Operaciones Especiales:
El arte de la infiltración
John Beyer y
Kathy Burdette
Las guarniciones imperiales –estructuras severas y
ominosas- dominan el paisaje dondequiera que son construidas. Son símbolos del
poder del Imperio. Están protegidas por toda clase de defensas letales. Desde
patrullas a pie y verjas letales hasta baterías turboláser y patrullas aéreas
de cazas TIE, cada recurso disponible es utilizado para asegurarse de que la
instalación permanece invulnerable. Aproximarse a ellas es pura locura...
atacarlas es suicida. Para conseguir entrar se necesitaría un ejército... o...
tan sólo un equipo de Operaciones Especiales especializado en el arte de la
infiltración.
Infiltrarse en guarniciones imperiales no es una
ciencia; es un arte. La capacidad de conseguir acceder sigilosamente a estas
imponentes instalaciones es primordial para misiones de sabotaje, espionaje, o
rescate. Sin embargo, no hay reglas claras establecidas de antemano que
garanticen el éxito, no hay fórmulas secretas que puedan aplicarse en todos los
casos. Sólo hay estrategias generales que han superado la prueba del tiempo, y
útiles consejos de los profesionales experimentados, que puestos en práctica
incrementan la posibilidad de éxito.
***
-¿Cómo vamos a hacer esto? –se preguntó Maglenna,
protegiéndose los ojos del sol de la tarde. Ella y la comandante Haathi estaban
sentadas en una raída manta de servicio en la linde del bosque.
Sobre ellas, el cielo se estaba volviendo de un
púrpura amarronado con la caída de la tarde; más allá de ellas se encontraba el
objeto de su última misión; un depósito de suministros imperial en
construcción, protegido tras una red de obstáculos insuperables. Primero había
una verja de rejilla metálica de una altura de tres pisos, totalmente
electrificada, rodeando la propiedad; luego había una sospechosa extensión de
tierra recién removida; luego había una gran colina, cuyas laderas habían sido
pulidas hasta quedar lisas como el cristal y cuya cima estaba cubierta de
torretas láser pesadas; y finalmente estaba el depósito en sí mismo, un grupo
diverso de edificios de duracemento situados junto a lo que se suponía que
debía ser una pequeña pista de aterrizaje. Salvo que la pequeña pista de
aterrizaje era ahora una inmensa red de plataformas de aterrizaje, con un flujo
constante de cargueros y naves estelares entrando y saliendo. Desde allí, se
suponía que el equipo de la comandante Haathi secuestraría un super-carguero
repleto de suministros.
Dos semanas antes, Haathi había elaborado un plan
perfecto para entrar. Sin embargo, esto había sido cuando tenía la impresión de
que los informes de inteligencia de la Alianza eran correctos.
-“Entonces, general Madine, ¿está seguro de que los
informes de vigilancia son correctos?” “¡Oh, desde luego, comandante!” –dijo
Haathi, abriendo un gran medikit refrigerado y rebuscando en su interior-. “¡No
hay seguridad! ¡Tan sólo una pequeña verja de rejilla metálica de dos metros de
altura, un par de guardias, y un centenar de trabajadores de construcción!”
“¡Vaya, gracias, señor!”
Maglenna no dijo nada. No llevaba mucho trabajando
con Haathi, pero hasta ahora había observado que cuando Haathi comenzaba a
refunfuñar, significaba que estaba pensando. Lo que, de acuerdo con la leyenda,
a menudo era algo muy peligroso.
Morgan no parecía pensar lo mismo. Estaba sentada
en una silla plegable en lo alto de un pequeño montículo, un poco más allá de
Maglenna y Haathi. Llevaba la chaqueta alrededor de la cintura y estaba
recostada, con gafas de sol, tomando el sol. Maglenna envidiaba la confianza
inquebrantable de Morgan en todo lo que hacía Haathi.
En ese momento Haathi estaba sacando grandes
cilindros metálicos del medikit y colocándolos ante ella en la manta.
-¿Qué hacemos ahora? –le preguntó Maglenna.
Haathi blandió uno de los cilindros.
-Esta parte del plan sigue siendo la misma.
Entramos en la zona de baja seguridad exactamente como lo planeamos.
-¿Y una vez que entremos? Suponiendo que
entremos... ¿Cómo entramos en el sector de alta seguridad?
-Estoy trabajando en ello. –Ofreció el cilindro a
Maglenna-. ¿Brandy savareen?
-No, gracias...
Haathi se sentó frente a Maglenna y vertió el denso
y transparente contenido en el tapón del cilindro.
-Entonces lo dejaré aquí sin más para guardar las
apariencias.
-Comandante...
-T’Charek.
-T’Charek. Sé que no llevo mucho tiempo siendo
miembro de este equipo, pero...
-Ya eres el mejor técnico médico que hemos tenido.
A estas alturas, el último que tuvimos ya estaría corriendo a su casa.
-Bueno, francamente, eso ha pasado por mi mente.
-Y también por la mía. –Haathi abrió un par de
contenedores de metal y vació su contenido marrón de aspecto asqueroso en un
plato.
-¿Qué es esa cosa?
-Comida para llevar –dijo Haathi, pasándole un
plato a Maglenna. La comida tenía un fuerte olor a moho, y Maglenna rehusó
tomar el tenedor que Haathi le ofrecía-. Creo que se supone que es una
imitación de algún plato rodiano.
A escasa distancia detrás de Maglenna, se escuchó
el sonido de ramitas al romperse, y varias voces.
Maglenna trató de no prestar atención; ya contaban
con las voces. Eran una parte importante de su plan original.
-T’Charek –dijo Maglenna-. Hay algo que llevo
queriendo preguntarte.
-¿Ahora? –dijo una voz profunda, desde lo alto de
los árboles.
-No –respondió Morgan sin levantar la vista.
-¿Qué es lo que quieres saber? –preguntó Haathi a
Maglenna, dejando tres platos más sobre la manta como si estuviera repartiendo
cartas.
-¿No debería haber recibido más entrenamiento?
Haathi tomó un sorbo de brandy.
-Interesante pregunta.
-Sólo digo que pasé directamente de recibir las
órdenes a preparar esta misión. ¿No debería haber ido a una escuela de
comunicaciones, o a entrenamiento de bláster avanzado, o...?
-Ahora estás en la escuela –dijo Haathi.
-En serio. Vamos, venga –dijo Maglenna. Había
tratado por todos los medios de no caer en la exasperación, pero la técnica de
improvisar sobre la marcha de Haathi ya había excedido los locos rumores que
Maglenna había escuchado acerca de los líderes de Operaciones Especiales en
general. Sin embargo, a Maglenna no le gustaba sentir que se estaba quejando-.
No tengas miedo de sonar condescendiente –dijo a Haathi-. De algún modo tengo
que aprender.
Haathi posó el último de los platos y se quedó
mirando a Maglenna. Los ojos de Haathi eran sus únicos rasgos serios; el resto
de su cuerpo siempre estaba fundido en alguna silla o apoyado contra el marco
de una puerta, con un brazo levantado para enfatizar algún comentario
irreverente que estuviera haciendo, y el otro colgando lacónicamente. Y media
sonrisa en el rostro en todo momento. Daba la impresión de que en cualquier
momento podías acercarte a ella y ella querría sentarse a tu lado, hablar
contigo, invitarte a un trago. Pero cuando fijaba en ti sus ojos negros y
miraba fijamente, de pronto sentías que no había lugar suficiente en toda la
galaxia para esconderte de ella. Daba igual que fueras un piloto novato o un
general. Te sentías empequeñecido. Igual que se sintió Maglenna, aunque Haathi
dijera con voz tranquila:
-Maglenna, no es necesario ser condescendiente
contigo.
-¿Ahora? -volvió a decir la voz de los árboles.
-No –dijo Morgan.
-Escucha –dijo Haathi, dirigiendo
misericordiosamente un segundo sus ojos hacia la nevera-, sé lo que estás
pensando. Estás pensando “Oh, cielos, mi oficial al mando ha perdido la chaveta
porque aún está tratando de entrar al interior”. La cuestión es que no importa
lo bien que hagas los planes. Algo siempre... –Miró por encima del hombro de
Maglenna-. Allá vamos.
Maglenna se sobresaltó, pero no se dio la vuelta;
las voces habían ido acercándose gradualmente, y ahora se habían detenido.
Durante unos segundos todo quedó mortalmente silencioso, salvo por unos pocos
pájaros que trinaban en la distancia. Maglenna sintió un escalofrío en la
espalda.
Entonces Morgan habló con un discordantemente
alegre tono de voz.
-¡Hola, muchachos!
-Señora –dijo una de las voces. Maglenna se dio la
vuelta; cinco soldados del ejército imperial (un sargento, tres soldados y un
cabo) estaban a unos 10
metros tras ella, con los rifles bláster colgando a la
espalda.
El sargento se descubrió.
-Buenas tardes, señoritas –dijo.
-Caballeros –dijo Haathi. Maglenna forzó una
sonrisa agradable y tendió el tapón con brandy en dirección al teniente.
-No, gracias –dijo-. ¿Les importaría decirme qué
están haciendo aquí?
-¿Qué pasa, es una propiedad privada?
-Señora, se encuentran a escasa distancia de una
zona restringida.
-Pero no estamos dentro, ¿verdad?
-No, señora.
Haathi posó ceremoniosamente su tenedor. Abrió sus
ojos negros, que de pronto eran todo inocencia y nada amenazantes.
-Escuche, eh... ¿general?
Él soltó una risita.
-Sargento.
-Sargento, prometo que lo limpiaremos todo cuando
nos vayamos. Sé que hay zonas habilitadas para picnic junto al lago, pero aquí
todo es tan exuberante... Cada vez se está volviendo más difícil poder a sitios
donde todavía queden árboles y hierba, ¿sabe? Últimamente todo es “talarlo
todo, construir una ciudad, a quién le importa la naturaleza”. Bueno, ¿pues
sabe qué? ¡A mí me importa!
-De acuerdo, de acuerdo, no se altere. Sólo le
estoy informando de que si se alejan más allá del montículo donde está sentada
su preciosa amiga –Morgan le saludó tímidamente con los dedos-, entonces tendré
que escoltarlas fuera del bosque. Por su propia seguridad, se entiende.
-¿Sois policías, chicos? –preguntó Morgan.
-Algo así.
Uno de los soldados habló.
-¿Qué estáis tomando, chicas?
-¿Quiere un poco? –preguntó Haathi.
-Oh, no, no es necesario...
-¡No, en serio! ¡Cenen algo! Lo he hecho yo misma.
Tomó un plato, vertiendo comida rodiana sobre él.
El sargento frunció el ceño.
-Parece comida para llevar.
-¿Qué? ¡He estado toda la mañana como una esclava
preparándolo!
-Yo tomaré un poco –dijo el cabo, acercándose un
par de pasos.
Haathi se apoyó sugerente en el medikit.
-¿Sólo usted? –preguntó.
Los otros cuatro soldados avanzaron.
-Ahora –dijo Morgan.
Sonó un susurro de hojas y un ligero chasquido
desde el árbol al que se había estado dirigiendo Morgan, y algunas hojas
cayeron al suelo; luego, los cinco soldados imperiales se llevaron las manos al
cuello casi simultáneamente.
-¡Eh! Algo me ha picado... –exclamó uno de ellos, y
luego cayó al suelo junto con los demás.
Unos instantes después, el capitán Jayme asomó en
la rama más baja del árbol, con el rostro pintado de verde y su nuevo rifle
sujeto al hombro con una correa, y saltó al suelo.
-¡Vaya! –dijo-. ¡Pensaba que no iban a quedarse de
pie juntos nunca! –Lanzó el rifle, pequeño y ligero como una carabina, a
Morgan-. Se desvía a la izquierda –dijo-. Arréglalo.
-¡Eh! –exclamó Morgan, casi tropezando con sus
propios pies para atrapar el arma-. ¡Ten cuidado! ¡Esto no es como tus sucios
blásters recién salidos de fábrica! ¡Es frágil!
Haathi se puso en pie y examinó a los oficiales, a
los que Maglenna ya les estaba tomando el pulso. Se agachó junto a cada uno,
les colocó una mano en el cuello, y analizó la sensación recibida. La
temperatura corporal era templada, y sus corazones latían suave y lentamente.
-Están todos inconscientes –dijo.
Haathi meneó la cabeza.
-No deberían dejar que gente como esta accediera a
zonas restringidas. –Alzó la mirada-. Maglenna, coge sus cosas. Jayme, tú coge
nuestras cosas. Morgan, ayúdame a deshacernos de nuestro pequeño picnic.
Maglenna dudó; si había un procedimiento para
desvalijar a los enemigos caídos, no sabía cuál era. Pero supuso que el equipo
probablemente necesitaría todo lo que tuvieran. Tomó sus chaquetas, sus
pantalones, sus cinturones, sus pistoleras, sus botas, y en cada bolsillo del
pecho había una placa de identidad.
Jayme apareció junto a ella mientras se ponía la
chaqueta del cabo.
-Necesitarás esto –le dijo, y le colocó una
pistolera sobaquera que contenía un bláster de bolsillo completamente nuevo.
Era el arma que ella había elegido, y Jayme había pasado las dos últimas
semanas enseñándole cómo usarla adecuadamente. Ya había recibido entrenamiento
de disparo cuando se unió a la Alianza, pero Jayme había insistido en que
supiera cómo entrar en una sala, cómo desarmar a un oponente, cómo cubrir unas
escaleras o un pasillo. Le había hecho desmontar y volver a montar su bláster
varias veces mientras el equipo estaba en el hiperespacio.
Nadie hizo el menor intento de disimular el hecho
de que tenía un medikit, aunque este era de fabricación imperial y había sido
adquirido para la rebelión hace tiempo. También tenía un bláster DL-44 guardado
en el fondo. Una vez más, por insistencia de Jayme.
En pocos minutos, todos estaban armados y
preparados. Morgan y Haathi habían enrollado los restos del picnic –y el
uniforme del quinto soldado imperial- en la manta, e introdujeron todo el
paquete en un gran recipiente que decía “Gracias por Mantener Limpios Nuestros
Bosques”, en la base de la colina. Dejaron a los soldados junto al recipiente,
sujetos entre sí por sus propias esposas de retención. Haathi condujo al equipo
adentrándose un poco en el bosque, donde esperaba el deslizador de patrulla de
los imperiales.
-Yo conduzco –anunció Jayme.
Maglenna volvió a mirar en dirección a la
guarnición. El cielo se estaba volviendo azul oscuro con el avance del
atardecer, y la guarnición aún parecía lisa, pero esta vez de un modo inofensivo.
-Vaya –dijo a Haathi-. No puedo esperar a ver lo
que has planeado hacer una vez consigamos entrar.
-Yo también siento algo de curiosidad –dijo Haathi,
saltando al asiento de pasajero delantero-. Conduce, Jayme.
***
Haathi no se lo había dicho a Maglenna, pero estaba
tan preocupada como ella por la misión. No era que tuviera miedo de que no se
le ocurriera un plan; seguía sin tener uno, pero tenía plena confianza en que
muy pronto aparecería uno. Las cosas raramente iban como la seda si las
planeaba demasiado, porque en lo único que podías confiar estando en
Operaciones Especiales, era que no podías confiar en que las cosas fueran de
acuerdo con el plan. Pero Maglenna aún tenía que ver eso por sí misma.
Ya habían atravesado la zumbante verja de tres
pisos usando la placa de identidad del sargento; ahora necesitaban pasar al
guardia de la puerta principal, y eso iba a costarles algo de trabajo.
Haathi se volvió para mirar a Maglenna.
-Quiero felicitarte –dijo por encima del rugido de
los motores- por el papel que estás a punto a llevar a cabo en tu primera
misión.
Maglenna se inclinó hacia delante para escuchar
mejor.
-¡Pero no sé qué tengo que hacer! –exclamó.
Haathi simplemente mostró una sonrisa pícara y se
volvió. Avanzaban por un camino prefabricado que rodeaba completamente el campo
de minas y la escarpada colina, y parecía que les conducía directamente a la
garita del guardia del lado de mínima seguridad del depósito.
No, la auténtica preocupación no era la misión. La
auténtica preocupación eran los compañeros de equipo de Haathi. Maglenna, por
ejemplo, parecía tener cada vez más problemas en recordar por qué se había
convertido en miembro de este equipo, pero Haathi consideraba que tenía buen
ojo para ver quiénes de entre los bichos raros de la Alianza tenían talento.
Aunque poca gente se daría cuenta de ello, Maglenna probablemente era la más
rara de todos ellos; tenía las manos delicadas de una cirujana, pero había
insistido en llevar a cabo entrenamiento militar básico cuando se unió a la
rebelión. Parecía apreciar las normas, pero sin embargo nadie podía
encasillarla adecuadamente en ninguna posición conocida. Era una diplomática de
Alderaan, aunque haber perdido todo su planeta a manos del Imperio le daba un
punto de amargura más allá del de típico joven recluta. Aparte de todo esto,
sin embargo, Haathi realmente no sabía de lo que Maglenna era capaz, como
agente, y aunque Maglenna estaba haciendo todas las preguntas adecuadas, aún
estaba por ver lo bien que reaccionaba bajo fuego.
Sí sabía de qué eran capaces Jayme y Morgan, pero
también estaba preocupada por ellos. Realmente preocupada.
Miró a Jayme, cuyos gruesos antebrazos llenaban a
rebosar las mangas de su traje imperial y cuya gorra imperial colgaba de la
nuca de su cabeza afeitada. Él miró en su dirección.
-Sí, pareces realmente imperial –dijo ella,
levantando un pulgar de forma exagerada.
Él le respondió con una risita de diversión.
-Al contrario que tú.
-Estoy trabajando en ello. –Untó un dedo en el bote
de la pintura verde de camuflaje de Jayme, y comenzó a extenderla por toda su
cara azul-. Les diré que estaba cazando o algo.
Jayme le mostró una breve sonrisa.
-Eso les convencerá.
-Escucha –dijo-. He estado, eh... queriendo
preguntarte... ¿estás bien?
-Genial. ¿Por qué?
Como si tuviera que preguntarlo. Hacía tres
semanas, él y Morgan habían estado a punto de morir a manos de un droide
asesino descarriado. Jayme había caído desde una altura de dos pisos por el
hueco de un ascensor en construcción; Morgan había sido electrocutada cuando el
droide la lanzó contra la parrilla de potencia principal de un YT-1300. El
YT-1300 de Haathi. Y Maglenna casi había sido una víctima también, aunque en
ese momento no era miembro del equipo de Haathi. Todo el mundo había pasado una
semana a bordo de una fragata médica y Haathi había pasado la mayor parte de
ese tiempo esperando tener noticias de si Jayme había sufrido algún daño
cerebral al caer, o si Morgan había vuelto a caer en paro cardiaco, o si
Maglenna tenía algún súbito tumor en los pulmones por haber respirado demasiado
humo tóxico. La propia Haathi había respirado bastante de esa cosa, y tuvo que
permanecer seis horas inmóvil en una máquina de respiración asistida.
Así que Maglenna podía preocuparse todo lo que
quisiera por la misión. Eso era irrelevante. Haathi sólo sabía que podría
llegar algún otro día en el que alguien saliera herido estando ella de guardia,
y que puede que ella no estuviera allí para evitar que sucediera.
Haathi se volvió para mirar el asiento trasero. La
atención de Morgan estaba centrada en la tableta de datos. Llevaba el uniforme
de un soldado, con la gorra del revés.
-Morg, ¿podrías al menos intentar parecer imperial?
-Oh, vamos, T’Charek –dijo Morgan sin levantar la
vista.
-La vestimenta no es algo trivial. Al menos
recógete el pelo.
-Vale, vale, sólo un segundo. –Morgan usó su mano
libre para levantar una pequeña holocámara con forma de bláster-. Ahora mírame
como si acabase de derramar burbuglub en la consola principal de El Creador.
Haathi puso una horrible mirada asesina, y la
cámara zumbó.
-Perfecto. –Morgan alzó la mirada-. Ya puedes dejar
de taladrarme con los ojos.
-Aún me estoy recuperando de la imagen aterradora
que has puesto en mi mente –le dijo Haathi.
-Tranquila. Lo limpié casi todo.
Haathi sintió que le daba un infarto.
-¿Qué?
-Es broma. Bueno, Maglenna, pon cara de mala...
-Morgan, te lo juro, como encuentre una gota de
burbuglub en cualquier parte remotamente cerca de mi cabina...
-Silencio, todos –dijo Jayme. Haathi se volvió; la
puerta principal estaba a unos treinta metros delante de ellos. Era la típica
entrada a una base militar: un tipo en uniforme sentado en una pequeña oficina
de duracemento, saludando a vehículos que entran y salen durante todo el día.
-Morg, ¿tienes preparadas esas placas? –preguntó
Jayme.
-Mírame como si fuera el coronel Stijhl- dijo. Él
echó una mirada por encima de su hombro; la cámara zumbó. –Bien –dijo Morgan-.
Sólo necesito unos treinta segundos.
-Que sean dos –dijo Haathi. Morgan le tendió una
placa identificativa de plástico. Tenía el número de serie del sargento cuyo
uniforme llevaba Haathi; también tenía la foto de Haathi, con la piel de un
color carne pálido en lugar de azulada e impregnada de pintura.
Jayme miró la suya.
-Son unas fotos muy buenas, Morgan.
-Gracias. –Morgan se apuntó a sí misma con la
cámara, se puso la gorra del derecho, introdujo su largo cabello castaño bajo
ella, y puso una cara amenazante hasta que se tomó la instantánea-. ¿Quieres
una copia de la tuya para tu mami, Jayme?
-No. Se enfada mucho conmigo cuando no sonrío a la
cámara.
-Puede que también tengas problemas explicándole
por qué has vuelto a cambiar de bando –dijo Haathi.
Llegaron junto a la oficina del guardia. Se asomó
por la ventana y les miró. Jayme mostró su placa de identidad, y las demás se
irguieron en sus asientos.
-Patrulla 1138, adelante –dijo el guardia,
cuadrándose con aire aburrido.
Estaban dentro. Hasta que se descubriera a la
auténtica patrulla, podrían moverse a voluntad en esa sección de la base. A la
izquierda de la puerta había una sencilla señal gris que salía de un matojo de
hierba descuidada y que decía “Bienvenidos al Campo Zonith” en letras de un
color naranja eléctrico, y en letras negras “Futuro hogar de la Guarnición de
Suministros y Apoyo de Laertos. Por favor, disculpe el desorden: ¡estamos
ocupados construyendo un futuro mejor!”. Alrededor había agradables edificios
residenciales, árboles insertados en islas de duracemento, y edificios
oficiales flanqueados por montones de tierra blanda que indicaban futuros
céspedes.
-¿No es bonito? –dijo Haathi-. Ya me siento en
casa. –Extrajo una caja plana de metal de la bolsa que tenía a los pies.
Maglenna se inclinó hacia delante.
-¿Qué es eso?
-Mi cofre del tesoro –le dijo Haathi. Mostró a
Maglenna lo que había dentro: docenas de galones de rango imperiales, rojos,
azules y amarillos.
-Bueno, veamos –dijo Haathi, rebuscando entre ellos-.
¿Qué querrías ser? –Sacó una insignia gris y cuadrada con una fila de cuatro
galones rojos sobre una fila de cuatro galones azules-. Yo creo que tienes
pinta de comandante. Comandante... -miró la placa de identidad de Maglenna-
Eckhord.
Maglenna la tomó con aire ausente, y reemplazó con
ella sus galones de teniente.
-¿No preferirías estar tú al mando? –preguntó a
Haathi.
-Puede que más tarde decida ser coronel, si me
conviene. Por ahora necesito que parezca que eres tú quien está al mando.
-¿Cómo voy a...?
-Tranquila. Seguiré siendo yo quien te dé las
órdenes.
-¿Hacia dónde, T’Charek? –preguntó Jayme.
-El edificio de administración. Muy poca seguridad.
-¿Sí? ¿Qué vamos a hacer?
Haathi se dirigió a Maglenna.
-¿Querías algo de entrenamiento? Pues toma
entrenamiento. Regla Número Uno: Los planes tontos sólo son tontos si no
funcionan.
-¿Tienes un plan? –preguntó Maglenna.
-¿Creías que tenía alguno?
***
El edificio de administración era una construcción
de color beige con forma de T, con ranuras en lugar de ventanas, y una gran y
amplia escalinata en la entrada. Maglenna se ajustó su insignia de comandante y
se preguntó si podría haber estado trabajando en el equivalente de este puesto
en la Alianza en caso de no haber sido alistada en Operaciones Especiales. En
ese momento era difícil saber qué era peor.
Jayme aparcó el vehículo repulsor y todo el mundo
descendió, y, por orden de Haathi, Maglenna abrió la marcha subiendo las
escaleras. Entraron directamente al interior, cruzando el vestíbulo de suelo
negro que aún no disponía de muebles, y mostraron sus placas en el mostrador
principal, que en realidad aún carecía de mostrador. El funcionario miró con
extrañeza a Haathi, pero les dejó pasar hacia un conjunto de turboascensores de
carga.
-Maglenna, estás familiarizada con la
administración. ¿Dónde estará ubicado el sistema de archivo informático?
–preguntó Haathi.
-En el sub-nivel –dijo Maglenna-. Y –añadió,
sintiéndose poseedora de algún conocimiento útil por primera vez en todo el
día- serán más cuidadosos con la seguridad ahí abajo.
-Es bueno saberlo –dijo pensativa Haathi.
El turboascensor les dejó en una gran zona con
aspecto de almacén. Faltaban pedazos de suelo y había una fina neblina de polvo
de duracemento en el aire, y el sonido de un martillo de energía resonaba desde
algún lugar en la distancia. A lo largo de los muros y dispersos por todo el
suelo había diversos muebles de oficina, y en el muro opuesto había una puerta
blindada sellada, flanqueada por dos guardias que aún no habían advertido que
nadie hubiera bajado al sótano.
De pronto Maglenna pensó algo. Su mente aún no
había registrado qué era, pero tenía el presentimiento de que sería mejor si lo
hacía así, de modo que se agachó tras una unidad de consola suelta, con el
corazón latiendo con fuerza.
-Distraedles –dijo, agazapándose y avanzando, medio
caminando, medio reptando, hacia el extremo opuesto de la consola, hacia los
guardias.
Tras ella los demás comenzaron a tirar muebles al
suelo. Maglenna salió disparada para ocultarse detrás de un montón de finas
sillas, y luego tras un gran escritorio. Echó un vistazo desde un costado.
Ambos guardias, uno rechoncho y otro alto, se encontraban ahora a unos 10 metros de ella, con un
gesto de pura exasperación en sus rostros.
-¡Eh! –gritó el guardia rechoncho-. ¡Dejad esas
cosas en paz, gamberros!
Se apartaron unos cuantos pasos de las puertas
blindadas, que tenían “Operaciones Informáticas – Subnivel Uno” pintado sobre
ellas.
-Pero simplemente las estamos trasladando –dijo
Morgan.
-¡Lárgate, soldado! ¡Lo digo en serio! ¡Esto es una
zona restringida!
Morgan comenzó una detallada explicación acerca de
sus órdenes. Casi era inaudible sobre el sonido de Jayme y Haathi arrastrando
el mueble inferior de cada montón, pero Maglenna reconoció el sonsonete que
Morgan utilizaba en sus insufribles peroratas de tecnocháchara. Interesante
táctica para tranquilizarles, pensó Maglenna.
Los guardias se apartaron más de la puerta,
gritando por encima del discurso de Morgan. Maglenna se plantó de una rápida
zancada ante las puertas blindadas. Pensó en la postura que mantenía Jayme
cuando se plantaba en medio del camino de alguien, y en cómo Haathi le había
mirado antes, y se aclaró la garganta.
-Caballeros –dijo con voz calmada y los brazos
cruzados en el pecho.
Ambos se volvieron y luego dieron instantáneamente
un paso atrás.
-Pedí a Artillería que enviase personal para meter
dentro algunas cosas –dijo Maglenna, señalando las puertas-. ¿O acaso preferís
moverlas vosotros mismos?
-No hemos sido informados –dijo el alto.
-Oh, lo siento, ¿se supone que debo pediros permiso
para cada insignificante tarea?
-Ehhh... no, comandante –dijo el gordo.
-Si tengo que pasar un solo día más sentada en el
suelo mirando esos... –hizo un gesto con la mano abarcando todo- horribles
muros sin decoración, me va a dar un aneurisma, y no queremos eso.
Los guardias parecieron pensar en ello por un
instante, pero dijeron:
-No, señora.
-¡Porque entonces tendría que golpear algo! ¡Como
esta silla! –Dio una patada a la silla de escritorio más cercana, que tenía
ruedas y salió despedida por la habitación. Chocó contra una elevada pila de
sillas más pequeñas, que cayeron al suelo con un fuerte y chirriante estrépito.
Maglenna hizo una mueca; no pretendía haber hecho eso.
Los guardias, sin embargo, palidecieron, y
corrieron de vuelta a la puerta.
Haathi y los demás –todos ellos portando algún
mueble- mostraron sus placas de identidad. El guardia alto apenas se fijó en
ellas mientras él y el otro guardia corrieron a pulsar el botón de apertura de
la puerta al mismo tiempo, golpeándose mutuamente las manos.
Maglenna indicó al equipo que entrase.
-¡Y que no vuelva a ocurrir! –gritó por encima de
su hombro, y entró ella también al interior.
Cuando las puertas se cerraron tras ellos, sintió
algo completamente nuevo; un salvaje subidón de adrenalina.
-Eres un poco demasiado buena en esto de ser
imperial, comandante –dijo Jayme, rodeándole los hombros con su brazo a modo de
felicitación.
-Son las botas –le dijo ella.
Se encontraban en un pasillo brillantemente
iluminado con muros de transpariacero. Había otra puerta ante ellos, y a través
de los muros podían ver que conducía a la sala de ordenadores principal: una
zona inmensa tenuemente iluminada con pasarelas y terminales informáticos en
los lados, un techo elevado, y las luces rojas de los paneles de control
rivalizaban con el resplandor azul de los monitores en ser la única fuente de
iluminación de la sala. Decenas de técnicos imperiales se entrecruzaban con
tabletas de datos o se encorvaban sobre sus terminales, un ejército de pálidas
criaturas subterráneas que nunca veían la luz del día.
Haathi encontró un armario cercano lleno de
suministros de limpieza, donde dejó el cuadro que llevaba en sus manos.
-¿Quién quiere escuchar mi plan? –preguntó.
Morgan levantó la mano.
-Era una pregunta retórica, Morg.
-Ya lo sabía.
-¿Queréis saber cómo vamos a colarnos en el letal
sector de máxima seguridad de la guarnición?
Todo el mundo la miró expectante.
-No vamos a hacerlo –dijo.
-¿Qué? –dijo Jayme.
-Pero vamos a hacerles creer que lo hemos hecho.
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