Crédito
denegado
George R.
Strayton
Rendra entró por el gigantesco arco donde en otro
tiempo unas igualmente gigantescas puertas habían mantenido fuera a los
visitantes no deseados. El interior del templo estaba cubierto por una
neblinosa oscuridad, y tuvo que detenerse un instante para permitir que tanto
sus ojos como sus pulmones se ajustasen a su nuevo entorno.
Las formas lentamente se solidificaron en el negro
vacío ante ella: escaleras que conducían hacia abajo... filas de asientos
alineados en círculos concéntricos alrededor de la cámara... un techo abovedado
de baldosas de plastiacero opaco cerniéndose sobre su cabeza. Y justo en el
centro de todo, en el nivel más bajo del templo, un estrado triangular cubierto
por los decadentes restos de un antiguamente majestuoso altar.
Una fría ráfaga de viento removió el polvo a sus
pies, y se abrochó mejor su chaqueta de vuelo para protegerse del frío.
-No podíamos reunirnos en una agradable y cálida
estación espacial, no –dijo, y sus palabras resonaron por la cámara como
llevadas por un torbellino.
Descendió por las gastadas escaleras hacia el
estrado, examinando los asientos en busca de cualquier señal de su contacto.
Parecía que llegaba tarde... en su opinión, no era precisamente una buena forma
de comenzar una relación de negocios. Se rio para sí misma al darse cuenta de
que la sabiduría de su padre aún acechaba en su mente sin importar lo mucho que
tratase de librarse de ella. No tenía la menor intención de terminar como él, y
si él había vivido su vida según los mismos principios que le había enseñado,
no quería formar parte de ellos.
Pero, pese a todo, aparecer tarde podía costarte un
trato; realmente no podía refutar la lógica de ese axioma. Así que
aparentemente estaba siguiendo ese dicho, al menos hasta que pudiera descubrir
algún modo de desacreditarlo. De momento, sin embargo, tenía que dejar que
siguiera siendo válido.
Al alcanzar la parte inferior de las escaleras,
miró hacia arriba y a su alrededor. Permanecer en el terreno más bajo le ponía
un poco nerviosa, pero las arcadas que conducían al exterior seguían
despejadas, y hasta ahora no había visto ninguna señal de problemas.
Extrajo el bláster de la pistolera de su cadera tan
rápidamente y con tal ferocidad que casi arrancó las correas que sujetaban la
pistolera contra su pierna. Dejó que sus ojos recorrieran la fila superior de
asientos, y luego volvió a dejar la pistola en su lugar de descanso.
Sí, sigues
siendo la más rápida de la galaxia desenfundando, pensó mientras devolvía
su atención al estrado. Tres escaleras ascendían desde cada lado de la
plataforma triangular, pero estaban cubiertas con tantos escombros que en ese
momento parecían impracticables. Todo lo que quedaba del altar era una masa
astillada de madera medio podrida; incluso con la luz de la luna derramándose
desde un hueco justo sobre su cabeza, no pudo distinguir ninguno de los
símbolos que recorrían la superficie de sus lados. Fuera cual fuese el dios al
que se veneraba antiguamente en este templo, había sido olvidado o su gente conquistada
hacía mucho tiempo, y ese pensamiento le dio escalofríos a Rendra, como si
estuviera de pie en mitad de una antigua cripta repleta de almas furiosas
buscando a algún mortal al que culpar de cualquier mal que hubiera recaído
sobre ellas.
¿Por qué me
hago esto? Se preguntó mientras retrocedía del estrado. La primera fila de
asientos detuvo su progreso, y dio un rápido giro sobre sí misma, por si acaso
alguien o algo la estuviera acechando desde atrás.
Pero sólo encontró tela y madera en proceso de descomposición;
no podía decir que fuera una gran amenaza.
-Maex –llamó una voz. Su nombre flotó en espiral
por la cámara como si poseyera vida propia.
Tomó el bláster de su funda y lo apuntó en varias
direcciones mientras buscaba al propietario de la voz.
-No es necesario hacer eso –dijo la voz. Esta vez
fue capaz de ubicar su punto de origen: un grupo de tres, tal vez cuatro,
figuras que se movían en la misma arcada por la que había entrado ella pocos
instantes antes.
-Tenéis un gusto interesante para elegir puntos de
encuentro –dijo, bajando su bláster-. Si no os conociera bien, sugeriría que os
hicierais un test psicológico.
-Estoy seguro de que podrías hacer algo de eso tú
misma –dijo secamente el ser, sin pizca de diversión en su voz. Llegó al final
de las escaleras y se detuvo a unos cinco metros de distancia de ella. Bajo la
mínima luz de la luna que se filtraba en el templo pudo ver que él y sus
acompañantes eran definitivamente humanoides... pero por los pocos detalles que
podía distinguir, podrían ser humanos, bith, nikto, duro, o de cualquiera de un
centenar de otras especies humanoides.
Fuera lo que fuera, él la estaba mirando,
aparentemente esperando algo. Ella se encogió de hombros para indicar su
confusión, y él le respondió con un gesto señalando su bláster.
Ella pudo ver que los compañeros del ser que había
hablado tenían rifles o carabinas bláster colgando de los hombros, pero en ese
momento parecían estar bastante tranquilos. Le pareció que no pasaría nada si
enfundaba su propia arma por el momento; además, podía desenfundar sin
problemas más rápido que un arma de largo alcance.
-Sugiero que vayamos directamente al asunto que nos
ocupa –dijo finalmente el líder mientras deslizaba una mano a un bolsillo
interior de su abrigo y sacaba una tableta de datos. Con un gesto de muñeca, la
mandó girando por el aire hacia Rendra.
El sonido de la palma de su mano contra el
plastiacero resonó por todo el templo, difuminándose hasta convertirse en nada
mientras leía el texto. Lentamente, un reverente silencio cubrió la cámara como
si los espíritus que quedasen allí hubieran sido despertados y estuvieran ahora
observando y esperando ansiosamente.
Rendra se encontró leyendo el documento una y otra
vez. Las palabras simplemente parecían carecer de sentido en su mente. Pero
pronto se dio cuenta de que expresaban de forma exacta y precisa la intención
de su autor.
Alzó la mirada.
-¿Esto va en serio?
-Bastante –dijo él sin ninguna inflexión en
particular-. Y por esa cantidad de dinero, yo pensaba que no te tomarías el
asunto tan a la ligera.
Ella volvió a mirar la tableta de datos, y asintió.
-Sí, son muchos créditos... pero no sé...
-Ya es demasiado tarde para cambiar de idea, mi
querida mercenaria. Llevarás a cabo las tareas descritas ahí, o si no... Digamos
simplemente que tu vida se volverá aún menos placentera.
Ella se pasó la tableta de datos a la mano
izquierda, dejando la derecha libre para tomar su bláster llegado el momento.
-No recuerdo haber convenido nada de esto.
-Vamos, Rendra. Ambos sabemos que necesitas
desesperadamente esos créditos. No finjas que esa cantidad no te ahorraría años
de penurias. Se te requiere que completes una tarea relativamente sencilla y
clara. Mis fuentes dicen que puedes ocuparte de esto mientras duermes.
-No es cuestión de lo que puedo o no puedo hacer...
es cuestión de si quiero hacerlo.
El ser se rio.
-Admiro tus... escrúpulos. Pero hablas como si
tuvieras elección, y no la tienes.
Como una exhalación, ella sacó su bláster y lo
apuntó a un punto donde creía que se encontraba el centro de la frente del
hombre antes de que los ecos de su última frase se hubieran apagado.
-Esto me
proporciona una elección.
-En primer lugar, no me importa lo buena que creas
ser con esa cosa, pero no puedes matarnos a los tres antes de morir. Y en segundo
lugar, desconoces un hecho: Ya he alertado a GalactiNúcleo de tu presencia
aquí. Si no puedes pagarles, embargarán tu nave y te quedarás completamente sin
recursos.
Ella mantuvo su posición mientras consideraba sus
palabras. Tenía razón: sin su nave, no tendría con qué ganarse el sustento,
dejándola en una situación mucho pero de la que estaba ahora. Miró la cantidad
que aparecía en la tableta de datos. El precio era más que justo, y el trato
era sólo por esa vez...
-De acuerdo –dijo ella rápidamente, antes de que
cambiase de idea. Al mismo tiempo bajó su bláster-. ¿Cuándo obtengo mi dinero?
Él volvió a meter la mano en su abrigo y le lanzó
una ficha de crédito.
-Eso es la mitad. Obtendrás el resto cuando
completes la misión.
-Esto no es suficiente para pagar lo que debo a GalactiNúcleo.
-Lo sé.
Pedazo de
tramposo...
Dio varios pasos largos hacia él antes de que sus
acompañantes alzaran sus rifles bláster, deteniéndola. No escuchaba nada, pero
podía ver que él había comenzado a reír por los destellos de la luz de la luna
sobre un amuleto en forma de media luna que colgaba de su cuello.
Antes de dejar que su frustración se apoderase de
ella, volvió a meter su bláster en su funda y ascendió rápidamente las
escaleras, saliendo al fresco aire nocturno. Mientras sacaba su comunicador del
cinturón, miró al cielo estrellado.
-Muy bien, Nopul –dijo por el comunicador-.
Salgamos de aquí.
Guardó el comunicador y observó cómo un pequeño
punto de luz descendía del cielo.
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