martes, 6 de noviembre de 2012

Misión a Zila (y III)


-¡Alex! –exclamó Shana Turi, saludando a su amiga-. Puntual... ¡como de costumbre! -exclamó.
-¡Siempre puedes contar conmigo! Hola, Shana. -Alex la saludó con un abrazo-. ¿Tuviste algún problema para conseguir la tarde libre? -le preguntó.
-No. Sólo les dije que iba a almorzar con mi buena amiga Alex y su padre, nuestro Gobernador Imperial.
-¡Cómo te gusta presumir de amistades! -se rió Alex-. ¡Venga, vamos! -dijo mientras en el deslizador terrestre de Shana.
-No te esperaba hasta dentro de otros 10 días. Dime, ¿es sólo una coincidencia que hayas venido con tu padre?
-No del todo.
-Yo no lo creo. A decir verdad, Alex, me sorprendió cuando me enteré de que iba a venir a Zila.
-Asuntos imperiales. Por eso pensé en acompañarle -explicó Alex-. Padre espera poder apaciguar a los lugareños. Realmente no entró en detalles, pero, ¿que ha estado sucediendo aquí desde mi última visita?
-¿Notas algo? -preguntó Shana mientras el deslizador avanzaba rápidamente por el centro urbano de Zila.
-Parece que tenéis muchos más imperiales en la ciudad. ¿Están simplemente de visita, o crees que van a quedarse por un tiempo?
-Espera un momento y creo que podré responder a esa pregunta. Comprueba el paquete que hay en mi maletín.
Alex estudió los holos que habían proporcionado los miembros de la célula de la resistencia de Shana.
-¿Estas imágenes fueron tomadas en el puerto espacial?
Shana asintió.
-A última hora de la tarde de ayer.
-¿Alguna idea de qué son estas unidades modulares? -preguntó, aunque a partir de su propio conocimiento del equipo Imperial pudo hacer una suposición bastante fundada. Y no le gustó ni un pelo.
-No. Pero han sido trasladadas a las montañas.
¿A quién, o a qué, tiene previsto el Imperio proteger en Zila con un defensor planetario?, se preguntó Alex.
Veinte minutos más tarde, Shana detuvo el deslizador terrestre a la cima del Monte Berin en las afueras de Zila. Desde su cima, las jóvenes pudieron ver la antigua ciudad extendiéndose ante ellas. Más allá de las viejas torres de piedra que se alineaban en la costa de Zila, el Mar Cabalia era una alfombra infinita de azul hasta el horizonte.
Shana entregó a Alex los macrobinoculares.
-Comprueba el panorama en 0-1-0 -dijo.
-¡Vaya!
En lo alto de una montaña al este, droides de construcción estaban ocupados creando una guarnición imperial. Grúas montadas sobre los droides izaban secciones de las unidades prefabricadas que se veían comúnmente en las bases de todo el Imperio. Técnicos y personal de apoyo correteaba por el recinto, comprobando el trabajo en curso.
-Cuartel General Imperial, Sector Sur -dijo Shana.
Alex meneó la cabeza.
-No es de extrañar que el consejero Baro quiera garantías acerca de los objetivos del Imperio aquí -comentó Alex.
-Mira hacia el extremo occidental...
-¿Qué es eso?
-Instalaciones de almacenamiento. Ahí es donde se trasladaron esas unidades.
Alex frunció el ceño. ¿APK V-150 almacenados? Qué extraño, pensó, mientras estudiaba el resto del complejo.
-Y veo que también están construyendo una plataforma de aterrizaje de lanzaderas. Bastante ocupados, ¿verdad? -dijo sarcásticamente.
-Los equipos han estado trabajando allí desde anoche -le dijo Shana.
-¿Qué hay de la seguridad?
-Dos pelotones de soldados exploradores, además de una compañía de soldados de asalto.
Alex hizo una mueca para sus adentros y se preguntó qué estaban planeando los imperiales.
-De acuerdo. Continúa documentando todo el tráfico hacia y desde la montaña, todos los horarios, los cambios de turno... ya conoces la rutina. También necesitaré holos de la base. Nuestra gente querrá echarle un vistazo a esto.
-Los tendrás hoy antes de que te vayas -le dijo Shana haciendo arrancar el deslizador terrestre de nuevo.
Alex echó un último vistazo a las estructuras en construcción antes de que tomasen una curva. Un sentimiento de temor se apoderó de ella, y el aire de repente parecía frío...
La visión de la ladera de una montaña nevada llenó su conciencia. Era una visión que había tenido muchas veces, pero nunca con tanto detalle... dos figuras, vestidas de blanco, eran apenas visibles contra el telón de fondo blanco. El viento aullaba. La nieve se arremolinaba a su alrededor. Descendían haciendo rappel por el costado de la montaña, deteniéndose en una repisa que no sobresalía más de medio metro.
De repente, una fuerte ráfaga de viento sopló. Alex sintió cómo caía de espaldas, deslizándose por la cara de la montaña. Trato de agarrar la lisa superficie de hielo. Pero no había nada a lo que agarrarse.
Entonces, unas palabras que nadie había pronunciado penetraron en su ser... calma, ten calma.
Pasaron unos segundos. La cuerda se tensó. Tenía miedo de mirar hacia arriba, miedo de que cualquier movimiento pudiera hacer que la cuerda se soltara de cualquiera que fuese el débil agarre que la tenía sujeta.
En algún lugar, por encima del aullante viento, escuchó una voz que la llamaba por su nombre.
-Alex –dijo-, toma mi mano.
-¡No... no puedo! -sollozó.
-Puedes hacerlo –dijo él.
Levantó la vista hacia la figura que la llamaba. Encaramado más o menos a metro y medio por encima de su cabeza estaba un hombre al que había visto en muchos sueños... un hombre con cabello castaño claro como la arena y ojos azules. Estaba inclinado hacia abajo, estirando su mano hacia la de ella.
-Toma mi mano -dijo de nuevo, con voz casi hipnótica.
Alex movió lentamente un brazo por encima de su cabeza. Con todas sus fuerzas, estiró la mano por la pendiente helada hasta que sus dedos se tocaron.
Sintió que una energía la rodeaba... parecía atraerla más hacia él. Él la agarró con fuerza de la mano y la subió a su lado.
Ambos se presionaron contra la ladera de la montaña, tratando de recuperar el aliento. Le dolía cada músculo de su cuerpo, pero ella cobró fuerzas a partir de la energía que fluía de la presencia del hombre. No se parecía a nada de lo que jamás había sentido antes.
-¿Estás bien? -le preguntó él.
Ella asintió con la cabeza.
-Estoy bien...
El bramido de un trueno lejano devolvió a Alex al presente. Shana la estaba mirando, con una mirada de preocupación en su rostro.
-¡Alex, estás temblando! ¿Estás bien?
Se las arregló para asentir con la cabeza mientras se limpiaba el sudor de la frente. Sentía tanto frío, como si realmente acabara de estar en esa ladera nevada. Respiró hondo varias veces y cerró los ojos.
¿Dónde estaba esa montaña? ¿Por qué dominaba sus sueños? ¿Y quién era ese hombre? ¿Por qué le parecía tan familiar?
¿Quién eres?

***

-Alex -dijo Magir Paca-, parece que has traído algunos artículos interesantes de Zila. -Examinó los rostros de los líderes de la resistencia que se habían reunido en el centro de operaciones-. Si no hay objeciones, comencemos con tu informe.
-Sí, Alex. ¿Alguna idea de qué son esas unidades modulares que el Imperio ha trasladado a Zila? -preguntó el Dr. Carl Barzon, señalando a los holos que habían pasado de mano en mano por la mesa de conferencias.
-Sí -añadió Desto Mayda-. ¿Por qué este aumento de la actividad en torno a Zila?
-Justo al norte de la ciudad, el Imperio está construyendo una gran base nueva. Han guardado las unidades en una instalación de almacenamiento... aquí -dijo, señalando al segundo grupo de holos que estaba circulando por la mesa-. Y me duele decir esto, señores -les dijo Alex-, pero esas unidades modulares parecen piezas de un defensor planetario V-150.
-¿Qué? -gritó Mayda, con el rubor rojo brillante de la ira subiendo a sus mejillas.
Barzon cerró los ojos y se pasó una mano por la frente, sin querer creer lo que acababa de oír.
-Dair, ¿puedes confirmar eso? -preguntó Paca.
-Alex tiene razón sobre los holos. Las unidades que los imperiales están almacenando en Zila son piezas para un APK V-150... un cañón iónico pesado. Pero esas armas no son para defender Zila. -Hizo una pausa, mirando uno a uno todos los rostros-. Lo instalarán en el centro minero.
Hubo un jadeo audible en la habitación.
-¿Un cañón iónico pesado? ¿Aquí mismo, en Ariana? -exclamó finalmente Mayda.
Dair asintió mientras sus amigos trataban de digerir esta información.
-Tengo una buena noticia -les dijo.
-¡Bueno, ciertamente nos vendría bien alguna! -dijo Paca, con la esperanza de aligerar el ánimo de esas personas que habían trabajado tan duro para poner fin a la dominación imperial de su mundo.
Ojos esperanzados se centraron en Dair.
-Se han topado con un pequeño problema –explicó-. Tienen que esperar hasta que les llegue un taladro de plasma para poder excavar el pozo que alberga el reactor.
Bueno, eso era una buena noticia, más o menos.
-¿Por qué están almacenando las unidades en Zila? -preguntó el Dr. Barzon.
-Decidieron que Zila estaba más aislado. Lejos de la actividad de la resistencia que ha plagado Ariana -dijo Dair al grupo.
Mayda asentía lentamente con la cabeza, mientras una sonrisa agrietó su rostro arrugado menos por la edad que por el estrés.
-Y Zila no ha visto a ese tipo de actividad -dijo con calma.
Aún no, pensó Alex. Podía sentir las mentes trabajando. La resistencia no tardaría en hacer notar su presencia en Zila.
-Nueva base en Zila, más defensas en las minas... suena como si el Imperio se estuviera afianzando aquí en Garos -observó Barzon.
-No, no lo creo, doctor. Con la inminente caída de Coruscant, estamos escuchando muchas habladurías en el cuartel -dijo Dair-. Pero el sentimiento general parece ser que el Imperio está reforzando la seguridad aquí el tiempo suficiente para conseguir que se transporte el mineral desde las minas hasta su centro de investigación secreta.
-Entonces, ¿crees que van a evacuar Garos? -preguntó Paca.
-Si hay algún indicio de que la Nueva República se dirige hacia aquí, creo que veremos una retirada masiva de personal.
-¿Cuando está prevista la entrega de ese taladro de plasma? -preguntó Mayda.
-No hay nada definido, pero la charla en el comunicador parece indicar que no se puede esperar nada durante al menos dos semanas. Hay otro asunto inminente... una cita en la Zona Fronteriza -explicó Dair.
-¿Una cita? –repitió Paca.
Dair asintió solemnemente. Como si no hubieran oído suficientes malas noticias.
-Se rumorea que un gran almirante ha regresado de las Regiones Desconocidas. Está reorganizando la flota.
-¿Un gran almirante? ¡Que la Fuerza nos acompañe! -exclamó Mayda.
Alex sintió las ondas de choque provocadas por todas las mentes de la sala reaccionando a ese terrible anuncio. Al igual que los demás, se quedó atónita. Los rumores del avance de la Nueva República hacia Coruscant habían dado a los luchadores por la libertad de Garos IV esperanza de que la ayuda estuviera en camino. Ahora, otra amenaza oscurecía su visión de un Garos libre. ¿Cuánto tiempo permanecería su mundo en manos imperiales?
Paca habló finalmente.
-Está bien, amigos míos. Me temo que tendremos que dejar que la Nueva República se preocupe por ese gran almirante.
-Debemos concentrar nuestros esfuerzos en los imperiales de aquí -coincidió el Dr. Barzon.
-Supongamos que tenemos esas dos semanas antes de que se entregue el taladro de plasma -dijo Paca-. Nunca sospecharán un ataque a esa base de Zila.
-¿Pueden nuestros operativos de allí destruir las unidades de la instalación de almacenamiento? -preguntó Mayda.
-No están equipados para una misión como ésa -dijo Paca.
-¿Qué podemos hacer para ayudar? -preguntó Dair.
-Desto, organice a nuestra gente para que comience a trasladarse a Zila inmediatamente.
Mayda asintió con la cabeza, haciendo una nota en su cuaderno de datos.
-Alex, ¿cuándo volverás a visitar a nuestra amiga? -preguntó Paca.
-Dentro de ocho días.
-Puedes entregar algunas armas para nuestra gente en Zila. Me pondré en contacto con nuestro hombre en el espaciopuerto y haré que tu aerodeslizador esté preparado con algunos extras.
-Está bien.
Paca recogió los holos de la mesa, mirándolos pensativamente.
-No creo que el Imperio tenga que preocuparse por la entrega de ese taladro plasma. -Negó con la cabeza lentamente-. No tendrán ningún cañón iónico que instalar en el centro minero de todos modos.

***

Alex estaba sentada en el centro de operaciones de la resistencia en Ariana. Habría querido ayudar a sus compañeros en Zila, pero Paca estaba convencido de que su presencia allí por tercera vez en dos semanas podría despertar sospechas. Por lo tanto, allí estaba ella, esperando noticias de Zila como todos los demás.
Había sido una larga tarde. Echó un vistazo al crono sobre las estaciones de intercepción de comunicaciones... todavía faltaba otra media hora hasta la hora programada para que el equipo penetrase en la base.
Cerró los ojos para descansar durante unos minutos. Y de repente, en el ojo de su mente, pudo ver un esquife de suministros avanzando hacia el complejo imperial en Zila...
-Mire, teniente, mis órdenes dicen que entregue estos suministros en la instalación de almacenamiento. ¿Puedo simplemente descargarlos? -dijo Chance al oficial en la puerta.
-No tengo constancia de este envío.
-Con todo lo que ha estado yendo y viniendo de la montaña, no me sorprende -dijo Chance, sabiendo que el oficial probablemente había experimentado antes errores burocráticos.
-Sí, eso es cierto. -Vaciló por un momento-. Está bien, adelante.
-Gracias, teniente -exclamó Chance mientras conducía el esquife más allá de la verja perimetral. Respiró hondo y miró su cronómetro. Sólo unos minutos más.
Estudió la distribución del complejo a medida que avanzaba. La unidad de la resistencia en Zila había proporcionado un mapa detallado... hasta donde podía ver, no se habían perdido ni un detalle. Las torres de observación estaban todavía en obras, pero los barracones propiamente dichos parecían listos para albergar a parte de los miles de militares que la resistencia estimaba que serían destinados cualquier día de esos. Una plataforma de lanzaderas se cernía sobre la zona. Bien, pensó, los muelles de los caminantes están desiertos. No había habido informes de ningún AT-AT en la zona.
A medida que el esquife pasaba por detrás de los barracones hacia la instalación de almacenamiento en el extremo occidental del complejo, Chance dio unos golpecitos en uno de los cajones. Dos hombres salieron en silencio de su escondite y saltaron sin ser vistos fuera del esquife. No miraron hacia atrás en ningún momento.
Chance se detuvo ante el muelle de carga en la instalación de almacenamiento. Se acercó al oficial de guardia.
-Buenas tardes, señor –dijo, entregando al hombre una tableta de datos con órdenes falsas, aunque bien documentadas, de las autoridades imperiales de Zila.
-¿Qué es esto? –preguntó el teniente, señalando al esquife.
-No lo sé, señor. Las cajas las cargaron unos hombres de la oficina del comandante Rena, en Zila. Yo sólo las he transportado hasta aquí.
El oficial estudió la información de la tableta de datos. Nada inusual. En su mayor parte suministros que el Comandante quería que hubiera allí cuando su oficina estuviera terminada.
-Bien, descarguemos todo esto y para que podamos terminar por hoy.
-Me parece una buena idea, señor –convino Chance, mientras el oficial hacía señas a dos técnicos para que fueran a ayudar a descargar el esquife.
De pronto, una violenta explosión sacudió los barracones.
-¿Qué dem...? –exclamó el oficial.
Una fracción de segundo después, la resistencia abrió fuego con rifles bláster y artillería pesada desde las colinas del exterior del complejo.
Chance extrajo su bláster, y con sólo un segundo de vacilación disparó a los dos técnicos y al atónito oficial de servicio antes de que tuvieran la oportunidad de darse cuenta de que no estaba de su lado.
Las tropas de asalto que patrullaban los terrenos reaccionaron rápidamente. Apuntaron a las colinas con sus rifles bláster pesados. Otros peinaron el complejo tratando de identificar a un enemigo que permanecía oculto. Soldados exploradores salieron rápidamente fuera del complejo... y algunos fueron alcanzados por el salvaje fuego cruzado.
Dos explosiones de distracción más sacudieron los barracones. Luego, el inconfundible zumbido de un misil Plex sonó sobre sus cabezas. La plataforma de lanzaderas tembló al ser alcanzada. Un segundo misil, y luego un tercero, explotaron contra uno de sus soportes, amputando limpiamente la pata de la plataforma. El ruido de la plataforma al chocar contra el suelo fue ensordecedor.
Chance hizo caso omiso de toda la acción que le rodeaba y se puso manos a la obra. Lanzó una granada al interior de las instalaciones de almacenamiento. Sonaron disparos desde el interior del edificio. Arrojó una segunda granada por la puerta abierta. Al otro lado del complejo, un imperial le vio y disparó. Un disparo pasó sobre su cabeza mientras lo esquivaba entrando en el edificio. Rodó tras unos contenedores pulcramente apilados que habían quedado intactos tras su ataque. Su bláster estaba listo, pero las granadas habían acallado toda resistencia.
Avanzando rápidamente por la sala, Chance colocó cargas a media docena de las unidades modulares. Dos soldados de asalto entraron a la carga por la puerta principal del edificio justo cuando completó su tarea. No había que malgastar ni un precioso segundo: esas cargas iban a estallar y no tenía planeado estar en la sala cuando lo hicieran.
Conforme los soldados se movían para rodearle, Chance lanzó una granada a uno de ellos, y salió de su cobertura disparando con su bláster al otro. Su osada maniobra les sorprendió. Ambos cayeron víctimas de su puntería letal.
Chance saltó sobre el cuerpo caído de uno de los soldados de asalto y miró precavido al exterior. Dos motos deslizadoras apuntaban directamente hacia él. Miró con más atención para estar seguro, y entonces sonrió para sí mismo. No eran soldados exploradores quienes pilotaban las motos. ¡Eran sus camaradas!
Una moto aminoró. Chance saltó desde la plataforma de carga y aterrizó en el esquife de suministros. Luego saltó a la moto detrás de su camarada. Una explosión estalló tras ellos. La primera carga había estallado en el interior de las instalaciones de almacenamiento.
-¡Salgamos de aquí! –gritó.
Las motos rugieron cruzando el complejo. Una lluvia constante de fuego bláster caía a su alrededor. Los cañones láser de ambas motos intercambiaron disparos con los guardias de la puerta. Uno de los soldados de asalto consiguió un disparo afortunado. Chance vio la moto de su amigo estallar en una bola de fuego. Apuntó a la figura de armadura blanca que había abatido a su camarada, y disparó. Ese hombre no volvería a matar de nuevo.
La moto deslizadora cruzó el puerto de montaña que se alejaba de la base imperial. Varias explosiones brillantes iluminaron el cielo que comenzaba a oscurecer tras ellos...
Un zumbido devolvió a Alex al centro de operaciones. Miró a su alrededor por la sala, y se dio cuenta de que Dair Haslip había llegado. Estaba de pie tras uno de los operadores de interceptación de comunicaciones, sonriendo mientras leía las noticias de los eventos que tenían lugar en Zila. Alex tomó su propio auricular y escuchó las comunicaciones imperiales que estaban monitorizando.
A través de la estática, pudo escuchar el informe.
-¡... bajo ataque! –Una explosión hizo crepitar el canal de comunicaciones-... explosiones en el complejo. Estamos... –Más estática-... en las colinas que rodean el com...
El comunicador quedó muerto.
Los luchadores de la libertad del centro de operaciones celebraron en silencio su victoria. Alex dejó que una leve sonrisa se formase en sus labios. Desde el otro lado de la sala, donde estaba sentado monitorizando las comunicaciones, Paca le hizo un gesto con la cabeza.
Alex devolvió la mirada a una de las pantallas de visualización. Por unos breves instantes sintió una presencia que la rodeaba, algo que ya era familiar para ella, pero que no entendía por completo. Era una energía tan poderosa que llenaba la sala. Entonces una voz le habló, esa misma voz que había escuchado en sus sueños.
La Fuerza estará contigo... siempre.

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