Los soldados de asalto sacaron a Panatic de la
oficina.
-¡Soltadme! ¡Os ordeno que me soltéis! Quil es sólo
un civil; no tiene autoridad. ¡Soy un oficial de la Armada Imperial! ¡Lo que
estáis haciendo es un delito merecedor de consejo de guerra! ¿Me estáis oyendo?
¡Consejo de guerra!
Los soldados siguieron avanzando en silencio.
El centro de operaciones de Yab ocupaba lo que
había sido construido como un hotel de lujo. Su oficina estaba en la parte
superior, y las habitaciones se usaban para alojar a los matones y gorilas del
esclavista. Los niveles inferiores eran cocinas, cámaras frigoríficas y zonas
de servicio. Para la eliminación de basuras, el hotel había sido equipado con
un gran horno de plasma. Los soldados de asalto empujaron a Panatic al horno y
cerraron con un golpe la pesada puerta.
El horno era un refulgente cilindro de acero,
débilmente iluminado por el brillo de las luces de seguridad detrás de un
grueso cristal. La compuerta de carga estaba en un extremo, y el otro extremo
eran las fauces abiertas del quemador de fusión. El interior estaba lleno de
pedazos de chatarra, montones de desechos de comida y trastos varios que
carecían de valor para guardarlos. Todo ello, Panatic incluido, quedaría
reducido a una nube de plasma ionizado cuando el quemador de fusión se
encendiera.
Panatic no malgastó tiempo gritando o golpeando la
puerta. Tenía escasos segundos mientras los soldados desbloqueaban los
controles y comenzaban el ciclo de calentamiento. ¿Qué hacer? El horno era
demasiado sólido para escapar, y no había nada que pudiera protegerle del calor
del quemador de fusión.
Pero la chatarra metálica y la basura no contraatacaban.
Agarró una barra de metal torcida y avanzó sobre los desperdicios hacia la boca
del quemador. En su interior podía escuchar el gemido de las bombas de
combustible y el zumbido de las bobinas de contención activándose. Panatic
clavó profundamente su herramienta improvisada en el calentador, y fue
recompensado con una potente sacudida que le lanzó contra un montón de chatarra
y le dejó los dedos insensibles. La barra de metal brillaba con luz azul al
cortocircuitar las bobinas de contención. El sonido de las bombas se desvaneció
cuando el quemador de fusión se apagó.
Entorpecido por su brazo inutilizado, Panatic trepó
sobre la basura hacia la puerta, y agarró lo más pesado que pudo encontrar; un
gran pedazo de tubería gruesa. No era gran cosa como arma, pero tendría que
bastar.
La puerta se abrió, y la tenue luz del exterior le
cegó. Panatic blandió torpemente su tubería ante sus atacantes, dándole a uno
un fuerte golpe en un lado de la cabeza. Pero el segundo se echó a un lado para
esquivarlo y agarró a Panatic por los brazos.
-¡Señor! ¡Somos nosotros! –Era el sargento Ivlik.
El que había recibido el golpe era Mace.
-Auh. ¡Recuérdeme que nunca me enfrente a ningún
imperial armado con chatarra metálica! ¿Está usted bien, capitán?
-Sí. Sólo un poco dolorido. ¿Dónde están los
soldados de asalto?
-Aturdidos, por el momento –dijo Ivlik.
-Bien. Podemos meterlos en este horno; estarán
seguros dentro. ¿Cómo me encontraron?
-Me hice amiguito de uno de los secuaces de Yab y
le preguntó dónde pone el jefe a la gente que no le gusta. Para ser honestos,
temíamos no encontrar otra cosa que un grasiento montón de cenizas.
-He tenido suerte.
-Bueno, esperemos que su suerte dure lo suficiente
para poder sacarnos de esta miserable roca antes de que se den cuenta de que no
le han asado.
-¿Marcharnos? No vamos a ir a ninguna parte. ¿Qué
hora es? ¿Ha comenzado la subasta?
Mace miró su crono.
-Empezó hace cosa de media hora. No lo estará
diciendo en serio, ¿verdad? Este lugar es un hervidero de gentuza armada,
matones, esclavistas y piratas.
Panatic terminó de alisarse el uniforme, flexionó
los dedos de su mano derecha y se ajustó la gorra.
-En la flota tenemos un dicho, Mace: “La derrota no
existe en el manual”. Worruga Yab cree que puede desafiar a la Armada Imperial.
Voy a darle una lección.
-Ahora entiendo por qué la Academia me rechazó. No
estaba lo bastante loco.
-Se olvida de su amiga Nadria. Probablemente esta
sea la última oportunidad de rescatarla.
Mace se puso súbitamente serio.
-De acuerdo, cuente conmigo. Sigo pensando que esto
es una locura, pero cuente conmigo.
-Bien. Ahora, dado que el enemigo nos supera
actualmente en número, debemos apoyarnos en la estrategia y en hacer el mejor
uso posible de los recursos que tengamos.
***
Los esclavos estaban encerrados en seis amplias
cámaras de almacenamiento talladas en la roca virgen de Zahir. Para permitir a
los compradores inspeccionar la mercancía, había pasarelas alzadas a cuatro
metros sobre el suelo, desde las cuales guardias y clientes podían mirar a los
indefensos cautivos de debajo. Uno de los matones de Yab patrullaba en cada
cámara, armado con un bláster y un electrolátigo.
Mace avanzaba por la pasarela, tratando de
aparentar ser un posible comprador. Los esclavos alzaban la vista para mirarle
con ojos tristes a su paso. Pudo reconocer una docena de especies, y había otra
docena más que jamás había visto.
En la quinta cámara vio un rostro familiar. Nadria
estaba de pie junto a un grupo de shkali, mirando furiosa al guardia. Parecía
sucia y cansada, pero ilesa. Él tosió. Ella alzó la vista hacia él, comenzó a
sonreír, y luego controló su reacción. Mace se arriesgó a guiñarle un ojo.
Manteniendo una expresión neutral, se acercó
tranquilamente al guardia, un tipo alto y corpulento con una impresionante
colección de cicatrices. Mace esperó hasta que no hubo más clientes en la
cámara, y entonces habló.
-¿Están sanos esos esclavos?
-Sip. El jefe no se queda con los enfermos.
-Sensata precaución. La razón por la que lo
pregunto es que uno de esos no parece tener demasiado buen aspecto.
-¿Cuál? –El guardia desenrolló su electrolátigo.
-El de la túnica verde, allí.
-¿Túnica verde?
-Allí al fondo, ¿ves? Como agachado junto al muro
–dijo Mace señalando un punto al azar-. Justo al lado del mon calamari.
-No veo ninguna túnica... –Mace agarró al guardia
por la parte trasera de los pantalones y le empujó por encima de la barandilla al
pozo de esclavos bajo ellos.
En cuestión de segundos Nadria y algunos de los
demás apagaron los gritos del guardia y tomaron sus armas.
-¡Mace! –exclamó con alegría-. ¡Sabía que vendrías
por mí! ¿Conseguiste ayuda de la Alianza?
-No exactamente. Luego te lo explico. Vamos a
sacarte a ti y a esta gente de este pozo. No hay mucho tiempo.
***
La subasta estaba teniendo lugar bajo la cúpula
principal. Una multitud de tal vez un centenar de compradores se encontraba
alrededor de una plataforma, donde Yab en persona subastaba a los esclavos.
Una mujer twi’lek estaba de pie en el estrado, con
la mirada gacha, mientras Yab daba su discurso a los compradores.
-Chica hermosa. Joven y saludable. Perfecta como
sirvienta de servicio doméstico. Muy dócil. –Soltó una sonora risa, secundado
por algunos de la multitud-. ¿He escuchado quinientos? Sí. ¿Quinientos
cincuenta? ¿Seiscientos? ¿Seiscientos cincuenta? ¿No? ¿Seiscientos veinticinco?
Ja. ¿Seiscientos treinta? ¿He oído seiscientos treinta? ¿Seiscientos treinta y
cinco? El caballero ofrece seiscientos treinta y cinco. ¿Seiscientos cuarenta?
¿Alguien ofrece seiscientos cuarenta?
De pronto, un disparo bláster explotó sobre su
cabeza. La gente quedó en silencio mientras Panatic avanzaba, acompañado por
Ivlik vestido en armadura de soldado de asalto.
-Soy el comandante Ulan Panatic de la Armada
Imperial. ¡Todos los presentes quedan arrestados!
Esa era la señal para que Mace apareciera corriendo
por una de las entradas laterales, gritando salvajemente.
-¡Imperiales! ¡Soldados imperiales por todas
partes! ¡Sálvese quien pueda!
La mayor parte de la gente en la sala eran
criminales de uno u otro tipo. Reaccionaron instintivamente huyendo. En un
momento la subasta se disolvió en una pelea salvaje de compradores luchando por
escapar.
-¡Tú! –gritó Yab a Panatic-. ¿Por qué no estás
muerto?
-Queda arrestado, Worruga Yab. ¡Ríndase o
dispararemos!
La respuesta de Yab fue sacar su propio bláster y
abrir fuego. Panatic efectuó un disparo, luego se echó al suelo y rodó para
evitar los disparos de Yab. Ivlik esquivaba torpemente con su armadura,
lanzando ráfagas con su rifle.
-No os quedéis ahí sin más... ¡tras él! –gritó Yab
a sus guardias. Cuatro de ellos avanzaron hacia el escondite de Panatic,
desplegándose para rodearle. Los otros dos trataron de inmovilizar a Ivlik con
una cortina de fuego bláster.
-¡Esta es su última oportunidad, Yab!
-¡Matadle! Quiero su cabeza en... ¡Aaaah! –gritó
cuando un electrolátigo le golpeó en la espalda. Nadria le dio un nuevo
latigazo en el brazo, y apartó lejos de él de una patada el bláster que había
caído al suelo.
Los esclavos liberados estaban entrando en la sala
desde las entradas, convergiendo sobre Yab con miradas asesinas. Los matones se
volvieron y comenzaron a disparar sobre el gentío.
-¡Ríndanse y no saldrán heridos! –les gritó
Panatic. Como para apoyar sus palabras, el Centinela
pasó a toda velocidad sobre la cúpula, disparando a las naves que rodeaban
Zahir. Había naves huyendo en todas direcciones.
Los guardias, aturdidos, alzaron las manos.
***
-¿Ha terminado ya de procesar a los prisioneros,
alférez Av? –preguntó Panatic, entrando en el puente del Centinela. Cuatro horas de sueño y una comida caliente le habían
recuperado por completo, y se había puesto un uniforme limpio y recién
planchado.
-Sí, señor. Los cabecillas ya están a bordo,
encerrados en el calabozo. Encontramos a Worruga Yab... muerto. Aparentemente,
un grupo de esclavos quería venganza.
-Lástima que no sea sometido a juicio.
-Sí, señor. Eso aún deja dos problemas. Primero,
¿qué vamos a hacer con todos estos esclavos? Debe de haber un centenar de
ellos. No podemos albergar a todos a bordo del Centinela.
-¿Cuántas naves capturamos en la redada?
-Ocho. Tres de ellas aún pueden volar.
-Muy bien, entonces. Usted, Monidda y Sukal usarán
esas naves para transportar a los esclavos de vuelta al lugar donde fueron
capturados. Y contacte con el capitán Innis del Protector, a ver si puede echarnos una mano.
-Sí, señor. El segundo asunto es el prisionero
Varden Quil. Sigue solicitando verle.
Panatic suspiró.
-Supongo que no puedo posponer esto por más tiempo.
Que el sargento Ivlik le traiga aquí.
Pocos minutos después, el sargento Ivlik y el
soldado Lanzer llegaron al puente, flanqueando a un furioso Varden Quil.
-¡Capitán, esto es un ultraje! ¡Exijo que me
liberen de inmediato!
-No hasta que sea juzgado. Tengo una larga lista de
cargos contra usted, Quil: conspiración, asalto a oficial imperial, resistencia
al arresto, intento de asesinato, tráfico ilegal de esclavos, y estoy seguro de
que una investigación descubrirá más. Terminará pudriéndose en Kessel, o algo
peor.
-¿Puedo recordarle que soy el ayudante personal del
moff Tricus Phenge? Tiene amigos poderosos. Si ofende al moff, puede olvidarse
de su carrera en la Armada.
-Parece que nos encontramos en un callejón sin
salida. Si presento cargos, el moff destruirá mi carrera. Pero si le dejo
marchar, usted es bastante capaz de crearme problemas por su cuenta.
Quil sonrió con desdén.
-Si se disculpa, puede que le perdone, capitán.
Panatic le devolvió la sonrisa.
-Como oficial imperial, tengo la opción de
presentar cargos contra usted en una corte imperial, o entregarle a las
autoridades planetarias. He decidido elegir la segunda opción.
-¿Autoridades planetarias? ¿Qué autoridades
planetarias?
-Voy a entregarle al Consejo Tribal de Shkali para
que le juzguen. Allí tienen severas penas contra la captura de esclavos. Buena
suerte.
-¡Espere! ¡Seguro que podemos llegar a un acuerdo!
¡Tengo amigos!
-Lleve al prisionero de vuelta al calabozo,
sargento.
Mientras Ivlik y Lanzer se llevaban a Quil, sus
gritos se hicieron más fuertes y más frenéticos.
-¡Tengo dinero! ¡Cincuenta mil créditos! ¡Cien mil!
¡En metálico!
Panatic no se permitió sonreír. Se volvió al
alférez Av.
-¿Algo más que deba atender?
-Está el asunto del prisionero Rav Mace. Aún está
desaparecido.
El rostro de Panatic permaneció neutro, e hizo una
ligera pausa antes de responder.
-No se molesten en buscarle. Trató de escapar y
tuve que dispararle. Alguien ha debido de robar su nave en la confusión. Los
detalles estarán en mi informe.
Av miró con curiosidad a su oficial al mando por un
instante, y luego asintió.
-Así todo queda en orden, señor.
-Bien. Puede comenzar a transportar a los esclavos
cuando esté listo, alférez. Tengo que mandar algunos mensajes.
***
Tres meses después, Mace y Nadria estaban cargando
el Comerciante Ordinario en Moldar
cuando un explorador ithoriano dejó un chip con un mensaje dirigido a él.
Cuando lo puso en el lector, el rostro de Panatic
apareció en la pantalla.
-No tuve la oportunidad de agradecérselo adecuadamente,
Mace. Me salvó la vida al menos una vez y estoy agradecido. Pero ahora las
cuentas están saldadas. Será mejor que no vuelva a atraparle en mi sector.
Mace sonrió y meneó la cabeza.
-Que la Fuerza le acompañe, capitán.
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