El Venganza
Las largas hileras se extendían hasta perderse de vista, como inmensos insectos metálicos desfilando. Tras tres meses a bordo, Maarek aún no se había acostumbrado a la inmensidad del destructor estelar, y la vista de todos los cazas, bombarderos e interceptores TIE en el enorme hangar seguía impresionándole como el primer día, y le inspiraba. Y además estaban los caminantes...
A menudo pensaba en la ironía de su situación. ¿Qué había ocurrido con sus enemigos mortales? Ahora todo era historia. En un instante, su destino había quedado reducido a la nada, como todas las demás causas por las que había luchado.
Tenía miedo. Había escuchado hablar del Imperio, claro, todo el mundo había oído hablar de él, pero sobre todo por su reputación y los rumores, no por contacto o experiencia personal. Los ruidos que habían precedido la llegada del Imperio hablaban de una brutalidad muy eficaz. Sabía que no había prácticamente ni una posibilidad de escapar, y pensaba que seguramente su vida sería muy corta. Pero se equivocaba.
Cuando la lanzadera de asalto los condujo a bordo del destructor estelar, no pudo verlo. No había ninguna ventanilla en la pequeña cabina donde estaban prisioneros. Las tropas de asalto les vigilaban de cerca, y los antiguos adversarios no podían hacer otra cosa que mirarse, abatidos e impotentes. Supieron que acababan de llegar a su destino cuando la lanzadera se posó lentamente.
Fueron conducidos a punta de bláster a lo largo de un inmenso pasillo. No veían gran cosa y no sabían dónde se encontraban, en un lejano planeta o en una nave espacial, o bien en un puesto avanzado cualquiera. Fueron separados, y Maarek fue encerrado solo en una celda. Pasado un momento, le llevaron algo de comida. La mayor parte del tiempo, no pudo hacer más que esperar.
El tiempo pasaba lentamente, y Maarek seguía preguntándose qué les habría pasado a su madre y a Pargo. Entonces un oficial entró en su celda y le habló. Explicó a Maarek que el Imperio había instaurado la ley marcial en su sistema estelar, y que todos los planetas se encontraban desde ese instante al servicio del Emperador.
-Ahora reina la paz en vuestros planetas. Ya no habrá más muertes inútiles, más destrucción -añadió-. ¿Qué opinas de eso?
Maarek no sabía qué pensar. Nunca había conocido otra cosa más que la guerra, y sin embargo la odiaba profundamente. Había destruido su planeta, se había llevado a su padre, no hacía bien a nadie. Sabía que su padre y su madre estaban contra esa guerra, y él había sido educado en esa convicción.
-Creo que es una buena idea -respondió.
Viendo el lugar donde se encontraba, era una respuesta sensata y prudente.
El oficial meneó la cabeza. Anotó algo en una tableta de datos y luego volvió a preguntar.
-¿Tienes alguna habilidad particular que nos pueda ser útil?
-Puede ser. Pero en primer lugar quiero saber qué le ha pasado a mi madre antes de contestar a sus preguntas.
El oficial tomó más notas. Luego esperó. Maarek esperó también. Finalmente, el oficial se encogió de hombros.
-Tu madre está bien. La verás pronto. Ahora, ¿puedes responder a mi pregunta?
Maarek se dio cuenta de que acababa de obtener una victoria ínfima, quizá inútil.
-Soy un piloto de barredora bastante bueno, y me manejo bien con la mecánica. También tengo buenos conocimientos de ciencia en general, y particularmente de astrofísica -respondió con franqueza-. Y soy un jugador de aerobol condenadamente bueno -añadió, aunque pensaba que esa información era inútil.
El hombre aún tomó algunas notas, luego se levantó, le agradeció su atención, y salió de la celda.
Al día siguiente, un oficial le visitó, acompañado de una escolta de soldados imperiales. Se presentó con el nombre de Teniente P’arghat, y pidió a Maarek que le siguiera. Feliz de abandonar por fin el reducido espacio de su celda, y esperando que no le llevaran a ser fusilado o maltratado, le siguió.
El hombre le condujo a un pequeño anfiteatro que podría tener unos 150 asientos, dispuestos en círculo bajo una plataforma. Algunos civiles estaban sentados, y había guardias apostados a intervalos regulares a lo largo de los muros.
Los civiles llevaban la misma indumentaria que Maarek: un pantalón blanco similar a un pijama, y una camisa con el emblema del Imperio estampado en numerosas partes del tejido, y con una enorme cifra marcada en la espalda. El uniforme de los prisioneros.
Señalaron a Maarek un asiento, y recibió la orden de sentarse. Vio llegar a otros prisioneros y reconoció a algunos. Pargo entró, seguido de su madre, la mujer bordali de la lanzadera, y uno de los otros soldados bordali que iban a bordo. No vio a Gwadj, pero reconoció a personajes importantes de Kuan y de Bordal. Evidentemente, la mayoría no se conocían entre ellos, pero todos tenían aspecto de soldados curtidos por la vida. Su madre y Pargo sonrieron al verle, pero su rostro estaba tenso, como probablemente lo estuviera también el de Maarek. No era el momento ni el lugar de festejar nada. ¿Quién sabía lo que estos conquistadores imperiales tenían en mente?
En pocos instantes, el anfiteatro estuvo lleno. Un hombre con un austero uniforme del Imperio se aproximó entonces a la plataforma elevada y tomó la palabra. Su voz estaba amplificada, pero Maarek adivinó que su verdadera voz era muy calmada.
-Criaturas de Taroon, soy el Almirante Mordon, su anfitrión a bordo de esta nave. Les he invitado aquí para presentarles el Imperio, y ayudarles a comprender mejor cuales son nuestros objetivos, y el papel que tal vez puedan tomar en ellos. Han sido elegidos por varios motivos. Algunos de ustedes volverán a su planeta natal para servir al Emperador. Otros podrán, si tienen las cualidades necesarias, unirse a la Flota Imperial y ayudarnos a salvaguardar la paz en la galaxia. De momento, escúchenme y aprendan. Más tarde, podrán plantearme preguntas.
A menudo pensaba en la ironía de su situación. ¿Qué había ocurrido con sus enemigos mortales? Ahora todo era historia. En un instante, su destino había quedado reducido a la nada, como todas las demás causas por las que había luchado.
Tenía miedo. Había escuchado hablar del Imperio, claro, todo el mundo había oído hablar de él, pero sobre todo por su reputación y los rumores, no por contacto o experiencia personal. Los ruidos que habían precedido la llegada del Imperio hablaban de una brutalidad muy eficaz. Sabía que no había prácticamente ni una posibilidad de escapar, y pensaba que seguramente su vida sería muy corta. Pero se equivocaba.
Cuando la lanzadera de asalto los condujo a bordo del destructor estelar, no pudo verlo. No había ninguna ventanilla en la pequeña cabina donde estaban prisioneros. Las tropas de asalto les vigilaban de cerca, y los antiguos adversarios no podían hacer otra cosa que mirarse, abatidos e impotentes. Supieron que acababan de llegar a su destino cuando la lanzadera se posó lentamente.
Fueron conducidos a punta de bláster a lo largo de un inmenso pasillo. No veían gran cosa y no sabían dónde se encontraban, en un lejano planeta o en una nave espacial, o bien en un puesto avanzado cualquiera. Fueron separados, y Maarek fue encerrado solo en una celda. Pasado un momento, le llevaron algo de comida. La mayor parte del tiempo, no pudo hacer más que esperar.
El tiempo pasaba lentamente, y Maarek seguía preguntándose qué les habría pasado a su madre y a Pargo. Entonces un oficial entró en su celda y le habló. Explicó a Maarek que el Imperio había instaurado la ley marcial en su sistema estelar, y que todos los planetas se encontraban desde ese instante al servicio del Emperador.
-Ahora reina la paz en vuestros planetas. Ya no habrá más muertes inútiles, más destrucción -añadió-. ¿Qué opinas de eso?
Maarek no sabía qué pensar. Nunca había conocido otra cosa más que la guerra, y sin embargo la odiaba profundamente. Había destruido su planeta, se había llevado a su padre, no hacía bien a nadie. Sabía que su padre y su madre estaban contra esa guerra, y él había sido educado en esa convicción.
-Creo que es una buena idea -respondió.
Viendo el lugar donde se encontraba, era una respuesta sensata y prudente.
El oficial meneó la cabeza. Anotó algo en una tableta de datos y luego volvió a preguntar.
-¿Tienes alguna habilidad particular que nos pueda ser útil?
-Puede ser. Pero en primer lugar quiero saber qué le ha pasado a mi madre antes de contestar a sus preguntas.
El oficial tomó más notas. Luego esperó. Maarek esperó también. Finalmente, el oficial se encogió de hombros.
-Tu madre está bien. La verás pronto. Ahora, ¿puedes responder a mi pregunta?
Maarek se dio cuenta de que acababa de obtener una victoria ínfima, quizá inútil.
-Soy un piloto de barredora bastante bueno, y me manejo bien con la mecánica. También tengo buenos conocimientos de ciencia en general, y particularmente de astrofísica -respondió con franqueza-. Y soy un jugador de aerobol condenadamente bueno -añadió, aunque pensaba que esa información era inútil.
El hombre aún tomó algunas notas, luego se levantó, le agradeció su atención, y salió de la celda.
Al día siguiente, un oficial le visitó, acompañado de una escolta de soldados imperiales. Se presentó con el nombre de Teniente P’arghat, y pidió a Maarek que le siguiera. Feliz de abandonar por fin el reducido espacio de su celda, y esperando que no le llevaran a ser fusilado o maltratado, le siguió.
El hombre le condujo a un pequeño anfiteatro que podría tener unos 150 asientos, dispuestos en círculo bajo una plataforma. Algunos civiles estaban sentados, y había guardias apostados a intervalos regulares a lo largo de los muros.
Los civiles llevaban la misma indumentaria que Maarek: un pantalón blanco similar a un pijama, y una camisa con el emblema del Imperio estampado en numerosas partes del tejido, y con una enorme cifra marcada en la espalda. El uniforme de los prisioneros.
Señalaron a Maarek un asiento, y recibió la orden de sentarse. Vio llegar a otros prisioneros y reconoció a algunos. Pargo entró, seguido de su madre, la mujer bordali de la lanzadera, y uno de los otros soldados bordali que iban a bordo. No vio a Gwadj, pero reconoció a personajes importantes de Kuan y de Bordal. Evidentemente, la mayoría no se conocían entre ellos, pero todos tenían aspecto de soldados curtidos por la vida. Su madre y Pargo sonrieron al verle, pero su rostro estaba tenso, como probablemente lo estuviera también el de Maarek. No era el momento ni el lugar de festejar nada. ¿Quién sabía lo que estos conquistadores imperiales tenían en mente?
En pocos instantes, el anfiteatro estuvo lleno. Un hombre con un austero uniforme del Imperio se aproximó entonces a la plataforma elevada y tomó la palabra. Su voz estaba amplificada, pero Maarek adivinó que su verdadera voz era muy calmada.
-Criaturas de Taroon, soy el Almirante Mordon, su anfitrión a bordo de esta nave. Les he invitado aquí para presentarles el Imperio, y ayudarles a comprender mejor cuales son nuestros objetivos, y el papel que tal vez puedan tomar en ellos. Han sido elegidos por varios motivos. Algunos de ustedes volverán a su planeta natal para servir al Emperador. Otros podrán, si tienen las cualidades necesarias, unirse a la Flota Imperial y ayudarnos a salvaguardar la paz en la galaxia. De momento, escúchenme y aprendan. Más tarde, podrán plantearme preguntas.
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