martes, 19 de noviembre de 2013

Servidor del Imperio (y III)


Los soldados de asalto sacaron a Panatic de la oficina.
-¡Soltadme! ¡Os ordeno que me soltéis! Quil es sólo un civil; no tiene autoridad. ¡Soy un oficial de la Armada Imperial! ¡Lo que estáis haciendo es un delito merecedor de consejo de guerra! ¿Me estáis oyendo? ¡Consejo de guerra!
Los soldados siguieron avanzando en silencio.
El centro de operaciones de Yab ocupaba lo que había sido construido como un hotel de lujo. Su oficina estaba en la parte superior, y las habitaciones se usaban para alojar a los matones y gorilas del esclavista. Los niveles inferiores eran cocinas, cámaras frigoríficas y zonas de servicio. Para la eliminación de basuras, el hotel había sido equipado con un gran horno de plasma. Los soldados de asalto empujaron a Panatic al horno y cerraron con un golpe la pesada puerta.
El horno era un refulgente cilindro de acero, débilmente iluminado por el brillo de las luces de seguridad detrás de un grueso cristal. La compuerta de carga estaba en un extremo, y el otro extremo eran las fauces abiertas del quemador de fusión. El interior estaba lleno de pedazos de chatarra, montones de desechos de comida y trastos varios que carecían de valor para guardarlos. Todo ello, Panatic incluido, quedaría reducido a una nube de plasma ionizado cuando el quemador de fusión se encendiera.
Panatic no malgastó tiempo gritando o golpeando la puerta. Tenía escasos segundos mientras los soldados desbloqueaban los controles y comenzaban el ciclo de calentamiento. ¿Qué hacer? El horno era demasiado sólido para escapar, y no había nada que pudiera protegerle del calor del quemador de fusión.
Pero la chatarra metálica y la basura no contraatacaban. Agarró una barra de metal torcida y avanzó sobre los desperdicios hacia la boca del quemador. En su interior podía escuchar el gemido de las bombas de combustible y el zumbido de las bobinas de contención activándose. Panatic clavó profundamente su herramienta improvisada en el calentador, y fue recompensado con una potente sacudida que le lanzó contra un montón de chatarra y le dejó los dedos insensibles. La barra de metal brillaba con luz azul al cortocircuitar las bobinas de contención. El sonido de las bombas se desvaneció cuando el quemador de fusión se apagó.
Entorpecido por su brazo inutilizado, Panatic trepó sobre la basura hacia la puerta, y agarró lo más pesado que pudo encontrar; un gran pedazo de tubería gruesa. No era gran cosa como arma, pero tendría que bastar.
La puerta se abrió, y la tenue luz del exterior le cegó. Panatic blandió torpemente su tubería ante sus atacantes, dándole a uno un fuerte golpe en un lado de la cabeza. Pero el segundo se echó a un lado para esquivarlo y agarró a Panatic por los brazos.
-¡Señor! ¡Somos nosotros! –Era el sargento Ivlik. El que había recibido el golpe era Mace.
-Auh. ¡Recuérdeme que nunca me enfrente a ningún imperial armado con chatarra metálica! ¿Está usted bien, capitán?
-Sí. Sólo un poco dolorido. ¿Dónde están los soldados de asalto?
-Aturdidos, por el momento –dijo Ivlik.
-Bien. Podemos meterlos en este horno; estarán seguros dentro. ¿Cómo me encontraron?
-Me hice amiguito de uno de los secuaces de Yab y le preguntó dónde pone el jefe a la gente que no le gusta. Para ser honestos, temíamos no encontrar otra cosa que un grasiento montón de cenizas.
-He tenido suerte.
-Bueno, esperemos que su suerte dure lo suficiente para poder sacarnos de esta miserable roca antes de que se den cuenta de que no le han asado.
-¿Marcharnos? No vamos a ir a ninguna parte. ¿Qué hora es? ¿Ha comenzado la subasta?
Mace miró su crono.
-Empezó hace cosa de media hora. No lo estará diciendo en serio, ¿verdad? Este lugar es un hervidero de gentuza armada, matones, esclavistas y piratas.
Panatic terminó de alisarse el uniforme, flexionó los dedos de su mano derecha y se ajustó la gorra.
-En la flota tenemos un dicho, Mace: “La derrota no existe en el manual”. Worruga Yab cree que puede desafiar a la Armada Imperial. Voy a darle una lección.
-Ahora entiendo por qué la Academia me rechazó. No estaba lo bastante loco.
-Se olvida de su amiga Nadria. Probablemente esta sea la última oportunidad de rescatarla.
Mace se puso súbitamente serio.
-De acuerdo, cuente conmigo. Sigo pensando que esto es una locura, pero cuente conmigo.
-Bien. Ahora, dado que el enemigo nos supera actualmente en número, debemos apoyarnos en la estrategia y en hacer el mejor uso posible de los recursos que tengamos.

***

Los esclavos estaban encerrados en seis amplias cámaras de almacenamiento talladas en la roca virgen de Zahir. Para permitir a los compradores inspeccionar la mercancía, había pasarelas alzadas a cuatro metros sobre el suelo, desde las cuales guardias y clientes podían mirar a los indefensos cautivos de debajo. Uno de los matones de Yab patrullaba en cada cámara, armado con un bláster y un electrolátigo.
Mace avanzaba por la pasarela, tratando de aparentar ser un posible comprador. Los esclavos alzaban la vista para mirarle con ojos tristes a su paso. Pudo reconocer una docena de especies, y había otra docena más que jamás había visto.
En la quinta cámara vio un rostro familiar. Nadria estaba de pie junto a un grupo de shkali, mirando furiosa al guardia. Parecía sucia y cansada, pero ilesa. Él tosió. Ella alzó la vista hacia él, comenzó a sonreír, y luego controló su reacción. Mace se arriesgó a guiñarle un ojo.
Manteniendo una expresión neutral, se acercó tranquilamente al guardia, un tipo alto y corpulento con una impresionante colección de cicatrices. Mace esperó hasta que no hubo más clientes en la cámara, y entonces habló.
-¿Están sanos esos esclavos?
-Sip. El jefe no se queda con los enfermos.
-Sensata precaución. La razón por la que lo pregunto es que uno de esos no parece tener demasiado buen aspecto.
-¿Cuál? –El guardia desenrolló su electrolátigo.
-El de la túnica verde, allí.
-¿Túnica verde?
-Allí al fondo, ¿ves? Como agachado junto al muro –dijo Mace señalando un punto al azar-. Justo al lado del mon calamari.
-No veo ninguna túnica... –Mace agarró al guardia por la parte trasera de los pantalones y le empujó por encima de la barandilla al pozo de esclavos bajo ellos.
En cuestión de segundos Nadria y algunos de los demás apagaron los gritos del guardia y tomaron sus armas.
-¡Mace! –exclamó con alegría-. ¡Sabía que vendrías por mí! ¿Conseguiste ayuda de la Alianza?
-No exactamente. Luego te lo explico. Vamos a sacarte a ti y a esta gente de este pozo. No hay mucho tiempo.

***

La subasta estaba teniendo lugar bajo la cúpula principal. Una multitud de tal vez un centenar de compradores se encontraba alrededor de una plataforma, donde Yab en persona subastaba a los esclavos.
Una mujer twi’lek estaba de pie en el estrado, con la mirada gacha, mientras Yab daba su discurso a los compradores.
-Chica hermosa. Joven y saludable. Perfecta como sirvienta de servicio doméstico. Muy dócil. –Soltó una sonora risa, secundado por algunos de la multitud-. ¿He escuchado quinientos? Sí. ¿Quinientos cincuenta? ¿Seiscientos? ¿Seiscientos cincuenta? ¿No? ¿Seiscientos veinticinco? Ja. ¿Seiscientos treinta? ¿He oído seiscientos treinta? ¿Seiscientos treinta y cinco? El caballero ofrece seiscientos treinta y cinco. ¿Seiscientos cuarenta? ¿Alguien ofrece seiscientos cuarenta?
De pronto, un disparo bláster explotó sobre su cabeza. La gente quedó en silencio mientras Panatic avanzaba, acompañado por Ivlik vestido en armadura de soldado de asalto.
-Soy el comandante Ulan Panatic de la Armada Imperial. ¡Todos los presentes quedan arrestados!
Esa era la señal para que Mace apareciera corriendo por una de las entradas laterales, gritando salvajemente.
-¡Imperiales! ¡Soldados imperiales por todas partes! ¡Sálvese quien pueda!
La mayor parte de la gente en la sala eran criminales de uno u otro tipo. Reaccionaron instintivamente huyendo. En un momento la subasta se disolvió en una pelea salvaje de compradores luchando por escapar.
-¡Tú! –gritó Yab a Panatic-. ¿Por qué no estás muerto?
-Queda arrestado, Worruga Yab. ¡Ríndase o dispararemos!
La respuesta de Yab fue sacar su propio bláster y abrir fuego. Panatic efectuó un disparo, luego se echó al suelo y rodó para evitar los disparos de Yab. Ivlik esquivaba torpemente con su armadura, lanzando ráfagas con su rifle.
-No os quedéis ahí sin más... ¡tras él! –gritó Yab a sus guardias. Cuatro de ellos avanzaron hacia el escondite de Panatic, desplegándose para rodearle. Los otros dos trataron de inmovilizar a Ivlik con una cortina de fuego bláster.
-¡Esta es su última oportunidad, Yab!
-¡Matadle! Quiero su cabeza en... ¡Aaaah! –gritó cuando un electrolátigo le golpeó en la espalda. Nadria le dio un nuevo latigazo en el brazo, y apartó lejos de él de una patada el bláster que había caído al suelo.
Los esclavos liberados estaban entrando en la sala desde las entradas, convergiendo sobre Yab con miradas asesinas. Los matones se volvieron y comenzaron a disparar sobre el gentío.
-¡Ríndanse y no saldrán heridos! –les gritó Panatic. Como para apoyar sus palabras, el Centinela pasó a toda velocidad sobre la cúpula, disparando a las naves que rodeaban Zahir. Había naves huyendo en todas direcciones.
Los guardias, aturdidos, alzaron las manos.

***

-¿Ha terminado ya de procesar a los prisioneros, alférez Av? –preguntó Panatic, entrando en el puente del Centinela. Cuatro horas de sueño y una comida caliente le habían recuperado por completo, y se había puesto un uniforme limpio y recién planchado.
-Sí, señor. Los cabecillas ya están a bordo, encerrados en el calabozo. Encontramos a Worruga Yab... muerto. Aparentemente, un grupo de esclavos quería venganza.
-Lástima que no sea sometido a juicio.
-Sí, señor. Eso aún deja dos problemas. Primero, ¿qué vamos a hacer con todos estos esclavos? Debe de haber un centenar de ellos. No podemos albergar a todos a bordo del Centinela.
-¿Cuántas naves capturamos en la redada?
-Ocho. Tres de ellas aún pueden volar.
-Muy bien, entonces. Usted, Monidda y Sukal usarán esas naves para transportar a los esclavos de vuelta al lugar donde fueron capturados. Y contacte con el capitán Innis del Protector, a ver si puede echarnos una mano.
-Sí, señor. El segundo asunto es el prisionero Varden Quil. Sigue solicitando verle.
Panatic suspiró.
-Supongo que no puedo posponer esto por más tiempo. Que el sargento Ivlik le traiga aquí.
Pocos minutos después, el sargento Ivlik y el soldado Lanzer llegaron al puente, flanqueando a un furioso Varden Quil.
-¡Capitán, esto es un ultraje! ¡Exijo que me liberen de inmediato!
-No hasta que sea juzgado. Tengo una larga lista de cargos contra usted, Quil: conspiración, asalto a oficial imperial, resistencia al arresto, intento de asesinato, tráfico ilegal de esclavos, y estoy seguro de que una investigación descubrirá más. Terminará pudriéndose en Kessel, o algo peor.
-¿Puedo recordarle que soy el ayudante personal del moff Tricus Phenge? Tiene amigos poderosos. Si ofende al moff, puede olvidarse de su carrera en la Armada.
-Parece que nos encontramos en un callejón sin salida. Si presento cargos, el moff destruirá mi carrera. Pero si le dejo marchar, usted es bastante capaz de crearme problemas por su cuenta.
Quil sonrió con desdén.
-Si se disculpa, puede que le perdone, capitán.
Panatic le devolvió la sonrisa.
-Como oficial imperial, tengo la opción de presentar cargos contra usted en una corte imperial, o entregarle a las autoridades planetarias. He decidido elegir la segunda opción.
-¿Autoridades planetarias? ¿Qué autoridades planetarias?
-Voy a entregarle al Consejo Tribal de Shkali para que le juzguen. Allí tienen severas penas contra la captura de esclavos. Buena suerte.
-¡Espere! ¡Seguro que podemos llegar a un acuerdo! ¡Tengo amigos!
-Lleve al prisionero de vuelta al calabozo, sargento.
Mientras Ivlik y Lanzer se llevaban a Quil, sus gritos se hicieron más fuertes y más frenéticos.
-¡Tengo dinero! ¡Cincuenta mil créditos! ¡Cien mil! ¡En metálico!
Panatic no se permitió sonreír. Se volvió al alférez Av.
-¿Algo más que deba atender?
-Está el asunto del prisionero Rav Mace. Aún está desaparecido.
El rostro de Panatic permaneció neutro, e hizo una ligera pausa antes de responder.
-No se molesten en buscarle. Trató de escapar y tuve que dispararle. Alguien ha debido de robar su nave en la confusión. Los detalles estarán en mi informe.
Av miró con curiosidad a su oficial al mando por un instante, y luego asintió.
-Así todo queda en orden, señor.
-Bien. Puede comenzar a transportar a los esclavos cuando esté listo, alférez. Tengo que mandar algunos mensajes.

***

Tres meses después, Mace y Nadria estaban cargando el Comerciante Ordinario en Moldar cuando un explorador ithoriano dejó un chip con un mensaje dirigido a él.
Cuando lo puso en el lector, el rostro de Panatic apareció en la pantalla.
-No tuve la oportunidad de agradecérselo adecuadamente, Mace. Me salvó la vida al menos una vez y estoy agradecido. Pero ahora las cuentas están saldadas. Será mejor que no vuelva a atraparle en  mi sector.
Mace sonrió y meneó la cabeza.
-Que la Fuerza le acompañe, capitán.

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