jueves, 15 de noviembre de 2012

Problema droide (I)


Problema droide
Chuck Sperati

Durante años, Tereb Ab'Lon había planeado y manipulado cuidadosamente su ascenso al poder, jurando que algún día ostentaría el título de Senador Imperial. Ese sueño se hizo pedazos el día que el Emperador disolvió el Senado Imperial.
Cuando Ab'Lon miró a su alrededor en la Embajada Bothana, su mirada se detuvo finalmente en su superior inmediato, el Embajador Bothano para el Imperio, Gatrar Shey'Tyan, y el sabor de la rebelión despertó su apetito. Vio cómo el embajador sometía impotente al pueblo bothano bajo el gobierno de un dictador, sin embargo una ligera sonrisa logró asomar en sus fauces.
El Imperio no duraría para siempre, no podía hacerlo. Con un poco de suerte y mucha planificación, esperaba ayudar a lograr un fin temprano y asegurarse para sí mismo un puesto en el gobierno que se levantaría de sus cenizas. Una posición de poder real, donde su nombre sería conocido por todos, y el destino de mundos enteros se basaría en sus decisiones.
La sala del consejo casi se había vaciado cuando la atención de Ab'Lon regresó a asuntos actuales. Como ayudante del Embajador Bothano, sus tareas incluían no perder de vista las estrategias y tácticas políticas de los oponentes destinadas a desacreditar a Shey'Tyan y su posición. Una tarea que Ab’Lon despreciaba completamente, ya que constantemente intentaba causar la caída Shey'Tyan para asumir su cargo, lo que aumentaría su poder.
Pero ya no, pensó para sí mismo. Después de que Ab'Lon se uniera secretamente a la Rebelión, la caída del poder de Shey'Tyan no significaba nada. Su meta era ahora el colapso total del Imperio. Un objetivo que comenzaría con los planes de operaciones de la Armada Imperial que silenciosamente había introducido en los bancos de memoria de su droide astromecánico hace dos días.
Shey'Tyan se dirigió hacia él, con su atuendo real fluye tras él al moverse. Ab'Lon observó cómo se acercaba y trató de ocultar la satisfacción que sentía en su interior. Mañana se reuniría con un agente rebelde y entregaría los planes a la Alianza, el primer paso en su ascenso final al poder. Pero hoy, la modestia y la humildad ante su superior eran la clave para asegurar los éxitos del mañana.

***

Disparos de bláster estallaron fuera de la cabina de la lanzadera bothawui robada. Ab'Lon se lanzó en un tonel ajustado y reajustó la trayectoria para que coincidiera con su camino de escape.
-Establece esas coordenadas hiperespaciales -gruñó Ab'Lon cuando terminó la maniobra-. Soy un diplomático, no puedo esquivar para siempre a pilotos de TIE entrenados.
Los débiles gritos de su droide astromecánico, seguido por el habitual fuip, resonaron en la cabina.
Otra ráfaga de fuego bláster estalló alrededor de la nave mientras Ab'Lon la dejaba caer en un picado extremo. El pelaje alrededor de su cuello se onduló de pánico al ver impotente cómo la pantalla del escudo deflector indicaba que comenzaba a fallar. El impulso de la inmersión lo había empujado contra el asiento del piloto, lo que restringió sus movimientos hasta que los compensadores inerciales se activaron con retraso.
Sabía que una lanzadera clase Embajador no estaba diseñada para soportar este tipo de castigo. Por supuesto, él no estaba capacitado para luchar contra una línea de TIEs, y menos contra un Destructor Estelar clase Victoria. Con un poco de suerte, podría escapar ileso de ambos.
Ab'Lon echó un rápido vistazo a la pantalla del sensor. El Destructor Estelar estaba bordeando Bothawui Proper, pero aún tenía que salir de órbita y perseguirle. ¿Por qué debería hacerlo?, pensó Ab'Lon para sí mismo... sin un artillero no podía plantar batalla. Los TIEs de patrulla eran más que suficientes para borrarle de los cielos.
Los TIEs lanzaron otra andanada que sacudió la lanzadera. Ab'Lon trató de salir del picado trazando una cerrada curva doble hacia babor. Rayos azules surgieron de los paneles de control cuando varios golpes directos eliminaron los escudos e ionizaron los controles a la vez. Perdió el control y comenzó a dar vueltas, chocando contra uno de sus perseguidores.
El choque por detrás dejó a ambas naves con daños menores, pero aun cuando el TIE se apartó, Ab'Lon pudo sentir la lanzadera frenándose. Un rápido vistazo a la pantalla del impulsor, que acababa de volver a encenderse, puso de manifiesto el problema. Una de las líneas de refrigerante al motor subluz principal había sido cortada, causando una parada automática del motor.
Las orejas puntiagudas de Ab'Lon cayeron y su pelaje se onduló en una ola rápida por su cuello.
-¿El hiperimpulsor también ha caído? -exclamó apresuradamente mientras exploraba las pantallas de control en busca de cualquier cosa que pudiera ayudarle a salir de esa situación.
Después de una breve pausa, una serie decididamente negativa de trinos, clics y silbidos -seguidos de un fuip- vino del droide en la consola del ordenador de navegación por detrás de su hombro izquierdo.
Rápidamente, Ab'Lon comprobó los sensores. Los TIEs habían dado media vuelta y se acercaban rápidamente, pero el Destructor Estelar no había hecho más que empezar la persecución. La lanzadera todavía estaba a unos buenos 30 segundos del alcance del rayo tractor.
-Lanzadera no identificada, aquí el Destructor Estelar Temerit -dijo con orgullo una voz ampulosa fluyendo a través del comunicador-. Se le ordena rendirse de inmediato.
No había duda de la intención tácita detrás de esas palabras frías, y mecánicas en caso de que intentase cualquier otra cosa.
-¿Aún no están listas las coordenadas? -gritó expectante. Puede que la lanzadera estuviera muerta en el espacio, pensó, pero el hiperimpulsor todavía estaba operativo. Si pudiera dar el salto al hiperespacio antes de que el Temerit lo capturara en su rayo tractor...
Un silbido afirmativo, seguido de un fuip, era precisamente lo que había estado esperando. Una leve sonrisa apareció en sus labios.
-Agárrate -le gritó de nuevo al pequeño droide-. Voy a dar el salto.
Los trinos de protesta, seguidos de un gemido y una serie de fuips de pánico, fueron totalmente desatendidos. Ab'Lon hizo el antiguo gesto bothano de buena esperanza, y tiró de la palanca del hipermotor.

***

Nim Bola giró a la izquierda al salir de la cantina de Mos Eisley y pasó por delante de la pequeña multitud reunida afuera. Podía ver la cabeza de un barabel sobresalir medio metro por encima del resto del grupo y sabía que su compañero rodiano tenía que estar cerca. No había duda de que iban a tratar de seguir de forma encubierta a Bola, pero no había ninguna razón para hacerles saber que se había dado cuenta. Pasó con aire casual junto a la pila de basura de la comunidad y se dirigió a su oficina.
En un movimiento grácil, Bola apartó de su cara un mechón de pelo dorado agitado por el viento y encendió el pequeño comunicador atado a su cuello.
-Tenías razón -susurró en el comunicador-, es una traición. -Se despidió con un gesto casual de un par de jawas de una tienda de droides cercana-. Voy a llevarles por el callejón opuesto al lado oeste del hotel -susurró, mirando por encima del hombro y ganando velocidad-. Prepárate para recibirles allí.
Tiró de su chaqueta gris desgastada por el tiempo para ajustarla ante la helada brisa nocturna que comenzaba a levantarse.
-Frío, oscuro y abandonado -murmuró para sí mientras sus pasos aceleraban con ritmo uniforme-. El momento perfecto para una emboscada, especialmente cuando no eres tú el que va a ser emboscado.
Una sonrisa apareció en sus labios mientras empezaba a correr por el callejón, echando una rápida mirada atrás. En ese momento, los dos cazadores de recompensas echaron a correr a toda velocidad, directamente hacia él. Vamos, pensó para sí, venid a por mí.

***

Las familiares estelas fluían en el cielo moteado del hiperespacio y una leve sonrisa cruzó los rasgos de Ab'Lon, una expresión que parecía más un gruñido que una sonrisa.
-Fuip, calcula y establece las coordenadas para hacer un segundo salto desde el sistema Piroket al sistema Tao-Grant -dijo, llenando sus pulmones con el alivio de la fuga en cada respiración-. Hay una célula de la Alianza establecida en la segunda luna del gigante de gas solitario del sistema.
Ab'Lon miró alrededor en la cabina de la lanzadera robada y frunció el ceño, la piel de su cara se puso de punta y su nariz tembló nerviosamente.
-No quiero que el Imperio sea capaz de rastrearnos -dijo pensativo. En sus 12 años en la política, había visto a demasiados líderes bothanos bajar la guardia y cometer errores, sólo para perder su posición y, a menudo, sus vidas-. Establece las coordenadas de dos saltos cortos después de Piroket, lejos de Tao-Grant, y luego un tercero hacia allí.
Un silbido afirmativo y un fuip fluyeron por la cabina. Ab'Lon no pudo menos que permitirse una sonrisa cordial, una terrorífica expresión con colmillos que parecía más adecuada para transmitir horror que felicidad. La pequeña unidad Erredós, apodada Erredós-ZetaUno, conocida también como Fuip, ni siquiera se daba cuenta de que hacía ese ruido. Seis técnicos imperiales e innumerables técnicos de reparación de droides bothanos habían intentado, sin éxito, reparar ese mal funcionamiento. La tarea fue finalmente abandonada y ese "fuip" quedó catalogado como un defecto de diseño.
Ab'Lon había adquirido el pequeño droide justo cuando iba a ser devuelto y desmantelado. Como bothano, podía ver las evidentes ventajas de contar con un droide personal que casi todo el mundo encontraba molesto, sobre todo el Imperio, con su remilgada y digna devoción por la perfección. Más tarde descubrió que el droide resultó ser persistentemente leal y muy fácil de seguir la pista.
Fuip demostró ser invaluable después de que Ab'Lon se uniera secretamente a la Alianza Rebelde. Su posición como asesor principal del Embajador Bothano para el Imperio le había dado acceso a ciertos archivos de Inteligencia Imperial que pudo introducir tranquilamente en el sistema de memoria del pequeño droide, guardándolos para transmisiones posteriores.
Durante casi dos años había estado enviando información útil a los rebeldes, pero nada más. A menudo había pasado por alto algunas de las operaciones más vitales que había visto: el temor de ser atrapado en una situación que podría costarle su cargo y su vida era más fuerte que su lealtad a la Alianza. Pero entonces, hace tres días, pudo echarle un vistazo a un calendario operaciones de la Armada Imperial.
Por fin, Ab'Lon tenía la oportunidad de suministrar a la Alianza un poco de información vital, pero era arriesgado en el mejor de los casos. Ese tipo de información siempre tenía controles de seguridad y alarmas para evitar que alguien hiciera lo que iba a intentar, y sus habilidades soslayando códigos de seguridad no eran aún peores que su habilidad para esquivar cazas TIE. Sin embargo, era una oportunidad que no podía dejar pasar.
Al menos esa era su forma de pensar hasta esa mañana, cuando un Destructor Estelar Imperial que escoltaba a una nave calabozo llegó a la órbita. Ambas naves comenzaron inmediatamente a mandar a tierra naves ligeras y lanzaderas y a lanzar naves de patrulla. En cuestión de minutos, el imperio controlaba Lktim, una de las ciudades más grandes de Bothawui. Decidido a no ser tomado prisionero, Ab'Lon puso en marcha su planificado y ensayado plan de fuga. Fue entonces cuando se encontró con los cazas TIE que patrullaban.
Retrospectivamente, se preguntó si no había sido la paranoia y la mala sincronización lo que le había metido en esa situación. Después de todo, pensó, en el planeta había presos políticos en espera de transporte. De todos modos, Fuip todavía llevaba los planes y aunque se olvidase el encuentro, aún podía completar la misión entregando los planos en persona. Se preguntaba cómo sería recibido por la Alianza.
Un débil ruido de gorgoteo, seguido de una serie de pitidos y silbidos, que terminó con un fuip, devolvió a Ab'Lon a la realidad.
-Espera -gruñó mientras se soltaba los arneses y se levantaba del asiento-. Voy para allá.
Pasó por la puerta de la cabina a la ricamente decorada cámara de recreo, y se volvió hacia el área de mantenimiento. Fuip se las había arreglado de algún modo para descender por la escotilla del nivel inferior de mantenimiento y ya estaba evaluando los daños cuando llegó Ab'Lon.
-¿Es muy grave? -preguntó tentativamente, asomando la cabeza por la escotilla abierta. Un nauseabundo vapor negro azulado se abrió paso a su nariz, lo que le obligó a sacudir la cabeza hacia atrás en un gesto medio gruñido, medio tos.
Fuip gorgoteaba, pitó y silbó durante un tiempo molestamente largo antes de su fuip final. Aunque Ab'Lon no podía seguir mucha de la jerga técnica, el problema básico era claro. La unidad subluz estaba dañada más allá de su capacidad de reparación, y algunas de las vías de comandos entre el sistema del hiperimpulsor y el ordenador de navegación habían sido dañadas durante la batalla.
-Así que básicamente lo que estás diciendo -comenzó Ab'Lon, con el pelaje a lo largo de su cuello erizado-, es que puede que no lleguemos a Piroket. Y para empeorar las cosas, si llegamos allí no tendremos un motor subluz con el que maniobrar.
El androide emitió un pitido afirmativo, seguido de un débil fuip. El silencio flotó en el aire como Ab'Lon se sentó, mirando fijamente la maraña de cables, tubos y cilindros, buscando alguna manera de salir de esta deplorable situación. Maldijo en silencio al Imperio y sus pilotos de TIE.

***

Un débil gemido, seguido de fuip, terminó con la última esperanza de Ab'Lon de reparar el sistema del motor. Habían trabajado durante casi tres horas sobre esquemas de la nave y en registros experimentales de hiperimpulsores buscando cualquier método concebible del parchear el sistema y hacer que el motor subluz funcionase de nuevo. Podrían hacerlo, pero no sin sobrecargar el generador de impulso, desmantelar el hiperimpulsor, y salir fuera de la nave. Todo lo cual significaba que la tarea era imposible.
Incluso si pudiera conseguir que el sistema de impulsión funcionase de nuevo, ¿donde podía detenerse para hacer reparaciones en una lanzadera clase Embajador robada? El Imperio seguramente ya tendría exploradores buscándole por toda la galaxia; la base rebelde en Tao-Grant era su única esperanza.
Las orejas puntiagudas Ab'Lon comenzaron a temblar y el pelaje a lo largo de su nuca se onduló de forma errática. Con un gruñido y un grave retumbar desde el fondo de su garganta, comenzó a pasearse de un lado a otro. Fuip lo vio caminar en silencio hacia la cámara de recreo y de vuelta a la escotilla de mantenimiento; el pequeño droide orientaba su cúpula plateada y gris siguiendo cada movimiento de su amo.
El ordenador de navegación marcó que faltaban 10 minutos hasta el sistema Piroket. En silencio, tratando de contener su frustración y creciente rabia, Ab'Lon ayudó a salir de la escotilla de mantenimiento al gruñón droide. Dirigió a Fuip a la consola del ordenador de navegación y se colocó entre él y los dos asientos. El droide ululó, gimió, e hizo fuip, pero Ab'Lon no parecía estar prestando mucha atención. Pulsó el interruptor de la computadora de navegación varias veces antes de que finalmente se encendiese.
-No sé lo que vamos a hacer -gruñó finalmente-. Esperemos que lleguemos a Piroket -dijo mientras revisaba las pantallas del ordenador de navegación. Gran parte de la red de control había quedado inoperativa desde su salto inicial, y no tenía forma de calcular ninguna coordenada distinta de las que Fuip había introducido.
-Tres minutos para salir -dijo, más para sí mismo que para Fuip, mientras se movía hacia el asiento del piloto. Se detuvo en mitad de la zancada y miró al pequeño droide-. ¿Podrías llevarnos a Tao-Grant si desacoplamos el ordenador de navegación? -preguntó vacilante.
Después de unos 30 segundos de silencio, el pequeño droide respondió con una serie de silbidos que Ab'Lon sólo podía traducir como “tal vez”.
-Vale la pena intentarlo -dijo mientras se sentaba y alcanzaba el arnés de seguridad-. Tan pronto como hayamos...
Ab'Lon salió despedido hacia delante y se estrelló contra los paneles de control cuando la lanzadera salió del hiperespacio con una sacudida. Los sonidos de equipo chocando y huesos fracturándose llenaron la cabina. Cayó al suelo en una masa rota, semi-inconsciente.
Fuip dejó escapar una serie de gritos agudos, seguido de un grave gemido y una corta cadena de fuips. Ab'Lon apenas oyó al pequeño droide mientras luchaba por volver a ponerse en pie, vagamente consciente de un dolor intenso en el pecho y de la sangre que le caía desde la frente sobre los ojos. Lentamente, miró al exterior de la cabina para determinar por qué estaba tan alterado el pequeño droide. Allí, eclipsando el vacío del espacio, había un planeta.
Sus ojos color violeta se abrieron de par en par y un escalofrío recorrió su espina dorsal, rizando el pelo a su paso, hasta sus temblorosas orejas puntiagudas. La niebla que nublaba su mente se aclaró rápidamente y saltó de nuevo al asiento del piloto, alcanzando los controles dañados y haciendo caso omiso de las protestas de su maltrecho cuerpo.
Instintivamente, trató de hacer ascender bruscamente la nave. Entonces recordó que el motor subluz no funcionaba. La nave se sacudió violentamente -casi tirando a Ab'Lon de nuevo al suelo de la cabina- al entrar en el pozo de gravedad del planeta. Desesperado, buscó los controles de los propulsores de maniobra, encendiéndolos en un intento por liberarse. No hubo ningún cambio en la trayectoria, cuando la lanzadera golpeó la atmósfera superior, sacudiendo al maltrecho bothano hacia la parte posterior de la cabina.
-Agárrate -gritó mientras trataba de regresar al asiento del piloto-. Creo que nos vamos a estrellar.
La lanzadera descendía como un rayo y Ab'Lon hizo todo lo posible para evitar acabar disperso en pedazos por el terreno desértico de ese planeta.
-¿Estás bien ahí atrás? -gritó por encima de las estridentes alarmas y las destellantes luces de advertencia. La cabina estaba llena de ruido y molestaba a Ab'Lon.
El resoplido electrónico seguido de un grave fuip transmitió con éxito la opinión del pequeño droide acerca de las habilidades de pilotaje de Ab'Lon. Estuvo casi tentado de liberar los agarres de seguridad del droide y dejarle rebotar por de la cabina durante un tiempo, pero el suelo se acercaba rápidamente. Además, decidió, Fuip probablemente podría anclarse magnéticamente en su lugar. Un truco que le gustaría poder utilizar para mantenerse en el asiento de esa lanzadera. Habían caído al suelo de la cabina demasiadas veces... el dolor en su pecho le seguía apuñalando como una vibrocuchilla.
Encendió los propulsores de maniobra otra vez, con la esperanza de levantar el morro del transbordador y evitar que el impacto le matase. Hizo el gesto de buena esperanza, dándose cuenta de que tenía varios dedos de la mano derecha rotos al no poder extenderlos en los ángulos apropiados. Al prepararse para el impacto, maldijo una vez más al Imperio por ponerle en esa situación.

***

El deslizador corría por el terreno desértico del Mar de Dunas. Nim Bola, un hombre al que nunca le había importado demasiado la compañía de rodianos, decidió que éste olía peor al sol que en los oscuros confines de la cantina. La idea de volver a la repugnante atmósfera rango del Pozo de Carkoon no hacía que las cosas fueran precisamente mejores, pero no había muchos lugares solitarios donde encargarse de pruebas incriminatorias de forma permanente. El Sarlacc era ambas cosas.
Bola miró a las dos figuras, apiladas una encima de la otra en el único asiento de pasajeros del deslizador, y una sonrisa tocó sus rasgos llenos de arrugas por las preocupaciones. La emboscada no podría haber salido mejor. Los había atraído al callejón y Tavri hizo caer al rodiano con un solo disparo antes de que el enemigo pudiera desenfundar su arma. El barabel, por otra parte, disparó dos veces a ciegas contra Tavri y se volvió para seguir a Bola antes de que tres disparos de los blásteres deportivos de los otros y dos del bláster pesado de Tavri le hicieran caer al suelo. El pago perfecto para la venganza.
Le habían contratado para localizar un ithoriano que había estado frecuentando la cantina últimamente. La paga era muy buena y el trabajo muy fácil. Retrospectivamente, pensó que podría haber sido una buena idea advertirles de la planta carnívora que el ithoriano tenía por mascota, pero, pensó de nuevo, la sorpresa es la especia de la vida.
Bola detuvo el deslizador a unos buenos 15 metros por encima del pozo, fuera del alcance de esos condenados tentáculos. Bajó la mirada hacia las fauces rosas que aguardaban, cuyo olor casi hacía agradable la peste del rodiano.
-Bueno -dijo, mientras levantaba al más ligero de los dos y lo dejaba caer sobre el borde del deslizador-, espero que sepas mejor de lo que hueles.
Mientras observaba al rodiano rodar por el agujero hacia la garganta del Sarlacc, se preguntó muy brevemente qué les sucedía a sus víctimas. Claro que había oído rumores, pero ninguno se había demostrado de manera concluyente. Sacudió ese pensamiento, jurando no averiguarlo nunca de primera mano.
El sonido silbante de algo que se dirigía hacia él a gran velocidad trajo a Bola de vuelta a la realidad. Miró hacia el cielo, pero fuera lo que fuera, estaba oculto en la luz del segundo sol. Levantó al barabel sobre el borde del deslizador y lo dejó caer en el pozo. El pesado barabel se hundió en la arena, pero un grueso tentáculo salió disparado desde la garganta del Sarlacc y rápidamente lo arrastró más allá de los anillos de colmillos que llenaban las fauces, hacia la oscuridad más allá.
Bola buscó el equilibrio y miró hacia el cielo para echar un vistazo a la nave que descendía hacia él con tanta rapidez.
Una repentina ráfaga de aire sacudió el deslizador cuando la nave pasó a toda velocidad a no más de 20 metros por encima. Bola fue lanzado fuera del deslizador. Alargó la mano izquierda y se agarró al estribo. Aseguró su agarre y miró hacia abajo. El miedo se apoderó de él mientras colgaba sobre el Sarlacc por un brazo. Trepó de nuevo al vehículo.
Se sentó, respirando fuerte y agitado. Durante los siguientes instantes, trató de calmar su respiración y perder la idea de caer en ese repugnante pozo de muerte. En silencio, juró que nunca volvería a acercarse tanto a esa monstruosidad.
No fue hasta que escuchó la explosión que Bola se dio cuenta de que la nave que le había derribado no era alguien tratando de matarlo deliberadamente, ni niños de Anchorhead jugando. Volvió el deslizador hacia el humo que se elevaba por encima de las dunas y pisó el acelerador, con la esperanza de que eso no fuera otro error.

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