Los buñuelos de azúcar habían desaparecido, las
bandejas de ryshcate sólo contenían migajas, y los helados con sabor a blicci
se estaban derritiendo formando purés. El postre había ido bastante bien, pensó
Kels, a pesar del pequeño susto cuando el capataz del catering no había podido
localizar el carro de pudin de gumbah. Sin perder su profesionalidad, había
seguido delante de todas formas pero, para Kels, la mirada perpleja de su
rostro había sido lo más destacado de la noche hasta el momento.
Bueno, eso y la abultada nota de crédito. Sonrió.
Incluso aunque el tynnan y la sluissi no hubieran podido conseguir la caja
fuerte, la velada no había sido un total desperdicio. A su alrededor, Noone y
los demás trabajadores desfilaban de un lado a otro, sirviendo licores dulces.
Kels decidió no unirse a ellos. Necesitaba una pausa.
El pomposo hombrecillo de la lanzadera caminaba
pavoneándose junto a ella, dando saltitos sobre la punta de sus pies. Sujetaba
una botella de tovash gruviano en sus delicadas manos. Kels decidió que no le
apetecía malgastar una mueca de burla en el orondo bufón, y miró perezosamente a
su alrededor buscando a sus dos dóciles colegas. Ambos alienígenas también
sostenían botellas de tovash y, como su amigo, se dirigían a los carros de
catering más cercanos a la mesa. Qué
extraño, pensó lánguidamente. El tovash gruviano no es una bebida habitual
para la sobremesa.
Hubo un murmullo de actividad en la cabecera de la
mesa y un susurro de interés en el resto de la sala. Ritinki y Vop, habiendo
terminado sus conversaciones, se estaban levantando para intercambiar el
habitual apretón de manos que daría formalmente por terminados los actos de la
velada. Dos silenciosos guardaespaldas retiraron las sillas adornadas de la
mesa arrastrándolas con un fuerte chirrido. Lentamente, con gran ceremonia, el
desgarbado rodiano y el diminuto bimm caminaron entre las sillas y ascendieron
a la tarima que estaba tras ellos. Al volverse para mirar a sus respectivas
comitivas, que se habían reunido, cuatro corpulentos gorilas de seguridad se
alinearon delante para formar una formidable barrera protectora. Uno de ellos
parecía especialmente alerta, pero Kels supuso que probablemente era por el
modo en que sus ojos parecían sobresalir de su rostro, que daba la impresión de
haber sido consumido por el fuego en algún momento. Ritinki se aclaró la
garganta para hablar.
-Estimados seres...
Por el rabillo del ojo, Kels captó un movimiento
rápido y repentino. Antes de poder girar del todo la cabeza, una densa columna
de oleoso humo azul surgió de uno de los carros con un furioso siseo. Parpadeó
cuando el humo de la creciente nube se le metió en los ojos, y tosió
espasmódicamente.
-¡Fuego! –gritó una voz.
A través de la creciente neblina, advirtió que
otros dos carros estaban ardiendo igualmente.
Varios de los invitados volcaron sus sillas al
salir apresuradamente hacia la salida. Kels se quedó agazapada, con su sentido
de peligro instantáneamente alerta. Dudaba que se tratase de una coincidencia.
Si no lo era, los perpetradores atacarían de inmediato. Volvió la cabeza hacia
el estrado. Los cuatro guardias habían creado un muro de protección
impenetrable alrededor de sus jefes y examinaban con atención a la multitud.
Salvo el hombre más a la derecha. Increíblemente,
tenía la cabeza agachada, mirando el broche plateado que adornaba su túnica
negra. Con la mirada perdida, abrió la boca para hablar...
Kels abrió los ojos como platos al enfocar mejor lo
que estaba viendo. No era un broche decorativo. Era un tenedor de servicio que
atravesaba limpiamente el estrecho espacio entre las costillas cuarta y quinta
del hombre.
El hombre abrió más la boca. Un hilillo de sangre
colgaba de su labio inferior. Con un lento movimiento que a Kels le recordó el
de alguien moviéndose en gravedad cero, comenzó a inclinarse hacia delante...
un movimiento compensado por el horriblemente desfigurado matón a su derecha,
que estaba cayéndose hacia atrás. Cara-marcada dejó escapar un gorgoteante
gemido, sujetándose firmemente el cuello con ambas manos. Entre sus dedos
manchados de sangre, asomaba la empuñadura de un cuchillo de trinchar.
El tercer matón observó cómo caían sus compañeros
con los ojos como platos; el cuarto trató de coger su bláster. Un destello
plateado le golpeó en la oreja izquierda; cayó con un golpe seco.
Simultáneamente, el guardia restante extrajo su arma de debajo de su chaqueta y
disparó indiscriminadamente a la multitud. La sala estalló en gritos de dolor y
pánico mientras la multitud continuaba su frenética búsqueda de las salidas.
Kels escuchó un estrépito de platos haciéndose añicos, como si alguien hubiera
volcado un carro lleno hasta los topes. Un saurton corría directamente hacia
ella, resoplando y con los ojos muy abiertos, llevado por el pánico en una loca
carrera. Ella se apartó de su camino.
El cuarto y último proyectil, un espetón para asar
con un pequeño trozo de carne aún pegado a su ennegrecida superficie, impactó
al tirador aleatorio justo encima del gatillo. El arma estalló
espectacularmente, y su portador cayó al suelo con un grito apagado. Esta vez,
Kels pudo rastrear el proyectil hasta su origen, y quedó boquiabierta por la
sorpresa.
Allí, agarrando otro utensilio de cubertería y
echando atrás su brazo para realizar un lanzamiento letal hacia Vop y Ritinki,
que estaban comenzando a huir, estaba el chef. El pequeño estúpido tonto y
pomposo del que se había burlado en la lanzadera. Cualquier resto de su
anterior conducta se había desvanecido. Sobre su aceitoso mostacho ardían los
ojos alertas y despiadados de un asesino profesional.
Antes de poder completar su lanzamiento, dos grandes
chorros de fuego bláster surgieron desde detrás de él, pasándole rozando a
ambos lados, hacia el estrado. Los pieles doradas, de pie tras un carro
volcado, estaban disparando rifles bláster pesados con la fría pericia de
asesinos a sueldo. A sus pies había un armario de armas abierto.
Un disparo de bláster alcanzó a Vop en la espalda,
y cayó al suelo, rebotando y rodando hacia delante, llevado por la inercia
incluso mientras la vida escapaba de su cuerpo. Ritinki se lanzó hacia el
extremo opuesto del estrado y saltó tras él, escapando por poco a los impactos
de una salva de proyectiles de plasma supercalentado.
Eso ya era demasiado. Manteniendo la cabeza gacha,
Kels comenzó a retroceder lentamente, pisando con cuidado entre la vajilla
destrozada y los charcos de vino. La neblina azulada estaba empezando a
despejarse. Con un poco de suerte, conseguiría llegar a la línea de árboles sin
incidentes, y desde allí era una breve carrera por el camino del jardín hasta
la salida. Miró rápidamente a su alrededor. ¿Dónde stang estaba Noone?
-¡Agáchate! –El antebrazo de Noone la agarró del
pecho y la tiró bruscamente al suelo. Giró mientras caía, tratando de
liberarse, pero él aterrizó encima de ella. Un disparo de bláster cruzó
zumbando el aire justo donde su cabeza había estado un instante antes.
-Gracias –dijo, tragando saliva.
Él le hizo un gesto señalando la periferia del
claro. Varios de los invitados a la fiesta habían sacado sus armas de bolsillo.
Claramente se trataba de agentes de seguridad adicionales. Habían sacado sus
armas y estaban tratando de atrapar a los asesinos con una maniobra de
flanqueo. Por desgracia, Kels y Noone estaban en medio del fuego cruzado.
Letales dardos de plasma trazaban una silbante red
sobre sus cabezas. Uno de los pieles doradas había caído, pero los dos asesinos
supervivientes se habían retirado detrás de una barrera improvisada con carros
metálicos y sillas de madera. Estaban dividiendo sus disparos entre los matones
que les rodeaban y Ritinki, su objetivo restante. Desde su lugar privilegiado
en el suelo del patio, Kels podía ver al pequeño bimm agazapado tras el borde
del estrado, barrido por los disparos. Sus hombres superaban largamente en
número a los asesinos, pero después de ver en acción sus letales habilidades,
Kels todavía calculaba que las probabilidades de supervivencia de Ritinki
estaban en diez a uno.
Por encima del estruendo, Noone le gritó al oído.
-Menuda fiesta, ¿eh?
Kels ladró una risa amarga.
-Eres un maestro del eufemismo. ¿Esperabas que
pasara esto?
-En absoluto –respondió-. ¡Niña, creo que nos hemos
topado de lleno con un ataque mafioso!
Un disparo con mala puntería dibujó un surco
dentado en el suelo cerca de sus cuerpos encogidos. Por tácito acuerdo, ambos
comenzaron a reptar sobre sus vientres para alejarse de la inmediata línea de
fuego.
-Por las estrellas, ¿de dónde sacaron esos rifles
bláster? –gruñó Noone.
-Un armario de armas estilo contrabandista
–respondió Kels-. Blindado contra sensores más allá de lo que puedas
imaginarte. Parece que no hemos sido los únicos que hemos pensado en esconder
algo en un carro. –Apoyándose en los codos, reptó más allá de un nimbanel
muerto-. Lo que no entiendo es de dónde vino la distracción del humo.
Noone asintió.
-Creo que puedo ayudarte con eso. El tovash
gruviano, cuando se mezcla con la especia ryll, reacciona de forma bastante
alarmante. Y había mucha cantidad de ambas sustancias para poder usarse esta
noche.
Kels meneó incrédula la cabeza.
-Un ataque mafioso. Menuda suerte. ¿Quién crees que
está detrás?
-Guttu no, eso seguro. Él sólo quiere la caja.
–Frunció los labios mientras otros dos guardaespaldas caían, con heridas de
bláster humeantes en sus pechos. El “chef” y el humanoide de piel dorada
superviviente seguían disparando tenazmente-. Esos tipos son expertos. Y los
expertos no son baratos. Estamos hablando de uno de los grandes hutts. Durga,
posiblemente, o tal vez incluso el propio Jabba.
Kels miró a Ritinki al otro lado de la sala. El
bimm todavía estaba agachado en la protectora sombra del estrado elevado.
Tendido a escasa distancia estaba el cuerpo con orificios carmesíes de su
contable ciborg falso.
La insistente lluvia de fuego bláster impedía al
rastrero bimm salir de su refugio aislado. Mientras Kels miraba, extrajo
lentamente un objeto largo y metálico de debajo de su chaleco a cuadros.
-Cuidado con la cabeza –advirtió a Noone-. Parece
que Ritinki finalmente ha sacado un bláster. –Volvió a mirar-. No, espera. No
es un bláster. Parece alguna especie de control electrónico.
El bimm pulsó una secuencia clave en un lado del
dispositivo, y entonces se llevó la mano a otro bolsillo y extrajo una máscara
respiradora de emergencia. Encajando un cartucho de oxígeno en su base, deslizó
la máscara sobre su boca y su nariz.
-¡Gas! –gritó Noone-. Debe estar planeando inundar
la sala con gas nervioso. Niña, tenemos que salir de aquí ya.
Kels miró la maraña de disparos letales que se
entrecruzaba llenando el cargado aire del patio. Las brillantes líneas dejaban
impresiones persistentes en su retina.
-Eso es más fácil decirlo que hacerlo.
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