Problema droide
Chuck Sperati
Durante años, Tereb
Ab'Lon había planeado y manipulado cuidadosamente su ascenso al poder, jurando
que algún día ostentaría el título de Senador Imperial. Ese sueño se hizo
pedazos el día que el Emperador disolvió el Senado Imperial.
Cuando Ab'Lon miró a
su alrededor en la Embajada Bothana, su mirada se detuvo finalmente en su
superior inmediato, el Embajador Bothano para el Imperio, Gatrar Shey'Tyan, y
el sabor de la rebelión despertó su apetito. Vio cómo el embajador sometía
impotente al pueblo bothano bajo el gobierno de un dictador, sin embargo una
ligera sonrisa logró asomar en sus fauces.
El Imperio no duraría
para siempre, no podía hacerlo. Con un poco de suerte y mucha planificación,
esperaba ayudar a lograr un fin temprano y asegurarse para sí mismo un puesto
en el gobierno que se levantaría de sus cenizas. Una posición de poder real,
donde su nombre sería conocido por todos, y el destino de mundos enteros se
basaría en sus decisiones.
La sala del consejo
casi se había vaciado cuando la atención de Ab'Lon regresó a asuntos actuales.
Como ayudante del Embajador Bothano, sus tareas incluían no perder de vista las
estrategias y tácticas políticas de los oponentes destinadas a desacreditar a
Shey'Tyan y su posición. Una tarea que Ab’Lon despreciaba completamente, ya que
constantemente intentaba causar la caída Shey'Tyan para asumir su cargo, lo que
aumentaría su poder.
Pero ya no, pensó para
sí mismo. Después de que Ab'Lon se uniera secretamente a la Rebelión, la caída
del poder de Shey'Tyan no significaba nada. Su meta era ahora el colapso total
del Imperio. Un objetivo que comenzaría con los planes de operaciones de la
Armada Imperial que silenciosamente había introducido en los bancos de memoria
de su droide astromecánico hace dos días.
Shey'Tyan se dirigió
hacia él, con su atuendo real fluye tras él al moverse. Ab'Lon observó cómo se
acercaba y trató de ocultar la satisfacción que sentía en su interior. Mañana
se reuniría con un agente rebelde y entregaría los planes a la Alianza, el
primer paso en su ascenso final al poder. Pero hoy, la modestia y la humildad
ante su superior eran la clave para asegurar los éxitos del mañana.
***
Disparos de bláster
estallaron fuera de la cabina de la lanzadera bothawui robada. Ab'Lon se lanzó
en un tonel ajustado y reajustó la trayectoria para que coincidiera con su camino
de escape.
-Establece esas
coordenadas hiperespaciales -gruñó Ab'Lon cuando terminó la maniobra-. Soy un
diplomático, no puedo esquivar para siempre a pilotos de TIE entrenados.
Los débiles gritos de
su droide astromecánico, seguido por el habitual fuip, resonaron en la cabina.
Otra ráfaga de fuego bláster
estalló alrededor de la nave mientras Ab'Lon la dejaba caer en un picado
extremo. El pelaje alrededor de su cuello se onduló de pánico al ver impotente cómo
la pantalla del escudo deflector indicaba que comenzaba a fallar. El impulso de
la inmersión lo había empujado contra el asiento del piloto, lo que restringió
sus movimientos hasta que los compensadores inerciales se activaron con
retraso.
Sabía que una
lanzadera clase Embajador no estaba
diseñada para soportar este tipo de castigo. Por supuesto, él no estaba
capacitado para luchar contra una línea de TIEs, y menos contra un Destructor
Estelar clase Victoria. Con un poco
de suerte, podría escapar ileso de ambos.
Ab'Lon echó un rápido vistazo
a la pantalla del sensor. El Destructor Estelar estaba bordeando Bothawui Proper,
pero aún tenía que salir de órbita y perseguirle. ¿Por qué debería hacerlo?, pensó
Ab'Lon para sí mismo... sin un artillero no podía plantar batalla. Los TIEs de
patrulla eran más que suficientes para borrarle de los cielos.
Los TIEs lanzaron otra
andanada que sacudió la lanzadera. Ab'Lon trató de salir del picado trazando
una cerrada curva doble hacia babor. Rayos azules surgieron de los paneles de
control cuando varios golpes directos eliminaron los escudos e ionizaron los
controles a la vez. Perdió el control y comenzó a dar vueltas, chocando contra
uno de sus perseguidores.
El choque por detrás
dejó a ambas naves con daños menores, pero aun cuando el TIE se apartó, Ab'Lon
pudo sentir la lanzadera frenándose. Un rápido vistazo a la pantalla del impulsor,
que acababa de volver a encenderse, puso de manifiesto el problema. Una de las
líneas de refrigerante al motor subluz principal había sido cortada, causando
una parada automática del motor.
Las orejas puntiagudas
de Ab'Lon cayeron y su pelaje se onduló en una ola rápida por su cuello.
-¿El hiperimpulsor
también ha caído? -exclamó apresuradamente mientras exploraba las pantallas de
control en busca de cualquier cosa que pudiera ayudarle a salir de esa
situación.
Después de una breve
pausa, una serie decididamente negativa de trinos, clics y silbidos -seguidos
de un fuip- vino del droide en la consola del ordenador de navegación por detrás
de su hombro izquierdo.
Rápidamente, Ab'Lon
comprobó los sensores. Los TIEs habían dado media vuelta y se acercaban
rápidamente, pero el Destructor Estelar no había hecho más que empezar la persecución.
La lanzadera todavía estaba a unos buenos 30 segundos del alcance del rayo
tractor.
-Lanzadera no
identificada, aquí el Destructor Estelar Temerit
-dijo con orgullo una voz ampulosa fluyendo a través del comunicador-. Se le
ordena rendirse de inmediato.
No había duda de la
intención tácita detrás de esas palabras frías, y mecánicas en caso de que
intentase cualquier otra cosa.
-¿Aún no están listas las
coordenadas? -gritó expectante. Puede que la lanzadera estuviera muerta en el
espacio, pensó, pero el hiperimpulsor todavía estaba operativo. Si pudiera dar
el salto al hiperespacio antes de que el Temerit
lo capturara en su rayo tractor...
Un silbido afirmativo,
seguido de un fuip, era precisamente lo que había estado esperando. Una leve
sonrisa apareció en sus labios.
-Agárrate -le gritó de
nuevo al pequeño droide-. Voy a dar el salto.
Los trinos de
protesta, seguidos de un gemido y una serie de fuips de pánico, fueron
totalmente desatendidos. Ab'Lon hizo el antiguo gesto bothano de buena
esperanza, y tiró de la palanca del hipermotor.
***
Nim Bola giró a la
izquierda al salir de la cantina de Mos Eisley y pasó por delante de la pequeña
multitud reunida afuera. Podía ver la cabeza de un barabel sobresalir medio
metro por encima del resto del grupo y sabía que su compañero rodiano tenía que
estar cerca. No había duda de que iban a tratar de seguir de forma encubierta a
Bola, pero no había ninguna razón para hacerles saber que se había dado cuenta.
Pasó con aire casual junto a la pila de basura de la comunidad y se dirigió a su
oficina.
En un movimiento
grácil, Bola apartó de su cara un mechón de pelo dorado agitado por el viento y
encendió el pequeño comunicador atado a su cuello.
-Tenías razón -susurró
en el comunicador-, es una traición. -Se despidió con un gesto casual de un par
de jawas de una tienda de droides cercana-. Voy a llevarles por el callejón
opuesto al lado oeste del hotel -susurró, mirando por encima del hombro y
ganando velocidad-. Prepárate para recibirles allí.
Tiró de su chaqueta
gris desgastada por el tiempo para ajustarla ante la helada brisa nocturna que
comenzaba a levantarse.
-Frío, oscuro y
abandonado -murmuró para sí mientras sus pasos aceleraban con ritmo uniforme-. El
momento perfecto para una emboscada, especialmente cuando no eres tú el que va
a ser emboscado.
Una sonrisa apareció
en sus labios mientras empezaba a correr por el callejón, echando una rápida
mirada atrás. En ese momento, los dos cazadores de recompensas echaron a correr
a toda velocidad, directamente hacia él. Vamos,
pensó para sí, venid a por mí.
***
Las familiares estelas
fluían en el cielo moteado del hiperespacio y una leve sonrisa cruzó los rasgos
de Ab'Lon, una expresión que parecía más un gruñido que una sonrisa.
-Fuip, calcula y
establece las coordenadas para hacer un segundo salto desde el sistema Piroket
al sistema Tao-Grant -dijo, llenando sus pulmones con el alivio de la fuga en cada
respiración-. Hay una célula de la Alianza establecida en la segunda luna del
gigante de gas solitario del sistema.
Ab'Lon miró alrededor en la cabina de la
lanzadera robada y frunció el ceño, la piel de su cara se puso de punta y su
nariz tembló nerviosamente.
-No quiero que el Imperio sea capaz de rastrearnos -dijo
pensativo. En sus 12 años en la política, había visto a demasiados líderes bothanos
bajar la guardia y cometer errores, sólo para perder su posición y, a menudo,
sus vidas-. Establece las coordenadas de dos saltos cortos después de Piroket,
lejos de Tao-Grant, y luego un tercero hacia allí.
Un silbido afirmativo
y un fuip fluyeron por la cabina. Ab'Lon no pudo menos que permitirse una
sonrisa cordial, una terrorífica expresión con colmillos que parecía más
adecuada para transmitir horror que felicidad. La pequeña unidad Erredós,
apodada Erredós-ZetaUno, conocida también como Fuip, ni siquiera se daba cuenta
de que hacía ese ruido. Seis técnicos imperiales e innumerables técnicos de
reparación de droides bothanos habían intentado, sin éxito, reparar ese mal
funcionamiento. La tarea fue finalmente abandonada y ese "fuip" quedó
catalogado como un defecto de diseño.
Ab'Lon había adquirido
el pequeño droide justo cuando iba a ser devuelto y desmantelado. Como bothano,
podía ver las evidentes ventajas de contar con un droide personal que casi todo
el mundo encontraba molesto, sobre todo el Imperio, con su remilgada y digna
devoción por la perfección. Más tarde descubrió que el droide resultó ser
persistentemente leal y muy fácil de seguir la pista.
Fuip demostró ser
invaluable después de que Ab'Lon se uniera secretamente a la Alianza Rebelde.
Su posición como asesor principal del Embajador Bothano para el Imperio le
había dado acceso a ciertos archivos de Inteligencia Imperial que pudo
introducir tranquilamente en el sistema de memoria del pequeño droide, guardándolos
para transmisiones posteriores.
Durante casi dos años
había estado enviando información útil a los rebeldes, pero nada más. A menudo
había pasado por alto algunas de las operaciones más vitales que había visto:
el temor de ser atrapado en una situación que podría costarle su cargo y su
vida era más fuerte que su lealtad a la Alianza. Pero entonces, hace tres días,
pudo echarle un vistazo a un calendario operaciones de la Armada Imperial.
Por fin, Ab'Lon tenía
la oportunidad de suministrar a la Alianza un poco de información vital, pero
era arriesgado en el mejor de los casos. Ese tipo de información siempre tenía
controles de seguridad y alarmas para evitar que alguien hiciera lo que iba a
intentar, y sus habilidades soslayando códigos de seguridad no eran aún peores
que su habilidad para esquivar cazas TIE. Sin embargo, era una oportunidad que
no podía dejar pasar.
Al menos esa era su
forma de pensar hasta esa mañana, cuando un Destructor Estelar Imperial que escoltaba
a una nave calabozo llegó a la órbita. Ambas naves comenzaron inmediatamente a mandar
a tierra naves ligeras y lanzaderas y a lanzar naves de patrulla. En cuestión
de minutos, el imperio controlaba Lktim, una de las ciudades más grandes de
Bothawui. Decidido a no ser tomado prisionero, Ab'Lon puso en marcha su planificado
y ensayado plan de fuga. Fue entonces cuando se encontró con los cazas TIE que
patrullaban.
Retrospectivamente, se
preguntó si no había sido la paranoia y la mala sincronización lo que le había
metido en esa situación. Después de todo, pensó, en el planeta había presos
políticos en espera de transporte. De todos modos, Fuip todavía llevaba los
planes y aunque se olvidase el encuentro, aún podía completar la misión
entregando los planos en persona. Se preguntaba cómo sería recibido por la
Alianza.
Un débil ruido de gorgoteo,
seguido de una serie de pitidos y silbidos, que terminó con un fuip, devolvió a
Ab'Lon a la realidad.
-Espera -gruñó
mientras se soltaba los arneses y se levantaba del asiento-. Voy para allá.
Pasó por la puerta de
la cabina a la ricamente decorada cámara de recreo, y se volvió hacia el área
de mantenimiento. Fuip se las había arreglado de algún modo para descender por
la escotilla del nivel inferior de mantenimiento y ya estaba evaluando los
daños cuando llegó Ab'Lon.
-¿Es muy grave?
-preguntó tentativamente, asomando la cabeza por la escotilla abierta. Un
nauseabundo vapor negro azulado se abrió paso a su nariz, lo que le obligó a
sacudir la cabeza hacia atrás en un gesto medio gruñido, medio tos.
Fuip gorgoteaba, pitó
y silbó durante un tiempo molestamente largo antes de su fuip final. Aunque
Ab'Lon no podía seguir mucha de la jerga técnica, el problema básico era claro.
La unidad subluz estaba dañada más allá de su capacidad de reparación, y
algunas de las vías de comandos entre el sistema del hiperimpulsor y el
ordenador de navegación habían sido dañadas durante la batalla.
-Así que básicamente
lo que estás diciendo -comenzó Ab'Lon, con el pelaje a lo largo de su cuello
erizado-, es que puede que no lleguemos a Piroket. Y para empeorar las cosas,
si llegamos allí no tendremos un motor subluz con el que maniobrar.
El androide emitió un
pitido afirmativo, seguido de un débil fuip. El silencio flotó en el aire como
Ab'Lon se sentó, mirando fijamente la maraña de cables, tubos y cilindros,
buscando alguna manera de salir de esta deplorable situación. Maldijo en
silencio al Imperio y sus pilotos de TIE.
***
Un débil gemido,
seguido de fuip, terminó con la última esperanza de Ab'Lon de reparar el
sistema del motor. Habían trabajado durante casi tres horas sobre esquemas de
la nave y en registros experimentales de hiperimpulsores buscando cualquier
método concebible del parchear el sistema y hacer que el motor subluz funcionase
de nuevo. Podrían hacerlo, pero no sin sobrecargar el generador de impulso,
desmantelar el hiperimpulsor, y salir fuera de la nave. Todo lo cual significaba
que la tarea era imposible.
Incluso si pudiera
conseguir que el sistema de impulsión funcionase de nuevo, ¿donde podía detenerse
para hacer reparaciones en una lanzadera clase Embajador robada? El Imperio seguramente ya tendría exploradores
buscándole por toda la galaxia; la base rebelde en Tao-Grant era su única
esperanza.
Las orejas puntiagudas
Ab'Lon comenzaron a temblar y el pelaje a lo largo de su nuca se onduló de
forma errática. Con un gruñido y un grave retumbar desde el fondo de su
garganta, comenzó a pasearse de un lado a otro. Fuip lo vio caminar en silencio
hacia la cámara de recreo y de vuelta a la escotilla de mantenimiento; el
pequeño droide orientaba su cúpula plateada y gris siguiendo cada movimiento de
su amo.
El ordenador de
navegación marcó que faltaban 10 minutos hasta el sistema Piroket. En silencio,
tratando de contener su frustración y creciente rabia, Ab'Lon ayudó a salir de
la escotilla de mantenimiento al gruñón droide. Dirigió a Fuip a la consola del
ordenador de navegación y se colocó entre él y los dos asientos. El droide
ululó, gimió, e hizo fuip, pero Ab'Lon no parecía estar prestando mucha
atención. Pulsó el interruptor de la computadora de navegación varias veces
antes de que finalmente se encendiese.
-No sé lo que vamos a
hacer -gruñó finalmente-. Esperemos que lleguemos a Piroket -dijo mientras
revisaba las pantallas del ordenador de navegación. Gran parte de la red de
control había quedado inoperativa desde su salto inicial, y no tenía forma de
calcular ninguna coordenada distinta de las que Fuip había introducido.
-Tres minutos para salir
-dijo, más para sí mismo que para Fuip, mientras se movía hacia el asiento del
piloto. Se detuvo en mitad de la zancada y miró al pequeño droide-. ¿Podrías
llevarnos a Tao-Grant si desacoplamos el ordenador de navegación? -preguntó
vacilante.
Después de unos 30
segundos de silencio, el pequeño droide respondió con una serie de silbidos que
Ab'Lon sólo podía traducir como “tal vez”.
-Vale la pena
intentarlo -dijo mientras se sentaba y alcanzaba el arnés de seguridad-. Tan
pronto como hayamos...
Ab'Lon salió despedido
hacia delante y se estrelló contra los paneles de control cuando la lanzadera
salió del hiperespacio con una sacudida. Los sonidos de equipo chocando y
huesos fracturándose llenaron la cabina. Cayó al suelo en una masa rota, semi-inconsciente.
Fuip dejó escapar una
serie de gritos agudos, seguido de un grave gemido y una corta cadena de fuips.
Ab'Lon apenas oyó al pequeño droide mientras luchaba por volver a ponerse en
pie, vagamente consciente de un dolor intenso en el pecho y de la sangre que le
caía desde la frente sobre los ojos. Lentamente, miró al exterior de la cabina
para determinar por qué estaba tan alterado el pequeño droide. Allí, eclipsando
el vacío del espacio, había un planeta.
Sus ojos color violeta
se abrieron de par en par y un escalofrío recorrió su espina dorsal, rizando el
pelo a su paso, hasta sus temblorosas orejas puntiagudas. La niebla que nublaba
su mente se aclaró rápidamente y saltó de nuevo al asiento del piloto,
alcanzando los controles dañados y haciendo caso omiso de las protestas de su
maltrecho cuerpo.
Instintivamente, trató
de hacer ascender bruscamente la nave. Entonces recordó que el motor subluz no
funcionaba. La nave se sacudió violentamente -casi tirando a Ab'Lon de nuevo al
suelo de la cabina- al entrar en el pozo de gravedad del planeta. Desesperado,
buscó los controles de los propulsores de maniobra, encendiéndolos en un
intento por liberarse. No hubo ningún cambio en la trayectoria, cuando la
lanzadera golpeó la atmósfera superior, sacudiendo al maltrecho bothano hacia
la parte posterior de la cabina.
-Agárrate -gritó
mientras trataba de regresar al asiento del piloto-. Creo que nos vamos a
estrellar.
La lanzadera descendía
como un rayo y Ab'Lon hizo todo lo posible para evitar acabar disperso en
pedazos por el terreno desértico de ese planeta.
-¿Estás bien ahí
atrás? -gritó por encima de las estridentes alarmas y las destellantes luces de
advertencia. La cabina estaba llena de ruido y molestaba a Ab'Lon.
El resoplido
electrónico seguido de un grave fuip transmitió con éxito la opinión del pequeño
droide acerca de las habilidades de pilotaje de Ab'Lon. Estuvo casi tentado de
liberar los agarres de seguridad del droide y dejarle rebotar por de la cabina durante
un tiempo, pero el suelo se acercaba rápidamente. Además, decidió, Fuip
probablemente podría anclarse magnéticamente en su lugar. Un truco que le gustaría
poder utilizar para mantenerse en el asiento de esa lanzadera. Habían caído al
suelo de la cabina demasiadas veces... el dolor en su pecho le seguía apuñalando
como una vibrocuchilla.
Encendió los
propulsores de maniobra otra vez, con la esperanza de levantar el morro del
transbordador y evitar que el impacto le matase. Hizo el gesto de buena
esperanza, dándose cuenta de que tenía varios dedos de la mano derecha rotos al
no poder extenderlos en los ángulos apropiados. Al prepararse para el impacto, maldijo
una vez más al Imperio por ponerle en esa situación.
***
El deslizador corría
por el terreno desértico del Mar de Dunas. Nim Bola, un hombre al que nunca le
había importado demasiado la compañía de rodianos, decidió que éste olía peor al
sol que en los oscuros confines de la cantina. La idea de volver a la repugnante
atmósfera rango del Pozo de Carkoon no hacía que las cosas fueran precisamente mejores,
pero no había muchos lugares solitarios donde encargarse de pruebas
incriminatorias de forma permanente. El Sarlacc era ambas cosas.
Bola miró a las dos
figuras, apiladas una encima de la otra en el único asiento de pasajeros del
deslizador, y una sonrisa tocó sus rasgos llenos de arrugas por las preocupaciones.
La emboscada no podría haber salido mejor. Los había atraído al callejón y Tavri
hizo caer al rodiano con un solo disparo antes de que el enemigo pudiera
desenfundar su arma. El barabel, por otra parte, disparó dos veces a ciegas
contra Tavri y se volvió para seguir a Bola antes de que tres disparos de los
blásteres deportivos de los otros y dos del bláster pesado de Tavri le hicieran
caer al suelo. El pago perfecto para la venganza.
Le habían contratado
para localizar un ithoriano que había estado frecuentando la cantina
últimamente. La paga era muy buena y el trabajo muy fácil. Retrospectivamente, pensó
que podría haber sido una buena idea advertirles de la planta carnívora que el
ithoriano tenía por mascota, pero, pensó de nuevo, la sorpresa es la especia de
la vida.
Bola detuvo el
deslizador a unos buenos 15
metros por encima del pozo, fuera del alcance de esos condenados
tentáculos. Bajó la mirada hacia las fauces rosas que aguardaban, cuyo olor
casi hacía agradable la peste del rodiano.
-Bueno -dijo, mientras
levantaba al más ligero de los dos y lo dejaba caer sobre el borde del deslizador-,
espero que sepas mejor de lo que hueles.
Mientras observaba al
rodiano rodar por el agujero hacia la garganta del Sarlacc, se preguntó muy brevemente
qué les sucedía a sus víctimas. Claro que había oído rumores, pero ninguno se
había demostrado de manera concluyente. Sacudió ese pensamiento, jurando no
averiguarlo nunca de primera mano.
El sonido silbante de
algo que se dirigía hacia él a gran velocidad trajo a Bola de vuelta a la
realidad. Miró hacia el cielo, pero fuera lo que fuera, estaba oculto en la luz
del segundo sol. Levantó al barabel sobre el borde del deslizador y lo dejó
caer en el pozo. El pesado barabel se hundió en la arena, pero un grueso
tentáculo salió disparado desde la garganta del Sarlacc y rápidamente lo
arrastró más allá de los anillos de colmillos que llenaban las fauces, hacia la
oscuridad más allá.
Bola buscó el
equilibrio y miró hacia el cielo para echar un vistazo a la nave que descendía
hacia él con tanta rapidez.
Una repentina ráfaga
de aire sacudió el deslizador cuando la nave pasó a toda velocidad a no más de 20 metros por encima.
Bola fue lanzado fuera del deslizador. Alargó la mano izquierda y se agarró al
estribo. Aseguró su agarre y miró hacia abajo. El miedo se apoderó de él
mientras colgaba sobre el Sarlacc por un brazo. Trepó de nuevo al vehículo.
Se sentó, respirando
fuerte y agitado. Durante los siguientes instantes, trató de calmar su
respiración y perder la idea de caer en ese repugnante pozo de muerte. En
silencio, juró que nunca volvería a acercarse tanto a esa monstruosidad.
No fue hasta que
escuchó la explosión que Bola se dio cuenta de que la nave que le había
derribado no era alguien tratando de matarlo deliberadamente, ni niños de
Anchorhead jugando. Volvió el deslizador hacia el humo que se elevaba por
encima de las dunas y pisó el acelerador, con la esperanza de que eso no fuera
otro error.
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