jueves, 5 de marzo de 2009

Dibujando los mapas de la paz: El relato del granjero de humedad (VI)

Día 32: Algunos vecinos me hacen una visita

Terminé de instalar el segundo evaporador viejo que le había comprado a Eyvind justo antes de anochecer, y si los diagnósticos que le hice eran precisos, sería un productor decente; quizá hasta 1,3 litros al día. Mi granja produciría entonces de uno a dos litros por encima de mi antigua media, de modo que sabía de definitivamente no iba a echar de menos el agua que les estaba dando a los moradores de las arenas.
Introduje mis herramientas en el deslizador terrestre y me dirigí lentamente de vuelta a mi casa para cenar. Iba despacio porque estaba oscuro y había cosas ahí fuera con las que había que tener cuidado. Al menos no tenía que preocuparme de los moradores de las arenas, como antes. Al menos eso había ganado.
Descendí al cañón donde había construido mi casa, y allí había luces alrededor de mi casa... muchas luces. Entonces aceleré.
-¡Es él! -oí gritar a la gente cuando me detuve.
¿Qué había pasado?
Eran Eyvind y Ariela, los Jensen, quienes estaban asentados junto a Eyvind, los Clay, los Bjornson... y otros seis u ocho más.
-¿Qué pasa? -pregunté.
Eyvind se adelantó.
-Hemos venido a pedirte, como vecinos tuyos, que dejes de dar agua a los moradores de las arenas. No sabes lo que estás haciendo.
Había imaginado algún tipo de problema imperial -tal vez habían arrasado Mos Eisley para acabar con la corrupción, hacía falta albergar refugiados-, un problema de tal magnitud que pudiera conducir a la gente a salir hasta mi granja. No esto.
-¿Os han hecho algún daño a cualquiera de vosotros desde que comencé a darles agua? -pregunté.
-Mataron a mi hijo hace cinco años -dijo la Sra. Bjornson.
-No puedes estar segura de eso -dijo suavemente Ariela.
-¡Lo encontré muerto en el cañón al norte de nosotros! ¿Quién más hay por ahí que despedace a la gente con hachas? Los investigadores imperiales dijeron que los moradores de las arenas mataron a mi hijo.
Nadie dijo nada durante un minuto. Nadie quiso señalar que mucha gente podía haber estado ahí fuera, no sólo los moradores de las arenas. Nadie quiso decir que los investigadores imperiales podrían haber querido cargar la culpa en unos sospechosos que nunca sería llevados a juicio.
-Destruyeron cinco de mis evaporadores -dijo el Sr. Jensen.
-Entraron a la fuerza en mi cobertizo de herramientas y lo destrozaron -dijo el Sr. Clay.
-Uno de ellos lanzó un bastón gaffi que se incrustó en un estabilizador trasero cuando iba conduciendo a Mos Eisley -dijo la Sra. Sigurd-. Casi no consigo llegar a la ciudad.
Ariela les detuvo.
-Así que pasan cosas malas ahí fuera, y todos vosotros saltáis a culpar a los moradores de las arenas.
El Sr. Olafsen le cortó.
-Sois los extranjeros como tú, que venís aquí desde, ¿dónde era, Alderaan?, con vuestras ideas de cómo deberíamos comenzar a vivir, sois los extranjeros como tú, y este Ariq, aquí presente, quienes causáis el mayor daño.
-Yo no soy un extranjero -dije, pero esa no era la cuestión. Mis ideas eran nuevas. Podría haber problemas hasta que funcionasen, hasta que todos pudiéramos vivir en paz. Parecía que todos los problemas no iban a venir de los moradores de las arenas.
-De modo que has trabajado en una granja de humedad desde niño -me dijo Eyvind-, y has conseguido que esta granja tuya produzca beneficios... ¿quiere eso decir que puedes proclamarte como representante del resto de nosotros y negociar con los moradores de las arenas y los jawas?
-Los moradores de las arenas habrían arruinado mi granja, Eyvind, tú lo sabes. Tenía que encontrar una forma de convivir con ellos. Y sabes eso, también.
-La mayoría de la gente ahí fuera está contra lo que estás haciendo, Ariq.
-¿En serio? Tanto los McPherson, como los Jonson y los Jacques me apoyan, y no veo a ninguno de ellos aquí. ¿Qué hay de Owen y Beru? ¿Habéis hablado con ellos? ¿O los Darklighter? ¿De qué lado están?
-Dentro de dos días tendremos la oportunidad de ver de primera mano como están funcionando los planes de Ariq -dijo Ariela-. Eyvind y yo le hemos pedido que invitase a los jawas a nuestra boda, y van a venir como invitados.
Ese anuncio comenzó una discusión contra esa gente mayor que ninguna que hubiera escuchado nunca. Eyvind no parecía contento de haber dejado que ella dijera eso.
-Los jawas se sienten honrados por haber sido invitados -dije-. Podemos convivir con ellos; ya lo veréis. Quizá podamos llegar a convivir con los moradores de las arenas.
Pero nadie me escuchó. Ariela me miró, y parecía preocupada. Podía imaginarme cantidad de razones por las que podía estar preocupada. Estaba claro que ella no apoyaba las ideas de Eyvind sobre mis ideas. Lamentaba ser la causa de lo que probablemente fuese su primera pelea.
-Llevaremos esto a Mos Eisley... lo llevaremos incluso a Bestine -dijo Eyvind cuando todos comenzaron a marcharse.
-¿Qué vas a hacer? -me dijo ella.
Yo quería hacerle a ella la misma pregunta.
-No lo sé -dijo. Nos sentamos en la arena a la entrada de mi casa y quedamos en silencio un instante.
-¿Realmente eres de Alderaan? -le pregunté.
-Sí.
-¿No lo echas de menos?
-En realidad no -dijo-. Estoy enamorada, y eso lo suple. Pero echo de menos el agua... ¡la despilfarramos tanto allí!
-No puedo imaginarme un lugar así. Estoy acostumbrado a atesorar cada gota.
-Allí no. Si pudiera llevaros a Eyvind y a ti a Alderaan, os acabaríais hartando del agua.
-Nadaría en ella todo el día.
-Podrías tomarte una ducha durante una hora y a nadie le importaría.
-Tendría plantas en mi casa y las regaría.
Me miró y sonrió. Tras un instante se levantó.
-No dejaré que Eyvind te cause problemas en Mos Eisley o Bestine. No puedo responder por el resto.
-Gracias -dije. Después de que se fuese para alcanzar a los demás, entré dentro. No tenía estómago para comer. Hacía calor en la casa, así que tomé la unidad de holopantalla y caminé al exterior, hasta un promontorio desde el que se veían mi casa y mis cobertizos. Había apagado todas las luces, así que el complejo estaba a oscuras. Hice aparecer el mapa, que brilló con fuerza sobre las rocas. Las rocas alrededor del mapa parecían las montañas alrededor de mi granja. Las estrellas brillaban con fuerza, y me tumbé en la roca para observarlas.
No miro hacia arriba con suficiente frecuencia. Estoy todo el tiempo tan ocupado y tan cansado cuando anochece que no miro con suficiente frecuencia a las estrellas.
Me pregunté cómo acabaría todo esto.

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