lunes, 24 de noviembre de 2008

La Colmena (y VII)

7

El cofre de los huevos era relativamente fácil de llevar a través de la puerta que conducía a la cámara de los gusanos. Llegaron a la cornisa y miraron fijamente al suelo bajo ellos. Se habían activado luces artificiales a lo largo del techo y, en combinación con el hongo, iluminaban la tierra arada de la que los gusanos habían huido por los sonidos chillones y dolorosos. Obi-Wan extendió sus sentidos en la Fuerza: nada. La cueva estaba abandonada.
Bajaron el disco hasta el suelo de polvo. Con la ayuda de la unidad antigravitatoria, el disco de carbonita virtualmente flotaba por la caverna. Las paredes de roca parecían ahora enormes y majestuosas. Obi-Wan no había podido apreciarlo antes, pero cuando las luces artificiales se encendieron en el techo, la vista de las cascadas formadas por las estalactitas y las vastas paredes arqueadas le dejó sin aliento.
¿Qué clase de escena de celebración se habían imaginado los constructores para este momento? ¿Se esperaba albergar ahora a miles de x’ting, vitoreando en una ceremonia mientras una nueva reina y un nuevo rey llegaban al mundo?
Qué extraña y tristemente había funcionado todo.
Con el tiempo, habría tal celebración, por supuesto, pero no ahora. Ahora había silencio y sombras.
El cofre de los huevos resbaló fácilmente a través de las aberturas pentagonales en el lado opuesto de la caverna. Jesson parecía agotado pero triunfante, un ser diferente al joven guerrero arrogante que había acompañado a Obi-Wan al salir de la cámara del consejo menos de dos horas antes.
Realmente, pensó Obi-Wan, la transformación no era una cuestión de tiempo. U ocurría en un parpadeo, o no ocurría en absoluto.
Se arrastraron a través de la oscuridad, llevando la preciada carga entre ambos. Jesson encontró su camino a través del laberinto más fácilmente esta vez, y su caminar ya no era realmente laborioso, sino que estaba lleno de un sentido de propósito.
-Sabes, Jedi -dijo Jesson por encima de su hombro-, puedo haber estado equivocado acerca ti.
-Es posible -dijo Obi-Wan, sonriendo.
Pasaron unos instantes, durante los cuales caminaron en la oscuridad, mientras Jesson olfateaba su camino y quizás organizaba sus pensamientos.
-He visto lo que puedes hacer, y quién y qué eres. -Hizo una pausa- Incluso es posible que Duris no estuviera mintiendo sobre ese Maestro Jedi. Quizá él realmente nos visitó, y quizá realmente hizo algo que valiera la pena recordar.
Obi-Wan se rió entre dientes. Nunca podría saberlo. Al menos, no hasta que volviera a Coruscant. Entonces podría hacer preguntas discretas, sólo para satisfacer su curiosidad.
Por otro lado, algunos de los más grandes Jedi eran notoriamente reservados para hablar de sus hazañas. Sus preguntas bien podrían ser cuidadosamente desviadas, sin satisfacer su curiosidad nunca.
Llegaron a la siguiente cámara, la sala de estatuas por donde habían entrado en primer lugar. Jesson descendió hasta la cornisa. Obi-Wan empujó el cofre de los huevo suavemente hacia fuera. Suspendido por su unidad antigravitatoria, flotó hacia Jesson tan suavemente como un taco de madera de balsa arrastrado por una débil corriente de agua.
Obi-Wan saltó abajo ágilmente. Había que tomar una decisión: remontar el camino por el que habían venido, para volver a entrar por aquella primera estatua hueca y enfrentarse a los caníbales de nuevo, o...
-No estoy de humor para una batalla innecesaria -dijo el Jedi-. Subamos las rocas y veamos si se abre la puerta del lado opuesto.
-De acuerdo -dijo Jesson. La fatiga emborronó su voz. Las últimas horas debían haber sido las que más esfuerzo habían requerido en la vida del guerrero x’ting. Una batalla frenética, un ascenso a través de la oscuridad, perseguidos por gusanos de cueva carnívoros, condenando y luego salvando a los herederos reales de su especie...
Obi-Wan se preguntó: ¿cómo se enfrentaría un x’ting a esta tensión, con una celebración, o hibernando?
Cuando ambos estuvieron a salvo en la cornisa de piedra, guiaron el cofre de los huevos por la cuesta hacia lo que Jesson dijo que era una puerta.
Tomó varios enervantes minutos conseguir subir el cofre de los huevos a lo alto del montón de rocas caídas. Al otro lado encontraron algo horrible: el cadáver de otro de los hermanos de nido de Jesson, con la parte inferior del cuerpo asomando bajo una gran roca. Su marchito brazo secundario todavía asía una lámpara.
Tanta muerte, en servicio a su colmena. Cualquier especie que produjera una G'Mai Duris y un Jesson Di Blinth era realmente formidable.
Obi-Wan recogió la lámpara. Era de diseño industrial, más pesado y potente que el modelo de los suministros del GER que Jesson había traído al laberinto. Cuando la activó, un brillante círculo de luz se extendió por la pared.
Lástima que no le hubiera servido de nada al hermano de Jesson.
A pocos metros de la rampa estaba la puerta que les devolvería a la colmena principal. Un mecanismo droide había obstruido la puerta. Con toda probabilidad, se trataba de la misma trampa atrapa-bobos que había activado el desprendimiento.
-Creo que eso responde a mi pregunta -dijo Jesson detrás de Obi-Wan, con voz profunda y respetuosa.
-¿Qué pregunta es esa? -preguntó Obi-Wan, activando el rayo de energía de su sable de luz. Examinó la puerta más de cerca, juzgando el mejor ángulo para el corte inicial.
-Mira. Por favor -dijo Jesson.
Obi-Wan se dio la vuelta, permitiendo a sus ojos seguir el rayo de luz de Jesson. Se desplazó a lo largo de la caverna, iluminando una tras otra las gigantescas imágenes de los reyes y reinas x’ting, sus más grandes líderes en una serie colosal. Esculpido en piedra masticada había un verdadero bosque de nobles titanes insectoides. Unos machos, otros hembras, unos altos y jóvenes, otros viejos y encorvados, con sus cuatro manos colocadas en diversas posturas; pidiendo, implorando, protegiendo, confortando, enseñando, sanando.
Una sala de héroes, realmente, pensó Obi-Wan.
-¿Qué pasa?
-Allí -contestó Jesson-, donde entramos en primer lugar.
Y enfocó el rayo en la estatua más grande.
Ahora Obi-Wan podía ver la figura vieja y encorvada mucho más claramente. El angosto tubo de la escalera de mano que habían descendido era un bastón. La cámara en la que habían luchado tan desesperadamente contra los x’ting caníbales se veía, desde fuera, como un torso de músculos redondeados. Su punto de entrada inicial, la primera cámara de todas, era una cabeza con puntiagudas orejas triangulares. La estatua alcanzaba por lo menos los setenta metros de alto, más alta que cualquier otra en la Sala de los Héroes x’ting.
Realmente, eso respondía a muchas preguntas, pero planteaba otras, preguntas que Obi-Wan nunca podría satisfacer. Porque allí, con su brazo vestido extendido saludando, gigantesco y benévolo a la luz de la lámpara de un valiente soldado x’ting que llevaba largo tiempo muerto, se alzaba la hueca estatua, hecha con piedra mascada, de un sonriente Maestro Yoda.

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