Estalla bastante rápido –una tormenta de arena en el corazón del mar de dunas– como suelen hacerlo las confrontaciones de taberna. No presto atención más allá del olfateo del aire en busca de la promesa; está ahí, pero atenuado. Me tomo mi tiempo preparando la pipa –hay consuelo en el ritual, satisfacción en los preliminares–, coloco la boquilla entre mis dientes, luego aspiro el humo del t'bac profundamente. Es un hábito despreciable, pero es uno que ni siquiera yo soy capaz de abandonar.
Detrás de mí, gime la música. Chalmun ha contratado una banda desde mi última visita. Es música apropiada para una cantina oscura como el atardecer del desierto. A través del maloliente aire viciado por el humo y el sudor, la melancólica melodía crece y mengua, insidiosa como el polvo de las dunas.
...sopa...
Me giro, exhalando suavemente; en los bolsillos de las mejillas, las probóscides tiemblan.
...sopa...
Un destello, abrupto y descubierto, completamente crudo y sin refinar. No me cuesta más que un instante localizarlo, localizar la entidad: humano, y joven. Temor, desafío, aprensión; un rastro de quebradizo coraje... ah, pero es demasiado joven, demasiado inexperto. A pesar del obstinado gesto de sus mandíbulas, del brillo de desafío en sus ojos azules, no ha vivido lo suficiente para saber lo que arriesgaba. Aún no está maduro.
Los jóvenes no saben nada de la vida, nada de sus peligros, sus pequeñas y grandes hostilidades. Sólo conocen el momento, ciegos a las posibilidades; no hay coraje en los jóvenes, sólo la locura de la juventud. En los machos es peor: una intransigencia cabezota como un bantha, mezclada con desequilibrio hormonal. Su sopa es inmadura y completamente insatisfactoria. Es mejor dejar que maduren.
Aspiro humo, lo mantengo, lo exhalo. En el preciso instante en que hago eso la confrontación empeora. Dos seres se enfrentan ahora al chico: humano y aqualish. Es beligerancia de taberna, nacida de la bebida y la inseguridad; un estúpido alocado de establecer dominio sobre un muchacho novato cuya inexperiencia promete entretenimiento superficial para aquellos que se divierten con tales cosas. Le sigue una refriega, como siempre; el chico es empujado y choca contra una mesa.
Tras ello la música se detiene, cortada a mitad de un gemido. Me dice mucho acerca de los miembros de la banda: Claramente no están acostumbrados a lugares como la cantina de Chalmun, o sabrían que nunca deben parar. Los músicos experimentados tocarían un contrapunto a los gritos, los alaridos, los berridos, usando la cacofonía, sin importar lo atonal que fuese, para construir una nueva melodía.
Entonces nació un sonido completamente inesperado, un sonido como no había escuchado en cien años: el grave y vibrante zumbido de un sable de luz al desenfundarse y encenderse.
...sopa...
Me giro instantáneamente, buscando... las probóscides tiemblan, se estremecen, se retiran reluctantes ante mi insistencia. Pero lo saben tan bien como yo lo sé: En algún lugar de la cantina de Chalmun está el vaso que necesito.
Es una lucha rápida y decisiva, una escaramuza que termina pronto. Con sólo un único golpe de sable de luz, el aqualish queda... bueno, desarmado. Desbrazado*, si se me permite la expresión.
El chico se quedó atrás. Sentí su aroma de nuevo, salvaje y descontrolado. Pero ahora había algo más, mucho más de lo que esperaba, planeando en los bordes, estimulándome con su presencia, con la represión de su poder... y entonces veo al anciano que silenciosamente retira su sable de luz, y me doy cuenta de lo que es.
Un Maestro a pesar de su reticencia, que no busca guerras de palabra ni de obra; Maestro de lo que, en estos tiempos, se mantiene innombrable, no sea que el Emperador sospeche. Pero sé lo que es: Jedi. No podría otra cosa sino saberlo. Es demasiado disciplinado, demasiado bien blindado contra las intrusiones como el sondeo anzati, y es ese mismo blindaje lo que hace que la verdad, para mí, sea obvia.
Lo dejo como debe estar: innombrado. No veo necesidad de decirlo. Le dejo ser lo que es; nadie más sospechará. Está a salvo un rato más.
El chico se ha ganado mi atención. Si tienen verdaderos negocios juntos es información que merece la pena saber. Si el anciano ha tomado un discípulo hay de hecho razones para temer... si eres parte del Imperio, y recuerdas las viejas formas.
Si no lo eres, como yo –a no ser que recuerdes los viejos días, los días incluso más antiguos– no importa en absoluto. A menos que te preocupes en contar las monedas que Jabba podría pagar, u otros, incluyendo Darth Vader.
Incluyendo el Emperador.
Detrás de mí, gime la música. Chalmun ha contratado una banda desde mi última visita. Es música apropiada para una cantina oscura como el atardecer del desierto. A través del maloliente aire viciado por el humo y el sudor, la melancólica melodía crece y mengua, insidiosa como el polvo de las dunas.
...sopa...
Me giro, exhalando suavemente; en los bolsillos de las mejillas, las probóscides tiemblan.
...sopa...
Un destello, abrupto y descubierto, completamente crudo y sin refinar. No me cuesta más que un instante localizarlo, localizar la entidad: humano, y joven. Temor, desafío, aprensión; un rastro de quebradizo coraje... ah, pero es demasiado joven, demasiado inexperto. A pesar del obstinado gesto de sus mandíbulas, del brillo de desafío en sus ojos azules, no ha vivido lo suficiente para saber lo que arriesgaba. Aún no está maduro.
Los jóvenes no saben nada de la vida, nada de sus peligros, sus pequeñas y grandes hostilidades. Sólo conocen el momento, ciegos a las posibilidades; no hay coraje en los jóvenes, sólo la locura de la juventud. En los machos es peor: una intransigencia cabezota como un bantha, mezclada con desequilibrio hormonal. Su sopa es inmadura y completamente insatisfactoria. Es mejor dejar que maduren.
Aspiro humo, lo mantengo, lo exhalo. En el preciso instante en que hago eso la confrontación empeora. Dos seres se enfrentan ahora al chico: humano y aqualish. Es beligerancia de taberna, nacida de la bebida y la inseguridad; un estúpido alocado de establecer dominio sobre un muchacho novato cuya inexperiencia promete entretenimiento superficial para aquellos que se divierten con tales cosas. Le sigue una refriega, como siempre; el chico es empujado y choca contra una mesa.
Tras ello la música se detiene, cortada a mitad de un gemido. Me dice mucho acerca de los miembros de la banda: Claramente no están acostumbrados a lugares como la cantina de Chalmun, o sabrían que nunca deben parar. Los músicos experimentados tocarían un contrapunto a los gritos, los alaridos, los berridos, usando la cacofonía, sin importar lo atonal que fuese, para construir una nueva melodía.
Entonces nació un sonido completamente inesperado, un sonido como no había escuchado en cien años: el grave y vibrante zumbido de un sable de luz al desenfundarse y encenderse.
...sopa...
Me giro instantáneamente, buscando... las probóscides tiemblan, se estremecen, se retiran reluctantes ante mi insistencia. Pero lo saben tan bien como yo lo sé: En algún lugar de la cantina de Chalmun está el vaso que necesito.
Es una lucha rápida y decisiva, una escaramuza que termina pronto. Con sólo un único golpe de sable de luz, el aqualish queda... bueno, desarmado. Desbrazado*, si se me permite la expresión.
El chico se quedó atrás. Sentí su aroma de nuevo, salvaje y descontrolado. Pero ahora había algo más, mucho más de lo que esperaba, planeando en los bordes, estimulándome con su presencia, con la represión de su poder... y entonces veo al anciano que silenciosamente retira su sable de luz, y me doy cuenta de lo que es.
Un Maestro a pesar de su reticencia, que no busca guerras de palabra ni de obra; Maestro de lo que, en estos tiempos, se mantiene innombrable, no sea que el Emperador sospeche. Pero sé lo que es: Jedi. No podría otra cosa sino saberlo. Es demasiado disciplinado, demasiado bien blindado contra las intrusiones como el sondeo anzati, y es ese mismo blindaje lo que hace que la verdad, para mí, sea obvia.
Lo dejo como debe estar: innombrado. No veo necesidad de decirlo. Le dejo ser lo que es; nadie más sospechará. Está a salvo un rato más.
El chico se ha ganado mi atención. Si tienen verdaderos negocios juntos es información que merece la pena saber. Si el anciano ha tomado un discípulo hay de hecho razones para temer... si eres parte del Imperio, y recuerdas las viejas formas.
Si no lo eres, como yo –a no ser que recuerdes los viejos días, los días incluso más antiguos– no importa en absoluto. A menos que te preocupes en contar las monedas que Jabba podría pagar, u otros, incluyendo Darth Vader.
Incluyendo el Emperador.
* En el original, one-armed (con un solo brazo). El autor hace un juego de palabras con el doble significado arma-brazo de la palabra arm, usándola en unarmed (desarmado) y one-armed (N. del T.)
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