martes, 11 de noviembre de 2008

Solitario de Jade (V)

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A mitad del descenso de un largo tramo de escalones, los guardias que la escoltaban aparentemente decidieron que ya habían cargado con ella lo suficiente y la soltaron para que caminase por su propio pie. Aparte de un zumbido prolongado en sus músculos. Mara se había recuperado completamente, pero tuvo el cuidado de mantener para su beneficio un débil tambaleo durante el resto del descenso. Los látigos neurónicos eran la glorificación definitiva del salvajismo y la degradación, justo la clase de cosa que los esbirros de Praysh usarían como su persuasor primario, y no tenía ninguna intención de dejarles que supieran cómo de rápido podía recuperarse de sus efectos.
Los pozos de limo estaban en el nivel más bajo de la fortaleza, compuesto de una serie de trincheras interconectadas de unos dos metros de ancho y cien de largo excavadas en el suelo. En las pasarelas entre ellas se paseaban los guardias drach'nam, palmeando ociosamente sus látigos o jugando con las empuñaduras de sus cuchillos. Quizás doscientas mujeres, la mayoría de ellas de aspecto juvenil, avanzaban lentamente introducidas hasta la cintura en el húmedo estiércol gris de los pozos, dobladas sobre su espalda y excavando en el limo con sus brazos, con la cara a escasos centímetros de la superficie. Todas las que Mara pudo ver tenían tal idéntica expresión de pura desesperación que un escalofrío la atravesó.
-Lo explicaré sólo una vez -dijo el capataz, gesticulando casi amistosamente hacia los pozos-. El limo nutriente de ahí es el hogar de las crisálidas de las criaturas krizar que Su Primera Grandeza usa para patrullar sus tierras. Las crisálidas poseen un duro caparazón y son elipsoidales, aproximadamente del tamaño de uno de tus patéticos y pequeños pulgares. Tu trabajo es encontrar aquellas que estén empezando a salir de sus cáscaras y depositarlas en la pasarela, dónde serán recuperadas recuperarán y trasladadas al criadero principal.
-¿Cómo sabré cuándo están listas...?
-Sabrás cuando están listas cuando empiecen a menearse y a abrirse paso al exterior masticando el caparazón -la cortó bruscamente el capataz. Un par de cabezas se volvieron ante el súbito tono áspero; la mayoría de las mujeres se molestó en alzar la vista-. Y no intentes recoger simplemente todas las que encuentres. Si las crisálidas están fuera demasiado tiempo antes de que estén listas, morirán.
Ondeó su látigo delante de su nariz.
-Y las crisálidas muertas nos hacen muy infelices. ¿Entendido?
Mara tragó saliva, forzándose a retroceder asustada.
-Sí, señor -murmuró.
-Bueno -dijo el capataz, volviendo de nuevo a su tono amistoso, mostrando claramente que era un ser que disfrutaba con su trabajo-. El pelaje de tu cabeza es de un color interesante. No te servirá de nada en los pozos; quizá te interesaría vendérmelo.
-¿A cambio de qué? -preguntó Mara cautelosamente.
-Favores. Más comida, quizás, u otras atenciones.
Mara reprimió una mueca. Pensar en su cabello colgando de la pared de trofeos de un capataz de esclavos era absolutamente detestable. Pero por otro lado, él probablemente podría tomarlo sin pagar a cambio nada en absoluto si así lo decidía. Con suerte, ella no estaría allí el tiempo suficiente para que él lo consiguiera.
-¿Puedo pensármelo? -preguntó tímidamente.
Él se encogió de hombros. Claramente, esto era simplemente un entretenimiento para ayudarle a pasar el tiempo.
-Si quieres. Oh, una cosa más. Si no consigues sacar las crisálidas lo suficientemente rápido, empezarán a excavar a través de las cáscaras por su cuenta. No hay problema con eso; sólo que los palpos de sus bocas siempre son lo primero que salen. Si consiguen entrar en tu piel, necesitarás un viaje al establecimiento médico para extraerlos.
—Oh -dijo Mara con un hilo de voz. Ahora, eso era información muy útil-. ¿Duele?
Él le ofreció una de esas sonrisas malvadas que los drach'nam hacían tan bien.
-No más que el látigo. Ahora entra allí.
Mara bajó la vista hacia su traje de salto.
-Pero...
Ni siquiera tuvo una oportunidad de terminar su protesta. Poniendo un brazo gigantesco por detrás de su cintura, el capataz la empujó fuera de la pasarela hacia la trinchera más cercana.
Al aterrizar, consiguió guardar el equilibrio, manteniendo la cabeza y la mayor parte del tronco fuera del limo. Pero el impacto envió una ola de espeso estiércol húmedo salpicando a las trabajadoras más cercanas.
-Lo siento -se disculpó.
Una de las mujeres la miró, con un grumo de limo resbalando lentamente por su mejilla.
-No se preocupe por ello -dijo con una voz que sonaba más muerta que viva-. No se preocupe por ensuciarse, tampoco. Nunca volverá a estar limpia.
Un látigo neurónico crujió amenazadoramente sobre su cabeza. Mara se alejó, pero la otra mujer no pareció notarlo o darle importancia, sino que siguió excavando en el limo. Con el estómago retorciéndose de asco, Mara introdujo sus brazos en el estiércol húmedo y comenzó a trabajar.

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