Los bordali
Jirones de nieblas se aferraban a las esquinas de las calles húmedas, y la única luz era la de la segunda luna de Kuan. Escucharon un momento los gritos que brotaban del interior del edificio. La calle estaba tranquila, y sin decir una palabra, Marina salió corriendo hacia la izquierda, arrastrando a Maarek tras ella.
Sus pies desnudos apenas sonaban en la acera, pero las botas de Maarek eran mucho más ruidosas, y las secas pisadas sobre el suelo asemejaban la explosión de pequeños misiles de conmoción.
Marina giró en la esquina de la manzana. Maarek se retrasó un poco, pero la alcanzó enseguida. Él realmente no sabía a dónde iba, y la seguía sin pensar, todos sus sentidos orientados hacia atrás, por temor a ser perseguidos. Por eso estuvo a punto de estrellarse cuando, a su vez, giró la esquina del edificio. Ella apenas se había movido un palmo, y él tuvo el tiempo justo de frenarse antes de hacerla caer. Frenó en seco, él también. Eran seis, con blásters, todos vestidos de negro...
Las siluetas negras se agruparon enseguida a su alrededor. Marina tiró su pequeño bláster al suelo y alzó las manos. Maarek se situó delante de su madre, dispuesto a enfrentarse a todo el grupo.
-Abandona, hijo mío -murmuró Marina-. Si luchas contra ellos, te matarán y se me llevarán. Si nos rendimos, no nos matarán. Nos quieren vivos.
-Haz caso a tu madre, chico -dijo uno de los asaltantes.
Luego hizo a los otros un gesto con el bláster, y cuatro de ellos se aproximaron. Colocaron unas esposas en las muñecas de Maarek, y le pusieron una capucha de aislamiento en la cabeza. Ya no podía ver ni oír nada. La última imagen que guardaba en su mente era la de su madre sonriendo, pero con una sonrisa llena de tristeza, mientras que dos formas negras le esposaban las manos.
Los hombres le agarraron sin contemplaciones y le empujaron hacia delante. Tropezó, pero no tardó en habituarse al ritmo de los secuestradores que se habían colocado uno a cada lado. Tras unos minutos, el grupo aminoró, y finalmente se detuvo. Esperaron unos diez minutos, tal vez, pero fue una espera que pareció durar horas. Les guiaron hacia una rampa. Seguía sin poder ver ni oír, pero podía sentir la pasarela bajo sus pies, y su intuición le decía que subían a bordo de una nave.
Le ataron en un asiento. Cuando la nave despegó del suelo y aceleró, sintió el familiar efecto de la fuerza de la gravedad. Maarek usaba ávidamente los sentidos que le quedaban para intentar adivinar hacia qué dirección partía la nave, pero lo único que podía sentir era esa sensación de despegue.
Tras unos instantes, la fuerza de gravedad planetaria y la aceleración fueron reemplazadas por una atracción más extraña... un campo gravitacional artificial, sin duda. Eso sólo podía significar una cosa: habían abandonado Kuan y volaban por el espacio. Podía sentir la ligera vibración de los motores de la nave... funcionando siempre a máxima potencia.
Entonces le quitaron la capucha, pero no los grilletes. Parpadeó, deslumbrado por la repentina luz, frotándose los párpados con sus manos encadenadas. Cuando su visión se aclaró, examinó lo que pasaba a su alrededor. Se encontraba en una pequeña cabina sin ventanillas. Podía ver una compuerta estándar ante él. No podía ver nada a su espalda. La cabina era lo suficientemente grande como para albergar diez pasajeros, pero no había más que seis asientos. Pensó que debía encontrarse en una especie de lanzadera.
Su madre estaba atada a otro asiento, al otro lado de la cabina, con el rostro estático en una expresión llena de orgullo. Dos guardias armados con blásters permanecían de pie ante la compuerta. Llevaban el uniforme verde del ejército bordali. Otro hombre, vestido de negro, se encontraba a su lado. Comenzó a hablar.
-Me llamo Gwadj. Soy un agente del Pueblo de Bordal. Sólo quiero que sepan que ninguno de ustedes dos nos es especialmente útil, salvo para obtener la colaboración de su marido... -giró la cabeza mirando a Marina- ...y de su padre -miró fijamente a los ojos de Maarek-. Se lo ruego, traten de comprender. Con uno sólo de ustedes nos bastaría para lo que queremos hacer. Si nos causan el más mínimo problema, mataremos a uno y nos guardaremos al otro.
Nadie respondió, y el hombre continuó. Parecía tener necesidad de saborear su triunfo. Maarek tenía ganas de destriparlo y hacerle tragarse la lengua.
-Puede que se pregunten cómo les hemos localizado -dijo-. Por supuesto, muchacho, todo comenzó con su estúpida, pero muy entretenida, acrobacia. Una vez que le vimos con su banda de moteros, nuestros agentes comenzaron a hacer preguntas.
El hombre se detuvo un instante e hizo un gesto brusco a uno de los guardias, que salió inmediatamente por la compuerta.
-No es muy prudente que los individuos en su situación tengan amigos -continuó-. En tiempos de guerra, no hay amigos.
Gwadj se volvió hacia la compuerta. Casi instantáneamente, como si le hubiera llamado, el guardia volvió a la cabina, arrastrando un cuerpo tras él. Maarek se atragantó. ¡Era Pargo! Tenía un aspecto horrible y parecía estar semiinconsciente. El guardia le arrojó sin ningún cuidado al suelo, donde permaneció encogido gimiendo en voz baja. Su rostro y sus brazos estaban cubiertos de pequeñas marcas rojas.
-Su amigo era muy testarudo. Nos ha costado mucho capturarle, pero conocemos numerosos métodos... La fuerza bruta está tan sobreestimada. Le provocamos, y él nos condujo directamente a usted -su expresión de satisfacción desapareció casi instantáneamente-. Usted no debió matar a uno de nuestros oficiales -dijo a Marina-. Tenemos un largo viaje por delante, y tendré tiempo de encontrar un justo castigo por ese acto. No dejamos que asesinen a nuestros semejantes sin tomar represalias. Sin embargo, puede que no le mate, Señora Stele -en ese momento, se giró hacia Maarek y le miró fijamente-. Pero quizá lamente que no lo haga.
Maarek escuchó ruido tras él, el ruido de voces que discutían. Quería girarse para ver qué pasaba, pero se enfrentaba a la mirada de Gwadj, y ninguno de ellos quería apartar los ojos. Finalmente, la impaciencia de Gwadj pudo más.
-¡Por todas las galaxias! ¿Qué ocurre? -gritó.
Maarek volvió la cabeza todo lo que pudo y alcanzó a ver a una mujer. Llevaba un uniforme igual al de Gwadj. Hablaba en voz baja, y Maarek no podía oír lo que decía. Reparó igualmente en que era una mujer bastante atractiva. Para ser bordali, claro.
Gwadj y la mujer salieron de la cabina. No quedaba más que un guardia. Maarek escuchó la compuerta cerrarse con un ruido apagado. El guardia permanecía de pie, con gesto airado, mirando a Pargo tendido medio inconsciente en el suelo.
-Voy a sujetarte a algo -murmuró el guardia, arrastrando a Pargo hacia un asiento.
Maarek podía ver perfectamente los ojos del hombre desde su sitio. Estaba atento a lo que hiciera, aparentemente bastante inquieto por quedarse solo con los prisioneros. Sujetaba su bláster con una mano, y arrastraba a Pargo con la otra por el suelo metálico. Un instante después, vaciló, como si de repente se hubiera acordado de algo, o al menos eso es lo que pensó Maarek. Pero se estremeció, con los ojos abiertos de par en par por la sorpresa, y gritó. Pero ya era demasiado tarde. Una gran mano se había cerrado alrededor de la suya, de la que sujetaba el bláster, y la había hecho apuntar a su propio pecho. ¡Pargo estaba consciente!
La lucha fue silenciosa y rápida. Pargo era muy fuerte, mucho más fuerte que el guardia, y pronto pudo alzarse sobre sus rodillas. El bláster seguía apuntado al pecho del guardia. Maarek vio como este perdía de golpe toda su fogosidad, sabedor de que una resistencia prolongada le conduciría a una muerte segura.
Así que fue el guardia bordali quien acabó atado al asiento en lugar de Pargo.
-No hagas ningún ruido -murmuró Pargo, mientras cerraba los grilletes alrededor de las muñecas del guardia, que asintió.
-Hay una capucha tras esos asientos -propuso Maarek-. Con eso, permanecerá callado.
Pargo se giró hacia las capuchas y luego miró al guardia. Parecía aterrorizado.
-Creo que no será necesario. No nos causará problemas.
-Entonces desátame de este asiento -dijo Maarek-. Debemos encontrar un medio de escapar de esta prisión volante.
-No confíes demasiado en ello -dijo Marina-. Nos llevan mucha ventaja.
-Sí, ¡pero tenemos esto! -dijo Pargo, mostrando el bláster.
-Un solo bláster, y ellos son numerosos -respondió Marina mientras Pargo les liberaba.
A pesar de las apariencias, Maarek vio perfectamente que su amigo tenía problemas para mantenerse en equilibrio. Cualesquiera que fueran las vilezas a las que los bordali le hubieran sometido, Pargo aún no se había recuperado del todo.
Algunos minutos más tarde, estaban de pie frente a la compuerta delantera, preguntándose qué hacer a continuación, cuando la nave dio un bandazo, como si se hubiera golpeado con algo.
Casi en el mismo instante, Gwadj se precipitó en la cabina, seguido de la mujer de negro y de otro guardia. Todos llevaban un arma en la mano.
¡Si Gwadj tenía una cualidad, desde luego era la rapidez! Comprendió inmediatamente lo que había ocurrido al ver al guardia atado al asiento y el bláster en manos de Pargo. Pero también sabía que seguía teniendo ventaja.
-No disparen. La situación está a punto de cambiar muy rápidamente -dijo-. Un destructor estelar nos viene pisando los talones y hemos sido atrapados en un rayo tractor. Creo que ya no seremos dueños de nuestros destinos por mucho tiempo -hablaba lentamente, con una voz impregnada de resignación.
-Y entonces, ¿qué piensa hacer? -preguntó Marina. Su voz también se mostraba totalmente resignada.
Gwadj estalló a reír. Una risita de conejo.
-¿Que qué voy a hacer? Tenía ganas de matarles a todos por despecho, pero ahora... Esta guerra ya ha durado demasiado.
-Sí, es cierto -respondió Marina.
Entonces, a una señal de Gwadj, los tres guardias bajaron sus blásters. Marina hizo un gesto con la cabeza a Pargo, que obedeció a regañadientes. Luego, esperaron...
Cuando los soldados del Imperio llegaron, anónimos en sus armaduras blancas, fueron rápidos y eficaces. Entraron rápidamente por la compuerta, y tomaron posiciones en la cabina, con los blásters dispuestos para disparar. Uno de ellos tomó la palabra. Su voz sonaba lejana y metálica.
-Por aquí -fueron sus únicas palabras.
Las tropas de asalto se acercaron a los antiguos enemigos. De alguna manera, Maarek sabía que la guerra entre los bordali y los kuan, o al menos su propia guerra personal, estaba a punto de acabar. Siguió a los soldados hasta una lanzadera de asalto que esperaba, e inmediatamente partieron en dirección al destructor estelar Venganza. Allí comenzaría su nueva vida...
Sus pies desnudos apenas sonaban en la acera, pero las botas de Maarek eran mucho más ruidosas, y las secas pisadas sobre el suelo asemejaban la explosión de pequeños misiles de conmoción.
Marina giró en la esquina de la manzana. Maarek se retrasó un poco, pero la alcanzó enseguida. Él realmente no sabía a dónde iba, y la seguía sin pensar, todos sus sentidos orientados hacia atrás, por temor a ser perseguidos. Por eso estuvo a punto de estrellarse cuando, a su vez, giró la esquina del edificio. Ella apenas se había movido un palmo, y él tuvo el tiempo justo de frenarse antes de hacerla caer. Frenó en seco, él también. Eran seis, con blásters, todos vestidos de negro...
Las siluetas negras se agruparon enseguida a su alrededor. Marina tiró su pequeño bláster al suelo y alzó las manos. Maarek se situó delante de su madre, dispuesto a enfrentarse a todo el grupo.
-Abandona, hijo mío -murmuró Marina-. Si luchas contra ellos, te matarán y se me llevarán. Si nos rendimos, no nos matarán. Nos quieren vivos.
-Haz caso a tu madre, chico -dijo uno de los asaltantes.
Luego hizo a los otros un gesto con el bláster, y cuatro de ellos se aproximaron. Colocaron unas esposas en las muñecas de Maarek, y le pusieron una capucha de aislamiento en la cabeza. Ya no podía ver ni oír nada. La última imagen que guardaba en su mente era la de su madre sonriendo, pero con una sonrisa llena de tristeza, mientras que dos formas negras le esposaban las manos.
Los hombres le agarraron sin contemplaciones y le empujaron hacia delante. Tropezó, pero no tardó en habituarse al ritmo de los secuestradores que se habían colocado uno a cada lado. Tras unos minutos, el grupo aminoró, y finalmente se detuvo. Esperaron unos diez minutos, tal vez, pero fue una espera que pareció durar horas. Les guiaron hacia una rampa. Seguía sin poder ver ni oír, pero podía sentir la pasarela bajo sus pies, y su intuición le decía que subían a bordo de una nave.
Le ataron en un asiento. Cuando la nave despegó del suelo y aceleró, sintió el familiar efecto de la fuerza de la gravedad. Maarek usaba ávidamente los sentidos que le quedaban para intentar adivinar hacia qué dirección partía la nave, pero lo único que podía sentir era esa sensación de despegue.
Tras unos instantes, la fuerza de gravedad planetaria y la aceleración fueron reemplazadas por una atracción más extraña... un campo gravitacional artificial, sin duda. Eso sólo podía significar una cosa: habían abandonado Kuan y volaban por el espacio. Podía sentir la ligera vibración de los motores de la nave... funcionando siempre a máxima potencia.
Entonces le quitaron la capucha, pero no los grilletes. Parpadeó, deslumbrado por la repentina luz, frotándose los párpados con sus manos encadenadas. Cuando su visión se aclaró, examinó lo que pasaba a su alrededor. Se encontraba en una pequeña cabina sin ventanillas. Podía ver una compuerta estándar ante él. No podía ver nada a su espalda. La cabina era lo suficientemente grande como para albergar diez pasajeros, pero no había más que seis asientos. Pensó que debía encontrarse en una especie de lanzadera.
Su madre estaba atada a otro asiento, al otro lado de la cabina, con el rostro estático en una expresión llena de orgullo. Dos guardias armados con blásters permanecían de pie ante la compuerta. Llevaban el uniforme verde del ejército bordali. Otro hombre, vestido de negro, se encontraba a su lado. Comenzó a hablar.
-Me llamo Gwadj. Soy un agente del Pueblo de Bordal. Sólo quiero que sepan que ninguno de ustedes dos nos es especialmente útil, salvo para obtener la colaboración de su marido... -giró la cabeza mirando a Marina- ...y de su padre -miró fijamente a los ojos de Maarek-. Se lo ruego, traten de comprender. Con uno sólo de ustedes nos bastaría para lo que queremos hacer. Si nos causan el más mínimo problema, mataremos a uno y nos guardaremos al otro.
Nadie respondió, y el hombre continuó. Parecía tener necesidad de saborear su triunfo. Maarek tenía ganas de destriparlo y hacerle tragarse la lengua.
-Puede que se pregunten cómo les hemos localizado -dijo-. Por supuesto, muchacho, todo comenzó con su estúpida, pero muy entretenida, acrobacia. Una vez que le vimos con su banda de moteros, nuestros agentes comenzaron a hacer preguntas.
El hombre se detuvo un instante e hizo un gesto brusco a uno de los guardias, que salió inmediatamente por la compuerta.
-No es muy prudente que los individuos en su situación tengan amigos -continuó-. En tiempos de guerra, no hay amigos.
Gwadj se volvió hacia la compuerta. Casi instantáneamente, como si le hubiera llamado, el guardia volvió a la cabina, arrastrando un cuerpo tras él. Maarek se atragantó. ¡Era Pargo! Tenía un aspecto horrible y parecía estar semiinconsciente. El guardia le arrojó sin ningún cuidado al suelo, donde permaneció encogido gimiendo en voz baja. Su rostro y sus brazos estaban cubiertos de pequeñas marcas rojas.
-Su amigo era muy testarudo. Nos ha costado mucho capturarle, pero conocemos numerosos métodos... La fuerza bruta está tan sobreestimada. Le provocamos, y él nos condujo directamente a usted -su expresión de satisfacción desapareció casi instantáneamente-. Usted no debió matar a uno de nuestros oficiales -dijo a Marina-. Tenemos un largo viaje por delante, y tendré tiempo de encontrar un justo castigo por ese acto. No dejamos que asesinen a nuestros semejantes sin tomar represalias. Sin embargo, puede que no le mate, Señora Stele -en ese momento, se giró hacia Maarek y le miró fijamente-. Pero quizá lamente que no lo haga.
Maarek escuchó ruido tras él, el ruido de voces que discutían. Quería girarse para ver qué pasaba, pero se enfrentaba a la mirada de Gwadj, y ninguno de ellos quería apartar los ojos. Finalmente, la impaciencia de Gwadj pudo más.
-¡Por todas las galaxias! ¿Qué ocurre? -gritó.
Maarek volvió la cabeza todo lo que pudo y alcanzó a ver a una mujer. Llevaba un uniforme igual al de Gwadj. Hablaba en voz baja, y Maarek no podía oír lo que decía. Reparó igualmente en que era una mujer bastante atractiva. Para ser bordali, claro.
Gwadj y la mujer salieron de la cabina. No quedaba más que un guardia. Maarek escuchó la compuerta cerrarse con un ruido apagado. El guardia permanecía de pie, con gesto airado, mirando a Pargo tendido medio inconsciente en el suelo.
-Voy a sujetarte a algo -murmuró el guardia, arrastrando a Pargo hacia un asiento.
Maarek podía ver perfectamente los ojos del hombre desde su sitio. Estaba atento a lo que hiciera, aparentemente bastante inquieto por quedarse solo con los prisioneros. Sujetaba su bláster con una mano, y arrastraba a Pargo con la otra por el suelo metálico. Un instante después, vaciló, como si de repente se hubiera acordado de algo, o al menos eso es lo que pensó Maarek. Pero se estremeció, con los ojos abiertos de par en par por la sorpresa, y gritó. Pero ya era demasiado tarde. Una gran mano se había cerrado alrededor de la suya, de la que sujetaba el bláster, y la había hecho apuntar a su propio pecho. ¡Pargo estaba consciente!
La lucha fue silenciosa y rápida. Pargo era muy fuerte, mucho más fuerte que el guardia, y pronto pudo alzarse sobre sus rodillas. El bláster seguía apuntado al pecho del guardia. Maarek vio como este perdía de golpe toda su fogosidad, sabedor de que una resistencia prolongada le conduciría a una muerte segura.
Así que fue el guardia bordali quien acabó atado al asiento en lugar de Pargo.
-No hagas ningún ruido -murmuró Pargo, mientras cerraba los grilletes alrededor de las muñecas del guardia, que asintió.
-Hay una capucha tras esos asientos -propuso Maarek-. Con eso, permanecerá callado.
Pargo se giró hacia las capuchas y luego miró al guardia. Parecía aterrorizado.
-Creo que no será necesario. No nos causará problemas.
-Entonces desátame de este asiento -dijo Maarek-. Debemos encontrar un medio de escapar de esta prisión volante.
-No confíes demasiado en ello -dijo Marina-. Nos llevan mucha ventaja.
-Sí, ¡pero tenemos esto! -dijo Pargo, mostrando el bláster.
-Un solo bláster, y ellos son numerosos -respondió Marina mientras Pargo les liberaba.
A pesar de las apariencias, Maarek vio perfectamente que su amigo tenía problemas para mantenerse en equilibrio. Cualesquiera que fueran las vilezas a las que los bordali le hubieran sometido, Pargo aún no se había recuperado del todo.
Algunos minutos más tarde, estaban de pie frente a la compuerta delantera, preguntándose qué hacer a continuación, cuando la nave dio un bandazo, como si se hubiera golpeado con algo.
Casi en el mismo instante, Gwadj se precipitó en la cabina, seguido de la mujer de negro y de otro guardia. Todos llevaban un arma en la mano.
¡Si Gwadj tenía una cualidad, desde luego era la rapidez! Comprendió inmediatamente lo que había ocurrido al ver al guardia atado al asiento y el bláster en manos de Pargo. Pero también sabía que seguía teniendo ventaja.
-No disparen. La situación está a punto de cambiar muy rápidamente -dijo-. Un destructor estelar nos viene pisando los talones y hemos sido atrapados en un rayo tractor. Creo que ya no seremos dueños de nuestros destinos por mucho tiempo -hablaba lentamente, con una voz impregnada de resignación.
-Y entonces, ¿qué piensa hacer? -preguntó Marina. Su voz también se mostraba totalmente resignada.
Gwadj estalló a reír. Una risita de conejo.
-¿Que qué voy a hacer? Tenía ganas de matarles a todos por despecho, pero ahora... Esta guerra ya ha durado demasiado.
-Sí, es cierto -respondió Marina.
Entonces, a una señal de Gwadj, los tres guardias bajaron sus blásters. Marina hizo un gesto con la cabeza a Pargo, que obedeció a regañadientes. Luego, esperaron...
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Cuando los soldados del Imperio llegaron, anónimos en sus armaduras blancas, fueron rápidos y eficaces. Entraron rápidamente por la compuerta, y tomaron posiciones en la cabina, con los blásters dispuestos para disparar. Uno de ellos tomó la palabra. Su voz sonaba lejana y metálica.
-Por aquí -fueron sus únicas palabras.
Las tropas de asalto se acercaron a los antiguos enemigos. De alguna manera, Maarek sabía que la guerra entre los bordali y los kuan, o al menos su propia guerra personal, estaba a punto de acabar. Siguió a los soldados hasta una lanzadera de asalto que esperaba, e inmediatamente partieron en dirección al destructor estelar Venganza. Allí comenzaría su nueva vida...
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