Daniera debería sentirse muy cómoda. Estaba sentada
en una confortable silla de replicuero, los controles del filtro de aire
estaban en la configuración perfecta, y estaba bebiendo de un tibio tazón de
zumo. Bueno, más bien sosteniéndolo en el platillo sobre su regazo, porque la
última vez que intentó tomar un sorbo, la mano le temblaba demasiado para poder
llevarse la taza a los labios con éxito.
Miró de soslayo a Amor, que estaba
sentado a su lado, pero su atención estaba centrada en el obeso ubés sentado
tras el extraño escritorio. Aparentemente estaba construido exclusivamente de
materia ósea fundida. Daniera pudo contar más de dos docenas de especies
representadas. Y por si eso no fuera lo suficientemente perturbador, ahora
sabía cómo se había ganado Mah-Luu su apodo.
El hombre de negocios ubés
sostenía en sus manos una esfera plateada, reconocible universalmente como un
detonador termal. Mah-Luu jugueteaba con él, como un ser con un hábito
nervioso. Solo que quien se ponía nervioso con este hábito era Daniera.
Mah-Luu deslizaba el disparador,
activando el retardo de seis segundos integrado en el dispositivo. Luego, unos
segundos más tarde, volvía a pulsar el disparador dejándolo en su posición
original, desactivando el dispositivo. Por desgracia, a veces, Mah-Luu se
perdía en sus pensamientos o se concentraba en la conversación, y su dedo permanecía
fijo en la posición de activado.
La cuenta atrás avanzaba
rápidamente y Daniera contenía el aliento y se preparaba a reunirse con sus
ancestros muertos mucho tiempo atrás, pero luego llegaba la desactivación en lo
que estaba segura que era la última fracción de microsegundo.
Por si eso no fuera lo bastante
malo, Mah-Luu tenía tendencia a reírse entre dientes en momentos inoportunos,
como por ejemplo cuando nadie había hecho una broma. Daniera esperaba que el
vocalizador del ubés tuviera un fallo de funcionamiento que fuese el causante
de esas risas. En cualquier caso, por lo que había podido ver hasta el momento,
“Termal” Mah-Luu ciertamente no era la clase de ser al que quisieras ver nunca
sosteniendo un detonador termal bajo ninguna circunstancia, salvo posiblemente
si te encontrabas muy, muy lejos... en otra galaxia, por ejemplo.
En realidad, Daniera no estaba
segura de qué le ponía más nerviosa; el detonador termal, o el hecho de que
Amor no pareciera estar preocupado en absoluto por su presencia.
-No tengo ni idea de qué me estáis
hablando.
Amor mostró la figurita de Darth
Vader.
Mah-Luu se limitó a encogerse de
hombros.
-Muchos clientes se guardan
recuerdos. No podéis esperar que me acuerde de cada ser que cruce el umbral de
mi selecto establecimiento.
-¿Por qué no? –quiso saber Amor-.
Probablemente tengas videocámaras grabando las 36 horas del día con el
propósito de futuros chantajes.
-Me ofendes –dijo Mah-Luu,
activando el detonador-. Vamos, sabes que no puedo revelar los nombres de los
miembros de mi club bajo ninguna circunstancia. Eso es malo para el negocio. Y
lo que es malo en mi negocio sólo es bueno para conseguir acabar muerto.
–Comenzó a reír, y luego apagó el dispositivo. Igual de abruptamente, volvió a
activar el temporizador-. Por no mencionar que tengo ciertas responsabilidades
éticas como propietario de este establecimiento. Un vínculo con mis clientes.
Una mutua confianza en que lo que ocurre dentro de estos muros nunca ve los
duros juicios de la luz del día.
Cuando hubo terminado su
soliloquio, volvió a poner el detonador en modo de espera.
-Ya sé que el ser en cuestión era
miembro. Incluso sé por qué. Pude oler el perfume barato de una de tus chicas
por todo su cuerpo.
Daniera abrió los ojos como
platos, pero permaneció en silencio.
Mah-Luu inclinó su corpulento
cuerpo hacia delante. El detonador se activó...
-¿Entonces, me pregunto, por qué
estás aquí, Amor?
-Quiero ver a la chica.
-Te costará lo mismo que a
cualquier otro.
-Bien. –Amor se echó una mano al
bolsillo.
El dedo del ubés flotó
ansiosamente sobre el detonador, todavía activo.
Amor extrajo una ficha de crédito.
El detonador se apagó. Mah-Luu
tendió una corpulenta mano para tomar la ficha y examinó cuidadosamente el
valor de la misma. Su risita rompió el silencio.
El detonador se activó. El aliento
de Daniera se detuvo.
Amor clavó sus ojos en lo de
Mah-Luu y por unos segundos pareció tener lugar un silencioso duelo de
voluntades.
Se desactivó el detonador.
-¿Quién?
-El senador Luralon Odaay.
-Ah, sí. El turiano. –Mah-Luu pulsó
un botón oculto bajo su escritorio y la puerta se abrió. “Termal” soltó una
aguda risita-. Le encantaba Induki.
-Apuesto a que sí.
La ficha de crédito desapareció de
la vista, pero el ubés siguió jugueteando con el detonador.
Amor entró por la puerta, seguido
como una sombra por Daniera.
-Se acabó esa molesta ética.
-Tengo que concedértelo, Amor. Aún
eres bastante bueno en lo que haces... para la edad que tienes, claro.
Amor le miró fijamente.
-¿Ahora es cuando me das el
discurso de reclutamiento?
Mah-Luu se rio con ese comentario.
-¿A ti? ¡Ja! Antes contrataría a
un quijada-fija luudriano. Al menos cuando los ojos se le pusieran rojos,
sabría que iba a traicionarme. Dudo que tú vengas con medidas de seguridad
semejantes. –El ubés enfocó su mirada en Daniera-. Tu compañera no habla
mucho... Me gusta eso en una mujer. –El ubés le miró lascivamente-. ¿Qué dices,
cachito de carne? ¿Buscas trabajo?
Bastante molesta ya por tener que
representar el papel de la subordinada muda, Daniera volvió al escritorio de una
zancada y apuntó su bláster de bolsillo a la cabeza de Mah-Luu.
-¿Buscas un tercer ojo?
El ubés se limitó a reír con más
fuerza.
-Oooh. ¡Es feroz, además! Tengo
que tenerla. Vamos, Amor... ¿cuánto?
-No está a la venta, “Termal”. Y
aunque lo estuviera...
Daniera le miró por encima de su
hombro.
-...No podrías pagarla ni en un
millón de años –se apresuró a terminar Amor.
Mah-Luu pareció molesto mientras
devolvía la ficha de crédito a Amor.
-Trato justo. Ella por Induki.
Amor negó con la cabeza.
-Eso no es una oferta.
-Tienes razón –dijo Mah-Luu,
activando el detonador-. No lo es.
Dos fornidos guardaespaldas
rodianos aparecieron en la puerta, vestidos con capas color escarlata y
blandiendo carabinas bláster.
Amor miró fijamente a Mah-Luu.
-¡Teníamos un trato!
-Se acabó esa molesta ética –dijo
Mah-Luu con una risita, desactivando el detonador.
Daniera no había movido su arma.
-En caso de que lo hayas olvidado,
hay un bláster apuntándote a la cabeza.
Mah-Luu rio entre dientes,
señalando a sus guardias con la cabeza.
-Y otros apuntando a cada una de
las vuestras. Con refuerzos en camino. No son las mejores probabilidades.
La mano derecha de Amor estaba
deslizándose bajo su abrigo mientras hablaba.
-Siempre prefiero jugar con las
cartas que me han tocado.
-Lástima que yo no opine lo mismo.
–“Termal” estalló en una salvaje carcajada-. Normas de la casa, ya sabes.
-Pulsó otro botón bajo su escritorio con un dedo hinchado, abriendo un canal de
comunicaciones-. Vab, dale unas vacaciones a Induki. Ya.
Daniera cruzó su mirada con la de
Amor. Él le guiñó rápidamente un ojo y luego se echó de pronto al suelo como un
bantha herido, aterrizando sobre su espalda. El bláster pesado ya se encontraba
en sus manos y antes de que el primer guardia pudiera bajar su propia arma para
apuntar a su enemigo, ahora en el suelo, Amor apretó el gatillo.
Un rugido ensordecedor resonó por
la sala cuando un vibrante disparo bláster golpeó de lleno al mercenario
rodiano, levantándole del suelo y haciéndole volar más de un metro hacia atrás.
El guardia chocó contra la pared y se derrumbó en el suelo, con el pecho
ennegrecido y humeante.
Sin retirar la mirada de Mah-Luu,
Daniera hizo girar el brazo que sostenía el arma y lanzó tres rápidos disparos
al mercenario restante.
Mah-Luu trató de ponerse en pie,
pero Daniera ya tenía de nuevo el cañón del arma apuntándole.
-¿Oo-ta goo-ta, Tubbo?
Amos sonrió, colocándose junto a
Daniera.
-Anula esa última orden –ordenó
ella-. Dile a Vab que traiga aquí a Induki.
El mercader ubés la miró con
desdén.
-Dudo que seas capaz de disparar a
un hombre desarmado...
-Ella tal vez no –respondió Amor
por Daniera-, pero yo sí.
Y sin más ceremonia disparó a
Mah-Luu a quemarropa en el pecho.
Daniera gritó conmocionada, y se
dio la vuelta para mirar a Amor.
-¡Amor, estás loco!
-Gracias.
-¿Cómo has podido...?
-Relájate, cielo –dijo Amor
mientras giraba una rueda de su bláster de vuelta a su posición original-. Esta
cosa puede ajustarse para aturdir, ¿sabes?
Ella volvió a mirar a “Termal”,
que había caído doblado sobre su silla, transportado por el deslizador estelar
de la inconsciencia.
-Genial, ¿pero qué pasa con
Induki?
Amor inclinó de pronto la cabeza a
un lado. Se escuchaba el inconfundible sonido de vehículos repulsoelevadores
acercándose.
Antes de que Daniera pudiera abrir
siquiera la boca, Amor salió corriendo hacia la puerta. Se detuvo en el pasillo
una fracción de segundo, y luego volvió a entrar corriendo en la sala y propinó
al inconsciente Mah-Luu un puñetazo en el estómago. El detonador termal en la
mano del ubés saltó por los aires, y Amor atrapó con facilidad el dispositivo
en su ascenso. Luego giró sobre sus talones y salió corriendo al pasillo.
Daniera estaba justo tras él.
-¡Amor, estás loco de remate!
-Gracias.
Ella gesticulaba frenéticamente.
-Por ahí es un callejón sin
salida. Tenemos que volver por el otro...
Las palabras murieron en sus
labios cuando escuchó el sonido de las pisadas de muchas botas acercándose
desde esa precisa dirección.
-¡Amor! Estamos a punto de tener
compañía.
Amor seguía corriendo hacia la
pared a toda velocidad mientras pulsaba con el pulgar el interruptor para
activar el detonador termal. Lanzó el dispositivo rodando delante de él y
comenzó a contar en voz alta el temporizador de seis segundos.
Acercándose desde atrás, Daniera
se dio cuenta de lo que estaba haciendo.
-¡Sal del radio de explosión,
pedazo de lunático!
Amor le hizo un gesto de fastidio
con la mano. Había estado todo el rato midiendo las zancadas al correr, y ahora
ella le estaba haciendo perder la cuenta.
-Dos. ¡Uno! –exclamó Amor justo
cuando la esfera plateada golpeaba la pared ante él con un sonido metálico.
Hubo un pequeño destello, y luego el campo de partículas del detonador se
expandió hacia fuera con velocidad cegadora, y el radio de explosión vaporizó
el muro, la mayor parte del techo, y parte del suelo.
Con la plataforma de observación
recién creada, Amor y Daniera tenían una vista despejada de los acontecimientos
que tenían lugar en el callejón inferior.
Una joven forcejeaba mientras dos
de los matones rodianos de capa escarlata de Mah-Luu la introducían a la fuerza
en un camión deslizador que aguardaba. Tres motos deslizadoras de aspecto
desvencijado, cada una portando a un piloto rodiano, calentaban motores junto
al camión deslizador.
Por supuesto, todos se encontraban
ahora mirando hacia arriba, a Amor y Daniera, completamente estupefactos. La
sorpresa fue temporal. Los dos mercenarios lanzaron a Induki al interior y el
camión deslizador arrancó abruptamente y se adentró en el inframundo, seguido
por una de las motos. Los rodianos de las dos motos restantes apuntaron con sus
carabinas bláster.
Amor ya estaba sacando su
artillería bláster portátil. Apuntó rápidamente y disparó dos veces. Los
rugientes disparos fallaron su objetivo, pero Amor estaba seguro de que los
mercenarios se lo pensarían dos veces antes de enfrascarse en un tiroteo
prolongado.
El bláster pesado gimió
fuertemente mientras se recargaba, y el primero de los rodianos aprovechó la
oportunidad para comenzar una apresurada huida mientras su colega se demoraba
para proporcionar algo de fuego de cobertura.
Daniera efectuó media docena de
disparos a la moto que iba en cabeza, pero el alcance de su bláster de bolsillo
era, en el mejor de los casos, limitado. La mayor parte de los disparos no
llegaron a su objetivo, así que pasó su atención al rodiano restante.
Amor apuntó con cuidado y lanzó
otro disparo atronador hacia el mercenario que huía. El disparo golpeó la parte
trasera de la moto deslizadora, y la fuerza del impacto hizo que el vehículo
diera una vuelta de 180 grados y chocase contra el costado de un edificio en
ruinas cercano. La colorida explosión hizo que llovieran escombros ardientes
por toda la zona.
El segundo piloto no tenía
intenciones de quedarse ahí quieto para otra demostración, pero justo cuando
comenzaba a moverse, tres de los disparos carmesí de Daniera le golpearon en la
espalda. Al quedar sin jinete, la moto se detuvo en seco con una sacudida al
activarse el interruptor de seguridad, y se quedó flotando inmóvil sobre el
suelo.
Inmediatamente, Amor tomó
carrerilla y saltó de la irregular cornisa. Dirigió su caída hacia la moto y
aterrizó con sorprendente agilidad sobre el asiento vacío. Después de tomarse
un instante para sentir asombro de sí mismo, se volvió para gritarle a Daniera:
-¡Volveré a por ti!
Sin embargo, Amor quedó
sorprendido al ver que ella ya no estaba en lo alto de la cornisa. Y luego
Daniera le empujó hacia delante al aterrizar en el asiento trasero.
Se volvió para mirarla en total
asombro.
Daniera se limitó a darle una palmada
en el hombro y ladró:
-Cállate y pilota esta cosa.
-¡Sí, señora! –dijo él entre risas
y aceleró el potente motor de la moto.
-¿Sabes una cosa, Amor? ¡Estás más
loco que un bantha desquiciado!
-Gracias.
***
-Ahí están –exclamó Daniera.
-Ya les veo. –Amor aceleró
rápidamente, inclinando al mismo tiempo el morro de la moto hacia abajo para
esquivar una gran pasarela elevada que les bloqueaba el paso.
El camión deslizador había perdido
la mayor parte de su ventaja en el retorcido laberinto de decadencia que era el
inframundo de Coruscant. El tamaño y la masa del vehículo eran estorbos en las
arcaicas autopistas y los retorcidos pasillos. Ahí las motos tenían una clara
ventaja.
Amor maniobraba diestramente la
moto deslizadora a través de la caótica maraña de vigas caídas, muros
derrumbados y setas venenosas sobredimensionadas. Daniera continuó lanzando
disparos al rodiano restante, que no podía sacudirse de su estela a la tenaz
pareja.
El mercenario se giró para
efectuar un disparo con su carabina, pero el disparo salió muy desviado. Sin
embargo, lo que sí logró fue ralentizarlo lo suficiente para que Amor se
pusiera a la par con él.
Amor sujetó el manillar de la moto
con una mano y trató de alcanzar su pistola, pero antes de que pudiera sacarla
siquiera de su funda, Daniera dejó escapar un grito ahogado.
Amor giró la cabeza para ver si
había sido alcanzada, justo a tiempo para ver cómo saltaba de su moto a la
parte trasera de la del mercenario. Habría sido difícil determinar quién estaba
más sorprendido, si Amor o el rodiano...
-Sin piloto –gruñó Daniera
mientras golpeaba la nuca del mercenario con la culata de su bláster de
bolsillo. Antes de que el rodiano aturdido pudiera reaccionar, lo lanzó fuera
de la moto... a una pila de abono en descomposición que había debajo.
Amor intercambió una mirada con
Daniera, que puso su moto de nuevo junto a la de él.
-Recuérdame que no te haga
enfadar.
-Demasiado tarde –dijo Daniera con
una sonrisa mientras aceleraba la moto y salía a toda velocidad tras el camión
deslizador.
***
Encontraron el camión deslizador
en un callejón débilmente iluminado a unos cientos de metros de distancia.
Completamente apagado, el vehículo estaba mortalmente silencioso.
Tanto Amor como Daniera
desmontaron y se acercaron con cautela.
El único ruido provenía de la
torrencial llovizna que estalló de repente sobre ellos... los microclimas de
aire ascendiente y humedad condensada del inframundo creaban pequeñas tormentas
donde uno menos se las esperaba.
Amor arrugó la nariz. El aire era
denso, con el olor de la basura podrida, el metal corroído y el agua estancada.
Pero había otro olor que Amor reconoció al instante...
-Quédate aquí un instante –ordenó.
Daniera estuvo a punto de
protestar, pero vio la mirada que Amor tenía en los ojos. Asintió en silencio.
Y la lluvia se deslizó en silencio a su alrededor.
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