Cebo
Alan Dean Foster
Grummgar sabía
que una de las claves para permitir que un tipo grande se oculte era encontrar
modos de moverse sin llamar demasiado la atención. En consecuencia, el
deslizador especializado para la caza en el que se encontraba sentado en ese
momento no era mucho más grande que él.
Y Grummgar era
realmente un tipo muy grande.
De ahí la
necesidad de un deslizador considerablemente compacto, pero potente. Con su
silencioso sistema personalizado de propulsión y su enmascarador térmico integrado,
era particularmente útil para deslizarse inadvertidamente dentro y fuera de uno
de sus terrenos de caza favoritos: las sagradas junglas de Ithor. El hecho de
que cazar en los extensos límites de Ithor fuera altamente ilegal no le
disuadía. Pocas cosas disuadían a Grummgar de perseguir sus objetivos, ya
fueran el trofeo ocasional que guardaba para su placer personal o, en este
caso, que obtenía para un cliente.
Procedente de un
mundo donde los atributos y habilidades físicas eran valorados por encima de
todo lo demás, había desarrollado los suyos hasta un punto en el que, desde
hacía algún tiempo, se sentía seguro actuando solo. Dada la actual situación de
la sociedad galáctica después de la caída del Imperio y la continua confusión
en el seno de la Nueva República, ser su propio jefe y no responder ante nadie
le colocaba en una posición envidiable. Podía ir donde deseara, cuando lo
deseara, y hacer lo que quisiera. Entre otras cosas, le permitía pasar tiempo
con algunos de sus conocidos menos respetables, en mundos remotos y apartados,
y generalmente burlarse de las autoridades llevándose el pulgar a la nariz. Lo
que, considerando el tamaño de su nariz, era algo a tener en cuenta.
Además, debido a
su arisca personalidad, así como a su intimidante apariencia, su especie no era
conocida por su capacidad de socializar fácilmente.
Desplazando su
inmenso cuerpo de color bronce sobre el deslizador, levantó una mano gigantesca
para limpiarse las gotas de lluvia de, primero, el derecho, y, luego, el
izquierdo de los dos cortos y robustos colmillos gemelos que sobresalían de su
cara. Sus grandes ojos negros se hundieron incluso más de lo normal bajo un
ceño que parecía un acantilado, mientras estudiaba el claro del bosque que se
encontraba ligeramente por debajo y enfrente de él. Su otra mano sostenía el
pesado rifle de caza 242 con tanta ligereza como si fuera de juguete. No era
ningún juguete: el 242 disparaba un proyectil autopropulsado que podía derribar
a un rancor adulto.

Al ajustar la
posición de la parte superior de su cuerpo, las placas blindadas grises de sus
hombros se desplazaron ligeramente. Ubicado cerca de la corriente de un claro
arroyuelo, y cubierto con una alfombra de hongos comestibles azules y rosas, el
claro veteado que estaba observando a través de sus magnoscopios era justo
donde uno podría esperar encontrar al letal molsume, con su pelaje iridiscente
brillando a la luz del sol para advertir a los depredadores potenciales de que
la carne de la inusual criatura de múltiples patas era tan tóxica como el
veneno que goteaba de sus colmillos gemelos. Grummgar no tenía ninguna
intención de comerse su presa, por supuesto. El cliente para el que estaba
trabajando sólo quería para su colección la piel, con su aspecto de joya.
Sólo había un
pequeño problema.
El claro ya
estaba ocupado.
Como buen
cazador profesional y viajero de largo recorrido que era, Grummgar reconoció
inmediatamente a la especie invasora. Era una hembra humana, y según todas las
apariencias, una tan joven como pequeña de tamaño. Estaba sentada, golpeando
con el dedo los hongos nativos, ignorando su valor como alimento, riéndose de
los sonidos que generaba y, según todas las apariencias, tan indiferente de su
potencialmente peligroso entorno como su estuviera disfrutando de un picnic en
el parque de una ciudad.
¿De dónde había
venido?, se preguntó Grummgar. Parecía demasiado joven para haber ido ella sola
a la jungla de Ithor, a pesar de la abultada mochila que descansaba a su lado.
Aunque ese individuo no parecía ser un adulto completamente desarrollado, sabía
que el tamaño corporal de los humanos podía ser engañoso. Uno grande podía ser
joven, uno pequeño bastante viejo.
Tampoco es que
su tamaño o su edad importaran. Lo importante es que estaba ocupando el lugar
que había elegido para apostarse. Tendría que hacer que se fuera, o...
Lo pensó
detenidamente. ¿Por qué moverla? ¿Qué mejor para atraer a un molsume
extremadamente carnívoro que un poco de vulnerable cebo bípedo? Sabía que debía
ayudarla. Al menos, advertirle de que descansar donde lo estaba haciendo era
una invitación para su destrucción. Por otro lado, por lo que él sabía, ella
estaba allí por su propia voluntad, y no la habían arrojado o dejado allí por
la fuerza, en esa parte de la jungla. Desde luego, su actual conducta parecía
confirmar eso.
Al final, se
reducía a lo que estrictamente era una decisión de negocios, pensó mientras
hacía girar con facilidad la pesada arma para apoyarla en su protuberante
panza. Murmurando suavemente para sí mismo, se aseguró de que el 242 estuviera
completamente cargado y listo. Después, continuó flotando sobre la selva en el
silencioso deslizador, continuó observando... y esperó.
El sol ithoriano
estaba bajo en el cielo cuando detectó movimiento en el denso bosque de árboles
n’lor. Frotándose los anchos y planos orificios nasales con el dorso de su
inmensa mano, dejó que los magnoscopios se ajustaran automáticamente a la
distancia y a la luz ambiental. Un destello de color púrpura oscuro brilló
entre la vegetación. Al moverse, el color cambió a un azul metálico con rayas
plateadas, y luego a un bronce brillante moteado de verde esmeralda. Aunque no
podía ver la silueta de la criatura, los destellos entre las ramas eran
suficientes para identificar al molsume. Avanzaba lentamente pero sin pausa hacia
el arroyo. O hacia su presa prevista.
Reposicionando
la mira, vio que la chica no había cambiado de ubicación. Continuaba sentada en
medio del claro, rodeada de coloridos hongos, flores nativas, y feliz
indiferencia. Aún había tiempo para advertirle, pero tendría que darse prisa.
Una vez que olía comida, el molsume podía atacar con velocidad cegadora.
Bajo él, el
avance del flujo de colores brillantes se detuvo. Sin duda, la criatura estaba
tomando la medida de la extraña comida potencial que tenía frente a ella. Era
posible, incluso probable, que la chica fuera el primer ejemplar de su especie
que el molsume hubiera visto jamás. Grummgar sabía que ella sería poco más que
un aperitivo para el monstruo. A juzgar por la cantidad e intensidad de los
colores en las capas que había visto, era un espécimen maduro. Más grande que
él mismo, y mucho más grande que la chica. Justo lo que su cliente estaba
buscando.
Tal vez, pensó
por un instante, su cliente estaría interesado también en una piel humana.
Inmediatamente desechó la idea. Uno no vendía el pellejo de un ser racional
como tú para que lo disecaran o lo colgaran de un muro. Aunque incluso entre su
propia gente Grummgar era contemplado como una especie de tipo duro, tenía sus
principios. Estos prohibían la caza de otros seres inteligentes. Pero no
prohibían permitir que fueran devorados por especies depredadoras nativas menos
inteligentes pero más robustas.
Apartando a un
lado el visor, desplegó el rifle y comenzó a apuntar. Consciente de que el
molsume iría directo hacia la humana, apuntó justo a su izquierda. Esa era la
dirección desde la que el carnívoro atacaría. Si la chica tenía suerte, mataría
a la criatura de un único disparo y, aunque no fuera intencionado, ella
sobreviviría. Por otra parte, puede que hicieran falta varios disparos para
derribar al depredador, lo que sería... más sucio.
Puede que la
presa no advirtiera el ligero susurro de las enredaderas y las ramas, pero
Grummgar inmediatamente captó el movimiento. El molsume se estaba poniendo en
tensión, preparando sus diez breves pero potentes paras para el ataque letal.
Éste vino incluso antes de lo que se esperaba. No por nada su cliente estaba
dispuesto a pagar tan alto precio por la piel de una criatura tan peligrosa.
Sonó un único disparo.
No provino de su
rifle.
Mirando aún a
través de los magnoscopios, los bajó ligeramente. Dejó escapar un largo silbido
de sus amplios pulmones mientras su cerebro trataba de procesar por completo
los dos segundos que acababa de presenciar.
El molsume había
saltado. Antes de que estuviera a mitad de camino de la chica, esta dio media
vuelta, apartó su mochila, tomó el caro y muy potente bláster recortado que la
mochila había estado ocultando, y disparó. El único proyectil que salió
despedido estalló justo bajo la mandíbula inferior del molsume, enviando
dientes, colmillos y una nube de veneno volando en todas direcciones mientras
hacía pedazos el cerebro de la criatura.
Grummgar dejó
escapar un involuntario bufido de admiración. A pesar del evidente deleite que
había exhibido en su bucólico entorno, estaba claro que la chica distaba de ser
la niñita indefensa que inicialmente parecía. Estaba agradecido por lo que ella
había hecho, y se lo diría. Pero se acercaría a ella con cuidado, con mucho
cuidado. Era bien consciente de que otras especies encontraban intimidatoria su
mole y su apariencia.
Esta chica no,
sin embargo. En respuesta al descenso del deslizador, rápidamente apuntó el
bláster recortado en esa dirección. Él rápidamente se detuvo, con el suave
murmullo del vehículo casi inaudible sobre el ruido de fondo de la jungla
ithoriana. Se esforzó por recordar un dialecto que alguien de la especie de la
chica encontrara comprensible.
-Apresúrate
–bramó. No, eso no era. Volvió a intentarlo-. Tranquilízate. Eso, relájate.
–Aunque la ausencia de cuello le impedía realizar poco más que una leve
inclinación de cabeza, él consiguió hacer un gesto indicando el arma de mano de
gran tamaño que ella sostenía ahora firmemente con ambas manos menudas-. No
termino de captar tu intención, pero si es hostil, te recuerdo que esa es un
arma de un solo disparo.
-Dos. –El cañón
del arma no se movió-. Modelo modificado especialmente. Dos disparos.
Él pensó en
ello.
-¿Y si lo
esquivo, y fallas?
Comparada con la
de él, la ranura de la boca de la chica era tan pequeña que era casi invisible.
-Yo no fallo.
-¿Eres tan buena
fanfarroneando como cazando?
Una fina sonrisa
se dibujó en el rostro plano de la humana.
-Ya sabes cómo
averiguarlo.
Tuvo cuidado de
mantener el cañón del 242 apuntado lejos de ella. Pero no demasiado lejos.
-Parece que
hemos llegado a un punto muerto.
-No –replicó
ella bruscamente-. Tú has llegado a
un punto muerto. Me llamo Nysorly, y yo
llegué a la jungla de Ithor, donde he estado casi una semana cazando un
molsume. Voy a despellejarlo, crioconservar la piel, y venderla.
-¿Eres una
cazadora profesional? –Grummgar alzó su inmenso y protuberante ceño-. He puesto
cebo más grande que tú.
-No me
sorprendería –replicó ella-. Algo tan grande y torpe como tú probablemente
tenga que recurrir al cebo.
Si su intención
era provocarle, había fallado. Grummgar no se ofendía por las palabras. Si lo
hiciera se vería envuelto en demasiados conflictos innecesarios. Para él, si no
había dinero o algún trofeo de por medio, no había motivo racional para luchar.
-Podrías
dispararme –conjeturó él-, y yo caería de este deslizador y te aplastaría.
Ella señaló el
cadáver, ahora medio decapitado, del molsume.
-Ya has visto lo
rápido que puedo moverme. Sin duda, no eres tan estúpido.
-Me basta con golpearte
una sola vez, muchacha bocazas.
El cañón de
bláster recortado osciló muy ligeramente.
-¿Con cuantas
partes del cuerpo amputadas?
Se dio cuenta de
que ella hablaba en serio. De todos los obstáculos que se había preparado para
afrontar, de todos los problemas y contratiempos potenciales y posibles
complicaciones imprevistas, lo último con lo que había esperado tener que
enfrentarse era con un competidor. Y con un competidor de tamaño de bolsillo,
además.
Pero el arma de
la humana no era de bolsillo.
-Podría matarte –murmuró él con aire
casual-, pero no me gusta el desorden.
-El desorden
sería mayor si yo te matara a ti.
-En lugar de
observar y esperar, podría haber ignorado la situación con la esperanza de que
el molsume te devorara.
La sonrisa
regresó al rostro de la chica.
-¿No es eso lo
que esperabas que ocurriera?
-En realidad no.
Pretendía derribarlo antes de que pudiera alcanzarte.
-¿Así que mi
supervivencia era realmente un asunto indiferente para ti?
Una vez más, él
consiguió realizar una limitada inclinación de cabeza.
-Me ofendes.
Para ser realmente honesto, tenía una preferencia.
Mientras
hablaba, su mano libre avanzaba imperceptiblemente hacia el panel de control
del deslizador.
-Qué noble por
tu parte. –Su sarcasmo era lo bastante obvio como para que él lo reconociera
como tal-. Bien. ¿Y ahora qué hacemos?
-Supongo
–respondió él- que uno de nosotros va a matar al otro.
Donde el tamaño
de Grummgar no había conseguido ponerla nerviosa, su calma sí lo hizo.
-Parece una
solución bastante extrema. –Una vez más, señaló el brillante cadáver-. Todo por
una simple piel de Molsume. ¿Por qué no nos limitamos a dividirnos las
ganancias?
Él lo pensó.
-¿Tu comprador o
el mío?
-Fácil
–respondió ella. Pudo ver cómo parte de la tensión dominante la abandonaba-. El
que ofrezca más.
Él gruñó.
-Tengo una
reputación que mantener. Pero tengo otra solución.
Escupió en
dirección a ella.
No familiarizada
con los posibles peligros que pudiera contener la masa de escupitajo
alienígena, ella se echó hacia un lado, disparando mientras caía. Grummgar alzó
el 242 y disparó, pero el disparo de ella fragmentó la sección trasera del
deslizador, haciendo que saliera describiendo salvajes giros hasta chocar con
un árbol johinuu cercano. Inmediatamente, el árbol carnívoro intentó comerse el
deslizador. Al encontrarlo claramente incomible, por no mencionar caliente,
escupió el humeante vehículo y a su piloto.
Mientras Nysorly
rodaba, agarró la mochilla y en un suave movimiento extrajo de ella un cartucho
con dos de los proyectiles explosivos del bláster recortado. Estaba recargándolo
cuando vio algo tras ella, a sus pies. La masa de brillante pelaje contrastaba
brutalmente con la enorme boca abierta y sus largos y puntiagudos dientes y
colmillos venenosos. Sus dos ojos con doble pupila en forma de ranura estaban
abiertos y fijos en ella. Entre ellos, humeaba un agujero oscuro recién
abierto.
Continuó
cargando el bláster recortado, pero ya con menos prisa. Poniéndose en pie, miró
en dirección al árbol johinuu, que seguía agitándose. En lugar de apuntar su
arma hacia las inmediaciones del árbol, dejó que colgara floja a su lado.
-Eh.-No hubo
respuesta. Sacudiéndose hojas coloridas y tierra de su mono, dio un par de
pasos hacia el humo que se alzaba desde el suelo cerca del árbol-. Eh, grandullón...
¿Estás bien?
Miró a su
espalda. Si Grumm no hubiera detectado al otro molsume, le habría hecho
pedazos.
Una forma se alzó
de entre arbustos de color verde y óxido. Cubierto por los residuos de una gran
cantidad de hongos aplastados, tenía la apariencia arcoiris del pelaje de un
molsume, pero sin pizca de su iridiscencia. Mientras esa colorida masa se
tambaleaba hacia ella, todavía sujetando el rifle de caza y con una barba en
forma de hongos colgando decorativamente de un colmillo facial, ella se esforzó
duro por reprimir una sonrisa, y fracasó.
-Estoy
perfectamente familiarizado con todo el espectro de expresiones humanas –murmuró
–él conforme se acercaba-. No me divierte la que muestras actualmente.
-Debería. –Llevándose
la mano a la boca, reprimió una carcajada-. Si buscas un camuflaje adecuado
para seguir cazando por aquí, no cambiaría nada. Siempre que un toscwon
hambriento no trate antes de lamerte hasta matarte. –Suavizó el tono y
finalmente bajó la mano mientras le miraba fijamente-. Gracias por salvarme la
vida.
-No es necesario
agradecer nada. Como ya se ha señalado, esa no era mi intención. –Ella se tensó
cuando él comenzó alzar el 242, pero era para usarlo para señalar al molsume
que acababa de matar-. Dije que tenía una solución. Ahora cada uno tiene su
pieza, y como consecuencia los clientes de ambos estarán satisfechos.
Volviendo la
mirada al segundo carnívoro, aún mayor, que ahora yacía tendido en el claro,
ella asintió.
-Pensé que ibas...
pensé...
-¿Que iba a
dispararte para quitarte tu pieza? –Unos profundos ojos de ébano la miraron
fijamente-. Si no hubiera aparecido el segundo molsume, ¿quién sabe?
Ella recobró la
sonrisa, pero esta vez era una clase distinta de sonrisa. Una de comprensión más
que de diversión.
-Sé la respuesta
a eso. Incluso aunque tú no lo admitas.
-Sin
comentarios. –El inmenso cuerpo se expandió, y luego se contrajo, en un gran
suspiro-. Si puedes saber eso, es que entiendes el universo mejor que yo.
-Más me vale. –Ella
apartó la mirada de él-. He tenido que valerme por mí misma desde que tenía
dieciséis años. No tuve elección.
Él hizo un
gesto.
-Lo entiendo.
Ese es el destino de la mayoría de los dowutins. De modo que tenemos algo en
común además de la caza. Ven. Tienes la frágil estructura ósea de un niño con déficit
de calcio. Te ayudaré a destripar a tu pesado trofeo.
-Y tú tienes las
manos de un elevador de carga automatizado. Te ayudaré a despellejar tu pieza
para que esos torpes dedos del tamaño de un asado no arruinen la piel. –Conforme
avanzaban hacia el primer molsume muerto, ella le miró con curiosidad-. ¿Alguna
vez has trabajado con un socio?
-No cuando cazo –le
dijo-. A veces... para otras cosas. Tengo otros intereses comerciales.
-¿Qué otros
intereses? –preguntó ella, negándose a dar el tema por zanjado.
El gigantesco cráneo
calvo se volvió para mirarla desde arriba.
-No es de tu
incumbencia, muchacha. Alégrate de que no te despelleje a ti también.
-Tienes tanto
tacto como don de gentes –gruñó ella, apartándose.
-Está en mi
naturaleza –le dijo con serenidad-. Por cierto, el coste de mi deslizador saldrá
de tu recompensa.