Charlene
Newcomb
La habitación estaba a oscuras, iluminada sólo
por el suave resplandor de los equipos médicos. Su zumbido era el único sonido
que rompía el silencio.
Alex se sentía agotada. Sus movimientos
corporales parecían lentos. Le dolía la cabeza. ¿Cómo he llegado hasta aquí?, se preguntó. ¿Dónde estoy?
Hubo un movimiento fuera de la puerta. Sintió
una presencia familiar, como si alguien hubiera pensado en entrar en la
habitación, pero se acobardase y se alejase. Luego, otro par de pasos resonó en
el pasillo. La puerta de la habitación se abrió. Un flujo repentino de luz le
obligó a mirar con ojos entrecerrados a la figura que se acercó a la cama. Sólo
pudo ver las insignias de capitán de la Armada Imperial.
-¿Alexandra? -saludó, con una voz que sonaba
muy lejana.
-¿Dónde estoy? -preguntó ella, apenas capaz de
formar las palabras.
-Estás en el Justiciero.
-¿Qué? -Alex miró a la cara de la persona que
estaba de pie junto a su cama. Reconoció al capitán Brandei.
-¿No recuerdas lo que pasó? -le preguntó.
Ella negó lentamente con la cabeza.
-Tu caza fue alcanzado, y luego atrapado por
nuestro rayo tractor.
¿Mi
caza?
-Tu padre no sabe que ha criado a una traidora
al Imperio.
¡¿Padre?!
-¡No!
Alex se sentó en la cama. El corazón le latía
con fuerza mientras jadeaba en busca de aire. Sus ojos recorrieron la
habitación. No había equipo médico, ni estaba el capitán Brandei. Estaba en su
dormitorio, en la
Universidad.
Se dejó caer sobre la almohada y se quedó
mirando el techo. ¿Era sólo un sueño? ¿Yo?
¿Volando en un caza estelar? ¡Capturada por un Destructor Estelar Imperial!
¿Podría ser esto una visión de su futuro? ¿Llegaría
la Nueva República
a Garos IV? ¿Y trabajaría con ellos para liberar este mundo al que llamaba
hogar? Eso era para lo que ella siempre había vivido...
Era por lo que estaría dispuesta a morir...
Una alarma sonó. Mientras la luz del sol
entraba por la ventana, Alex miró el cronómetro. 7:15. Se suponía que debía
encontrarse con su padre en el Cuartel General Imperial dentro de 45 minutos.
***
-Buenos días, caballeros -saludó Alex a los
dos oficiales en la sala de recepción del general Zakar.
-Buenos días, señorita Winger -dijo el
teniente Nilo, asintiendo con la cabeza.
Dair Haslip se puso de pie y se acercó a Alex.
Le apretó la mano con suavidad.
-Hola, Alex. No pensé que te vería hoy.
-Padre tuvo una reunión temprano con el
general y necesitaba recoger algunos informes antes de irnos a Zila. Sólo tengo
un minuto. ¿Puedes acompañarme a su oficina? -le preguntó.
Dair lanzó una mirada hacia Nilo.
-Sí, creo que puedo confiar en él para que mantenga
un ojo en las cosas.
-¡Gracias por su voto de confianza, oh sabio
Teniente! –bromeó Nilo.
Alex condujo a Dair al pasillo donde
delicadamente apartó su mano de la de ella. Protocolo militar adecuado. Él estaba
realmente enamorado de Alex. Esa "relación" que habían establecido
como parte de su tapadera para la resistencia de Garos IV era mucho más fuerte
para él de lo que jamás llegaría a admitir. Pero él sabía lo que Alex sentía.
Ella siempre había sido honesta con él. Amigos, le había dicho... sólo amigos.
-Esta noche. Hay una reunión del grupo de
estudio a las 21:00 a la que pretendo asistir -le dijo.
Él asintió con la cabeza; él también planeaba
acudir a esa reunión de la resistencia.
-Bueno, entonces, supongo que no te veré hasta
mañana -dijo, continuando la conversación que representaban para aquellos que
se cruzasen por el pasillo.
-Tal vez podríamos almorzar -sugirió, saludando
con la cabeza a un grupo de oficiales que la saludaron.
-¿Puedo tomarte la palabra?
-Por supuesto.
–Le sonrió, reprimiendo un bostezo.
-¿Estás bien? -le preguntó.
-Sólo un poco cansada. He tenido un sueño de
lo más extraño.
-Tal vez me puedas hablar sobre él durante el
almuerzo. -Se detuvo justo frente a la oficina del padre de Alex-. Oye, ten
cuidado hoy ahí fuera... nada de alocadas acrobacias.
-¡Hey! ¡Siempre tengo cuidado, teniente
Haslip! –dijo riendo.
Él sonrió, sacudiendo la cabeza. La puerta se
abrió a la sala de recepción del Gobernador Imperial. El caballero de aspecto
distinguido de pie junto a la mesa se volvió y sonrió a la joven pareja.
-¡Vaya, no me sorprende en absoluto! –exclamó-.
Sabía exactamente dónde enviar el equipo de búsqueda.
-¡Oh, Padre!
-¿Cómo está usted, gobernador? -preguntó Dair,
tendiéndole la mano. Para ser un hombre de 70 años de edad, Tork Winger tenía
un apretón tan fuerte como cualquier treintañero.
-Estoy bien, teniente. Me alegro de verle de
nuevo. ¿Por qué Alexandra no le ha traído a cenar en la mansión en los últimos
días? -le reprendió.
Dair se encogió de hombros.
-Eso tendría que preguntárselo a su hija,
gobernador.
-Está bien. ¡Si vosotros dos vais a empezar a
conspirar contra mí, me voy! –gruñó Alex.
Winger colocó un brazo alrededor de la cintura
de su hija, pero le guiñó un ojo a Dair.
-Intercederé por usted, teniente.
-Gracias, señor.
-¿Vamos, querida?
-Sí, padre. -Alex sonrió, tomando el brazo de
su padre, y le condujo hacia la puerta.
-Que tenga buen viaje, señor.
-Gracias, Haslip.
-Nos vemos mañana –le dijo Alex mientras la
puerta se cerraba tras ellos.
***
El puerto espacial de Ariana estaba lleno de
recién llegados, pero los asiduos no podían dejar de reconocer una cara
conocida. Las cabezas se volvieron, los rostros se iluminaron, y las manos se
agitaron mientras Alexandra Winger caminaba con paso firme a través de los
pasillos. La hija de 20 años de edad del Imperial Gobernador Tork Winger era
muy conocida allí. Había estado volando desde que tenía 11 años...
probablemente uno de los mejores pilotos en Garos IV. Y si ella no estaba en
clase en la Universidad ,
sin duda se la podía encontrar en profundas discusiones con los técnicos del
espaciopuerto. ¡Alex sabía tanto de aerodeslizadores como la mayoría de ellos!
-Buenos días, señorita Winger –la saludó el
coordinador de los sistemas de vuelo la saludó mientras se registraba en la
oficina del controlador.
-Buenos días, teniente Vilsics.
-Su aerodeslizador está preparado y listo para
partir. El técnico Haras ha estado trabajando en el problema que nos reportó.
Dijo que tenía usted razón sobre el estabilizador. Ahora ya está como nuevo.
-Bien. No me gustaría que el gobernador tuviera
un viaje movidito esta mañana –bromeó Alex.
-No podría estar en mejores manos -respondió
Vilsics con una sonrisa.
-Gracias por encargaros del aerodeslizador –exclamó,
saliendo por la puerta hacia el pasillo.
Alex escondió sus emociones detrás de una
sonrisa al contar al menos una docena de naves descargando suministros...
suministros destinados al aumento del número de personal imperial en Garos IV.
Su presencia en este mundo había crecido significativamente en los últimos
años.
La resistencia, en la que Alex llevaba trabajando
durante casi cuatro años, conseguía interferir en las operaciones imperiales
siempre que era posible, alterando las líneas de abastecimiento, robando
equipos... cualquier cosa que sirviera para hacer miserable la vida imperial.
Sin embargo, eso cada día conllevaba peligros cada vez mayores conforme el
Imperio trataba de proteger sus intereses en las minas al sur de la ciudad de
Ariana.
-Sí, señor. El teniente Vilsics dijo que el
problema de la tasa de flujo en el estabilizador de sistemas ha sido corregido.
Hoy no debería darnos ningún problema -le dijo Alex.
-Excelente -respondió su padre mientra se
asentaban en el aerodeslizador y se ataban los cinturones de seguridad.
Alex guió la nave fuera del puerto espacial. Salió
hacia el oeste, volando más allá de los acantilados Tahika y sobre el océano
Locura. Esa debía ser una de las vistas más impresionantes en todo Garos IV.
Los acantilados se extendían traicioneramente a lo largo de la costa,
presentando un obstáculo ominoso para aquellas pocas almas aventureras que se
atrevían a escalarlo.
El aerodeslizador bordeó los acantilados hacia
el sur durante aproximadamente un kilómetro antes de que Alex se alejase más
sobre el océano para distanciarse de la zona de vuelo restringido que los
imperiales habían impuesto en todo el complejo del centro minero. Podría pilotar
la ruta a Zila con los ojos vendados, si tuviera que hacerlo. Era un viaje que hacía
a menudo para visitar a una vieja amiga, Shana, que también trabajaba para la resistencia.
-Qué bien que hayamos sido capaces de coordinar
nuestras agendas para variar, Padre. Tu reunión, mi visita a Shana.
-Sí, Alexandra. Esto nos da la oportunidad de
hablar. Apenas te veo lo suficiente desde que te mudaste al campus -dijo. Había
sido idea suya que Alex saliera de la mansión del gobernador. Se preocupaba por
su seguridad después de que la resistencia hubiera atacado convoyes de
suministros que pasaban cerca de su casa.
-Lo sé, padre –reconoció ella-. Yo también
echo de menos nuestras charlas de sobremesa. -Había sido un ritual en el hogar
Winger en el que Alex había participado desde que fuera adoptada a la edad de
seis años. Un sinnúmero de comidas efectuadas en silencio, seguidas de
conversación. Había obtenido una cantidad inconmensurable de conocimiento, no
sólo sobre su padre adoptivo, sino también sobre la política y las actividades
imperiales en Garos IV. Bastante útil para un operativo de la resistencia-. Así
que, dime, Padre: ¿qué hay tan importante en Zila últimamente?
Tork Winger estudió a su hija. Nunca dejaba de
sorprenderle que hubiera criado a esta niña que podía hablar con conocimiento
sobre cualquier tema, desde política hasta astrofísica, y podía manejar los
controles de un aerodeslizador como si hubiera nacido para ello.
-El consejero Baro quiere garantías acerca de
las intenciones del Imperio hacia su encantadora ciudad -le dijo Winger.
Alex puso su mejor mirada de incredulidad.
-¿Desde cuándo el Imperio necesita explicar
sus acciones?
No puedo
creer que acabe de decir esto, pensó. La
buena hija imperial... ¡Agh!
-Bueno, bueno, Alexandra. Diplomacia: esa es
la palabra. Una demostración de buena voluntad del Imperio, querida -respondió bastante
serio.
Alex asintió con la cabeza, pero tenía ganas
de llorar por dentro. Buena voluntad, seguro,
pensó. ¡No caerá esa breva!
-Padre, en la Universidad se
especula que el general Zakar pedirá cazas TIE de refuerzo para ayudar a
proteger el centro minero.
-Hemos estado discutiendo esa posibilidad.
Pero muchas de las naves de nuestra Armada Imperial no tienen completo sus
complementos de TIEs. -Hizo una pausa, preguntándose cuánto sabría ella-. Estoy
seguro que has oído hablar acerca de Coruscant.
-Es difícil no darse cuenta de los efectivos
militares adicionales que han llegado -dijo.
-Sí, muchos de ellos fueron evacuados de
Coruscant y otros mundos en el camino de la ofensiva rebelde -dijo Winger.
Ella hizo una mueca para sus adentros.
-De modo que los rumores son ciertos. ¿Los
rebeldes están a distancia de ataque de la capital?
-Puede que sólo sea cuestión de días que
Coruscant esté en manos rebeldes. -Sacudió la cabeza con evidente consternación.
Había visitado la
Ciudad Imperial años atrás, y no podía soportar imaginarse la
destrucción.
Alex se acercó y le tocó la mano para
reconfortarle. Ella sabía lo que él pensaba. Pero en su corazón, Alex acogía
con satisfacción la noticia de que la Nueva República
estuviera a punto de tomar Coruscant... incluso aunque ello significase más imperiales
en Garos. Con suerte esa situación sería temporal.
Sin duda, la Nueva República se
dirigía hacia allí. Primero Coruscant, luego Garos IV. Uno sistema más escapando
del cada vez más débil agarre del Imperio.
-Entonces, ¿no crees que vaya a conseguir esos
TIEs? -le preguntó.
-No ahora mismo. No se puede prescindir de
ellos en otros lugares. -Se dio cuenta de su decepción-. ¿Por qué lo preguntas?
Alex sonrió con picardía.
-Bueno –dijo- -¡Estaba pensando que me
encantaría probar a pilotar uno!
-¡Lo sabía! ¡Alexandra, ¿qué voy a hacer
contigo?! –preguntó, riendo.
-¡Mira esto! -dijo alegremente. Alex hizo girar
el aerodeslizador, acelerando hacia el este. Segundo a segundo su velocidad
aumentaba. Los acantilados Tahika aparecieron a la vista, y la nave se lanzó
rápidamente hacia el océano. Con apenas unos metros de margen, Alex tiró de los
controles y el aerodeslizador se deslizó por encima de la superficie del agua.
El comunicador sonó.
-Nave no identificada, ha entrado en una zona
de vuelo restringido. Aléjese inmediatamente o será destruida –exclamó una voz
sobre la estática mientras una nave patrulla imperial aparecía de la nada y se
colocaba en un rumbo paralelo al de su aerodeslizador.
-¡Alexandra! -exclamó Winger.
-¡Vaya! Lo siento, padre. Supongo que me
acerqué demasiado a las minas -dijo mientras giraba la nave hacia el suroeste
para rodear la parte más meridional del continente.
-Abre un canal, Alexandra.
Ella se sorprendió cuando habló por el
intercomunicador.
-Aquí el Gobernador Imperial Winger -su voz
retumbó, reclamando atención-. ¿Con quién estoy hablando?
La voz en el otro extremo del comunicador
pareció dudar un momento.
-Al habla el Teniente Norban, gobernador. -Hizo
una pausa para aclararse la garganta-. Acabamos de recibir la confirmación de
la identificación de su aerodeslizador, señor.
-Eso es un poco lento, ¿no le parece,
teniente?
Otra pausa.
-Sí, señor.
-Trabajen en ese tiempo de respuesta, Teniente
-dijo Winger, guiñando furtivamente un ojo a Alex. Ella sacudió la cabeza con
incredulidad.
-Sí, señor.
-Continúen con su trabajo.
-Gracias, gobernador -exclamó la voz mientras
el aerodeslizador imperial se alejaba del suyo.
El rostro de Tork Winger se iluminó con la
mayor sonrisa que Alex hubiera visto en su vida mientras apagaba el comunicador
con un clic. Ella se echó a reír tanto que las lágrimas asomaron a sus ojos.
-¡Padre, no sabía que pudieras ser tan retorcido!
-¿Yo? ¿Retorcido? Alexandra, ¡seamos serios! -Suspiró
y rebuscó en una caja llena de tarjetas de datos, sacando finalmente una de
ellas-. Ah, sí, aquí está. Tengo que revisar este informe antes de llegar a
Zila, querida.
-Está bien, Padre. Dejaré que hagas tu trabajo.
Alex miró fuera de la cabina. Los acantilados
Tahika habían dado paso a colinas redondeadas conforme el aerodeslizador rodeaba
la punta sur del continente y se volvía hacia el este. Hermosas playas
cubiertas de arena eran bañadas por un tranquilo mar azul.
Pero todo en lo que Alex podía pensar era en
el encuentro que habían tenido en la zona de vuelo restringido. El tiempo de
respuesta defensiva no había sido tan malo... no habrían sido más de 30
segundos, pensó, más los pocos segundos que les llevó realizar la
identificación del aerodeslizador. Por supuesto, 30 segundos era suficiente
tiempo para que un caza estelar llegase al centro minero. Tal vez, sólo tal
vez, la Nueva
República estaría ahí
para ponerlos a prueba. Sí, pensó. Ellos vendrán.
Una visión de un crucero mon calamari llenó su
mente. Había tenido este sueño muchas veces... –Alas-X en una bahía de
aterrizaje preparándose para la batalla. Y ella estaba allí, sentada en la
cabina de uno de esos cazas, mirando a las estrellas que formaban un deslumbrante
telón de diamantes sobre el terciopelo negro del espacio. Pero, de repente,
Alex se encontró volando en una intensa batalla...
-Azul 4,
dos marcas en dirección 0-3-0.
-Los
veo, Líder Azul. Tengo al tipo de la izquierda.
-¡Cuidado,
Azul 4, tienes uno en la cola!
Un disparo
pasó más allá de la carlinga del ala-X mientras Alex hacía virar al caza
bruscamente a babor. Girando una media docena de vueltas, maniobró la nave
hasta que el TIE apareció delante de su ala-X. Alex fijó el blanco e hizo volar
el TIE en mil partículas de polvo.
Su
victoria fue de corta duración. Dos disparos desde estribor sacudieron violentamente
el ala-X. Luego se hizo la oscuridad...
Ese sueño que había tenido la noche anterior...
¡su ala-X abatido, y capturado! ¿Era
realmente una parte de su futuro?
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