viernes, 13 de marzo de 2009

Dibujando los mapas de la paz: El relato del granjero de humedad (VII)

Día 50: Regalos jawa, y la boda

Treinta y un jawas vinieron a la boda, y trajeron sacas de roca de sal, un litro de agua, un gran retal de su tela marrón... y un droide de diagnóstico tan pequeño que cabría en la palma de mi mano. No se habían decidido por un regalo, así que trajeron algo de cada cosa de la que habíamos hablado.
El droide de diagnóstico hablaba el lenguaje binario de los evaporadores. Los jawas lo habían pulido tan a conciencia que hacía daño mirarlo al sol junto a los otros regalos.
La gente se quedaba mirando sus ricos regalos, y se asombraba ante el placer que sentían los jawas por haber sido invitados.
Eyvind fue corriendo hacia mí y me pidió que fuera a traducir para él y Ariela. Querían dar las gracias a los jawas. Estaba junto a la ponchera con los Jensen y la madre y la hermana de Ariela, que habían venido desde Alderaan para la boda. La Sra. Jensen me detuvo antes de que pudiera irme.
-Quizá tengas razón acerca de todo esto -dijo la Sra. Jensen-. Quizá la tengas.
Le sonreí y me apresuré para ir a traducir. Todos los jawas me saludaron con una inclinación de cabeza, y yo se la devolví. Traduje para Eyvind y Ariela, y luego comencé a responder a las preguntas de los jawas sobre esta ceremonia humana: Sí, los humanos allí reunidos eran potenciales clientes de sus mercancías y, sí, el pequeño droide de diagnóstico les había impresionado a todos; no, Eyvind y Ariela no consumarían su matrimonio en público; sí, todo el mundo esperaba que Eyvind y Ariela tuvieran hijos; sí, los humanos llevaban alimentos especiales a la boda para hacer el día memorable.
-Probad el zumo especiado -dije-. Os encantará. Es mejor que el agua pura.
Me pregunté qué pensarían de la especia. Me siguieron a la mesa de bebidas, y serví una copa de zumo especiado para Wimateeka y se la ofrecí.
Él se limitó a sostener la copa y mirar en su interior.
-¡La copa está muy fría! -dijo.
-Solemos servir bebidas frías en las ocasiones importantes -dije.
-¿Por qué es rojo? ¿Lleva sangre?
-¡No... no bebemos sangre!
Wimateeka me miró de un modo extraño, y de pronto me pregunté si los jawas bebían sangre en sus bodas. Probablemente lo descubriera bastante pronto. Wimateeka aún no había probado la bebida.
-Es bastante bueno -le aseguré-. Al menos, eso pensamos nosotros.
-¿Cuánto cuesta esto? -preguntó, finalmente.
De modo que pensaba que tenía que pagar por ello. Sin duda todos ellos estaban preocupados por no tener suficiente para pagar por la comida y las bebidas... especialmente si se veían presionados a probar ciertas cosas.
-Todo aquí es un presente para los invitados a la boda -dije.
Entonces Wimateeka sonrió, y alzó la copa a sus labios. Sus ojos se abrieron cuando probó el zumo especiado... y me pregunté si lo escupiría, pero no lo hizo, y pronto tomó otra bebida. Serví al resto de los jawas, y a todos les encantó el zumo especiado y me pidieron más y estuve sirviendo a los jawas durante quince minutos seguidos.
Eyvind se acercó a mí, nervioso y ansioso.
-Quiero empezar ya -dijo-, pero Owen y Beru aún no están aquí, y me aseguraron que vendrían.
-¿Quién sabe lo que les retrasará? -dije, mientras ofrecía a un jawa otra copa de zumo especiado-. Pero será mejor que empieces pronto o tendré treinta y un jawas borrachos antes de la boda.
Eyvind se rió.
Y comenzaron los disparos.
Desde más allá de los deslizadores terrestres. Todo el mundo había aparcado al oeste de la casa de Eyvind, y la conmoción vino de allí: Dos o tres hombres estaban gritando y disparando a los deslizadores terrestres. Me pregunté por qué podrían hacer semejante estupidez... y entonces vi a los moradores de las arenas.
Los adolescentes, pensé. Se les había metido en la cabeza robar un deslizador terrestre o dos mientras estábamos ocupados con la boda.
Los moradores de las arenas contraatacaron con sus bastones gaffi, y lanzaron algunos de ellos con puntería letal, y la gente gritó y corrió en busca de refugio, y Eyvind corrió para empezar a disparar o para detener el tiroteo, no sé cual de las dos cosas. Corrí tras él, pero le perdí en la multitud, y cuando me abrí paso casi caigo sobre Ariela que sostenía algo en el suelo.
A Eyvind. Me arrodillé junto a ella. Estaba sosteniendo a Eyvind todo cubierto de sangre, y había tiros a nuestro alrededor, y moradores de las arenas. Me levanté y me mantuve ante Ariela por si acaso me reconocían y así no nos matasen a mí ni a Ariela, o por si alguno de ellos retrocedía al verme...
Pero algo me golpeó en la espalda y me hizo tambalearme -un golpe de revés con la parte ancha y plana de un bastón gaffi- y no pude respirar por un instante, aunque no llegué a desmayarme. Oí gritos, y oí a Ariela gritar, y no podía moverme, sólo podía ver, por un instante, los pies de los moradores de las arenas corriendo a mi alrededor, y luego pies humanos, y un humano queme levantaba y me increpaba a la cara.
-¡Es culpa tuya! -gritó-. Esto viene por ofrecerles agua.
Me tiró de nuevo al suelo, pero ya podía respirar y me levanté por mí mismo, y se estaban llevando a Eyvind.
-Está muerto -me gritó alguien, y las palabras me golpearon casi tan fuerte como me había golpeado el bastón gaffi. Nuevamente no podía respirar.
-Se han llevado a Ariela -gritó alguien más-. La han apartado de Eyvind y se la han llevado.
La madre de Ariela me agarró el brazo.
-Tienes que salvarla -dijo-. Los otros van a ir tras los moradores de las arenas para dispararles, y los moradores de las arenas seguramente matarán a mi hija antes de que pueda ser rescatada. Tienes que salvarla.
-Iré con Wimateeka -dije-. Él puede traducir por mí.
Y ese llegó a ser nuestro plan: Tenía doce horas para encontrar a los moradores de las arenas y convencerles de que me devolvieran a Ariela. Mientras tanto, todos los demás organizarían una batida bien equipada. Si yo no estaba de vuelta en doce horas, ellos irían a buscar.
E irían a matar a los moradores de las arenas.
Encontré a Wimateeka y a los demás jawas reunidos en su reptador. Les expliqué lo que tenía que hacer, y pedí a Wimateeka que viniera conmigo. Comenzó a temblar, pero se levantó y caminó conmigo a mi deslizador. Seguía temblando cuando nos montamos en él.
Tras ponerlo en marcha, me pregunté por qué yo no temblaba.

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