—¿Qué tal va? —preguntó Vaetes.
—Ninguna gran sorpresa hasta ahora —contestó Jos. Tolk pasó un paño por su frente. Detrás de él, el zabrak dormía apaciblemente, con sus tatuajes faciales y corporales brillando bajo las luces halógenas—. Le he quitado la astilla del proyectil del nervio CC, y parece que la conducción de impulsos todavía está trabajando periféricamente, o por lo menos en la mayor parte. Podrá apretar perfectamente un gatillo de nuevo, si sobrevive. Pero va a costar un rato terminar la cirugía del plexo.
—¿Puedes estabilizarlo?
Jos parpadeó por culpa de una gota de sudor —a Tolk se le había escapado esa— que había irritado su ojo izquierdo.
—Quizá. ¿Por qué?
—Tenemos dieciséis heridos que necesitan cirugía, y una pareja que no puede esperar. Si puedes criogenizar a este paciente y volver luego a él, podríamos usar tu ayuda.
Jos se encogió de hombros.
—La criogenización siempre es un riesgo. Pensé que este tipo era un caso especial.
—Lo es, pero no estoy dispuesto a dejar a otros morirse en su lugar. Estabilízalo, Jos. Te necesitamos.
Jos asintió. El coronel se marchó, consiguiendo rápidos informes de estado de otras mesas. Jos se volvió a la anestesista.
—Ponlo en un crio-ciclo de estasis y guárdalo en alguna parte.
—¿Cuánto tiempo?
—No lo sé. El máximo. Cuatro horas.
Si, después de ese tiempo, Jos no había terminado con sus otros pacientes, el coronel Omant podría recibir quemaduras por congelación: cuatro horas era lo máximo que un ser consciente era capaz de permanecer estable de ese modo.
Cuando Jos se estaba poniendo un nuevo juego de bata y guantes, uno de los médicos de campaña pasó por el vestíbulo, empujando otra camilla. Hizo una pausa en la puerta.
—Eh, doc, ¿qué ha pasado con esa escoria zabrak? ¿Murió entre grandes dolores, espero?
—Está en crio-estasis —dijo Jos.
El médico, un twi'lek, agitó su cabeza, y su lekku se balanceó con el movimiento.
—Eres mucho más fuerte que yo, doc. Si un sepa hubiera matado a mi amigo, te garantizo que mi mano no permanecería tan firme con un escalpelo.
Jos frunció el ceño.
—¿De qué estás hablando?
—¿No lo sabes? El zabrak era el líder de la unidad mercenaria que cargó contra nuestro Uquemer. El comandante de la fuerza de choque de bios y droides que nos golpeó en primer lugar.
El médico siguió su camino, dejando a Jos parado de pie allí, en el vestíbulo, sintiéndose como si le acabaran de atravesar con una pica de fuerza. Entonces la rabia le golpeó, negra y feroz. Su mano desgarró el guante que se estaba enfundando, atravesándolo por completo.
El comandante de la fuerza de choque de bios y droides que nos golpeó en primer lugar...
¡El engendro Sith de la mesa cuya vida había estado intentando salvar había sido directamente responsable de la muerte de Zan!
—Ninguna gran sorpresa hasta ahora —contestó Jos. Tolk pasó un paño por su frente. Detrás de él, el zabrak dormía apaciblemente, con sus tatuajes faciales y corporales brillando bajo las luces halógenas—. Le he quitado la astilla del proyectil del nervio CC, y parece que la conducción de impulsos todavía está trabajando periféricamente, o por lo menos en la mayor parte. Podrá apretar perfectamente un gatillo de nuevo, si sobrevive. Pero va a costar un rato terminar la cirugía del plexo.
—¿Puedes estabilizarlo?
Jos parpadeó por culpa de una gota de sudor —a Tolk se le había escapado esa— que había irritado su ojo izquierdo.
—Quizá. ¿Por qué?
—Tenemos dieciséis heridos que necesitan cirugía, y una pareja que no puede esperar. Si puedes criogenizar a este paciente y volver luego a él, podríamos usar tu ayuda.
Jos se encogió de hombros.
—La criogenización siempre es un riesgo. Pensé que este tipo era un caso especial.
—Lo es, pero no estoy dispuesto a dejar a otros morirse en su lugar. Estabilízalo, Jos. Te necesitamos.
Jos asintió. El coronel se marchó, consiguiendo rápidos informes de estado de otras mesas. Jos se volvió a la anestesista.
—Ponlo en un crio-ciclo de estasis y guárdalo en alguna parte.
—¿Cuánto tiempo?
—No lo sé. El máximo. Cuatro horas.
Si, después de ese tiempo, Jos no había terminado con sus otros pacientes, el coronel Omant podría recibir quemaduras por congelación: cuatro horas era lo máximo que un ser consciente era capaz de permanecer estable de ese modo.
Cuando Jos se estaba poniendo un nuevo juego de bata y guantes, uno de los médicos de campaña pasó por el vestíbulo, empujando otra camilla. Hizo una pausa en la puerta.
—Eh, doc, ¿qué ha pasado con esa escoria zabrak? ¿Murió entre grandes dolores, espero?
—Está en crio-estasis —dijo Jos.
El médico, un twi'lek, agitó su cabeza, y su lekku se balanceó con el movimiento.
—Eres mucho más fuerte que yo, doc. Si un sepa hubiera matado a mi amigo, te garantizo que mi mano no permanecería tan firme con un escalpelo.
Jos frunció el ceño.
—¿De qué estás hablando?
—¿No lo sabes? El zabrak era el líder de la unidad mercenaria que cargó contra nuestro Uquemer. El comandante de la fuerza de choque de bios y droides que nos golpeó en primer lugar.
El médico siguió su camino, dejando a Jos parado de pie allí, en el vestíbulo, sintiéndose como si le acabaran de atravesar con una pica de fuerza. Entonces la rabia le golpeó, negra y feroz. Su mano desgarró el guante que se estaba enfundando, atravesándolo por completo.
El comandante de la fuerza de choque de bios y droides que nos golpeó en primer lugar...
¡El engendro Sith de la mesa cuya vida había estado intentando salvar había sido directamente responsable de la muerte de Zan!
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