Empate
Angela
Phillips
-Muy bien, Chico
Azul, llévanos a casa.
Las líneas estelares se convirtieron en un planeta
verde azulado cuando Mair Koda sacó su carguero del hiperespacio sobre Vernet.
-Tiene buen aspecto –murmuró, sonriendo ante la
primera vista de su planeta natal después de casi seis meses. El Chico Azul descendió atravesando la capa
de nubes; Mair siguió la familiar línea de la costa hacia las franjas de
cultivos de cereal del continente sudoriental de Vernet. Elevó su nave sobre
las montañas de la cordillera continental y Maz-Verlin apareció a la vista, con
las luces de la ciudad brillando todavía en los minutos anteriores al amanecer.
Mair se dirigió hacia las luces rojas y azules del puerto estelar.
¿Qué es eso?
Se preguntó Mair al observar un patrón desconocido de luces terrestres. Parecía
como si un bloque de edificios hubiera sido construido al norte de la ciudad,
pero el cielo estaba demasiado oscuro y el Chico
Azul avanzaba demasiado rápido para poder distinguir cualquier detalle.
Tomó nota mental de preguntar por ello más tarde.
Las colonias granjeras de Vernet eran lo bastante
pequeñas como para que los lugareños considerasen todo un acontecimiento la
llegada de un carguero estelar. Cuando Mair descendió la rampa al campo de
arcilla compactada que servía como espaciopuerto de Maz-Verlin, vio un corro de
espectadores aguardando ver lo que la “buena vieja” Mair les había traído esta
vez. Incluso bajo la luz gris del amanecer pudo reconocer a algunas personas, y
sabía lo que cada una de ellas quería. Sus padres de acogida, Arn y Emmi
Stonelaw, habían ordenado una nueva variedad de semilla de cereal, un
calibrador para su arado láser y veinte metros de duranex para hacer nuevos
monos de trabajo para sus hijos. Lorne Turvey, tabernero local así como
operario a tiempo parcial del espaciopuerto, había solicitado tantas
holopelículas recientes del Núcleo como Mair pudiera traerle. Pursey Vermilla,
una personalidad local, esperaba discos de las últimas modas y (siempre en
vano) un rollo de seda de enredadera.
-Por los truenos –exclamó Mair, sonriendo
ampliamente-, ¿no tenéis nada mejor que hacer, que me estáis esperando a las
oscuro y media de la mañana?
-Bienvenida a casa, Mair –dijo Pursey, asomando al
frente de la multitud-. ¿Encontraste mi seda?
Con la ayuda de sus clientes, para mediodía Mair ya
había descargado casi toda su carga. Sólo unas pocas y aparatosas piezas de
maquinaria agrícola permanecían a bordo cuando entregaba el rollo de duranex al
quinceañero Yuri Stonelaw y sonrió cuando el muchacho de pelo claro se tambaleó
bajo su peso.
-Eh, ¿por qué no ha aparecido tu hermano, chico?
–preguntó Mair, ayudando al muchacho a sujetar el rollo. Yuri torció el gesto,
con una expresión que parecía fuera de lugar en su rostro redondo y de mejillas
sonrosadas-. ¿Qué ocurre? –continuó Mair-. ¿Kristoff está enfermo o algo? No le
he visto en toda la mañana; normalmente es el primero de la fila cuando
llego... después de Pursey, claro.
-Kristoff –dijo Arn Stonelaw, tomando el duranex de
su hijo- tiene ahora preocupaciones más importantes que esperar en el
espaciopuerto.
-¿Qué, se ha casado? –exclamó Mair. Dejó de reírse:
la expresión de Arn era sombría y Yuri podría haberle matado con la mirada-. Está
bien, me pondré seria, lo siento... ¿Qué es lo que anda mal?
-Todo –comenzó a decir Yuri, pero su padre le
cortó.
-Nada anda mal... sólo distinto, eso es todo. La
gente tiene que adaptarse. Ahora, ayúdame, Yuri, esta tela es pesada. Mair...
ven esta noche a la granja, a cenar.
Mair asintió mientras los Stonelaws se marchaban, y
luego meneó la cabeza preguntándose qué cambios misteriosos habían ocurrido a
sus amigos mientras volvía a la nave para ordenar lo que quedaba.
***
Recogiéndose su húmedo cabello negro en un moño en
la base de la nuca, Mair estaba de pie en la rampa del Chico Azul mirando a la ciudad al otro lado de la plataforma de
aterrizaje. La Calle Central parecía vacía para ser esa hora del día. La
mayoría de las tardes solía haber un grupo de chicos, liderados por Kris
Stonelaw, jugando una improvisada partida de quambah sin reglas mientras que
cualquier otra persona con algo de tiempo libre les observaba. Ahora no había
nadie salvo tres pittins de pelaje color pastel persiguiendo hojas y una figura
baja y fornida que caminaba hacia la nave.
-¡Hey, Yuri! –llamó Mair-. ¿Tus padres piensan que
necesitan enviarte para llevarme a la cena? ¿Creéis que voy a dejar escapar una
comida casera después de semanas de bazofia espacial?
Yuri sonrió mientras ella le rodeaba con un brazo.
-Me alegro tanto de que estés en casa, Mair –dijo-,
es tan agradable volver a tener alguien con quien hablar.
-¿Qué, de repente Kristoff ha crecido demasiado
para escuchar a un pequeño renacuajo como tú?
Yuri se detuvo, y miró a Mair fijamente a la cara.
-Se lo llevaron –dijo. Sus ojos azules, que hasta
donde alcanzaba la memoria de Mair no habían albergado otra cosa que risas,
estaban llenos de pérdida mientras repetía-: Se lo llevaron. Se llevaron a
todos los chicos.
-¿Quiénes? –preguntó Mair, aturdida.
Yuri examinó la calle vacía, y luego empezó a tirar
del brazo de Mair, dirigiéndola de vuelta a la nave.
-¿No lo sabes? –dijo-. ¿Nadie te lo ha dicho?
La espaciante negó con la cabeza.
-Soy un hongo, y me mantienen a la sombra. ¿Qué
pasa? ¿Qué puede ser tan grave si no habéis contactado conmigo...? ¡Y no me
tires del brazo! –protestó mientras Yuri tiraba de ella al interior del Chico Azul.
-El Imperio –dijo Yuri, como si eso lo explicara
todo-. Talaron una zona del bosque, construyeron una base, y alistaron como
soldados a todos los jóvenes.
Mair se derrumbó conmocionada en un maltrecho pero
cómodo sofá.
-Se acabó el vecindario –gimió-. ¿A todos los
jóvenes?
-A todos entre los dieciocho y veinticinco años
–dijo Yuri-, a todos los hábiles, quiero decir. No se llevaron a Daoud Vari; aunque
el Imperio podría permitirse ponerle prótesis.
-Si el Imperio quisiera reclutas sin piernas, se
las cortarían ellos mismos –dijo Mair-. Supongo que, cuando llegaron, os
dijeron a todos una sarta de tonterías sobre “estar preparados” y “asegurar la
seguridad de Vernet” y “trabajar juntos para combatir la inestabilidad
galáctica”, ¿verdad?
-Sí... ¿cómo lo sabes?
-La misma sarta de tonterías con la que siempre
empiezan. Tengo amigos... está pasando lo mismo en mundos por todas partes. Los
impes llegan hablando de verdad y justicia, y lo siguiente que sabes es que
empiezan a meter sus zarpas en todos los envíos de mercancía y tratan de
meterte balizas de seguimiento por la nariz.
Yuri se inclinó hacia la espaciante, con un aspecto
serio que resultaba incongruente con sus rasgos aniñados.
-Entonces, Mair, entenderás por qué tenemos que
sacar a Kris de allí.
-¡Eh, echa el freno, muchacho! –dijo Mair,
parpadeando-. ¿Cómo hemos llegado desde “los impes son pésimos vecinos” a
“tenemos que sacar a Kris”?
-Bueno, no podemos dejar que se convierta en uno de
ellos, ¿no? -dijo Yuri como si enunciara un hecho evidente.
Mair suspiró.
-No sabes lo que me estás pidiendo, chico.
-Conozco una forma de entrar en el campo, si tú
montas guardia para cubrirme las espaldas.
-Y si me ven, tendré que abandonar Vernet y no
volver jamás. Por no hablar de lo que pasaría si me atrapan.
-No nos atraparán –insistió el chico-. ¡No podemos
abandonar a Kris sin más!
-¿Y qué crees que le pasará después de que le
hayamos sacado? El Imperio no es demasiado amable con los desertores. También
tendría que marcharse.
-¿Qué tal les sentaría eso a tus padres?
-Mejor que como se sienten ahora... al menos sería
libre. Bien podría haberse ido ya, o haber muerto, por lo poco que le vemos
ahora. Si se va fuera del planeta, al menos sabremos que tiene una oportunidad
de vivir su propia vida. Por favor, ayúdanos, Mair.
Mair dejó caer la cabeza entre las manos,
suspirando.
-Puedo pensar en un centenar de razones para seguir
como si nunca hubiéramos tenido esta charla... pero os quiero a ti y a Kristoff
como hermanos. Despegaré de nuevo en un par de días, y por el trueno que Kris
estará conmigo. Dime cómo vamos a entrar en el campamento.
***
Yuri salió del arroyo y se
sacudió el agua de las ropas. Sacando la bolsa impermeable de su túnica,
extrajo el bláster que había tomado de la alacena de su padre y lo comprobó de
nuevo para asegurarse que el selector estuviera en “aturdir”. El viento agitaba
las copas de los árboles. Un screeg nocturno llamó lastimeramente a su pareja
mientras cazaban a la luz de las tres lunas de Vernet. Yuri se animó a sí mismo
a ser valiente. Se irguió tan alto como fue capaz y tragó de meter tripa, pero la
tarea no era fácil debido al gran montón de pasteles chor que había comido para
cobrar fuerzas para su misión secreta a medianoche. Se sentía como si hubiera
tragado un bloque de ferrocemento.
Un salpicón en el arroyo llamó su
atención. Se ocultó tras un grupo de arbustos y esperó: Debía de ser Mair,
nadando bajo el campo de fuerza del perímetro del campamento como él había
hecho, pero no estaba de más ser cuidadoso. Un objeto oscuro salió volando del
agua hacia la hierba de la orilla: un rifle bláster. Una figura surgió del
arroyo y Yuri se tensó lleno de pavor; en lugar de la familiar silueta de Mair
Koda, vio la brillante forma acorazada de un explorador imperial. Tragándose el
miedo y los pasteles chor, Yuri saltó de los arbustos y abrió fuego sobre el
intruso.
-¡Rayos y truenos, Yuri! ¡Soy yo!
–dijo la voz modulada del soldado mientras la figura acorazada se lanzaba al
suelo-. Aparta esa cosa... ¿Quieres despertar a todo el mundo en el lado
nocturno del planeta?
Yuri bajó su arma.
-¿Mair?
Ella se quitó el casco de soldado
explorador.
-¡Renacuajo! –exclamó-. ¡Te dije
que estaría disfrazada!
-¿Pero como uno de ellos?
Mair soltó una risita.
-¿Cómo si no crees que una mujer
puede moverse por un puesto de entrenamiento del Ejército Imperial? –Volvió a
ajustarse el casco-. Pese a lo fea que es, no puedo mostrar mi cara... además,
tengo un plan de reserva por si acaso nos ven. –Se puso en pie, sacudiendo agua
de su armadura-. La clásica historia de “tú eres mi prisionero”. Dame tu arma,
Yuri, y pon tus manos sobre la cabeza.
Yuri obedeció.
-Siento haberte disparado.
-Olvídalo... con tu puntería, no
le darías ni a un hutt.
-¿Dónde conseguiste esa armadura?
–preguntó Yuri.
-De un amigo.
-¿Dónde la consiguió tu amigo?
Mair hizo una pausa.
-Yuri, hay ciertas preguntas que
es mejor que no hagas. Sólo sigue avanzando, y habremos sacado a tu hermano de
este campamento antes de que los impes sepan siquiera que estamos aquí. No te
preocupes.
***
Salieron del bosque cruzando los
campos de entrenamiento, en dirección al complejo central. Yuri, con las manos
todavía sobre la cabeza, caminaba ante Mair, quien sostenía su rifle
apuntándole a la espalda. Avanzaron en silencio por un largo rato. Finalmente,
Yuri habló.
-¿Mair?
-Cállate –siseó Mair-. Nos
estamos acercando, y si alguien nos escucha hablar, estamos perdidos.
-Pero me estaba preguntando...
-¿Qué?
-Escuché decir que los imperiales
lavan el cerebro... ¿Y si Kristoff no quiere ser rescatado?
Mair no dijo nada; el mismo temor
había estado rondando su mente, pero ni por asomo iba a compartir eso con Yuri.
-Por supuesto que querrá ser
rescatado –dijo, para confortarse a sí misma tanto como al muchacho-, aunque
sólo sea porque las raciones del ejército son asquerosas. Por cierto –dijo,
cambiando de tema-, ese plan de nadar por debajo del campo de seguridad ha sido
un toque de genio.
Yuri se encogió de hombros.
-Vi peces nadando de un lado a
otro por debajo, y supuse que si ellos podían, yo también. Paso mucho tiempo
allí, sentado junto al arroyo. –Suspiró-. No puedo creer que fuese este mismo
verano cuando Kris y yo estábamos nadando allí. El último día (aunque por
supuesto entonces no sabía que iba a ser el último día) atrapamos cangrejos de
barro y construimos pequeños rediles de tierra para retenerlos, pero no hacían
más que escaparse.
-Igual que vamos a escapar
nosotros –dijo Mair-. Ahora cállate, nos estamos acercando a los barracones.
***
Los problemas de seguridad
aparentemente estaban lejos de la mente del comandante del campo de
entrenamiento de Vernet; Mair y Yuri pudieron avanzar en silencio entre los
edificios sin ser detectados. La puerta del barracón de los reclutas estaba
cerrada desde el exterior, pero Mair consiguió abrirla fácilmente con un par de
golpes de su electro-ganzúa. Yuri se deslizó en silencio al interior mientras
Mair permanecía junto a la puerta con su armadura de explorador y trataba de
aparentar que ese era el lugar donde debía estar.
Yuri se detuvo mientras sus ojos
se acostumbraban a la oscuridad del barracón sin ventanas y luego comenzó a
buscar a su hermano entre los catres. Todos los hijos de Vernet estaban
dormidos en hileras idénticas, todos con idéntica ropa interior oscura, todos
con el pelo rapado. Algunos dormían tan en silencio que podrían haber estado
muertos, y Yuri se estremeció ante el pensamiento de que estaba colándose en
una morgue llena con todos sus compañeros de infancia.
Encontró a Kristoff en un catre
bajo a mitad de la fila. Se detuvo para mirar a su hermano. Kristoff Stonelaw
era alto, musculoso, de rasgos fuertes pero hermosos: todo lo que el joven Yuri
aspiraba a ser en pocos años. Yuri se inclinó para dar unos suaves golpecitos
en el hombro de su hermano.
-¿Kris? –susurró.
Los ojos de Kristoff se abrieron
inmediatamente.
-¿Yuri? ¿Qué estás haciendo aquí?
-Vamos –susurró ansioso Yuri-.
Mair nos espera fuera.
-¿Qué? –Los ojos de Kristoff
estaban llenos de asombro.
-Va a llevarte fuera del planeta.
Vamos, Kris, antes de que se despierten los demás.
-¿Fuera del planeta? –Kristoff se
incorporó en su catre-. Yuri, ¿de qué estás hablando?
-Vamos a sacarte de aquí. Vamos a
rescatarte.
-¿Rescatarme? –preguntó Kristoff
con un tono de incredulidad en su voz-. No necesito que me rescaten. ¿Qué clase
de basura te ha estado contando Mair?
***
¿Qué les está tomando tanto tiempo? Se preguntó Mair; temía ya
tener la respuesta. Vamos, Kris, escucha
a tu hermano, el renacuajo tiene sentido común. Vamos, piensa por ti mismo...
Mientras estaba ahí quieta,
ocurrió el suceso que Mair más temía: un solitario guardia en patrulla nocturna
dobló la esquina del barracón, casi chocando contra ella.
-¡Eh! –dijo el guardia-. ¿Qué estás
haciendo ahí? ¿Cuál es tu número de servicio?
Mair miró en silencio al guardia
y pulsó el seguro de su arma.
-Te estoy hablando a ti, muchacho –continuó el guardia-.
¿Sabes siquiera el santo y seña de esta noche?
¿Santo y seña? Se preguntó Mair. Oh, bueno...
-¿Darth Vader lleva ropa interior
con puntillas? –sugirió alegremente mientras sacaba su bláster, aturdía al
guardia, y salía corriendo.
***
El disparo en el exterior de su
puerta despertó a los reclutas; en un instante el silencio del barracón fue
reemplazado por los gemidos, gritos y otros sonidos de 100 jóvenes
incorporándose en sus catres. Yuri lanzó a Kristoff una última y agonizante
mirada; Kristoff trató de agarrar a su hermano pero falló. Yuri se lanzó a
través de la oscura confusión y corrió hacia la puerta.
No se veía a Mair por ningún
lado, así que Yuri siguió corriendo, lejos de los edificios y cruzando el
bosque hacia la puerta principal del campamento, donde se encendieron luces y
sirenas y los sonidos de la persecución se hicieron más audibles y organizados
tras él.
Por suerte, Yuri encontró un gran
árbol nole no muy lejos, en el bosque. Saltó a las ramas y ya había ascendido
unos buenos cuatro metros antes de que el grupo de reclutas, adormilados y
medio desnudos, pasaran a su lado, apuntando al azar con escáneres de
infrarrojos a los arbustos y gritando. Esperó hasta que todo el barullo hubiera
pasado de largo, y entonces bajó deslizándose del árbol. En silencio, dio media
vuelta hacia el arroyo, rodeando el complejo y sus luces.
Yuri se detuvo al borde del agua,
preguntándose si quedarse o marcharse. El corazón le latía con fuerza por miedo
a lo que los imperiales podrían hacerle si le atrapaban, ¿pero cómo podría
abandonar a Kristoff?
-Yuri –dijo una voz familiar
detrás de él. El chico se volvió para mirar a su hermano. Al contrario que sus
colegas, Kristoff se había puesto los pantalones, las botas y el cinturón del
arma antes de abandonar el barracón. Miraba fijamente a Yuri-. Sabía que
estarías aquí –dijo con el fantasma de una sonrisa-. Sabía que era así como
conseguiste entrar.
-Kris, ven con nosotros –dijo
Yuri-. Aún no es demasiado tarde.
Kristoff negó con la cabeza.
-Este es mi sitio –dijo-. Es aquí
donde quiero estar.
-No pensabas de ese modo cuando
vinieron a reclutarte.
-Eso es porque ahora lo entiendo
mejor –dijo Kristoff. Sus ojos brillaban como el cristal a la menguante luz de
las lunas-. Yuri, no sé qué clase de mentiras te ha estado contando Mair,
pero...
-Ella no me ha contado nada.
Kristoff alzó la mano pidiendo
silencio.
-Yuri, tienes que entenderlo. La
galaxia se encuentra ahora mismo en un estado muy frágil. Vivimos tiempos
peligrosos. Por todas partes hay amenazas para nuestro planeta:
contrabandistas, piratas, terroristas anarquistas rebeldes. Vernet tiene que
estar preparado para defenderse, y estoy orgulloso de formar parte de esa
defensa. ¿No entiendes que hago esto por ti?
-No te dejan venir a visitarnos
–dijo Yuri-. ¡Y ni siquiera nos dejan mandarte mensajes!
-Deben hacerse sacrificios –dijo
Kristoff-. Ahora, acompáñame, Yuri.
-¿Qué?
-Tengo que entregarte a mi
oficial al mando. Querrá interrogarte acerca de cómo entraste aquí.
-¿Por qué no se lo dices tú?
-Procedimiento estándar. Yuri,
tengo que entregarte. Y él tendrá que disciplinarte.
-¿Eh? –Yuri abrió los ojos como
platos, presa del miedo.
-No te hará daño, Yuri, no de
forma permanente –dijo Kristoff, con voz fantasmalmente tranquila-. Será
doloroso, pero tenemos que dar ejemplo contigo. –Alzó el bláster.
Yuri retrocedió hasta el borde
del agua.
-Kris, ¿qué estás haciendo con
ese arma?
-Si no vienes por tu propia
voluntad, tendré que...
-¡Kris, mira lo que estás
haciendo! –exclamó Yuri-. ¡Te están obligando a dispararme, están jugando con
tu mente!
Algo agarró las piernas de Yuri
desde atrás y tiró de él hacia el arroyo antes de que Kristoff pudiera disparar
sobre él. Luchó por zafarse, pero unos brazos fuertes le hicieron pasar por
debajo de la barrera de fuerza y le sacaron del agua fuera del campamento.
-Vamos –dijo Mair, que se había
quitado la armadura, mientras subía al muchacho a su moto barredora-. ¡No
podemos ayudarle!
-¡Kris! –gritó Yuri una última
vez. Miró por encima del hombro mientras la barredora se ponía en marcha, para
ver a su hermano de pie justo al otro lado del campo de fuerza, sujetando sin
fuerzas su arma en la mano, con una mirada perpleja en el rostro.
***
Maz-Verlin era un caos cuando la
moto pasó rugiendo por la Calle Central: había luces encendidas por todas
partes y la gente deambulaba sin rumbo fijo por la calle.
-No puedes ir a tu nave, Mair
–dijo Lorne Turvey, de pie a la entrada del espaciopuerto-. Están teniendo
algún tipo de problema en la base; llamaron y dijeron que tengo que cerrar el
puerto.
Mair le lanzó una mirada
fulminante.
-¿Crees que eso incluye
mantenerme apartada de mis propias pertenencias?
-Bueno, eh...
-No lo creo –dijo ella,
rodeándole con la moto.
-¿Qué hay del chico Stonelaw?
–exclamó Turvey a su espalda.
-Necesito su ayuda –dijo Mair
mientras subía la rampa al Chico Azul.
Estaban en el hiperespacio antes
de que nadie pudiera detenerles.
***
-Eh, renacuajo, alegra esa cara
–dijo Mair, sentándose en el catre junto a Yuri y rodeándole los hombros con el
brazo.
-Ahora no puedo volver a casa,
¿verdad? –preguntó.
Mair negó con la cabeza.
-Ya escuchaste lo que dijo Kris;
para cuando terminen de “disciplinarte” en esa base, te habrán torturado hasta
que tus sesos sean chorba machacada. Me harían lo mismo a mí, si me atrapasen.
Ya no hay vuelta atrás para ninguno de los dos.
Yuri suspiró y apoyó la cabeza
contra el hombro de Mair.
-No puedo creer que hayan vuelto
a mi propio hermano contra mí. –Su voz se quebró y las lágrimas comenzaron a
caer por sus mejillas-. No puedo creer que Kris estuviera a punto de
dispararme. Lo he perdido para siempre.
-Eh, eh –dijo Mair, abrazando al
muchacho y reprimiendo sus propias lágrimas-. No te disparó, ¿verdad? Podría
haberse lanzado al arroyo tras nosotros y atraparnos, pero no lo hizo.
Yuri asintió en silencio.
-Profundamente en su interior,
una parte de él no quería entregarte, no quería hacerte daño. Yuri, puede que
no hayamos rescatado a Kristoff del Imperio, pero tampoco creo que lo hayamos
perdido del todo todavía. –Sonrió a Yuri a través de sus lágrimas-. Considera
que este asalto ha terminado en empate.
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