lunes, 11 de noviembre de 2013

Dos por uno (III)


-Bueno –dijo Cavv mientras se limpiaba el sudor de la frente-, no hay duda de que podía habernos ido mejor.
-Eso es una forma de decirlo. –Sconn echó un vistazo a la carnicería que se había formado en la sala y meneó la cabeza-. ¡Es genial! Sin los impes, no tenemos a nadie que nos lleve hasta el Guardián.
Cavv se aclaró la garganta y cruzó los brazos.
-Soy un piloto bastante bueno, ¿sabes?
-Tal como nos están saliendo las cosas, lo más probable es que nos lleves directos a un agujero negro. –Sconn puso su bláster de muñeca agotado en modo de recarga y se apoyó pesadamente sobre una de las cajas, que se encontraba ahora completamente cubierta de marcas de bláster-. Voto por abandonar esta misión estúpida, volver a casa y emborracharnos con whisky corelliano.
-Siempre nos queda la “Estrategia de Endor”, sobrino.
-No, gracias, soy alérgico al pelo de ewok.
-No vamos a ir realmente a Endor (a veces me pregunto en qué vertedero láser obtuviste tu cerebro), vamos a seguir los pasos de algunos de los mayores Héroes de la Rebelión y...
-¿Morir de forma horrible?
-No. Colarnos en la guarida del vornskr disfrazándonos de vornskr.
Sconn cruzó los brazos sobre el pecho.
-Me niego a ser los cuartos traseros de nuevo.
-Oye, si hicieras caso a mis indicaciones en lugar de ser tan testarudo, nunca te habrías caído en  esa piscina de Lady Jalaka.
-No podía oír nada con ese ridículo disfraz. Si no hubieras estado tan empapado en brandy savareen para darme indicaciones coherentes, nunca habría pasado. Y no importa lo buena que sea la fiesta, no es divertido pasar toda la velada mirándote el...
-Concéntrate en la tarea actual –interrumpió Cavv-. El hecho es que tenemos un trabajo importante que hacer y que vamos a hacerlo. Sin importar lo que cueste.
-Hablando de costes, aún no me has dicho cuánto nos van a pagar por esta empresa absurda.
-¿Cuánto?
-Sí. Me refiero a “créditos”. Como “más vale que sea mucho”. Como “más de lo que me pueda imaginar”.
Cavv quedó unos segundos en silencio. Luego dijo:
-Nada.
-¿Por qué será que no me sorprende?
-Bueno, está el salario habitual como miembro de la UAE. Más el plus de peligrosidad.
-¿Qué? ¡No formo parte de ningún grupo de operaciones de la Nueva República!
-Técnicamente...
-No –dijo Sconn secamente-. Ya me han dado antes el discurso de reclutamiento, así que ahórrate la saliva.
-Entonces no recibirás ninguna compensación en absoluto –dijo Cavv encogiéndose de hombros-. Piensa en ello, sobrino. Si esto nos sale bien podrías ser un oficial de rango.
-No me importa el rango ni el dinero. No quiero una cosa y ya tengo más de lo que necesito de la otra. Soy un ladrón que ha excedido su vida útil. La galaxia le ha gastado una broma irónica a Sienn Sconn. He robado lo suficiente para ser feliz en esta vida, pero mi vida todavía no es feliz.
-Es por eso que ahora cuando robo lo hago con un propósito. Adquirir cosas para una causa. Una buena causa.
-Sigue siendo un medio para un fin. He malgastado la vida buscando algo que ahora me doy cuenta que nunca he querido siquiera. Me he convertido en el apestoso rico desocupado al que solía robar.
-¿Es eso lo que realmente piensas? ¿Qué todo ha sido para nada?
-Para nada realmente valioso.
-Es curioso que pienses así. El valor es una medida subjetiva. Puede que la Comisión de Regulación Galáctica establezca la tasa de cambio para los créditos, pero lo que realmente es importante para nosotros sólo podemos decidirlo nosotros. –Cavv sonrió ligeramente-. Por eso pretendo terminar esta misión.
-Entonces morirás.
-Tal vez muera. Pero al menos habré muerto intentándolo.
-No hay nada por lo que valga la pena morir.
La mirada de Cavv se perdió en la distancia.
-Tal vez no debería haberte traído conmigo.
-Un hombre solo no puede marcar la diferencia.
-Tal vez no, pero sin ese primer hombre que plante cara, nunca habría un segundo, un tercero o un cuarto. Todo el mundo empieza solo.
-Algunos de nosotros terminamos solos.
-Sólo estamos atrapados en las prisiones de nuestras propias mentes.
-¿Y qué legendario filósofo alumbró ese sinsentido? –preguntó Sconn con sarcasmo-.
-Yo. –Cavv suspiró-. Vete a casa, sobrino. Creía que esta misión te vendría bien, pero veo que estaba equivocado. Te deseo la mejor de las suertes en cualquier camino que decidas seguir.
Cavv obtuvo el código de control de la lanzadera del imperial muerto y abandonó lentamente la suite.
-Que la Fuerza te acompañe, Sienn.
Sconn se quedó allí, de pie entre los silenciosos muertos.

***

Cavv hizo una pausa para ver cómo el Unirail partía de la Estación Sensyno y luego avanzó hacia la lanzadera espacial clase Lambda. El viejo ladrón se detuvo en la sombra de la gran aleta dorsal. Usó el código de control para hacer bajar la rampa de acceso y entró en la nave. Sus pasos eran pesados y tenía los hombros caídos.
Supo que algo iba mal tan pronto como entró en la cabina. Incluso antes de que la figura sentada en la silla del copiloto, un borrón de gris imperial, se volviera hacia él.
Cavv trató de sacar su bláster de mano, aunque probablemente ya fuera demasiado tarde. Se suponía que sólo debía haber dos de ellos, divagó su mente.
-Nadie debería morir solo –dijo Sconn, mirándole desde la silla de mando. Su sobrino vestía un uniforme imperial y, para variar, parecía medianamente respetable-. Ni siquiera un viejo bantha testarudo como tú.
Cavv todavía sonreía cuando Sconn dio la vuelta a su silla y murmuró:
-En lugar de quedarte ahí como un gotal con la mandíbula floja, ¿por qué no haces algo útil y accedes al ordenador de navegación? Así cuando saltemos a la velocidad luz puede que realmente acabemos este viaje junto a cierto Súper Destructor Estelar en vez de en medio de algún sol. Aunque, pensándolo bien, no estoy muy seguro de cuál de las dos cosas sería peor.

***

El Guardián acechaba gigantesco al otro lado del parabrisas principal de la lanzadera. Incluso en su ruinosa condición actual, el Súper Destructor Estelar era una vista impresionante. De hecho, la superestructura marcada por la batalla parecía aún más amenazadora por su capacidad de sobrevivir a semejantes heridas.
La poderosa nave de guerra imperial avanzaba en una torpe órbita alrededor de un gran mundo verde azulado.
-¿Dónde estamos? –preguntó Cavv.
-En lo más remoto del Borde Exterior. Qué apropiado –dijo Sconn señalando la pantalla-. Ese de ahí es el planeta Soullex. –Comprobó las lecturas de sensores-. Hay tres guarniciones prefabricadas en la superficie. Bueno, eso debería limitar un poco la dotación de la nave... con 10.000 abajo, sólo quedarían unos 100.000.
El comunicador zumbó, resonando por la cabina.
-Creo que es para ti –dijo Sconn-. Sabes, van a reconocer a sus camaradas. Y nosotros no somos ellos.
-Envíales un mensaje de texto. Estamos teniendo un problema con nuestro sistema de comunicaciones.
La respuesta llegó rápidamente.
-Dicen que no hay ningún fallo –informó Sconn.
Cavv disparó un par de veces con su bláster a la unidad de comunicaciones de la lanzadera.
-Ahora sí.
Sconn leyó la pantalla.
-Recibido. Quieren que nos mantengamos a la espera y ellos remolcarán la lanzadera al interior.
-Estamos dentro, sobrino.
-Por desgracia –respondió Sconn. La lanzadera se sacudió ligeramente bajo ellos cuando quedó atrapada en el agarre del rayo tractor del Guardián-. ¿Y ahora qué?

***

-La lanzadera ha llegado, almirante –informó el oficial de puente por el comunicador-. Pero ha habido un pequeño problema.
Gaen Drommel levantó la mirada de su novela y obsequió al comandante –Drommel no podía recordar su nombre en ese momento- con una gélida mirada.
El almirante dejó calmadamente el libro antiguo sobre su escritorio, y el pesado volumen encuadernado en cuero crujió al posarse sobre el brillante plastiacero.
-¿Me falla la memoria, comandante, o di órdenes específicas de que no se me molestase?
La imagen del embobado comandante parpadeó por un instante en la pantalla y luego desapareció por completo. El almirante pasó un dedo enguantado por el panel de control y abandonó en silencio sus aposentos.

***

La cubierta de mando del Guardián estaba en silencio, toda una hazaña teniendo en cuenta la cantidad de gente que ocupaba el amplio espacio. Drommel cruzó la cubierta con sus calculadas y largas zancadas habituales hasta encontrarse cara a cara con el oficial inferior.
-Ha desobedecido mi orden.
-Mis disculpas, almirante. Simplemente supuse que usted querría...
-Nunca suponga, comandante. Sabe lo que ocurre con aquellos que suponen, ¿verdad?
-Sí, señor –respondió rápidamente el comandante, pero no parecía seguro de que esa fuera la respuesta correcta.
Se escuchó una crepitante detonación. El comandante cayó al suelo pulido. Muerto.
-¿Lo ve? Ha vuelto a suponer. Y le acababa de decir que no lo hiciera. –Drommel deslizó el bláster humeante de vuelta a su funda y barrió con la mirada al resto de la tripulación del puente congregada-. ¿Todo el mundo ha aprendido la lección de hoy?
Nadie habló.
-Bien –asintió Drommel, pasando como si tal cosa por encima del cadáver-. Ahora, ocupémonos de esa lanzadera.

***

Cavv gruñó mientras intentaba introducirse en la armadura de soldado de asalto.
Sconn alzó una ceja. El ladrón más joven ya se había vestido, salvo por el casco que se quedó firmemente encajado tan pronto lo deslizó en su sitio. Sconn casi se había arrancado su propia cabeza tratando de quitarse esa cosa, y no tenía demasiadas ganas de repetir el claustrofóbico incidente.
-¿Es normal que el traje corporal sobresalga así entre las placas de armadura?
-¿Sobrino?
-¿Sí, tío?
-Cállate.
Después de una retahíla de maldiciones corellianas y algo de ayuda de Sconn, Cavv logró entrar en la armadura.
Cavv se miró a sí mismo y meneó la cabeza.
-¿Cómo consiguen usar estos tíos la unidad sanitaria?
-Tal vez no lo hagan. Eso explicaría por qué están siempre de tan mal humor.
Sconn tomó una de las carabinas bláster.
Cavv comprobó la carga del paquete de energía del arma e indicó a su sobrino que continuara. Ambos hombres tomaron sus cascos...
Justo cuando la pesada puerta blindada se abrió de pronto y un brillante droide plateado se quedó mirando la sala de suministros.
Hubo un momento de silencio, y entonces el droide gritó alarmado:
-¡Intrusos! ¡Espías! ¡Impostores! ¡Disident...!
El resto quedó amortiguado cuando Sconn tapó con una mano el chillón vocalizador y tiró del atónito droide hacia el interior.

***

Drommel observaba mientras el equipo de técnicos estaba inclinado sobre la lanzadera. Su expresión permanecía neutral pero después de lo pasado con el comandante nadie quería acercarse demasiado a él.
El almirante concentró su atención en uno de los técnicos inferiores que se esforzaba en un compartimento ventral. El enjuto oficial estaba tratando de abrir a la fuerza la escotilla de acceso. Después de una serie de fuertes empujones, el obstinado compartimento se abrió, dejando caer dos cuerpos sobre el desafortunado técnico. Ambos individuos llevaban únicamente su ropa interior gris. Un juego de ropas civiles y un uniforme imperial desechado formaban un revoltijo a su alrededor.
El personal médico, que esperaba diligentemente hasta ser necesitados, se acercó rápidamente para hacer un diagnóstico.
-Están vivos, pero seriamente aturdidos.
Drommel asintió y entonces dirigió su atención al técnico jefe. El hombre señaló los tres contenedores que estaban siendo cargados en un trineo repulsor.
-Parece que toda la carga está aquí, señor.
El almirante le miró fijamente.
-Pero volveré a comprobarlo para estar absolutamente seguro –añadió apresuradamente el técnico jefe.
Drommel no pudo reprimir una ligera sonrisa. El miedo era extremadamente efectivo para mantener el orden; era una lección que había aprendido de Tarkin. El almirante se consideraba a sí mismo algo más que un simple estudiante de la naturaleza humana. Era cierto que había aprendido de grandes hombres, pero, aún más importante, Drommel había aprendido de los errores que estos habían cometido. Y ciertamente no iba a repetir esos errores tan estúpidos.
Niovi, el coronel de tropa, comenzó a ladrar órdenes al escuadrón de soldados de marina allí reunidos.
-Los intrusos deben ser encontrados. Alerten a todas las estaciones para comenzar una búsqueda en todas las cubiertas. Tenemos mucha nave que cubrir...
-Cancelen esa orden. –Drommel se dirigió hacia el hombre excesivamente entusiasta-. Únicamente estamos buscando a los dos primeros soldados de asalto que tuvieron contacto con esta lanzadera. Ellos serán nuestros impostores, así que encuéntrenlos y deténganlos.
-¿Soldados de asalto, señor? –preguntó el coronel.
El almirante alzó una única ceja.
-A menos que alguien vea a dos personas desnudas corriendo por la nave. En ese caso, deténganlas también.

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