajo ella, y puso una cara amenazante hasta que se tomó la instantánea-. ¿Quieres una copia de la tuya para tu mami, Jayme?
-No. Se enfada mucho conmigo cuando no sonrío a la cámara.
-Puede que también tengas problemas explicándole por qué has vuelto a cambiar de bando –dijo Haathi.
Llegaron junto a la oficina del guardia. Se asomó por la ventana y les miró. Jayme mostró su placa de identidad, y las demás se irguieron en sus asientos.
-Patrulla 1138, adelante –dijo el guardia, cuadrándose con aire aburrido.
Estaban dentro. Hasta que se descubriera a la auténtica patrulla, podrían moverse a voluntad en esa sección de la base. A la izquierda de la puerta había una sencilla señal gris que salía de un matojo de hierba descuidada y que decía “Bienvenidos al Campo Zonith” en letras de un color naranja eléctrico, y en letras negras “Futuro hogar de la Guarnición de Suministros y Apoyo de Laertos. Por favor, disculpe el desorden: ¡estamos ocupados construyendo un futuro mejor!”. Alrededor había agradables edificios residenciales, árboles insertados en islas de duracemento, y edificios oficiales flanqueados por montones de tierra blanda que indicaban futuros céspedes.
-¿No es bonito? –dijo Haathi-. Ya me siento en casa. –Extrajo una caja plana de metal de la bolsa que tenía a los pies.
Maglenna se inclinó hacia delante.
-¿Qué es eso?
-Mi cofre del tesoro –le dijo Haathi. Mostró a Maglenna lo que había dentro: docenas de galones de rango imperiales, rojos, azules y amarillos.
-Bueno, veamos –dijo Haathi, rebuscando entre ellos-. ¿Qué querrías ser? –Sacó una insignia gris y cuadrada con una fila de cuatro galones rojos sobre una fila de cuatro galones azules-. Yo creo que tienes pinta de comandante. Comandante... -miró la placa de identidad de Maglenna- Eckhord.
Maglenna la tomó con aire ausente, y reemplazó con ella sus galones de teniente.
-¿No preferirías estar tú al mando? –preguntó a Haathi.
-Puede que más tarde decida ser coronel, si me conviene. Por ahora necesito que parezca que eres tú quien está al mando.
-¿Cómo voy a...?
-Tranquila. Seguiré siendo yo quien te dé las órdenes.
-¿Hacia dónde, T’Charek? –preguntó Jayme.
-El edificio de administración. Muy poca seguridad.
-¿Sí? ¿Qué vamos a hacer?
Haathi se dirigió a Maglenna.
-¿Querías algo de entrenamiento? Pues toma entrenamiento. Regla Número Uno: Los planes tontos sólo son tontos si no funcionan.
-¿Tienes un plan? –preguntó Maglenna.
-¿Creías que tenía alguno?

***

El edificio de administración era una construcción de color beige con forma de T, con ranuras en lugar de ventanas, y una gran y amplia escalinata en la entrada. Maglenna se ajustó su insignia de comandante y se preguntó si podría haber estado trabajando en el equivalente de este puesto en la Alianza en caso de no haber sido alistada en Operaciones Especiales. En ese momento era difícil saber qué era peor.
Jayme aparcó el vehículo repulsor y todo el mundo descendió, y, por orden de Haathi, Maglenna abrió la marcha subiendo las escaleras. Entraron directamente al interior, cruzando el vestíbulo de suelo negro que aún no disponía de muebles, y mostraron sus placas en el mostrador principal, que en realidad aún carecía de mostrador. El funcionario miró con extrañeza a Haathi, pero les dejó pasar hacia un conjunto de turboascensores de carga.
-Maglenna, estás familiarizada con la administración. ¿Dónde estará ubicado el sistema de archivo informático? –preguntó Haathi.
-En el sub-nivel –dijo Maglenna-. Y –añadió, sintiéndose poseedora de algún conocimiento útil por primera vez en todo el día- serán más cuidadosos con la seguridad ahí abajo.
-Es bueno saberlo –dijo pensativa Haathi.
El turboascensor les dejó en una gran zona con aspecto de almacén. Faltaban pedazos de suelo y había una fina neblina de polvo de duracemento en el aire, y el sonido de un martillo de energía resonaba desde algún lugar en la distancia. A lo largo de los muros y dispersos por todo el suelo había diversos muebles de oficina, y en el muro opuesto había una puerta blindada sellada, flanqueada por dos guardias que aún no habían advertido que nadie hubiera bajado al sótano.
De pronto Maglenna pensó algo. Su mente aún no había registrado qué era, pero tenía el presentimiento de que sería mejor si lo hacía así, de modo que se agachó tras una unidad de consola suelta, con el corazón latiendo con fuerza.
-Distraedles –dijo, agazapándose y avanzando, medio caminando, medio reptando, hacia el extremo opuesto de la consola, hacia los guardias.
Tras ella los demás comenzaron a tirar muebles al suelo. Maglenna salió disparada para ocultarse detrás de un montón de finas sillas, y luego tras un gran escritorio. Echó un vistazo desde un costado. Ambos guardias, uno rechoncho y otro alto, se encontraban ahora a unos 10 metros de ella, con un gesto de pura exasperación en sus rostros.
-¡Eh! –gritó el guardia rechoncho-. ¡Dejad esas cosas en paz, gamberros!
Se apartaron unos cuantos pasos de las puertas blindadas, que tenían “Operaciones Informáticas – Subnivel Uno” pintado sobre ellas.
-Pero simplemente las estamos trasladando –dijo Morgan.
-¡Lárgate, soldado! ¡Lo digo en serio! ¡Esto es una zona restringida!
Morgan comenzó una detallada explicación acerca de sus órdenes. Casi era inaudible sobre el sonido de Jayme y Haathi arrastrando el mueble inferior de cada montón, pero Maglenna reconoció el sonsonete que Morgan utilizaba en sus insufribles peroratas de tecnocháchara. Interesante táctica para tranquilizarles, pensó Maglenna.
Los guardias se apartaron más de la puerta, gritando por encima del discurso de Morgan. Maglenna se plantó de una rápida zancada ante las puertas blindadas. Pensó en la postura que mantenía Jayme cuando se plantaba en medio del camino de alguien, y en cómo Haathi le había mirado antes, y se aclaró la garganta.
-Caballeros –dijo con voz calmada y los brazos cruzados en el pecho.
Ambos se volvieron y luego dieron instantáneamente un paso atrás.
-Pedí a Artillería que enviase personal para meter dentro algunas cosas –dijo Maglenna, señalando las puertas-. ¿O acaso preferís moverlas vosotros mismos?
-No hemos sido informados –dijo el alto.
-Oh, lo siento, ¿se supone que debo pediros permiso para cada insignificante tarea?
-Ehhh... no, comandante –dijo el gordo.
-Si tengo que pasar un solo día más sentada en el suelo mirando esos... –hizo un gesto con la mano abarcando todo- horribles muros sin decoración, me va a dar un aneurisma, y no queremos eso.
Los guardias parecieron pensar en ello por un instante, pero dijeron:
-No, señora.
-¡Porque entonces tendría que golpear algo! ¡Como esta silla! –Dio una patada a la silla de escritorio más cercana, que tenía ruedas y salió despedida por la habitación. Chocó contra una elevada pila de sillas más pequeñas, que cayeron al suelo con un fuerte y chirriante estrépito. Maglenna hizo una mueca; no pretendía haber hecho eso.
Los guardias, sin embargo, palidecieron, y corrieron de vuelta a la puerta.
Haathi y los demás –todos ellos portando algún mueble- mostraron sus placas de identidad. El guardia alto apenas se fijó en ellas mientras él y el otro guardia corrieron a pulsar el botón de apertura de la puerta al mismo tiempo, golpeándose mutuamente las manos.
Maglenna indicó al equipo que entrase.
-¡Y que no vuelva a ocurrir! –gritó por encima de su hombro, y entró ella también al interior.
Cuando las puertas se cerraron tras ellos, sintió algo completamente nuevo; un salvaje subidón de adrenalina.
-Eres un poco demasiado buena en esto de ser imperial, comandante –dijo Jayme, rodeándole los hombros con su brazo a modo de felicitación.
-Son las botas –le dijo ella.
Se encontraban en un pasillo brillantemente iluminado con muros de transpariacero. Había otra puerta ante ellos, y a través de los muros podían ver que conducía a la sala de ordenadores principal: una zona inmensa tenuemente iluminada con pasarelas y terminales informáticos en los lados, un techo elevado, y las luces rojas de los paneles de control rivalizaban con el resplandor azul de los monitores en ser la única fuente de iluminación de la sala. Decenas de técnicos imperiales se entrecruzaban con tabletas de datos o se encorvaban sobre sus terminales, un ejército de pálidas criaturas subterráneas que nunca veían la luz del día.
Haathi encontró un armario cercano lleno de suministros de limpieza, donde dejó el cuadro que llevaba en sus manos.
-¿Quién quiere escuchar mi plan? –preguntó.
Morgan levantó la mano.
-Era una pregunta retórica, Morg.
-Ya lo sabía.
-¿Queréis saber cómo vamos a colarnos en el letal sector de máxima seguridad de la guarnición?
Todo el mundo la miró expectante.
-No vamos a hacerlo –dijo.
-¿Qué? –dijo Jayme.
-Pero vamos a hacerles creer que lo hemos hecho.

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