Engranajes
en movimiento
Jean Rabe
-A qué planeta tan hermoso nos han enviado, Teni.
Totalmente rústico. Incluso me atrevería a llamarlo pintoresco.
-Deja de quejarte, Arvee. Vengler es sólo un poco
primitivo, eso es todo.
-¿Primitivo? Hemos aterrizado en una meseta, no en
un espaciopuerto. Sin comodidades. Sin una cantina a la vista. ¿Por qué no
llamar a este lugar por lo que realmente es, señor? Una bola de polvo.
El teniente rebelde frunció el ceño al mirar al
cuadrúpedo con aspecto de sapo, su segundo al mando, y luego señaló a las
oscuras colinas.
-Un poco de polvo nunca ha hecho daño a nadie.
Además, no estaremos aquí por mucho tiempo. Atajemos por ese paso y
sorprendamos a los imperiales al otro lado. No hay muchos. Un par de docenas de
soldados de asalto, personal de apoyo. Deberíamos ser capaces de ocuparnos de
ellos sin demasiados problemas. Tenemos mucho espacio para prisioneros en la
lanzadera.
-¿Prisioneros?
-Sí, prisioneros. Esto será fácil, Arvee. Zilg-dicody
de Mundlop comido.
-Fácil –repitió Arvee-. Lástima que sea alérgico al
zilg.
-Liberamos a los mineros –continuó el teniente-, y
luego todos tendremos unos días de permiso en una gran nave rebaño ithoriana.
El teniente tenía que admitir que compartía el
punto de vista de Arvee sobre el planeta perdido. Vengler carecía en gran
medida de civilización, particularmente este continente, y al estar en la
frontera se convertía en una presa fácil para la pequeña unidad imperial que,
según se había informado, había llegado y ocupado la mina de quendek. Si no
hubiera sido por un espía de la Alianza infiltrado en la tripulación de una
fragata mercante que se hallaba de paso, la presencia imperial en Vengler
probablemente habría pasado inadvertida durante años. Mejor llevar un
destacamento ahora y acabar ya con ellos, pensó el teniente... antes de que los
imperiales tuvieran la oportunidad de construir un emplazamiento de armas y
establecer una base.
-Fácil. ¡Phfhfffftt! –Arvee se acuclilló sobre sus
piernas traseras, se rascó una verruga, y tomó el rifle bláster que colgaba de
su espalda moteada-. Claro, Teni. Fácil para vosotros, humanos. –Apretó los
labios en una imitación de un mohín de enfado y miró al resto de la fuerza
rebelde; la mayoría de los 150 eran reclutas corellianos. Había unos cuantos devaronianos
y un par de sullustanos en la mezcla, pero él era el único que caminaba sobre
sus cuatro extremidades-. Fácil porque todo este polvo no os molesta demasiado
a vosotros los bípedos. Al menos esto es mejor que quedarme en mi catre y ver
cómo van pasando las estrellas –bufó Arvee-. Un pequeño puesto de avanzada.
Lástima que no haya dos o tres. Realmente me gusta disparar a las tropas de
asalto. Y además se me da bien. -Arvee se agazapó, con su espalda marrón y
llena de bultos ayudándole a mezclarse con el áspero paisaje. Un asomo de
sonrisa cruzó sus labios bulbosos-. Eh, Teni, ¿puedo ir en cabeza?
El teniente asintió, y el explorador con aspecto de
sapo se puso rápidamente por delante. El resto de los rebeldes avanzaba
lentamente tras él. Conforme las estrellas comenzaban a aparecer a la vista,
atravesaron en silencio el paso entre las colinas.
Arvee estornudó.
-Realmente odio todo este polvo –maldijo para sí,
mientras recorría el gatillo de su bláster con un dedo de su mano palmeada-.
Menos mal que no estaremos aquí mucho tiempo. –Alcanzó el extremo opuesto del
paso y echó un vistazo por el campo árido y ondulado-. Vaya, me ocuparé de
todos ellos sin ninguna molestia. Rápidamente. Sólo un escamoso servidor.
Olvídate de los prisioneros. Y luego... –Su áspero aliento se quedó en su
garganta y sus piernas se quedaron clavadas en su sitio al ver algo en el
límite de su visión: varias naves imperiales de patrulla de sistema. Había un
edificio detrás de las naves-. Eso no es un puesto de avanzada –susurró en una
voz tan suave como pudo-. Ni dos ni tres. Es una base imperial. Con montones de
emplazamientos de armas.
El polvo se arremolinó alrededor de sus patas
traseras conforme sus camaradas le iban alcanzando.
***
-¡Es todo este polvo! –gruñó el piloto del carguero-.
Polvo y arena. Cada vez que me quedo en Mos Eisley durante más de un par de
días, se mete por las juntas de mis droides. Les hace funcionar mal o apagarse.
¿Puedes hacer algo al respecto?
Amalk Wulqpark echó un vistazo al droide de
protocolo cubierto de polvo que el piloto había arrastrado bruscamente hasta su
taller.
-Entonces no deberías haberlo dejado a la
intemperie –sugirió Amalk-. El polvo no sería un problema si lo dejases dentro
de tu nave.
-No puedo dejarlo en mi nave. Lo necesito cerca por
si acaso me encuentro con algo o alguien con el que quiera hablar. Por
negocios.
-¿Y realizas tus negocios en la calle?
-A veces. Y en la cantina, también. Pero las normas
de la cantina... bueno, no me dejan meterlo al interior –replicó el piloto-.
Así que lo dejo fuera junto a la puerta. Es lo mejor.
Entonces
debes de pasar una terrible cantidad de tiempo dentro de la cantina, pensó
Amalk, para que quede así de dañado por
el polvo.
Amalk se inclinó sobre el mostrador y recorrió la
deslustrada cara del droide con sus manos manchadas por la edad. Era un gesto
amable que no significó nada para el piloto, pero que el droide achacoso sí
supo apreciar.
-Necesitas un baño de aceite, mi nuevo amigo –dijo
Amalk con dulzura-. Enderezar algunas de esas abolladuras.
-¿Eh?
-Diría que no debería haber demasiado problema en
arreglarlo –dijo en voz más alta-. Parece que sus fotorreceptores están
dañados.
El piloto alzó una ceja y abrió los labios en una
silenciosa pregunta.
-Fotorreceptores –explicó Amalk-. Los ojos de tu
droide, los aparatos que atrapan los rayos de luz, natural y artificial, y los
convierten en señales electrónicas. Las señales se procesan por el ordenador de
vídeo en la base de su cabeza y se traducen en imágenes para que pueda ver.
Funcionan según el mismo principio que los ojos humanos. En todo caso, las
carcasas tienen grietas. El polvo ha entrado al interior y ha ahogado los
mecanismos.
-Odio todo este polvo –gruñó el piloto.
Amalk entrecerró sus acuosos ojos azules.
-Hmm. No son sólo las carcasas. Tienes más
problemas, ¿verdad, amigo? –Estaba hablando con el droide, y el droide comenzó
a responderle.
-¿Qué es ese ruido? –interrumpió el piloto-. ¿Esa
cosa chirriante? ¿Le pasa algo a su vocalizador?
-Vocabulador. Sintetizador de habla.
-Sí. Eso es lo que quería decir. ¿Está roto
también?
Amalk negó con la cabeza.
-No es ruido –murmuró-. Es lenguaje.
-No es ninguno que yo entienda –replicó el piloto.
-Pocos lo hacen.
Pero Amalk era uno de esos pocos. Lo que sonaba
como zumbidos de insectos en el abarrotado interior de su taller, era un
lenguaje de programación especializado. Los droides a menudo lo usaban para
comunicarse entre ellos. Era mayormente ininteligible para los orgánicos. Amalk
lo zumbaba fluidamente: pregunta tras pregunta iban saliendo de sus labios. El
droide proporcionaba respuestas rápidamente.
-Viajarás mucho, supongo, siendo un piloto de
carguero –dijo Amalk, devolviendo finalmente su atención al piloto.
-Sí.
-¿Has visto mucha galaxia?
-Sí. Me muevo mucho. Incluso he estado en el Sector
Corporativo unas cuantas veces.
-¿Incluso viajas a territorio imperial? –preguntó
Amalk mientras hacía saltar la placa pectoral del droide y miraba al interior.
-Sí. Aunque no es que eso sea asunto tuyo.
-Apuesto a que es peligroso. Lanzaderas de asalto imperiales
zumbando a tu alrededor, tal vez incluso un Destructor Estelar. Pero no parece
que le tengas mucho miedo a esas cosas.
-No. –El piloto sacó pecho-. Además, para mí no es
tan peligroso. Tengo algunos contactos, hago algunos trabajos extraños para ellos
de vez en cuando. Sólo cosas ocasionales. Mantén buena relación con ellos y te
irá mejor. Más dinero y más salud. ¿Sabes a qué me refiero?
-Desde luego. –Los gruesos dedos de Amalk tantearon
los cables y circuitos del droide-. Hmmm. ¿Qué tenemos aquí?
El piloto se acercó, tratando de mirar por encima
del hombro de Amalk para ver el interior del pecho del droide.
-Esto no es bueno –dijo Amalk chasqueando la
lengua-. Nada bueno. ¿Ves esto?
-¿Qué? ¿También ha entrado polvo ahí?
-No. El locomotor. Se está gastando. Habrá que
cambiarlo de inmediato. Tu droide probablemente no sea capaz de dar más de cien
pasos más o así por sí mismo antes de que el locomotor se funda.
-Menos mal que te lo he traído para que lo
arregles, entonces. –El piloto parecía complacido consigo mismo-. En el hangar,
me dijeron que eras el mejor. También dijeron que tu ascensor no subía hasta
arriba del todo... si sabes a qué me refiero. Dijeron que piensas más en los
droides que en las personas. A mí no me importan para nada tus preferencias.
Yo, sólo estoy de paso con esta cosa, y necesito que la arregles.
-Lo.
-¿Eh?
-Que lo arregle. A tu droide.
-Sí. ¿Qué es un locomotor? Sé de naves y esas
cosas. He volado durante años en un carguero. Los droides, bueno, nunca me ha
dado por estudiarlos.
-Un locomotor es el servomotor que da a tu droide,
y a otros droides de protocolo, exploradores y otros similares, la capacidad de
andar, de moverse.
-¿Y puedes cambiarlo?
-Sí. Sin problema. Pero no ahora mismo. No tengo
ningún locomotor de repuesto en el taller. Están pedidos. Espero que lleguen en
el próximo transporte mercante.
-¿Cuándo será eso?
-La próxima semana.
-¿Entonces qué hago? Tengo que marcharme dentro de
un día, dos como mucho. Tengo que ir a un sitio, una cita que cumplir. Necesito
que esto traduzca por mí.
-Él.
-Sí. Necesito que él traduzca por mí.
-Puedes comprar otra unidad de protocolo. Tengo
algunas en venta. –Amalk se apartó del droide del piloto y señaló las paredes
de su tienda.
La tienda de Amalk consistía en una gran sala, que cuando
fue construida se habría considerado espaciosa. Ahora parecía pequeña y
abarrotada. Había droides alineados en las paredes. Como soldados, unas docenas
de droides de protocolo permanecían en fila, con sus carcasas plateadas,
doradas, cobrizas o broncíneas brillando a la luz que se filtraba por la única
ventana.
Cerca había varias unidades R2, R4 y R5, y algo que
parecía un prototipo o una modificación de otro modelo de serie R. Remotos de
varios tamaños colgaban del techo, parpadeando y zumbando como decoraciones de
cantina. Sin ser auténticos droides, eran programables para realizar funciones
sencillas y no tenían iniciativa independiente.
También había droides médicos, droides mineros,
droides de potencia, droides de compañía, droides exploradores, droides de
sondeo geológico, y más. Uno de ellos, que parecía un droide interrogador
remodelado, estaba ocupado barriendo el lugar. Detrás del mostrador había
estantes y estantes llenos de piernas y brazos metálicos, ruedas, cadenas de
oruga, rollos de cable, circuitos, chips, y cientos de pequeñas herramientas.
-Me gusta bastante ese plateado –dijo el piloto
después de observarlo todo-. No he tenido uno plateado antes. ¿Está a la venta?
Amalk asintió.
-Sí, está a la venta.
-¿Cuánto?
-Si me entregas tu droide, que repararé cuando
reciba el cargamento de locomotores, y
añades setecientos créditos, el droide plateado es tuyo.
-Seis.
-Seis cincuenta.
-Trato. –El piloto echó la mano al bolsillo en
busca de un chip de crédito-. ¿Me darás un perno de contención? He visto que
ninguno de tus droides de aquí lo tiene puesto.
-No he tenido necesidad de ello. –Amalk se agachó
bajo el mostrador y rebuscó-. Este servirá.
Se lo pasó al piloto, y la transacción concluyó.
-Vaya, gracias –dijo el piloto mientras salía de la
tienda-. No podría llevar adecuadamente mi negocio sin uno de estos droides.
La unidad de protocolo plateada echó una última
mirada a Amalk, emitió una serie de frases apresuradas en un lenguaje de
programación, y siguió a su nuevo propietario.
-¿Se ha ido el piloto? –Era un desfasado droide de
sondeo geológico quien hablaba.
-Menudo ignorante –replicó un droide chef
parcialmente reparado-. He conocido remotos más inteligentes.
-Está cruzando la calle –dijo un droide de
protocolo dorado. Estaba girando su cuello brillante tanto como podía y
apartándose de la pared para tener una mejor vista del cliente que se
marchaba-. Ya está. Ya no se les ve. Se ha ido con C3-LD8 hacia el hangar.
Pobre Eledé.
Los otros droides de protocolo se apartaron de la
pared y comenzaron a charlar entre ellos y con Amalk. Las unidades R5 trinaron
y ulularon. Y el droide chef repasó la lista de ingredientes que necesitaba
para la cena de Amalk.
-Buena forma de librarse de ese cliente –añadió el
droide de protocolo dorado-. Tatooine estará mejor tras su marcha. Al menos a
Amalk le gusta vender a este tipo de clientes.
-¡Gracias al Creador que me he librado de él! –dijo
el droide de protocolo cubierto de arena-. Ya he cumplido mi cupo de trabajo
para un hombre tan patán. ¡Tratos ocasionales con imperiales, decía! ¡Ja!
Trabaja para ellos todo el tiempo, ahora se va a una cita con un capitán
imperial. Le utilizan, aunque él no se da cuenta. Le contratan para realizar
transportes a territorio neutral o a mundos controlados por la Alianza. No es
que sea un orgánico demasiado brillante, así que no ve cómo le manipulan. No ve
lo realmente malvados que son. Y me gustaría indicar que a mi locomotor no le
pasa nada malo.
-Lo sé –dijo Amalk.
-¿Entonces por qué...?
-Porque yo soy
muy brillante para ser orgánico –respondió-. Es una larga historia, mi nuevo
amigo. Puedes...
-¡Compañía! –anunció el droide explorador. El
droide de protocolo dorado volvió a apoyarse contra el muro y sus colegas se
unieron a él rápidamente. Fingieron apagarse. Las unidades R5 quedaron en
silencio.
Un suave zumbido atravesó el aire mientras la
puerta se abría. Amalk observó a un par de jawas entrar al interior. Conducían
a un cuarteto de astromecánicos dañados por la batalla, uno de los cuales
estaba arrastrando a un droide de protocolo con una sola pierna.
-Snizniber
lr’tzt –comenzó a decir la más alta de las dos figuras encapuchadas-. R’trastnitatat duratzat. Elrzer tanna dint a
minz! Rzdez.
El droide cubierto de arena comenzó a traducir, se
llegó a un acuerdo, y Amalk les pasó una bolsa llena con fichas de crédito en
efectivo. Los jawas se fueron rápidamente, directos hacia la cantina.
-Parece fuego de bláster. En los cinco. –Era la voz
profunda del droide explorador. Se acercó a las nuevas adquisiciones de Amalk,
y sus hombros se movieron en algo parecido a un escalofrío. Los jawas siempre
hacían que el droide explorador se pusiera más que un poquito nervioso.
-Tal vez. Pero las marcas parecen más algún tipo de
vibroarma –añadió uno de los droides médicos-. Observa ese corte a lo largo del
soporte de las ruedas derechas. Y eso es probablemente lo que amputó la pierna
del droide de protocolo. He atestiguado...
-Estoy de acuerdo –intervino el droide de protocolo
dorado-. Vaya, cuando servía en una nave minera en órbita sobre Tibrin había un
gamorreano que...
-No. Definitivamente blásters –discutió el
explorador-. Rifles, lo más probable.
***
-¡Fuego de bláster! –exclamó el teniente-. ¡Rifles!
¡Es una trampa! ¡Retirada a la nave!
Los agudos gemidos de los rifles bláster cortaban
el aire. Nubes de polvo se alzaban cuando los disparos erraban a los rebeldes y
golpeaban en cambio a sus pies. Cuando los disparos no erraban, los rebeldes
caían, agarrándose sus piernas y pechos. El olor a ropa y carne quemadas
flotaba con fuerza en el aire. Una docena de hombres estaban en el suelo,
muertos o moribundos, en cuestión de un segundo.
-¡Retirada! ¡Ya! –El teniente se pegó al costado de
la colina. Se maldijo por atajar por el paso. Se dio cuenta de que era el lugar
perfecto para una emboscada. Lo único es que no se suponía que los imperiales
supieran que iban a tener compañía. No se suponía que estuvieran acechando, a
la espera. Y no se suponía que fueran tantísimos.
Inclinó el cuello hacia delante, tratando de mirar
a la parte superior de la colina frente a él, con los ojos llorosos por el
polvo que volaba por todas partes. ¡Allí! Tumbados, unas docenas de soldados de
asalto. Vio la luz de la luna brillando en sus cascos blancos. Todos armados con rifles bláster, parece,
pensó. Probablemente tendrían pistolas para una lucha a menos distancia...
aunque sabía que sus hombres no podrían ascender las colinas lo bastante rápido
para acercarse. Debía de haber un número similar de soldados de asalto en la
colina sobre él. Muchos más de los que el informe de inteligencia de la Alianza
decía que habría.
-¡No podemos retirarnos! –se escuchó gritar desde
alguna parte por detrás del teniente-. ¡Están viniendo por el paso detrás de
nosotros, golpeándonos como mogos de Roon!
-¿Cuántos? –gritó el teniente.
-¡Veinte, treinta! –fue la bronca respuesta-. Es
difícil de decir. ¡El polvo es demasiado denso!
Una decisión,
pensó el teniente. Tienes que tomar una
decisión ya.
-¡Vienen hacia aquí desde la base ante nosotros!
¡Se acercan con deslizadores! –El teniente reconoció esa voz. Era Arvee, su
segundo-. Diría que tu informador se equivocaba, Teni. ¡Diría que nosotros
somos el zilg-dicody, y que los impes se nos van a zampar!
-¡No! –gritó el teniente-. ¡No vamos a caer esta
noche! –Se lanzó desde la pendiente y se arrojó al suelo, rodando y esquivando
disparos de bláster. Sólo se detuvo para lanzar un par de disparos al casco
blanco que observaba en lo alto de la colina, y luego siguió rodando, sin
molestarse en mirar si había conseguido darle al soldado de asalto. Tengo que conseguir mirar al otro lado de la
colina, pensó. Sólo para estar
seguro. Puede que mi suposición sea incorrecta, puede que no haya unas cuantas
docenas de soldados de asalto ahí arriba. Puede que podamos ascender esa
colina, rodearla, volver a la lanzadera. Puede... El agudo zumbido de un
bláster de repetición montado sobre un trípode cortó la penumbra. Un dolor
cortante atravesó la pierna derecha del teniente y le subió al estómago. Luego
el teniente no sintió nada, y no podía moverse. Me muero, pensó, probablemente
el láser me haya arrancado la pierna. No siento nada, apenas puedo respirar.
Hace mucho frío-. ¡Arvee! ¡Ahora estás al mando! ¡Saca a los hombres de
aquí!
No escuchó la respuesta del cuadrúpedo con aspecto
de sapo. El teniente ya era incapaz de escuchar nada.
-¡Retirada! –aulló Arvee-. Puede que haya menos
delante de nosotros, pero es suicida dirigirse hacia la base. –Se colgó el
rifle bláster de la espalda y corrió hacia el grueso de sus hombres, moviéndose
más rápido al no tener que sostener su arma. Saltó sobre el cuerpo de un
devaroniano y comprobó que al menos un tercio de sus colegas rebeldes cubría el
polvoriento suelo. Deberíamos haber
traído más hombres, más lanzaderas. Pero se suponía que esto era una operación
pequeña, pensó. ¿De dónde han salido
todos los impes? Deben de haber monitorizado nuestro descenso. Han esperado
hasta que fuéramos presa fácil.
Justo delante, a su izquierda, tres corellianos se
apretaban entre sí en un hueco bajo un saliente rocoso. Se turnaban para asomar
sus cabezas y disparar a los cascos blancos del risco opuesto.
-¡Son demasiados! –exclamó Arvee mientras corría
hacia el trío-. ¡Fuego de retirada! -Se detuvo cuando alcanzó el saliente,
volvió a tomar el rifle bláster de su espalda, y apuntó al soldado de asalto
que descendía por la pendiente opuesta. Su dedo palmeado presionó el gatillo,
enviando destellos de siseante energía azul sobre el polvo y las rocas, que
finalmente encontraron su objetivo en el torso del soldado. El soldado cayó.
Pero ahora había más cruzando la cima-. ¡Dejadme uno de vuestros rifles!
–ladró. Uno de los corellianos obedeció, y luego los tres salieron huyendo.
-¡Retirada! –gritó Arvee al resto de los soldados
rebeldes mientras se cobijaba en el hueco dejado libre por los tres corellianos.
Se agazapó lo más cerca del suelo que pudo, y sus dedos palmeados volaron sobre
su propio rifle bláster, sujetando la culata, abriendo el compartimento donde
se colocaban los paquetes que energizaban el rifle y sacando los paquetes. Tomó
los paquetes de repuesto de su cinturón y los juntó todos. Luego arrancó la
correa del rifle, usándola para sujetar firmemente entre sí todos los paquetes.
Hizo una mueca al ver a media docena más de sus colegas caer bajo fuego
bláster.
-A ver si os gusta esto –dijo, a modo de silenciosa
maldición. Lanzó los paquetes bláster unidos hacia la pendiente por la que
estaban descendiendo los soldados de asalto, tomó el rifle prestado, y disparó
al conjunto.
La explosión sacudió el paso. Polvo y gravilla
cayeron sobre Arvee y los soldados de asalto. Apenas audibles sobre el
estruendo, el cuadrúpedo con aspecto de sapo escuchó los gritos de los
imperiales moribundos. Sujetó el rifle y esperó, pretendiendo disparar al
primer atisbo de blanco que pudiera ver cuando el polvo se asentase.
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