-Este lugar está realmente ajetreado –dijo Nopul mientras
observaba las multitudes que abarrotaban las calles de la ciudad. Mirando hacia
abajo desde su plataforma de atraque al aire libre, podían ver la mayor parte
del metroplex. Cientos de miles de seres congestionaban las avenidas y las
calles transversales, bloqueando el tráfico de superficie a lo largo de
kilómetros en todas direcciones. Incluso las rutas aéreas estaban llenas con
vehículos planetarios de todas formas y funciones, desde pequeñas motos
barredoras hasta las naves repulsoras más elaboradas.
-Era de esperar ante un evento
semejante –indicó Vakir.
Todo el mundo se volvió hacia él
con expresiones de ligera sorpresa.
-¿Qué? –dijo a modo de respuesta-.
¿No habéis escuchado los MEAES del canal público?
Oro y Nopul conservaron su mirada
confusa, así que Rendra añadió lo poco que pudo a la información que se estaba
dando.
-Eso significa “Mensajes A
Espaciantes”, una frecuencia que informa al tráfico de entrada acerca de
vectores de rutas espaciales, normas y leyes locales, y eventos recientes que
puedan afectar al viaje interplanetario.
-¿Y? –dijo Nopul a Vakir,
ignorando de forma patente a Rendra.
-Y –dijo el nikto-, hoy indica
que es... –Se detuvo para pensar un instante, y luego continuó con la lenta y
seca cadencia de un locutor de comunicaciones-. El histórico acuerdo de paz
entre los weequay y los houk, que durante mucho tiempo han luchado entre sí,
especialmente aquí en Sriluur.
-Esa es una imitación muy buena
–comentó Nopul-. ¿Puedes hacer a un soldado de asalto imperial?
Rendra hizo callar a Nopul con
una mirada.
-Bueno, esto no va a facilitar
las cosas. La seguridad será férrea. Sera mejor que esos inhibidores de
sensores funcionen.
-Funcionan –dijo Nopul de forma
seca y, al menos desde el punto de vista de Rendra, desganada.
-Bien, entonces no perdamos más
tiempo –dijo ella, y se dirigió hacia los turboascensores que les llevarían al
nivel del suelo.
Una hora más tarde –veinte
minutos más tarde de lo que Rendra había previsto-, el cuarteto llegó al
Coliseo del Testimonio en el centro de la ciudad. El edificio se alzaba hacia
el cielo azulado con una forma vagamente parecida a un champiñón, una
combinación de ángulos y curvas entretejidas tan grácilmente que el edificio
parecía más la obra maestra de un artista que la idea de un burócrata.
Aparentemente, los weequay eran una raza más creativa de lo que sus
experiencias previas le indicaban.
-¿Es esto? –dijo Oro detrás de
ella.
Ella siguió mirando la
estructura, maravillándose aún por su belleza.
-Sí. Activad vuestros inhibidores
de sensores. Tenemos un trabajo que hacer.
Quedó inmóvil durante otro
instante, y entonces pulsó un interruptor oculto en el interior de su cinturón
y avanzó hacia el inmenso arco de entrada del Coliseo, que ya estaba repleto de
peatones intentando entrar.
Mientras se colocaban al final de
la fila, Rendra examinó a la multitud. Aunque la mayoría eran weequay y houk,
había representadas varias del resto de especies del sector. Pudo ver incluso
unos cuantos bith y un puñado de rodianos mezclados con el resto. Este evento debe ser bastante importante
para atraer a tantos seres. Y no me parece que eso sea nada bueno.
Sintió un vacío en el estómago, y
deseó haber comido algo antes de dejar la nave. No necesitaba distracciones.
Lentamente, la fila avanzaba
conforme los agentes de seguridad registraban a todos y cada uno de los seres
que querían entrar en el Coliseo. Por lo que Rendra podía ver, estaban usando
alguna clase de droide para escanear a cada ser en busca de... bueno, en busca
de lo que fuera que no querían que entrara al recinto.
Se volvió ligeramente hacia
Nopul, que estaba de pie justo tras ella, pero no le miró directamente, sino
que fingió estar comprobando la longitud de la fila.
-¿Alguna vez has visto antes ese
tipo de droide? –dijo, sin mover apenas los labios.
Por el rabillo del ojo, vio cómo
él miraba furtivamente a la estación de seguridad de delante.
-No lo reconozco. Puede ser una
variante local de la serie R.
-¿Funcionarán con él los
inhibidores?
-No hay forma de saberlo.
Entonces se centró en él, con una
mirada en su rostro que era mezcla de temor y fastidio. Él se limitó a
encogerse de hombros como respuesta. Ella volvió a mirar hacia delante conforme
la fila avanzó de nuevo. Bueno, esto va a
ser divertido, pensó mientras miraba cómo los receptores sensoriales del
droide escaneaban a un houk de la cabeza a los pies.
Aunque odiaba admitirlo, podía
sentir cómo el temor crecía en su interior. Era una emoción que no se había
permitido sentir en mucho tiempo... desde la última vez que pensó que tenía
algo que perder. Mejor estar preocupada
que no tener nada de lo que preocuparse, decidió, esperando que su lado
intelectual pudiera convencer al emocional de que se calmara. Por desgracia, el
argumento no tenía tanto peso como había pensado.
Después de tener tiempo
suficiente para adquirir varios síntomas más de ansiedad –entre ellos una
sudoración galopante-, alcanzó la cabeza de la fila. Los guardias de seguridad
–un weequay y un houk- le indicaron que se acercase. Al avanzar a su posición,
los sensores en miniatura del droide siguieron el contorno de su cuerpo. A
mitad de descenso se detuvieron abruptamente.
Rendra miró al guardia weequay,
que se había inclinado para examinar una especie de pantalla en el exterior del
cuerpo cilíndrico del droide. Una expresión de desconcierto apareció en su
rostro, y llamó a su compañero houk. Mientras los dos conversaban, Rendra
comenzó a pensar planes de escape. Pero después de un instante se dio cuenta de
que no tenía muchas oportunidades de escapar a toda una fuerza de seguridad que
ya estaba buscando indicios de problemas.
Finalmente, el weequay se acercó
a ella. Rendra trató de poner la mejor cara de inocencia que pudo, pero no tenía
forma de saber si esa expresión se traducía al lenguaje corporal de los
weequay.
Él se detuvo justo frente a ella,
con una mano sobre la pistola bláster pesada de su cintura, y entonces le
indicó que avanzase y se volvió para llamar a la siguiente persona.
Durante menos de una fracción de
segundo, Rendra se preguntó qué acababa de ocurrir. Entonces su mitad lógica
tomó el control y le obligó a cruzar el control. Ya tendría tiempo luego de
maravillarse por su suerte.
Pocos metros más allá en el
pasillo, se detuvo con aire casual y se volvió a mirar cómo el droide de
seguridad escaneaba a Nopul. Tan pronto como el sensor pasó sobre su pecho, el
droide comenzó a pitar frenéticamente. Ambos guardias desenfundaron sus
blásters y los apuntaron a Nopul.
El houk avanzó cautelosamente, y
entonces abrió la pechera de la túnica de Nopul. Desde su posición, Rendra no
podía ver exactamente lo que estaba pasando, pero parecía que el guardia estaba
examinando algo en el pecho de Nopul.
Tras un instante, el houk alzó su
mano para mostrar al weequay el holo-medallón del collar de Nopul. Lo activó, y
la imagen de un hermoso mundo azul y marrón apareció a escasos centímetros
sobre el dispositivo y comenzó a girar.
El otro guardia asintió, y el
weequay indicó a Nopul que avanzara.
Cuando llegó junto a Rendra, esta
pudo ver una extraña expresión en su rostro.
-Sí –dijo él, con voz ligeramente
insegura-. Definitivamente los inhibidores funcionan, pero parecen tener un
alcance limitado. –Se golpeó con la palma de la mano el cinturón en el lugar en
el que estaba enganchado el inhibidor de sensores.
Rendra no pudo evitar sonreír a
su compañero conforme el color regresaba a su piel.
Un minuto después, Oro y Vakir se
habían reunido con ellos y todos estaban dirigiéndose hacia el otro extremo del
elevado pasillo. Conforme se acercaban al arco de salida, el murmullo de las
voces y los cuerpos moviéndose en el interior del recinto fue haciéndose cada
vez más fuerte, hasta que Rendra pensó que la fuerza de la vibración podría derribar
los cimientos de la estructura.
Finalmente salieron al amplio
estadio... y se detuvieron todos simultáneamente cuando la enormidad del
Coliseo inundó sus sentidos. Un anillo de cinco niveles rodeaba la inmensa zona
de espacio abierto; Rendra calculó que una moto repulsora a máxima velocidad
tardaría al menos diez segundos en alcanzar el espacio opuesto de la arena.
Desde el nivel más alto colgaban pantallas planas de unos doce metros de lado,
una en cada cuadrante: la pátina plateada de sus superficies sugería que eran
alguna clase de antiguo sistema de videopantallas, pero nunca había visto
ninguno fuera de los museos, así que no podía estar segura. Cuando su mirada
descendió al nivel de suelo, vio que la arena propiamente dicha estaba vacía
salvo por un estrado circular ocupado por unas cuantas decenas de sillas
vacías.
Rendra tuvo que sacarse a la
fuerza de su asombro para recordar cuál era el motivo de su estancia allí. Por
la información que le había proporcionado su empleador, los dignatarios
entrarían por un arco del nivel de superficie y luego desfilarían hacia el
estrado, donde cada uno esperaría su turno para hablar en la tribuna. Se imaginó
toda la procesión, tratando de hacerse una idea de los tiempos y de las
posiciones de los embajadores y sus fuerzas de seguridad. Cuando pensó que
tenía la mejor estimación que iba a poder conseguir, dio un codazo a Nopul.
-Pondremos a Vakir en el lado
este del primer nivel y a Oro en el lado norte del segundo. Tú estarás al oeste
en el tercero. Eso debería darnos un rango completo de ángulos por si acaso ha
tomado alguna precaución. –Tenía que gritarle al oído para hacerse oír por
encima del griterío.
Nopul la miró con aire confuso.
-¿Qué quieres decir con “por si
acaso”?
-Se supone que nuestro empleador
ya se ha ocupado de ese aspecto de la operación... pero no quiero correr ningún
riesgo.
Nopul asintió.
-¿Dónde estarás tú?
-En el nivel del suelo. Quiero
estar lo más cerca posible. –Para poder
enfrentarme directamente a mis acciones, fue lo que dejó sin decir, aunque
tenía la sensación de que él lo entendió, por la expresión sombría de su
rostro.
Tras un instante, Nopul indicó a
Vakir y a Oro que le siguieran. Se dirigieron hacia la escalera que les
llevaría a los niveles superiores, mientras Oro hizo un gesto con su mano que
Rendra interpretó como “buena suerte”.
Frente a ella, un estrecho juego
de escalones descendía al nivel del suelo. Después de respirar profundamente
–probablemente la última respiración deliberada que tendría durante un buen
rato- se dirigió a su posición.
***
Sonoros trinos de alguna especie
de gran instrumento de viento resonaron por la arena, silenciando al gentío
para el comienzo de la ceremonia pública. Rendra alzó la vista a los niveles
superiores y trató de ubicar a sus compañeros, pero el enorme tamaño del
estadio unido a la afluencia masiva de público le impedía localizarlos.
Pero ahora que el ruido se había
aplacado, se dio cuenta de que probablemente podía usar su comunicador. Lo sacó
de su cinturón y lo activó en modo de envío.
-Nopul, ¿estás en posición?
-Sí –fue la apenas audible
respuesta.
-Bien. ¿Vakir?
No hubo respuesta.
Volvió a llamarle.
Nada todavía.
-¿Oro?
Él tampoco respondió.
Tenía que suponer que ambos
habían llegado a sus posiciones pero que o bien habían olvidado encender sus
comunicadores o no se habían molestado en hacerlo debido al nivel de ruido.
Conocían el plan; simplemente tendría que confiar en su capacidad para llevarlo
a cabo.
Llevarlo a cabo. Esa era buena.
Ni siquiera quería llamarlo por su nombre: un asesinato. Simple y llanamente.
Entonces, ¿por qué era tan
difícil admitirlo?
Apartó de su mente esa línea de
pensamiento antes de que avanzase más. Supongo
que Nopul me está empezando a afectar. Vamos, Rendra, concéntrate.
Dirigió su atención a las dos
filas de dignatarios que salían del arco. Una fila estaba completamente
compuesta de weequay, y la otra de houk. El primero de cada fila llevaba un
estandarte representando a su gobierno. Extrañamente, la tela permanecía pegada
a sus mástiles, sin vida. Rendra habría esperado que la estructura del estadio
crease fuertes corrientes de aire, especialmente a nivel de suelo, pero los
estandartes permanecieron inmóviles mientras el desfile continuaba avanzando
hacia el estrado. Venga, vamos. Vamos.
Caminad más rápido.
Presionó la espalda contra la
pared del pequeño nicho parcialmente cerrado en el que se encontraba, y
entonces deslizó su mano entre sí misma y el duracemento, introduciéndola por
detrás de su camisa. Lentamente, extrajo el bláster de bolsillo que había
sujetado a la piel de la parte baja de su espalda. El débil adhesivo cedió
fácilmente, y volvió a sacar su mano con la misma cautela, ocultando el arma lo
mejor que pudo mientras la deslizaba al bolsillo delantero de su chaqueta de
vuelo.
La multitud permanecía hipnotizada
por la ceremonia que tenía lugar ante ellos. En los rostros de los seres
congregados, Rendra vio expresiones de tristeza, alegría, gozo, remordimientos
y esperanza. Aunque creían que estaban a punto de ser testigos de una ocasión
transcendental, sólo Rendra y sus compañeros sabían que sin embargo iba a
convertirse en uno de los eventos más ominosos de la historia galáctica.
Se encontró jugueteando con el
gatillo del bláster, e inmediatamente sacó la mano del bolsillo. Lo último que
necesitaba era efectuar un disparo accidental: el líder weequay ni siquiera
había aparecido a la vista aún.
Los latidos de su corazón
resonaron con fuerza en su cabeza de nuevo... o siguieron haciéndolo; no estaba
segura. Sabía que tenía que calmarse, pero conseguía pensar en nada que pudiera
conseguirlo.
De pronto escuchó una voz. Sonó
atronadora desde un lado al otro de la arena, pero no hubo ecos resonando tras
ella. Definitivamente, los weequay eran arquitectos consumados si habían creado
una acústica semejante en una estructura tan enorme.
-El día de hoy marca un hito en
la historia de la Periferia –continuó la voz. Rendra supo entonces que
pertenecía a un político que se encontraba de pie en la tribuna. El resto de
los dignatarios se habían sentado en las sillas que cubrían el resto del
estrado. Aparentemente había perdido unos minutos preciosos luchando con sus
nervios.
-Durante miles de años, los
weequay –dijo señalando hacia un lado del estrado, y luego al otro- y los houk
se han enfrentado fervientemente entre sí. Ahora vienen aquí juntos, unidos en
paz, para dar fin a sus viejas diferencias. –Hizo una pausa para observar a la
entregada audiencia.
-Millones han muerto como
resultado de esta rencilla. Esa pérdida llega a su fin aquí y ahora. Los niños
ya no sufrirán las muertes de sus padres, ni los padres las muertes de sus
hijos. Hoy hacemos la paz.
La entonación de esta última
frase indicaba que había llegado al final de su introducción, y la multitud
respondió con un estallido de aplausos que rápidamente se convirtió en un
estrepitoso rugido de vítores, palmas y pataleos.
Levantó las manos para pedir
silencio.
-Ahora quisiera presentar al
arquitecto de esta paz. Un político que ha dedicado toda su vida a acabar con
la guerra entre nuestras dos especies... el embajador Uli Aaregil.
Un manantial de emoción saludó a
Aaregil mientras se levantaba de su asiento y asumía su puesto en la tribuna.
Mientras la multitud se
regocijaba, Rendra extrajo el bláster de su bolsillo y extendió el pequeño
macroscopio que había instalado para ayudar a su puntería. Se llevó el arma a
los ojos como si tratase de obtener una mejor vista de Aaregil a través de un
aumentador ocular, manteniendo el bláster oculto entre sus manos. Sería una
postura rara para disparar, pero no tenía elección si quería hacerlo de la
forma más disimulada posible.
Finalmente, la congregación quedó
lo bastante en silencio para que Aaregil hablase. De acuerdo con la información
de su empleador, su discurso incluiría la frase “para todos nosotros, desde
ahora hasta la eternidad”. Rendra había decidido que esa sería la señal para
que todos disparasen. Entre las unidades silenciadoras y los macroscopios, cada
uno de ellos debería ser capaz de realizar un disparo y retirarse entre la
multitud antes de que nadie pudiera señalarles como los asesinos.
Observó a Aaregil por el visor
mientras este toquiteaba una tableta de datos.
-Había preparado un discurso para
esta ocasión, pero... pero, para mí, eso es algo demasiado político para este
gozoso logro. –Guardó la tableta de datos en el bolsillo de su túnica-. En
lugar de eso, me gustaría hablaros desde el corazón, acerca de cómo me siento
en este momento... uno que llevo esperando poder ver desde hace ciento
veintidós años.
Malditas estrellas, maldijo Rendra. Volvió a guardarse el bláster
en el bolsillo y tomó el comunicador, presionándolo contra sus labios.
-Nopul.
Una pausa, y luego:
-Sí.
-No hay discurso. Alternativa:
disparar cuando presente al siguiente político.
-De acuerdo.
-Vakir. Oro.
No hubo respuesta... aunque no es
que esperase ninguna. Sólo podía esperar que hubieran detectado el problema por
sí mismos y contactasen con ella o con Nopul.
Mientras cambiaba su comunicador
por su bláster, deseó que Dania Starcrosser estuviera pasando un buen rato,
donde quiera que estuviese, con los créditos que Rendra le había pagado, porque
era el último buen rato que iba a tener jamás.
Aaregil habló.
-Estamos a punto de embarcarnos
en un nuevo camino para nuestras dos especies, uno lleno de liberación...
liberación de los horrores del conflicto; liberación de la muerte sin sentido;
liberación de los ideales insignificantes.
Ajustó el macroscopio hasta que
las lecturas indicaron que tenía un disparo perfecto al pecho de Aaregil. Ideales insignificantes... Debería haberte
llevado para que le hablaras a mi padre hace unos años.
Si su padre supiera lo que estaba
a punto de hacer, él mismo había disparado a su propia hija. El bueno de papá,
siempre poniendo los ideales por encima de todo lo demás... incluyendo su
familia. Rendra había dedicado su vida a evitar ese error, y...
Mira a dónde le había traído eso.
Observó a Aaregil por el visor.
¿Qué es lo que estaba haciendo?
Salvarse de regresar a una vida
de la que había escapado luchando muy duro, eso es lo que estaba haciendo.
Apartó todos sus recelos. Los ideales
consiguen que te maten. Tu padre lo aprendió por las malas. No sigas sus pasos.
Dejó escapar el aliento,
esperando que se llevara consigo su conflicto interno, cuando sonó su
comunicador. Lo sacó de su bolsillo sin molestarse en ocultar el bláster.
-Sí.
-He contactado con Oro y Vakir.
Conocen el nuevo plan. –Hizo una pausa-. ¿Seguro que este asesinato vale una
nave?
Justo lo que necesitaba ahora
mismo, otro extraño cuestionando su vida.
-No –dijo ella secamente-, pero
vale mi vida.
-Y la de millones de weequay y
houk también, según parece.
Era una frase acusatoria...
Y pese a todo, era cierta. No
podía negar la lógica, por mucho que quisiera.
Aaregil continuaba con sus
comentarios.
-Pero no estaba yo solo en esta
lucha por conseguir la paz...
-Se acaba el tiempo –dijo la voz
filtrada de Nopul.
No podía creer que hubiera
llegado tan lejos sólo para cuestionarse a sí misma ahora. Debería simplemente
hacerlo y superarlo. Entonces no tendría decisiones que hacer.
Pero para entonces ya sería demasiado
tarde.
-No sólo es mi colega –dijo
Aaregil desde la tribuna-. También es mi amigo.
Rendra levantó su bláster de
nuevo y apuntó a Aaregil. Pudo ver entonces que otro weequay se había levantado
de su asiento y estaba de pie tras el embajador. La luz del sol se reflejó de
pronto en un objeto que colgaba de las ropas del ser, cegándola
momentáneamente. Cuando volvió a mirar, se había movido lo justo para que el
reflejo cesase.
Ajustó el zoom del macroscopio de
su bláster, apuntando al lugar que había brillado un segundo antes.
De una larga cadena a lo largo de
su cuello, colgaba un amuleto en forma de media luna hecho con un lustroso
metal cuyo brillo oscilaba entre el verde y el azul.
En su mente destelló una imagen
del encuentro con su empleador en el templo: el Templo de Quay, el dios weequay
de la luna. La comprensión fue instantánea: todo había sido una trampa. Por qué
motivo, no tenía ni idea... tampoco es que importase ahora. Ya tendría tiempo
para aclararlo más tarde.
-Aquí está –dijo atronadora la
voz de Aaregil por los altavoces-, el ministro Pon Svale.
Se llevó el comunicador a la
boca.
-¡No disparéis!
El embajador Svale agarró en paz
el brazo de Aaregil.
Rendra volvió a pulsar su
comunicador, reiniciando todo el sistema por si acaso se había colgado.
-Repito. Abortad misión.
¿Confirmación?
En el estrado, Svale se situó en
la tribuna mientras Aaregil se apartaba a un lado.
-¿Confirmación? –susurró tan alto
como pudo en el mar de espectadores.
Un par de disparos bláster, cada
uno de direcciones distintas, atravesaron el respetuoso silencio en rápida
sucesión, impactando de lleno en el embajador Aaregil. Rendra maldijo mientras
volvía a introducir su bláster en su túnica... y luego quedó completamente en
silencio mientras observaba el resultado de los ataques.
En lugar de abatir al embajador,
los disparos chocaron contra un tembloroso campo de energía, rebotaron hacia
arriba y se perdieron en el cielo, dejando a Aaregil aturdido pero por lo demás
ileso.
En ese momento, la solemnidad de
la ceremonia estalló en un caos frenético. Los guardias de seguridad extrajeron
sus armas y cargaron hacia la multitud. El ministro Pon Svale gritó órdenes por
el sistema de megafonía... sus palabras prácticamente se perdieron en la
cacofonía de ciudadanos confusos y ultrajados.
Rendra avanzó de pronto, tirando
al suelo a varios weequay perplejos mientras descendía de un salto los
escalones hacia la pasarela central. Pulsó su comunicador y gritó con toda la
fuerza de sus pulmones:
-¡Que todo el mundo vuelva al Zoda! ¡Ya!
Guardó el comunicador, y entonces
empujó para abrirse camino a través del denso gentío, que se dirigía, aunque
lentamente, hacia la salida. Se sintió como una ameba atrapada en un charco de
plasma pesado, y por una vez pudo imaginarse la vida de un organismo
unicelular.
No tenía forma de descubrir en
ese momento qué había sido de sus compañeros, así que en lugar de eso se
concentró en su propia fuga, deseando que todos se reunieran en el Zoda y salieran del planeta antes de que
fuera demasiado tarde... si es que aún no lo era.
Mientras se apretaba entre la
multitud, un único pensamiento dominaba su mente: el ministro Pon Svale pagaría
caro haberle tendido una trampa. Y que los dioses le ayudasen si alguno de sus
compañeros resultaba herido...
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