sábado, 17 de noviembre de 2012

Problema droide (y II)

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La lanzadera se estrelló contra una duna de arena, arrancando la mayor parte del ala inferior de estribor, y dejando inconsciente a Ab'Lon durante la duración del choque. Cuando por fin había recuperado parte de sus sentidos, pudo oír vagamente un gemido, seguido de un fuip que provenía de alguna parte detrás de él, acompañado por el suave crepitar de la electricidad por todas partes a su alrededor. Una extraña sensación de vértigo hacía que su cabeza diera vueltas en la niebla y tosió violentamente cuando un espeso humo negro llenó sus pulmones.
No fue hasta que abrió los ojos que Ab'Lon se dio cuenta de que la lanzadera estaba tumbado de lado... lo que quedaba de ella, en cualquier caso. Los arneses empujaban contra sus costillas rotas y con cada aliento una nueva sensación de dolor recorría su cuerpo maltrecho. Le dolía todo.
Trató de soltar los arneses con los dedos rotos de la mano derecha, mientras se agarraba firmemente a lo que quedaba de la consola de armas con la izquierda.
Después de unos 30 segundos de juguetear con el pestillo, se soltó. Perdió al instante su agarre de la consola y se golpeó contra la pared de estribor -ahora la parte inferior de la cabina- con un ruido sordo. Tardó unos minutos en ponerse en pie. Cayó de nuevo al suelo, con gran dolor, varias veces mientras lo intentaba. Tenía serios problemas para respirar y su brazo derecho había quedado completamente entumecido después de la caída.
Varios rayos de luz se colaron por las grietas en el casco, proporcionando luz suficiente para evaluar los daños. Fuip estaba todavía atado, pero una de las sillas de la cabina se había soltado y yacía en el suelo en un caos de escombros. El abollado y maltrecho pequeño droide parecía estar a punto de caer. Lanzó una serie de estridentes fuips cuando diversos cables eléctricos cayeron cerca de su cúpula giratoria. Muy poco de la cabina había escapado de los daños y no había manera de que Ab'Lon pudiera bajar al pequeño droide sin un poco de ayuda. Echó un vistazo a la zona en busca de cualquier cosa que pueda ayudar.
La rampa de entrada yacía parcialmente abierta y decidió que podría ser su mejor oportunidad. Poco a poco, se abrió paso entre los escombros hacia la luz del sol que entraba. Parte de él esperaba y parte de él temía que tal vez alguien había visto el accidente y podría ayudarle.

***

Los restos estaban esparcidos en un radio de 300 metros, pero de alguna manera la mayor parte de la nave había quedado de una pieza. Era de diseño alienígena, pero se parecía a una lanzadera de clase Embajador que Bola vio una vez cuando investigaba un caso en Coruscant hace unos años.
Sacó su pistola bláster pesada de la funda y, abriéndose paso a través de la ardiente metralla, se acercó a la rampa de entrada abierta por el choque. Casi esperaba que un soldado de asalto o dos salieran de golpe, pero la devastación absoluta de la nave rápidamente apaciguó esos temores. Estaba a seis metros de distancia cuando algo salió de la lanzadera y cayó de bruces en la arena.
Bola se acercó un poco más, casi esperando una traición, pero eso estaba en su carácter y era una sensación difícil de ignorar, incluso en esas circunstancias. La parte posterior de la túnica azul real y dorada de la criatura estaba rota y chamuscada. Su costado subía y bajaba, obviamente jadeando en busca de aire. Dedos peludos con garras arañaban lenta e inútilmente en la arena. El pelaje a lo largo de su nuca estaba erizado, ondeando ocasionalmente con la caliente brisa del desierto.
Colocando su bota izquierda bajo el hombro derecho de la criatura, Bola le dio la vuelta cautelosamente. Un gruñido bajo escapó de sus labios y su pecho subía y bajaba en una serie de toses de asfixia. El pelaje moteado y chamuscado de la cara de la criatura cubría parcialmente algunas heridas desagradables. Su ropa estaba rota y colgando, revelando un pecho desfigurado gravemente magullado. Una sola pieza de joyería colgaba alrededor de su cuello; un colgante de plata. Estaba parcialmente ennegrecido, pero era de factura exquisita. Bola se estremeció... no estaba seguro de si siquiera un tanque bacta podría salvar a esa criatura de la muerte.
Poco a poco, los ojos de la criatura se movieron, primero agitándose, y finalmente abriéndose. Bola se asomó a los grandes ojos violetas de la criatura, en busca de cualquier señal de vida.
-Tú. -La criatura tragó saliva visiblemente, comenzando de nuevo la frase-. Tienes que ayudarme... R2 -murmuró entre jadeos-. Toma la unidad R2 -suspiró pesadamente, casi perdiendo el conocimiento.
-¿Qué unidad R2? -preguntó Bola, preguntándose vagamente lo fuerte que la criatura se había golpeado la cabeza.
-En la... -comenzó, pero fue interrumpido por un repentino grito de clics, silbidos y gemidos. Bola entró con cautela en la nave destrozada, dejando a la maltrecha criatura murmurando algo para sí misma. Subió sobre el metal retorcido de la cabina, mirando a un fuego que crece en la bodega, antes de mirar al interior.
Se preguntaba cómo podría haber sobrevivido nada a la devastación que le rodeaba. Un gemido suave, seguido de un fuip, sorprendió a Bola y se volvió, apuntando con su bláster hacia el ruido. Allí, aferrándose al suelo de la cabina, que ahora se encontraba en posición vertical, había una unidad R2. Estaba parcialmente atada a una silla giratoria y encajada contra una consola de ordenador dañada. Bola trató de reprimir una sonrisa, pero la escena era demasiado cómica.
-Vamos -dijo Bola con una sonrisa abundante-, déjame ayudarte a bajar de allí.
El droide gimió y emitió fuips durante todo el proceso... un proceso que puso a prueba la paciencia de Bola hasta el punto que estuvo tentado de apagar al pequeño y molesto droide y dejarlo allí. Pero después de unos cinco minutos, el droide estuvo silenciosamente saliendo de la nave por sus propios medios. Bola se acercó a la criatura, todavía acostada sobre su espalda en la arena, y le buscó el pulso.
Abrió sus ojos y le miró.
-Lleva el droide -comenzó a decir lentamente- a la Alianza. -Su mano agarró la camisa de Bola, y suplicó-: Por favor.
Bola miró directamente a los ojos de la criatura, y le agarró la mano.
-¿Qué hay para mí? -preguntó fríamente, echando la mano de la criatura al suelo.
La criatura enseñó los dientes, sus orejas apuntaron al cielo, el pelaje onduló a lo largo de su cuello.
-¿Qué? -gruñó.
-Ya me has oído -dijo Bola, sin dejar de mirarle a los ojos-. No voy a llevar a ese droide cascarrabias a ningún sitio a cambio de nada.
El violento temperamento de la criatura, junto con sus lesiones, debían haber sido demasiado para que su cuerpo lo aguantara. La inconsciencia apagó el fuego de sus ojos, y Bola vio como el cuerpo de la criatura quedaba inerte.

***

Ab'Lon podía sentir los soles gemelos cayendo sobre su cuerpo dolorido. Una ráfaga de aire caliente del desierto se estrelló contra su rostro cuando su cabeza rodó hacia un lado. La mayor parte de su cuerpo se había entumecido, y en las partes que podía sentir sólo notaba oleadas de dolor. Una sensación de movimiento, el silencioso zumbido de un motor, y el viento árido del desierto golpeándole en el rostro eran pistas más que suficientes para deducir lo obvio. Se preguntó a dónde iba. Mil destinos corrían por su mente, y una celda de detención Imperial no era el más desagradable de ellos.
El vehículo que lo transportaba se detuvo bruscamente y sintió movimiento a su lado. El hedor horrible que agredió su nariz era casi insoportable. Podía oler cadáveres en descomposición y desechos biológicos, entre otras atrocidades que no podía ni empezar a definir. Fue casi suficiente para despertar su cuerpo inconsciente, pero no del todo.
-Bueno, esta es tu última parada de camino a la Alianza -sonó la voz vagamente familiar a través de la mente de Ab'Lon. Algo estaba tirando de su cuerpo, o levantándolo, no estaba seguro. Trató de gritar, para explicar la importancia de su misión, cualquier cosa, pero su maltrecho cuerpo se negó a responder.
-Sólo pensé que te gustaría saber -comenzó de nuevo la voz- que voy a averiguar cuánta recompensa se ofrece por la información que contiene este droide. Estoy dispuesto a apostar un bote de sabacc que el Imperio pagará mejor. -Ab'Lon trató desesperadamente de asociar un rostro a la voz, pero el reconocimiento parecía más allá de su alcance. Hubo una breve pausa en la que pudo sentir que su cuerpo estaba siendo girado, pero era incapaz de detenerlo-. Bueno, ya nos veremos –exclamó la voz extrañamente familiar mientras su cuerpo quedaba libre.
Cayó durante lo que pareció una eternidad. Durante todo el tiempo se preguntó cómo todos sus planes cuidadosamente establecidos lo habían puesto en esta posición. Se suponía que iba a ser un salvador de la Alianza... ahora nadie sabría de sus sacrificios. Otra persona poseía los frutos de su trabajo y no había nada que todos sus años de planificación pudieran hacer para cambiar eso... ninguna contingencia que pudiera salvarlo.
Justo cuando se convenció de que había sido arrojado al vacío, golpeó la implacable arena, y el poco aire que quedaba en sus pulmones abandonó su cuerpo. Podía sentir cómo rodaba sobre sí mismo, como si estuviera cayendo cuesta abajo, y de nuevo se sentía incapaz de evitarlo.
Algo le rodeó por la cintura, deteniendo el descenso. Protuberancias similares a agujas atravesaron su piel a través de los harapos que le servían de ropa. Todo el dolor que había atormentado su cuerpo desapareció de repente. Todo su cuerpo se entumeció y poco a poco pudo sentir su conciencia escapando. El gemido silencioso de un vehículo alejándose fue lo último que Tereb Ab'Lon oyó antes de que la inconsciencia le reclamase por última vez.

***

La figura solitaria estaba de pie en las sombras de la bahía de atraque, con las puntas de sus tentáculos craneales oscilando de forma errática. Hacía sólo cinco minutos que su jefe había entrado en el carguero. Simplemente hablar con agentes rebeldes se consideraba traición, por no hablar de hacer un trato para venderles información. Y, por supuesto, Bola acabañaba de ir a hacer el trato, dejando a Tavri para vigilar cualquier actividad imperial o, más probablemente, espías.
La mirada de Tavri abandonó la nave y deambuló por la vieja bahía de atraque de piedra. Marcas de quemaduras cubrían las paredes y, en varios lugares, faltaban grandes trozos de piedra. Probablemente, el resultado de disparos de bláster, pensó Tavri. La maquinaria estaba sucia por cientos de años de abuso, sin que nadie se molestase en mantener o limpiar aquello que aún era funcional.
Miró hacia el cielo de Tatooine... incluso desde esa vieja y roñosa bahía de atraque, era increíble. Los soles se ponían uno cada vez, creando puestas de sol duraderas y bellas como ningún otro mundo podía ofrecer. Es una pena que el resto de esta bola de polvo no sea tan fascinante, pensó Tavri para sí mismo, volviendo su mirada hacia la nave.
Algo brilló en la menguante luz del sol sobre la parte superior del carguero. Tavri observó con más atención, y rápidamente miró a la vieja maquinaria. Nada de eso mostraba el más mínimo reflejo.
Sacó su pistola bláster pesada y susurró al comunicador sujeto a su cuello.
-Puede que tengamos problemas, estate preparado para salir de aquí.
Casi como si fuera una señal, el leve zumbido de los motores del carguero al calentarse llenó la bahía de atraque.
Tavri, permaneciendo en las sombras, se movió hacia el lado opuesto del carguero. A sus oídos llegaron resonando sonidos de forcejeo y de algo cayendo con estrépito al suelo, seguidos de un “shh” de alguien pidiendo silencio. Fueran quienes fuesen, no eran muy buenos tratando de ser discretos. Eso podía ser bueno y malo. Tavri se entró en un hueco debajo de donde provenía el ruido y empezó a subir las escaleras.
Se detuvo a mitad de camino, escuchando atentamente los rápidos gruñidos que sonaban muy parecidos... a risas. Después de detenerse dos veces más, finalmente llegó a la cima de la escalera y miró cuidadosamente la pequeña sala de control.
Dos ossanos estaban sentados en medio de la habitación. Parecían estar jugando algún tipo de juego. Tavri observó mientras arrojaban pequeñas piedras pulidas circulares hacia una corta serie de pequeñas rocas triangulares que componían algún tipo de recorrido de obstáculos. Cada cara de las rocas triangulares que era golpeada brillaba levemente. El objeto del juego parecía ser golpear tantas caras como fuera posible con un único lanzamiento de la roca redonda. Los ossanos reían con cada lanzamiento de las rocas... Tavri no pudo evitar una leve sonrisa.
Una nueva voz maulló, sobresaltándole. Miró por encima del hombro de uno de los ossanos para ver un jenet sentado ante un pequeño artilugio de metal, que reconoció de inmediato como un dispositivo de escucha Imperial. En silencio, se maldijo por haberse dejado llevar por el juego.
-Os he contratado a vosotros dos para guardarme las espaldas, no para jugar -siseó la criatura. Tavri no sabía mucho acerca de los jenets. Pero sabía que tenían una memoria perfecta y un sentido increíblemente avanzado del oído-. Así que levantad vuestros traseros y vigilad esa escalera -dijo, evidentemente molesto. Tavri no podía culparlo; los ossanos se comportaban de forma muy infantil. Si no fuera por eso, su inmensa fuerza haría de ellos unos grandes protectores.
Los ossanos se quejaron al tener que abandonar su partida. Tavri reguló su bláster para aturdir y, conforme los ossanos comenzaron a ponerse de pie, golpeó a cada uno con un disparo. La brillante aura azul de los disparos aturdidores llamó la atención del Jenet. Tavri volvió a ajustar el bláster y se acercó a la asustada criatura.
-Para ser una especie conocida por su memoria perfecta, parece que ahora realmente no encuentras las palabras -interrumpió Tavri-. Ahora dime, ¿quién te contrató? ¿Qué estás haciendo aquí? -preguntó Tavri, aunque la pregunta era retórica.
-Yo, uh, sólo estaba... –comenzó a decir la criatura.
La criatura trató de alcanzar su arma, pero el disparo de Tavri le golpeó justo en el pecho. El olor a pelo quemado asaltó su nariz mientras agarraba el equipo y se dirigía hacia las escaleras. Se detuvo el tiempo suficiente para agarrar el pequeño saco en el que los ossanos habían dejado su juego y comenzó a bajar las escaleras.
Sonrió para sí mismo mientras encendía el comunicador y le hacía a Bola un resumen de los acontecimientos.
-Buen trabajo –sonó la voz de Bola a través del intercomunicador-. Todo ha ido perfectamente. Dentro de dos días seremos 50.000 créditos más ricos.
Tavri sonrió al pensar en su tajada y se apresuró a llegar junto a Bola para celebrarlo.

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