El comandante Panatic lideró en persona el grupo de
abordaje. El sargento Ivlik y el soldado Kamlok mantuvieron al prisionero
encañonado mientras el alférez Av y los otros dos soldados registraban la nave.
Panatic se sentó en el asiento del piloto, haciendo preguntas.
-¿Nombre? ¿Ocupación?
-Me llamo Rav Mace. Soy un comerciante autónomo
registrado en Dovull. –Eso era cierto. Por supuesto, también tenía documentos
de registro para media docena de sistemas más.
-Entonces se encuentra muy lejos de casa.
¿Cargamento y destino?
-Transporto suministros médicos para el sistema
Moldar.
-Su sistema está programado para el sistema Shkali.
Mace trató de mantener un gesto neutro en el
rostro.
-Debo de haberme equivocado al programarlo. Me estaban
disparando.
-Sí. ¿Por qué trató de escapar, por cierto?
-Pensé que eran piratas. Mi sistema de
comunicaciones ha estado haciendo cosas raras, como ya les dije. –Mace miró con
nerviosismo a los dos soldados vestidos de negro que le flanqueaban.
Panatic hizo girar su asiento hacia el panel de
comunicaciones, y pulsó un interruptor.
-Al habla Panatic. ¿Me reciben, Centinela?
-Aquí el Centinela.
Alto y claro, señor –dijo la voz del teniente Sukal por el altavoz.
Panatic alzó una ceja. Mace no dijo nada.
-Su nave tiene unos motores bastante buenos para
una simple nave comercial.
-Me gusta hacerle mejoras. Además, la velocidad es
dinero.
El alférez Av regresó.
-He comprobado la bodega de carga. Cuatro cajas de
suministros médicos; nada de contrabando.
Mace mostró una amplia sonrisa.
-¿Ve? Se lo dije. Todo esto es un terrible
malentendido. Ahora, si me deja seguir mi camino...
Panatic se puso en pie.
-Tráiganlo.
Empujado por el bláster del sargento Ivlik, Mace
siguió al capitán a popa, hacia la sección de carga. Panatic miró impasible a
las cajas.
-¡Alférez! ¿Ha mirado en el interior de las cajas?
-Sí, señor. Hasta el fondo.
-Mmm. –Panatic se giró y miró fijamente a Mace-.
Mmm –repitió.
Lentamente, como un sabueso siguiendo un rastro,
volvió de nuevo hacia proa, deteniéndose a mirar en cada compartimento.
Alojamientos de tripulación, comedor, sala de estar de pasajeros...
-¿Sus cápsulas salvavidas están en orden?
-¡Desde luego! Tengo las últimas inspecciones
archivadas en el ordenador. Las buscaré para usted y luego...
-Compruebe las cápsulas salvavidas –ordenó Panatic
al sargento Ivlik.
El Comerciante
Ordinario tenía dos cápsulas salvavidas. Ivlik abrió la escotilla de la
cápsula de estribor y miró en el interior.
-Todo parece estar en orden, señor.
-¿Lo ve? Todo está perfectamente en orden. Estoy
seguro de que tienen una agenda muy apretada, así que no tiene sentido que
malgasten más tiempo aquí. –Mace quedó en silencio cuando Ivlik abrió la
segunda cápsula.
-¡Capitán! Aquí debe de haber escondidos un
centenar de blásters. –Ivlik miró con más detalle los números de serie de los
embalajes-. Parecen suministros del Ejército Imperial.
-Oigan, no tengo ni idea... –comenzó a decir Mace,
pero Panatic le hizo callar.
-Enciérrenlo en el calabozo. –Mientras Ivlik y Kamlok
se llevaban a Mace, Panatic tomó su comunicador y llamó al puente-. Teniente Sukal,
le dejo al mando de la nave del prisionero. Diga a Monidda que establezca un
curso al sistema Shkali. Vamos a averiguar lo que planeaba este contrabandista.
***
El Centinela
se posó en el centro de la zona quemada justo después del amanecer. Panatic y
los soldados de la nave se desplegaron en búsqueda del origen de la señal.
El fuego había calcinado una sección de bosque de
medio kilómetro de diámetro. La maleza baja aún mostraba rescoldos en algunas
zonas, y el aire estaba turbio por el humo y las cenizas. Hollín y barro gris
cegaban un pequeño arroyo. Pronto, las habitualmente inmaculadas botas de
Panatic estuvieron completamente sucias.
A un centenar de metros de la nave encontraron los
restos chamuscados de una docena de toscas chozas. Las paredes y techos de
madera habían ardido por completo, pero los cimientos de piedra y algunas
vasijas de barro habían sobrevivido a las llamas. Un par de cadáveres shkali
yacían boca abajo en las cenizas.
-¡Capitán! ¡He encontrado algo! –exclamó el
sargento Ivlik.
Panatic llegó corriendo al límite de la zona
quemada, donde Ivlik estaba arrodillado junto a una formación rocosa.
-Aquí abajo.
En un hueco formado por dos grandes pedruscos
estaba acurrucado un niño shkali, mirando a los dos humanos con ojos
aterrorizados. Sujetaba un comunicador con ambas manos.
-Sal de ahí, pequeño. El fuego ya se ha apagado.
Todo está bien. Vamos. ¿Ves? Yo te ayudo. ¿Qué es eso que tienes en la mano?
¿Puedo verlo? –Ivlik era un hombre familiar, y no tuvo ningún problema para
animar al pequeño alienígena asustado a salir de la grieta. Suavemente le quitó
de las manos el comunicador y se lo entregó a Panatic. El capitán lo examinó
mientras el sargento estaba de pie a su lado, acunando despreocupadamente al
niño shkali y haciéndole carantoñas.
La unidad era un caro modelo comercial, con un
grabador incorporado. Panatic pulsó el botón de reproducción.
La voz de una mujer, tensa y sin aliento, casi era
ahogada por el sonido de los gritos y los disparos bláster que se oían de
fondo.
-Mace, espero que encuentres esto pronto. Los
esclavistas han vuelto; dos naves esta vez. Están usando motos deslizadoras y
redes. Advierte al resto de pueblos. –Hubo una pausa, luego algunos ruidos
murmullos, luego el grito de un hombre, y finalmente un susurro-: ¡Huye!
Después el mensaje se cortó.
El pequeño shkali sollozó.
-Esclavistas.
-Hoy en día se ve mucho, capitán. Incluso es legal
en algunos lugares.
-Eso no hace que sea correcto.
-¿Qué hay de este pequeño tunante? –El niño shkali
temblaba en los brazos de Ivlik.
Panatic suspiró.
-Parece que hay otro pueblo a un par de kilómetros
al norte de aquí. Dejen allí al niño. Llévese a Kamlok y Lancer con usted.
Probablemente ahora los nativos se pongan nerviosos por la presencia de
extranjeros. Pongan sus blásters en aturdir; no queremos un incidente.
***
El calabozo del Centinela
no estaba diseñado para ser alegre. Los muros y el suelo eran de metal gris, y
un par de cámaras observaban desde las esquinas. Mace estaba tumbado en uno de
los duros catres y miraba el parpadeante panel de luz del techo. Estaba
contando los parpadeos. Cuando se abrió la puerta llevaba más de ocho mil.
El capitán imperial entró al interior, seguido de
un guardia. Tomó un comunicador de su cinturón y pulsó un botón.
-Mace, espero que encuentres esto pronto...
La sorpresa de Mace se convirtió en horror conforme
el mensaje fue reproduciéndose.
-¿La han encontrado? -preguntó, conociendo de
antemano la respuesta.
-Creo que es mejor que me lo cuente todo –dijo
Panatic.
-No creo que eso haga que las cosas empeoren. Ese
es el comunicador de Nadria; es mi socia comercial. Sabe mucho de culturas
primitivas, arte, cosas así. Hemos comerciado bastante con los shkali en el
pasado, pero en nuestra última visita estaban todos asustados. Tardamos
bastante en conseguir toda la historia. Parece que hace un mes aparecieron unos
extraños con una nave. Apresaron a punta de bláster a un par de docenas de
shkali y se los llevaron.
-¿Por qué no lo comunicaron a las autoridades?
Mace soltó una risa de desdén.
-Como si eso fuera a servir de algo. La mitad de
los esclavistas de este sector están en la nómina de algún moff.
-Ha escuchado demasiada propaganda Rebelde.
Mace miró fijamente al capitán por un instante.
-Qué bromistas son ustedes los imperiales; por un
segundo creí que estaba hablando en serio. En cualquier caso, decidimos hacer
algo al respecto. Nadria se quedó allí para tratar de organizar a las tribus,
para que pudieran ayudarse entre sí ante futuros ataques. Yo partí a conseguir
algunos blásters para que los shkali fueran capaces de responder a los ataques.
-¿Obtuvo los blásters de la Alianza Rebelde?
-Yo... sí. En cualquier caso, los estaba trayendo
aquí cuando me detuvieron.
-¿Sabe algo acerca de esos esclavistas? ¿Dónde
podrían tener su base?
Mace pareció estar genuinamente sorprendido por un
instante.
-¿Quiere decir que de verdad van a perseguirles?
-Han quebrantado la ley. Lo he comprobado; los
shkali aún no han sido declarados como especie esclavizable.
-Que me aspen. ¡Claro que sé dónde encontrarles! El
jefe es Worruga Yab, un rodiano. Opera desde un lugar llamado Zahir. ¿Saben
dónde está?
-Demasiado bien. –Panatic se volvió para marcharse,
y luego se detuvo-. Gracias, Mace. Me aseguraré de mencionar en mi informe lo
colaborador que se ha mostrado. Puede que le ayude a reducir su condena.
La puerta blindada se abrió con un silbido y el
oficial imperial salió con paso firme.
Mace siguió contando.
***
El camarote de Panatic era tan austero y ordenado
como su uniforme. El único toque personal era un holo del acorazado que su
abuelo había capitaneado en las Guerras Clon. Todo lo demás era estrictamente
material de la armada.
Se sentó en su escritorio y solicitó el archivo de Zahir.
Sabía de memoria la mayoría de la información, pero recordar los hechos no iba
a hacerle daño. El lugar era lo que quedaba de un proyecto de desarrollo
fallido. Un pequeño asteroide que orbitaba un planeta exterior había sido
cubierto por cúpulas y rodeado por un anillo de atraque, para servir como nodo
comercial para un nuevo sector. Pero los sistemas cercanos resultaron ser
carentes de valor, los colonos y mineros nunca aparecieron, y eventualmente los
promotores cayeron en la bancarrota.
Años después, el contrabandista Worruga Yab había
comprado Zahir y lo convirtió en un puerto libre y abierto, un refugio para
contrabandistas, piratas, y toda clase de personajes indeseables. Panatic y
otros capitanes de patrullas habían rogado al Mando del Sector que les enviase
un Destructor Estelar o dos para cerrar Zahir para siempre, pero por algún
motivo sus peticiones jamás fueron escuchadas.
Panatic se encontró deseando que el Centinela fuera más que una simple nave
aduanera. Haría falta al menos un crucero de ataque para capturar el lugar en
una lucha justa.
O... Sus ojos se iluminaron cuando se le ocurrió la
idea. Tal vez sí tuviera la nave adecuada para la tarea.
***
-¿Está usted seguro de que es una buena idea,
señor? Va a correr un terrible riesgo.
Panatic miró fijamente a Sukal.
-Tomo nota de su opinión, teniente. Estará usted al
mando mientras yo esté fuera. Avance en silencio hasta que reciba mi señal.
Entonces quiero que llegue rápidamente y ataque el lugar con todo lo que tenga.
Apunte a las naves atracadas en el anillo, y al sistema de comunicaciones. No
se enfrente a ninguna otra nave en el espacio; hay demasiadas, y fácilmente
podrían acorralar al Centinela y
destruirlo.
Se volvió para mirar a sus compañeros de viaje. El
sargento Ivlik parecía considerablemente incómodo en un traje civil barato.
Mace llevaba las mismas ropas de aspecto desaliñado con las que había sido
capturado. Panatic tuvo que cubrirse con un gran poncho de minero para ocultar
su uniforme. Vestidos así, los tres subieron a bordeo del Comerciante Ordinario y se separaron del Centinela en la tenue luz de los límites del sistema.
Panatic se sentó en el asiento del copiloto y
permaneció sentado mirando las estrellas un instante antes de hablar.
-Quiero hacer un trato con usted, Mace.
-Eso es música para mis oídos, capitán.
-En Zahir estaremos en su elemento, no en el mío.
Conoce a los contrabandistas y mineros que hacen negocios allí. Estoy seguro de
que será tentador para usted revelar mi identidad y escapar.
-Mentiría si dijera que eso no me había pasado por
la cabeza.
-Pero yo puedo liberar a esos esclavos. Usted no. Y
supongo que querrá recuperar a su socia. De modo que esta es mi oferta: si
usted coopera conmigo, me aseguraré de que ella queda libre. Su arresto ya está
notificado, así que a usted no puedo dejarle marchar, pero no presentaré cargos
contra ella.
-Tremendamente generoso por su parte.
-Debería añadir que no he contactado con el Mando
del Sistema para ver si se busca a alguno de ustedes por actividades
sediciosas. Por lo que a mí concierne, usted es un contrabandista ordinario.
Ahora, ¿me dará su palabra de que va a ayudarme?
Mace miró en silencio a Panatic por un instante.
-Trato hecho.
-Bien. Sargento, creo que ya puede apartar su arma.
***
La roca anillada de Zahir creció en la ventana de
la cabina mientras Mace se acercaba con la nave. Había una docena de naves
atracadas en el anillo o flotando cerca. La mayoría eran naves exploradoras o
pequeños cargueros como el Comerciante
Ordinario, pero había unas cuantas que destacaban. Panatic miró nervioso a
una voluminosa corbeta corelliana. En una lucha uno contra uno, la nave mayor
golpearía al Centinela hasta hacerlo
añicos.
Un lujoso yate con chapado en aleación dorada
estaba asegurado en el anillo de atraque. Le resultaba familiar, pero Panatic
no lograba ubicarlo, y el ordenador de Mace no era de ayuda en absoluto.
Probablemente robado, decidió.
La voz del controlador de tráfico sonaba como si
hiciera tiempo que necesitase una limpieza de pulmones.
-Bienvenidos a Zahir, encrucijada del sector. Todas
las tarifas de atraque deben pagarse por anticipado. Pueden atracar en el
muelle 23.
Al otro lado de la esclusa, Zahir era un lugar
sucio. El ancho pasillo del anillo de atraque estaba lleno de polvo y basura, y
la mitad de los paneles luminosos no funcionaban. Las paredes mostraban marcas
de grafitis y quemaduras de bláster. Dos veces tuvieron que caminar esquivando
gente tendida por el suelo, sin saber bien si estaban borrachos o muertos.
A la entrada de uno de los tres tubos que unían el
anillo de atraque al asteroide central, se encontraron con lo que pasaba por
ser las aduanas de Zahir. Un twi’lek viejo y arrugado al que le faltaba un
tentáculo los detuvo en la puerta mientras un par de matones gamorreanos
permanecían a un lado con blásters.
-Tarifa de atraque. Veinte créditos.
Mace le pagó. Panatic trató de parecer aburrido y
duro bajo la mirada de los gamorreanos. Uno de ellos soltó un bufido y apartó
la mirada.
Descendieron en el pasillo rodante que bajaba por
uno de los tubos que unía el anillo de atraque al cuerpo principal de Zahir. El
centro del complejo era un gigantesco jardín cubierto por una cúpula
transparente, al que el tiempo y el abandono habían convertido en una
enmarañada jungla. Una zona abierta albergaba un bazar al aire libre, donde
vendedores en una docena de toscos puestos vendían de todo, desde brillovino
hasta droides de protocolo.
-Espere aquí y trate de pasar desapercibido –dijo
Mace-. Veo una cara familiar.
Pasó unos minutos hablando con un sullustano
pequeño y gordo que vendía bombonas de gas tibanna. Panatic e Ivlik
permanecieron tensos en medio del gentío, mirándolos con aspecto suspicaz. Mace
se despidió con la mano de su amigo sullustano y se abrió camino entre la
multitud hacia ellos.
-Yab está aquí, en efecto. Tiene todo un cargamento
de nuevos esclavos abajo, en las mazmorras. Va a haber una subasta esta tarde.
-Perfecto. Podremos descubrir quiénes son sus
clientes.
-Hasta entonces, será mejor que no llamemos la
atención. Ustedes dos destacan como un par de rancors en una fiesta de jardín.
Hay un bar aquí cerca con una banda bastante buena.
Panatic dejó a Mace que condujera a los tres a la
cantina. Era un poco más basta que los clubes de oficiales que frecuentaba
normalmente. Pero la música era buena, y el sargento Ivlik era lo bastante
grande para que el resto de parroquianos les dejase espacio a su alrededor. Los
tres se sentaron en un reservado en una esquina desde el que se veía la puerta,
y esperaron.
-Y he reemplazado la bobina de flujo del hipermotor
con un par de unidades B-105 sincronizadas, lo que mejora el tiempo de
respuesta al salto en... –explicaba Mace acerca de su nave, y Panatic solo
prestaba atención a medias. De pronto, Mace se detuvo, mirando fijamente la
puerta. Panatic siguió su mirada.
Un hombre pequeño y delgado con el atuendo de un
administrador imperial acababa de entrar al bar, seguido por un par de soldados
de asalto.
-Oh, oh –susurró Mace-. Tal vez no nos vean si nos
escabullimos uno a uno.
-No se preocupe, Mace –dijo Panatic, sonriendo-. Ya
se encuentra en manos del Imperio, ¿recuerda?
En su interior, Panatic no estaba tan seguir de sí
mismo. La presencia de un oficial imperial allí en Zahir era un misterio. ¿Cómo
había llegado allí? ¿Y por qué? ¿Y por qué a nadie parecía importarle? Para ser
un puñado de ladrones y contrabandistas, los ciudadanos de Zahir parecían
considerablemente tranquilos ante la presencia de dos soldados de asalto
imperiales entre ellos.
-Esto sigue sin gustarme, capitán –siseó Mace-. Nos
está mirando.
-Cálmese. Es sólo su imaginación.
El oficial imperial llamó al camarero a su mesa y
pidió en silencio su consumición. Sus dos guardias permanecieron de pie a ambos
lados de él, examinando el bar en busca de posibles problemas.
-Estaré en la unidad sanitaria –dijo Mace,
poniéndose en pie.
-Vaya con él –ordenó Panatic a Ivlik. El sargento
se apresuró a seguir a Mace.
Panatic suspiró con fastidio. No era momento para
que Mace comenzase a ponerse nervioso. ¿Pero qué podía esperar uno de un
criminal? Dio un sorbo a su bebida y volvió a mirar su crono. Aún faltaba una
hora para la subasta.
Un pesado dedo le dio unos golpecitos en el hombro.
Panatic se volvió para ver a tres gamorreanos de pie ante él, blásters en mano.
Antes de poder moverse, le dispararon.
***
Se despertó con una agonía de alfileres y agujas
clavándose conforme se pasaba el efecto del disparo aturdidor de los blásters.
Una bota en las costillas le ayudó a recuperar la consciencia. Panatic se
encontró tumbado en el suelo de una oficina; un despejado techo en forma de
cúpula le daba un una espléndida vista del cielo estrellado.
Dos hombres estaban de pie junto a él. Uno era el
oficial imperial que había visto en la cantina. El otro era un rodiano vestido
con un traje de colores brillantes que echaba hacia atrás una bota cromada para
dar otra patada.
-Eso no será necesario, Yab –dijo el oficial-. Creo
que ya se está despertando. –Sonrió a Panatic desde arriba-. Me disculpo por mi
colega aquí presente. Es bastante poco sutil. Mi nombre es Varden Quil. Y
usted, según creo, es el comandante Ulan Panatic de la Armada Imperial.
Panatic se puso trabajosamente en pie y se alisó el
uniforme. El apestoso poncho había desaparecido, así como su bláster y su
comunicador.
-Correcto. Este hombre es un esclavista y un
asesino, y estoy aquí para arrestarle.
El oficial suspiró.
-Oh, cielos. Evidentemente, usted no ha sido
informado... Yab es un amigo del moff Tricus Phenge.
-¿El gobernador del sector Deratus?
-El mismo. Mi jefe, de hecho. El moff y Yab, aquí
presente, tienen un acuerdo. A cambio de protección ante gente molesta como
usted, Yab proporciona mano de obra para trabajar en los campos de bayas
doradas de las fincas del moff, y algún objeto especial de vez en cuando. Una
asociación perfecta.
-Asaltar asentamientos nativos en busca de esclavos
es ilegal.
Quil se rio.
-Oh, cielos. En serio, comandante, usted debería
estar en un museo en alguna parte. Estoy seguro de que la Armada Imperial tiene
cosas mejores que hacer que preocuparse por el bienestar de unos pocos
primitivos. Además, un oficial inteligente como usted debería saber que los
deseos de un moff son más importantes que seguir la ley al pie de la letra.
-Demasiada cháchara –siseó Yab-. ¿Qué vamos a hacer
con él?
-Buena pregunta. Comandante, me gustaría su opinión
al respecto. ¿Deberíamos matarle o dejarle marchar?
-¿Qué?
-Usted puede causar a mi jefe gran cantidad de
problemas si insiste en arrestar a Yab. No podemos permitirlo. Así que a menos
que usted acceda a olvidar todo este asunto y volver a perseguir rebeldes, me
temo que vamos a tener que matarle. ¿Qué ha de ser, comandante?
Panatic tragó saliva, y luego se obligó a sonreír.
-Estoy dispuesto a olvidar todo este asunto si
ustedes también lo están.
Quil le miró fijamente por un instante y luego
estalló en una carcajada.
-Cielo santo, comandante. ¡Creo que nunca he visto
una actuación peor! Me alegro de que su muerte no arrebate un gran talento a la
galaxia.
Panatic saltó hacia delante para forcejear con Yab,
tratando de apoderarse del bláster del rodiano. Tenía la ventaja de la
sorpresa, pero el esclavista era un luchador experimentado. Los dos hombres
impactaron contra el escritorio, rebotaron, y chocaron contra un sintetizador
de bebidas. Quil salió disparado hacia la puerta.
Panatic tomó un taburete y lo estrelló sobre la
cabeza de Yab. El rodiano se tambaleó por un instante, lo bastante para que
Panatic pudiera agarrarle el bláster.
-¡Muy bien, manos arriba, los dos! –dijo,
apartándose de Quil y Yab para cubrirlos a ambos con el bláster. Los dos
alzaron las manos lentamente.
-No haga nada precipitado, comandante –dijo Quil-.
Aún podemos solucionar esta situación. Obviamente usted es un tipo ambicioso...
estoy seguro de que puedo arreglar un ascenso para usted. ¿Tal vez un
Destructor Estelar en lugar de un crucero de patrulla?
-Cállese. –Panatic se acercó al escritorio-. ¿Dónde
está mi comunicador?
-En el cajón –dijo Yab-. El de arriba.
Cuando Panatic bajó la mirada para abrir el cajón,
Quil salió disparado hacia la puerta. Se abrió con un silbido, revelando a los
dos soldados de asalto que montaban guardia en el exterior.
-¡Atrapadle! –gritó el pequeño oficial.
Panatic efectuó un disparo suelto, que rozó la
armadura de uno de los soldados. Entonces ellos llegaron hasta él, usando las
culatas de sus rifles para someterle a base de golpes.
-¿Qué haremos con él ahora? –dijo Quil
pensativamente.
-Ahora morirá –dijo Yab, dando a Panatic otra
patada en las costillas-. Arrojadle al horno.
-Qué pulcro –dijo Quil con gesto aprobador.
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