martes, 24 de marzo de 2009

Dibujando los mapas de la paz: El relato del granjero de humedad (y IX)

Día 50, noche: Me convierto en rebelde

El comandante imperial me ordenó que fuera a Mos Eisley a prestar declaración, y tuve que ir. Ariela me pidió que llevara a su madre y su hermana al espaciopuerto. Se quedó con los demás granjeros para prepararse ante la ofensiva que los moradores de las arenas llevarían a cabo como revancha.
-Eyvind me ha dejado su granja –me dijo Ariela-. Me gustaría que me ayudases a explotarla cuando esto acabe… cuando podamos volver a ella.
Así que estuve pensando en eso durante mi viaje a Mos Eisley.
Dejé a la madre y la hermana de Ariela en el espaciopuerto. En poco tiempo, estarían a salvo en Alderaan. Hice mi declaración, y los imperiales confiscaron mi mapa y me dejaron ir.
Me pregunté por cuánto tiempo.
Mientras tanto, mi granja estaba abandonada.
Mis esperanzas para conseguir la paz con los jawas y los moradores de las arenas estaban arruinadas.
Los moradores de las arenas seguramente se sentirían traicionados y matarían gente inocente.
Mis mapas, mis sueños, mis exitosas negociaciones no significaban nada para el Imperio.
Todo porque el Imperio no quería que tuviéramos paz. Todo porque el Imperio no se preocupaba por la seguridad y el trabajo y las vidas de sus ciudadanos. Éramos peones de usar y tirar… canalizando nuestros esfuerzos en la medida de lo posible por caminos “aprobados”.
Me detuve en la cantina para echar un trago. No podía volver sin más.
Me senté en un rincón oscuro y observé a la gente que me rodeaba; gente de todos los rincones del Imperio. Representantes de pueblos que habían sido, cada uno a su manera, oprimidos por el Imperio. Todos lo habíamos soportado.
Pero había otro camino. Yo sabía que había otro camino.
Estaba la Rebelión.
El Imperio me había conducido a la rebelión.
Pedí otra bebida y miré a mí alrededor. No sabía cómo encontrar a la Rebelión. No sabía cómo unirme. Pero esta cantina sería el lugar apropiado para averiguarlo, pensé. Si hacía las preguntas adecuadas, quizá lo averiguara. Decidí preguntar al ithoriano sentado unas mesas más allá.
Pedí otra bebida, para tomar valor, pero antes de que pudiera moverme, Luke, el sobrino de Owen y Beru, entró con alguien a quien no conocía y dos droides a los que ordenaron que salieran.
¿Dónde estaban el tío y la tía de Luke?, me pregunté. Y eso hizo que comenzase a pensar. La granja de Owen y Beru estaba bastante lejos de la mía y la de Ariela. Quizá les vendrían bien una o dos manos extras hasta que las cosas se asentasen y fuera seguro para Ariela y para mí volver a nuestras granjas.
Luego podríamos comenzar a trabajar para la Rebelión.
Ariela me seguiría a la Rebelión. La mayoría de los demás granjeros probablemente también lo harían después de lo que había pasado hoy. Los jawas podrían ayudar. Con el tiempo, tal vez incluso los moradores de las arenas llegarían a entender qué les había ocurrido… y que restaurar la República acabaría con las atrocidades imperiales. Los granjeros como yo, en extraña alianza con los jawas y quizá con los moradores de las arenas, tendríamos que luchar por muestro derecho a vivir en paz en el mundo al que llamábamos hogar.
Cuando terminé de pensar eso, algo me dijo que encontraría perfectamente la Rebelión, en las montañas y los valles y las granjas de agua de Tatooine.
Algo me dijo que las cosas iban a cambiar en Tatooine, en modos que los imperiales nunca habían imaginado o deseado.
Algo me dijo que, al final, algún día, de algún modo, habría paz aquí.
Dibujaríamos los mapas de la paz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario