<-Anterior
Después de la oscuridad de los demás lugares de la fortaleza, el establecimiento médico era bastante sorprendente: brillante, limpio, y razonablemente bien equipado, con un suelo azulejado e incluso algunas secciones de paneles de madera. Y la razón para el cambio en la decoración fue inmediatamente obvia: el médico no era un drach'nam.
—Siéntese -dijo un bith de aspecto cansado con una bata médica ligeramente desaliñada, acercándose alrededor de un escritorio y señalándoles a la única mesa de tratamiento del cuarto. Su tono era rápido, pero su cara y sus manos traicionaban el estado de nerviosismo que Mara sospechaba que probablemente era una condición común entre los no drach'nam bajo las órdenes de Praysh-. ¿Dónde está la crisálida?
El guardia de la izquierda alzó el brazo de Mara.
-Está justo... oh, pustina. ¡Ha desaparecido!
—Se debe de haber caído -dijo el bith, mostrando de repente una gran tensión en su voz. Sus ojos echaron un vistazo culpable hacia la pared a la izquierda-. Vosotros dos, será mejor que vayáis a ver si podéis encontrarla.
Los dos guardias no discutieron, sino que volvieron inmediatamente al corredor.
-¿Notó cómo se caía? -preguntó el bith, girando el brazo de Mara y empezando a limpiar el limo residual.
—No, no lo noté -dijo Mara, poniendo algunos gemidos de miedo en su voz mientras miraba más allá de la gran cabeza del médico. A través de una puerta abierta al fondo del cuarto del tratamiento podía ver un gran armario de suministros. Estirándose con la Fuerza, permitió que el transpariacero las puertas del armario se abrieran unos milímetros. Las etiquetas de las redomas estaban demasiado lejos para leerlas, pero si los colores y las formas de las botellas seguían los estándares farmacéuticos convencionales de la Nueva República, las tres que estaba buscando estaban allí. Alzando una de las redomas fuera de su estante, la dejó resbalar rápidamente por la pared hasta el suelo. No había modo de saber dónde estaba colocada la cámara de vigilancia, pero ella tampoco podía hacer nada al respecto desde donde estaba. Sólo podía esperar que el súbito movimiento de la botella no fuera advertido por quienquiera que Su Primera Grandeza tuviera supervisando las pantallas de vigilancia. Consiguiendo un asimiento en la segunda botella, la bajó al suelo junto a la primera...
—Qué raro -dijo el bith. Ya había limpiado esa sección de su brazo y estaba observando las dos marcas de perforación que ella había hecho con el cuchillo del guardia-. Esto no parecen mordeduras de palpos krizar en absoluto. ¿Está segura de que eso fue lo que le agarró?
—No lo sé -gimió Mara, moviendo la última de las tres redomas al suelo y enganchando entonces un par de botellines pequeños y agregándolos a su colección-. Todo lo que sé es que dolió. Dolió mucho.
Pudo darse cuenta de la simpatía y la frustración del bith.
-Sí, lo sé -murmuró-. No es una vida fácil para ustedes aquí abajo.
—No -dijo, medio sollozando mientras movía sus trofeos por el suelo hacia la puerta del cuarto de examen. Se suponía que quienquiera que estuviera a cargo de la vigilancia podría razonablemente ignorar un cuarto de suministros vacío, pero un cuarto ocupado por una esclava humana y un médico bith era completamente otra cuestión. Tenía que encontrar la cámara de vigilancia de allí antes de que pudiera atraer las botellas el resto del camino.
—¡Auh! -gimió de repente, intentando retirar su brazo izquierdo del agarre del bith mientras estudiaba la pared a la que él había mirado rápidamente antes. La cámara, claramente diseñada para estar oculta, era bastante obvia para alguien con el entrenamiento y la experiencia de Mara: una lente pequeña que se hacía pasar por un nudo en el panelado de madera.
—Lo siento -dijo el bith, y ella pudo percibir su mezcla de preocupación y perplejidad mientras soltaba inmediatamente su brazo-. No debía haber nada que doliese donde estaba tocando.
—Bueno, pues duele -dijo petulantemente Mara. Con los dedos de su mano derecha, extrajo clandestinamente una porción de limo de la masa que se estaba endureciendo cubriendo sus piernas-. Antes, en ese sitio tan grande, me han dado latigazos... ¡auh!
Retiró de nuevo su brazo izquierdo, agitándose esta vez también con el derecho. El movimiento envió una media docena de pequeñas porciones de limo girando por la sala...
Y con una pequeña ayuda de sus habilidades de la Fuerza, las masas más grandes golpearon contra la pared justo sobre la cámara de vigilancia oculta.
—De nuevo, lo siento -dijo el bith, mirando a la pared. Echó una segunda mirada, irguiendo de repente todo su cuerpo cuando comprendió lo que había pasado-. Discúlpeme -dijo, agarrando a una toalla y apresurándose hacia la pared.
Y con la cámara todavía cubierta, y la atención del médico en otra parte, Mara trajo sus redomas y botellines volando desde la puerta y los dejó caer suavemente sobre la parte delantera de su traje de salto. Cuando el bith terminó su trabajo de limpieza, estaban seguramente anidados en los pliegues de la tela de su cintura.
—Mis disculpas -dijo mientras dejaba la toalla en el dispensador y volvía hacia ella-. El nutriente puede dañar el material de la pared que Su Primera Grandeza es tan amable de permitirme, ¿sabe?
¿Y estaría en serios problemas si permitiera que la cámara se quedase cubierta por demasiado tiempo? Probablemente.
-Está bien -murmuró Mara.
Una vez más, había tenido el tiempo justo. El bith acababa de tomar su brazo de nuevo cuando los dos guardias drach'nam irrumpieron de nuevo en el cuarto.
-Nada -gruñó uno de ellos, mirando suspicazmente a Mara-. ¿Qué hiciste con ella? ¿Y bien?
Mara se encogió alejándose de él.
-Nada -dijo, con voz asustada y suplicante-. Por favor... yo no hice nada.
—¿Entonces dónde está? -preguntó el drach'nam, dando un amenazador paso hacia ella, con el látigo neurónico en la mano.
—Quizás era un krizar que todavía era inmaduro -dijo el bith, alzando una mano protectoramente entre Mara y el guardia-. Su agarre era débil y no completamente firme.
—¿Entonces dónde está ahora? -continuó el segundo guardia-. Se unió a ella... yo lo vi.
—Si no está en el corredor, todavía debe estar en la sala de crecimiento -dijo razonablemente el bith-. Quizás se cayó de nuevo en los pozos de nutriente.
Los guardias continuaron mirándola, y Mara contuvo su respiración. Si cualquiera de ellos hubiera visto realmente la crisálida después de que abandonaran la sala...
Pero aparentemente ninguno de ellos lo había hecho.
-Sí -dijo el guardia de mala gana-. Quizá.
El bith miró a un crono de la pared.
-De todos modos, el turno de trabajo ha terminado -dijo-. ¿Por qué no la escoltan de vuelta a la sala común? Luego podrán investigar las pasarelas de la sala de crecimiento.
—No nos diga cómo hacer nuestro trabajo, bith -gruñó el otro guardia, mostrando sus dientes mientras sujetaba el brazo de Mara en un agarre no demasiado educado-. Vamos, humana. La hora del rancho.
Después de la oscuridad de los demás lugares de la fortaleza, el establecimiento médico era bastante sorprendente: brillante, limpio, y razonablemente bien equipado, con un suelo azulejado e incluso algunas secciones de paneles de madera. Y la razón para el cambio en la decoración fue inmediatamente obvia: el médico no era un drach'nam.
—Siéntese -dijo un bith de aspecto cansado con una bata médica ligeramente desaliñada, acercándose alrededor de un escritorio y señalándoles a la única mesa de tratamiento del cuarto. Su tono era rápido, pero su cara y sus manos traicionaban el estado de nerviosismo que Mara sospechaba que probablemente era una condición común entre los no drach'nam bajo las órdenes de Praysh-. ¿Dónde está la crisálida?
El guardia de la izquierda alzó el brazo de Mara.
-Está justo... oh, pustina. ¡Ha desaparecido!
—Se debe de haber caído -dijo el bith, mostrando de repente una gran tensión en su voz. Sus ojos echaron un vistazo culpable hacia la pared a la izquierda-. Vosotros dos, será mejor que vayáis a ver si podéis encontrarla.
Los dos guardias no discutieron, sino que volvieron inmediatamente al corredor.
-¿Notó cómo se caía? -preguntó el bith, girando el brazo de Mara y empezando a limpiar el limo residual.
—No, no lo noté -dijo Mara, poniendo algunos gemidos de miedo en su voz mientras miraba más allá de la gran cabeza del médico. A través de una puerta abierta al fondo del cuarto del tratamiento podía ver un gran armario de suministros. Estirándose con la Fuerza, permitió que el transpariacero las puertas del armario se abrieran unos milímetros. Las etiquetas de las redomas estaban demasiado lejos para leerlas, pero si los colores y las formas de las botellas seguían los estándares farmacéuticos convencionales de la Nueva República, las tres que estaba buscando estaban allí. Alzando una de las redomas fuera de su estante, la dejó resbalar rápidamente por la pared hasta el suelo. No había modo de saber dónde estaba colocada la cámara de vigilancia, pero ella tampoco podía hacer nada al respecto desde donde estaba. Sólo podía esperar que el súbito movimiento de la botella no fuera advertido por quienquiera que Su Primera Grandeza tuviera supervisando las pantallas de vigilancia. Consiguiendo un asimiento en la segunda botella, la bajó al suelo junto a la primera...
—Qué raro -dijo el bith. Ya había limpiado esa sección de su brazo y estaba observando las dos marcas de perforación que ella había hecho con el cuchillo del guardia-. Esto no parecen mordeduras de palpos krizar en absoluto. ¿Está segura de que eso fue lo que le agarró?
—No lo sé -gimió Mara, moviendo la última de las tres redomas al suelo y enganchando entonces un par de botellines pequeños y agregándolos a su colección-. Todo lo que sé es que dolió. Dolió mucho.
Pudo darse cuenta de la simpatía y la frustración del bith.
-Sí, lo sé -murmuró-. No es una vida fácil para ustedes aquí abajo.
—No -dijo, medio sollozando mientras movía sus trofeos por el suelo hacia la puerta del cuarto de examen. Se suponía que quienquiera que estuviera a cargo de la vigilancia podría razonablemente ignorar un cuarto de suministros vacío, pero un cuarto ocupado por una esclava humana y un médico bith era completamente otra cuestión. Tenía que encontrar la cámara de vigilancia de allí antes de que pudiera atraer las botellas el resto del camino.
—¡Auh! -gimió de repente, intentando retirar su brazo izquierdo del agarre del bith mientras estudiaba la pared a la que él había mirado rápidamente antes. La cámara, claramente diseñada para estar oculta, era bastante obvia para alguien con el entrenamiento y la experiencia de Mara: una lente pequeña que se hacía pasar por un nudo en el panelado de madera.
—Lo siento -dijo el bith, y ella pudo percibir su mezcla de preocupación y perplejidad mientras soltaba inmediatamente su brazo-. No debía haber nada que doliese donde estaba tocando.
—Bueno, pues duele -dijo petulantemente Mara. Con los dedos de su mano derecha, extrajo clandestinamente una porción de limo de la masa que se estaba endureciendo cubriendo sus piernas-. Antes, en ese sitio tan grande, me han dado latigazos... ¡auh!
Retiró de nuevo su brazo izquierdo, agitándose esta vez también con el derecho. El movimiento envió una media docena de pequeñas porciones de limo girando por la sala...
Y con una pequeña ayuda de sus habilidades de la Fuerza, las masas más grandes golpearon contra la pared justo sobre la cámara de vigilancia oculta.
—De nuevo, lo siento -dijo el bith, mirando a la pared. Echó una segunda mirada, irguiendo de repente todo su cuerpo cuando comprendió lo que había pasado-. Discúlpeme -dijo, agarrando a una toalla y apresurándose hacia la pared.
Y con la cámara todavía cubierta, y la atención del médico en otra parte, Mara trajo sus redomas y botellines volando desde la puerta y los dejó caer suavemente sobre la parte delantera de su traje de salto. Cuando el bith terminó su trabajo de limpieza, estaban seguramente anidados en los pliegues de la tela de su cintura.
—Mis disculpas -dijo mientras dejaba la toalla en el dispensador y volvía hacia ella-. El nutriente puede dañar el material de la pared que Su Primera Grandeza es tan amable de permitirme, ¿sabe?
¿Y estaría en serios problemas si permitiera que la cámara se quedase cubierta por demasiado tiempo? Probablemente.
-Está bien -murmuró Mara.
Una vez más, había tenido el tiempo justo. El bith acababa de tomar su brazo de nuevo cuando los dos guardias drach'nam irrumpieron de nuevo en el cuarto.
-Nada -gruñó uno de ellos, mirando suspicazmente a Mara-. ¿Qué hiciste con ella? ¿Y bien?
Mara se encogió alejándose de él.
-Nada -dijo, con voz asustada y suplicante-. Por favor... yo no hice nada.
—¿Entonces dónde está? -preguntó el drach'nam, dando un amenazador paso hacia ella, con el látigo neurónico en la mano.
—Quizás era un krizar que todavía era inmaduro -dijo el bith, alzando una mano protectoramente entre Mara y el guardia-. Su agarre era débil y no completamente firme.
—¿Entonces dónde está ahora? -continuó el segundo guardia-. Se unió a ella... yo lo vi.
—Si no está en el corredor, todavía debe estar en la sala de crecimiento -dijo razonablemente el bith-. Quizás se cayó de nuevo en los pozos de nutriente.
Los guardias continuaron mirándola, y Mara contuvo su respiración. Si cualquiera de ellos hubiera visto realmente la crisálida después de que abandonaran la sala...
Pero aparentemente ninguno de ellos lo había hecho.
-Sí -dijo el guardia de mala gana-. Quizá.
El bith miró a un crono de la pared.
-De todos modos, el turno de trabajo ha terminado -dijo-. ¿Por qué no la escoltan de vuelta a la sala común? Luego podrán investigar las pasarelas de la sala de crecimiento.
—No nos diga cómo hacer nuestro trabajo, bith -gruñó el otro guardia, mostrando sus dientes mientras sujetaba el brazo de Mara en un agarre no demasiado educado-. Vamos, humana. La hora del rancho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario