La captura
del Peligro Imperial
Nora Mayers
Madame Mon Neela no estaba segura, ni siquiera en
las bases de alta seguridad en las que constantemente se estaba reubicando. La
continua lucha de los rebeldes por mantener ocultas al Imperio las ubicaciones
de sus líderes se estaba volviendo tan difícil como lo habían sido sus los
intentos por ocultar a los Caballeros Jedi durante la Gran Purga. A pesar de
sus mejores esfuerzos durante esos tiempos oscuros, los Caballeros habían sido
prácticamente extinguidos. Los rebeldes estaban decididos a que no recayera la
misma suerte sobre sus líderes y estrategas de guerra más experimentados, o su
causa estaría perdida sin duda.
Mon Neela, antigua ayudante del procurador general
de la Antigua República, pertenecía al grupo cuya situación de riesgo era
mayor. No parecía en absoluto una militarista, con su hermosa cara y sus ojos
amables. El rostro que había sido hermoso en su juventud era todavía atractivo,
pero había madurado en su mediana edad hacia unos rasgos más suaves y delicados.
Al juzgarla a primera vista, nadie habría pensado que era una gran líder. Pero
cuando hablaba, su voz tenía tal autoridad que aquellos que escuchaban la
seguían.
Siempre había sido una figura destacada en política.
En el Senado, cuando el senador Palpatine había comenzado a superar las normas
de conducta del Consejo, había protestado. Ahora era una estratega del Mando
Rebelde, sus tácticas de batalla eran famosas, su dedicación a la causa rebelde
era incuestionable... y Palpatine la quería muerta.
-Tenemos una nave, Neela, pero no tenemos mucho
tiempo -explicó el bothano, Polo Se'lab, su antiguo compañero en el Senado y
ahora general de la Rebelión. Puso con urgencia una máscara atmosférica de
oxígeno y una amplia capa en las manos de la mujer-. Esto servirá para ocultar tu
identidad hasta que hayas salido con seguridad de Horob. Ahora que los nativos
de este mundo saben que el Imperio nos ha encontrado aquí, ya no son amistosos.
Neela hizo un sonido de impaciencia y devolvió el
disfraz a las manos de su amigo.
-No tengo necesidad de esto. ¡Me quedo! ¡Escúchame!
Esta base está formada por físicos e ingenieros, con unos pocos soldados para
protegerlos. ¡Un grupo de científicos poco protegidos que trabajan en
ordenadores y sensores de droides, Polo! Aquí no hay suficientes soldados para
resistir un asalto imperial completo. Los comandantes de campo me necesitan.
Sin mí, no están preparados para...
-¡Neela! -El labio superior de Se'lab se curvó en
señal de frustración. Respiró hondo para recuperar el control de su
temperamento, y continuó-. No me hagas más difícil la tarea. Las tropas de este
mundo no son los únicos que te necesitan. Parece poco probable que tengamos
tiempo de evacuar antes de que lleguen los imperiales. Si nos capturan, tu
experiencia será necesaria en otros mundos, otras bases. No podemos darnos el
lujo de perderte.
La expresión neutra de Neela no se alteró, su
postura no se puso ni más o ni menos rígida, pero algo indefinible indicaba un
desafío aún mayor.
-Mis hijos murieron por esta Rebelión –respondió-. Le
he dedicado mi propia vida, y sin embargo continuamente se me pide que huya. No
esta vez... Veré esta batalla desde dentro.
El guardaespaldas de Neela, Stasheff -un hombre
joven y guapo, a pesar de la habitual severidad de su expresión- se encontraba
de pie un paso por detrás de ella, donde no podía ver su cara, pero observó a
Se'lab con curiosidad, esperando verle sucumbir bajo la persuasiva retórica de
Neela.
Pero el bothano estaba acostumbrado a la destreza
oratoria de Neela y no se dejaba afectar por ella.
-¿Qué estás pensando, Madame? -desafió. ¿Que te he
hecho esta petición a la ligera? ¿Que lo que hago, lo hago sin preocuparme de
esta unidad? Si estás tan preocupada como dices, entonces te irás ahora, y
dejarás que yo trate de salvarlos. No puedes hacer nada más aquí. Piensa de
nuevo dónde se encuentran tus lealtades. ¿Están con la Alianza, o son más
egoístas de lo que crees? ¿Es honor lo que buscas ahora?
Neela miró desafiante a su viejo camarada, y luego
echó un vistazo a regañadientes a las prendas que volvía a ofrecerle.
El bothano soltó un suspiro de alivio las tomó.
-Los nativos tienen miedo; algunos amenazan con
luchar contra nosotros cuando lleguen los imperiales. La histeria ha llevado
las cosas a este callejón sin salida, pero no es irreparable. Salvaré lo que
pueda...
Neela no le miró mientras colocaba la capa sobre sus
hombros y se ponía la máscara.
-Lucha por ello, entonces –insistió-. No hemos luchamos
con tanta energía y durante tanto tiempo para ver nuestra meta destrozada
ahora. ¡Lucha por ella!
Se'lab extendió sus manos hacia Neela en el gesto
humano de la amistad. Mientras ella las aceptaba, le deslizó un chip de datos,
no más grande que una mota de polvo, en su palma.
Ella le miró, sorprendida, y luego volvió su mirada
al pequeño chip entre sus dedos.
-¿Este es el sensor que se está desarrollando aquí
para...?
-Sí. -Se'lab le cerró los dedos alrededor del chip,
luego le rodeó las manos con las suyas-. Es todo lo que tengo para enviar contigo,
y me temo que no es gran cosa. No es más que un prototipo experimental, pero
los científicos están muy orgullosos de su potencial. -Le dirigió una sonrisa
alentadora y le soltó las manos, dando un paso atrás.
-Con su permiso, Madame -instó Stasheff-, no
tenemos mucho tiempo.
-Que la Fuerza os acompañe -dijo Se'lab-. Yo haré
lo que pueda.
Mientras Neela y Stasheff salían del desmoronado edificio
de piedra que albergaba una clínica médica para los pobres del planeta (y sólo
recientemente el centro de operaciones clandestinas de la Alianza Rebelde),
parecía que estaba teniendo lugar alguna celebración. Pero fue sólo cuestión de
segundos darse cuenta de que la conmoción desenfrenada estaba lejos de deberse
al júbilo. Un contingente de nativos del planeta, dándose cuenta de que su
ciudad pronto sería invadida por el Imperio, estaba en estado de agitación
violenta. Los rebeldes habían venido ofreciendo un futuro mejor, y los horobianos
habían estado dispuestos a luchar por ello... o eso habían dicho. Pero ahora iba
a venir el Imperio, y las idealistas palabras rebeldes parecían ser una
sentencia de muerte. Entre los cantos y gritos de la gente, Neela reconoció su
nombre. Gritaban para que la soltasen... pidiendo que fuera entregada al
Imperio como expiación de su propia traición.
Stasheff empujó a Neela recorriendo el lateral del
edificio en ruinas, y la llevó a un aerodeslizador que les estaba esperando.
El rugido de los motores ahogó el sonido de la
multitud; y mientras la pequeña nave alzaba el vuelo, Neela se dejó caer en el
asiento. Hasta el momento en que Se'lab insistió en que se fuera, ella había
puesto desesperadamente toda su esperanza en esta unidad en particular. No
había muchos soldados en Horob. Las mejores tropas de tierra y los mejores
pilotos de ala-X se encontraban donde la lucha era más fuerte y las amenazas
más graves. En comparación, las tropas que protegían a los científicos de la base
de Horob eran escasas, pero se contaban entre los más valientes que había
conocido. Ahora, cuando cerraba los ojos, veía sus rostros jóvenes e idealistas
y se desesperó al pensar en cuántos se perderían cuando llegasen los
imperiales.
Amargas lágrimas saltaron de sus ojos y se permitió
mostrar su dolor en privado. La Rebelión se había convertido en su existencia; cualquier
posibilidad de normalidad que pudiera haber tenido había sido devorada por su
ferviente deseo de ver el Imperio derrocado y la República restaurada. Ahora se
preguntaba si había sido trágicamente idealista.
Stasheff pilotaba en silencio, con la atención fija
en la trayectoria de vuelo y en los instrumentos de vigilancia que le avisarían
si los estaban siguiendo. Pero a pesar del nerviosismo que le picaba la
espalda, sabía que no les estaba siguiendo nadie. Los imperiales estaban a
horas de distancia, y los horobianos -aún en los inicios de la
industrialización- todavía no habían desarrollado el transporte más allá de primitivos
automóviles terrestres.
Después de un breve periodo de tiempo Stasheff hizo
que el aerodeslizador se posase en una extensión vacía de campo.
Su nave de escape esperaba, encendida y lista para despegar.
Era un yate privado manifiestamente incongruente, pintado en agradables y poco
militares tonos azules; el nombre Estrella
Cruzada estaba pintado con elegantes letras cursivas en un costado. Las líneas
similares a un ave de la nave habían sido diseñadas buscando la belleza, no la
eficiencia en la guerra.
El capitán humano de la nave, Heedon, esperando
impacientemente afuera, parecía listo para una alegre travesía de media tarde,
no para una desesperada huida rebelde. Tenía el pelo peinado hacia atrás y
pegado firmemente contra la cabeza de una manera muy popular entre los humanos
ricos en varios de los mundos más económicamente avanzados. Incluso el elegante
corte de su chaqueta a medida y sus pantalones impecablemente planchados sugería
tendencias de la alta sociedad.
Neela salió del aerodeslizador, pasó su mirada de
Stasheff a la nave y su capitán, y abrió la boca para protestar.
-Viene altamente recomendado por Inteligencia -explicó
rápidamente Stasheff-. Su lealtad está con nosotros, y nadie esperará que usted
escape en algo como esto.
Neela ofreció a la nave otra mirada dubitativa.
-Puede que tengas que convencerme, Stasheff. ¿Tiene
siquiera escudos?
Antes de que Stasheff pudiera responder, Heedon
avanzó hacia ellos, protestando estridentemente.
-¿Dónde habéis estado? ¡Mi línea de comunicación
dice que los nativos se están volviendo poco amistosos! ¡Por lo que sé, puede
que os hayan seguido!
Si sentía algún asombro ante la presencia de un
rebelde tan renombrado como Neela, lo escondía muy bien.
-Las fugas no siguen ningún horario -le recordó
irritado Stasheff.
Heedon resopló y echó un ojo a Neela.
-¿Esta es ella? Parece mayor en persona.
Las cejas de Neela subieron bruscamente.
-Si hubieras pasado por lo mismo que ella, tú
también parecerías mayor -respondió Stasheff; a continuación, dándose cuenta de
su falta de tacto, se volvió hacia la líder rebelde, horrorizado.
Neela levantó una mano.
-No importa. Será mejor que nos vayamos. Cuando
estemos a bordo, puedes decirme nuestro destino.
-¿Creéis que ya habéis tentado suficiente a la
suerte? -preguntó Heedon sarcásticamente-. ¿O preferís esperar algunos minutos
más para conseguir un subidón de adrenalina aún mayor? -Resopló, dio media vuelta y
se marchó indignado por la rampa.
Neela intercambió una mirada de descontento con su
guardaespaldas.
***
Por mucho que odiara admitirlo, Heedon estaba
empezando a entender cómo y por qué había permitido que le arrastraran a la
Rebelión.
-Mírame –murmuró, tecleando con vehemencia coordenadas
en la computadora-. ¡Transportando a una persona así! ¡Debo de estar fuera de
mis cabales!
Pero sus quejas eran falsas. Su negocio de los
cruceros exóticos había sido floreciente en otro tiempo, con aristócratas y
alta sociedad como clientela. Sin embargo, desde el ascenso de Palpatine al
poder, la aristocracia había comenzado a desmoronarse a escala galáctica;
muchos se habían convertido en títeres empobrecidos. Seguían viviendo en sus hermosas
casas y daban sus elegantes fiestas, pero sólo mientras Palpatine lo permitía,
y sólo mientras convenía a su propósito. Su riqueza pertenecía ahora al Emperador:
él compraba su lealtad permitiéndoles mantener su consentido estilo de vida.
Aterrados ante la idea de perder la única forma de vida que entendían, aceptaban,
siguiendo todos el mismo guión. Por desgracia, muchos de ellos ya no podían
permitirse cruceros de lujo.
Y así, por mucho que Heedon odiase admitirlo, esta
revolución -esta Neela- era su causa. Eso no hacía que su resentimiento por
tener que adoptar esa causa fuese menor, pero así eran las cosas.
***
-Es hora de que me digas nuestro destino, Stasheff.
-Neela pensaba que había sido admirablemente paciente; no era la cosa más fácil
de conseguir para la líder de una Rebelión a escala galáctica. Estaba
acostumbrada a respuestas rápidas, decisiones rápidas y soluciones inmediatas.
En el transcurso de una hora, Stasheff había visto cómo
su paciencia se convertía en petulancia.
-A la luz de las circunstancias, Madame, el general
Se'lab e Inteligencia creen que lo mejor es que intente alejarse en el Borde tanto
como sea posible -explicó Stasheff-. A pesar de las apariencias, tenemos un
piloto excelente, y usted...
Neela levantó una ceja, indicando con su expresión
que cualquier cosa que dijera a continuación tendría que recorrer un largo
camino para encontrar su aprobación.
La boca de Stasheff quedó detenida a mitad de frase.
-No hay ningún otro lugar donde pueda ir con
seguridad -concluyó finalmente.
Ella levantó la otra ceja.
-Y... bueno, Madame, sólo por los holovídeos, usted
es demasiado conocida en casi todos los mundos, y además es evidente que su
seguridad es...
-Secundaria ante la supervivencia de esa base -respondió
ella, sin molestarse en disimular su irritación-. Stasheff, en ocasiones me
asombro por tu cortedad de miras. He abandonado Horob tal y como Se'lab
solicitaba. Eso no significa que me haya dado por vencida. Deberías haberte
dado cuenta de eso.
-¡Madame Neela! -exclamó Stasheff-. ¡Tengo mis
órdenes!
-Y yo tengo mi conciencia. Me niego a alejarme otro
parsec. No voy a despreciar la sangre rebelde que se ha derramado en esta
guerra; demasiada de esa la sangre era personal.
Stasheff miró con incredulidad.
-Con todo respeto, señora, ¿cómo puede usted
cambiar eso?
-Siempre hay una manera para dar la vuelta a
cualquier truco, Stasheff. -Hizo un gesto de complicidad y se volvió, haciéndole
señas para que la siguiera mientras se dirigía hacia la cabina.
Heedon estaba sentado ante la consola, con los pies
en alto, su delgada figura lánguida en el asiento del piloto; casi indolente,
como si estuviera realmente transportando a una turista de vacaciones en lugar
de una fugitiva rebelde.
-He trazado un curso al Borde -dijo sin levantar la
vista o ajustar su postura-. Nos va a costar una eternidad llegar, y la
siguiente parada probablemente sea el olvido, pero, ¡qué narices!, ¿verdad?
-No vamos a ir al Borde -respondió Neela.
La cara de Stasheff enrojeció, alarmado.
-¡Madame, debo protestar!
-Stasheff, deja de llamarme así. -Neela suspiró-. Me
hace sonar vieja. Neela es suficiente.
La lengua de Stasheff tartamudeó sobre el nombre,
incapaz de articular un sonido tan familiar ante una persona tan profunda.
Finalmente dejó de intentarlo.
-El general Se'lab me dio instrucciones implícitas de
transportarla con seguridad a...
-Yo no estoy sujeta a las órdenes del general
Se'lab -replicó ella suavemente-. Ni lo he estado nunca, ¿y desde cuando el
Borde ha sido un lugar seguro? -Negó con la cabeza-. Eres demasiado joven para
ser tan rígido, Stasheff. Ciertamente espero que lo superes.
Heedon extendió el labio inferior y asintió en
señal de aprobación.
Stasheff estaba consternado.
-¡Usted es un líder rebelde fugitivo! ¡Le matarán a
si le encuentran!
-Me he estado preparado para la muerte desde que me
uní a la Rebelión.
Stasheff cerró la mandíbula apretando con fuerza.
Heedon se dio cuenta de que estaba sonriendo,
admirándola a su pesar.
-Entonces, no vais al Borde. -Se inclinó hacia
adelante y preguntó en tono conspirador-. En lugar de eso, ¿qué tenía pensado?
-Neela se sentó frente a él.
-Vamos a interceptar el Destructor Estelar Imperial
en su camino a Horob y a retenerlo el tiempo suficiente para que nuestras
tropas de tierra tengan tiempo para evacuar de forma segura.
Stasheff se atragantó.
Heedon la miró, esperando la frase final del chiste.
Cuando se hizo evidente que ella había dicho todo lo que quería decir, se echó
hacia atrás en su asiento y cruzó los brazos.
-¿Eso es todo?
-Por el momento.
-¿No le apetecería, tal vez, intentar algo un poco
más desafiante?
-Oh, creo que esto servirá para empezar.
Heedon se masajeó las sienes delicadamente con las
yemas de los dedos.
-Me está dando dolor de cabeza.
Stasheff finalmente encontró su voz.
-¡Madame Neela, ha perdido la cabeza!
-Es muy probable -convino ella-. Pero, Stasheff, ¿acaso
no me dijiste una vez que tenías curiosidad por ver el interior de una nave de
guerra Imperial?
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