Los soldados de asalto que escoltaron a Neela y
Stasheff de vuelta por el pasillo umbilical fueron detenidos ante la escotilla
del Estrella Cruzada por Heedon y su
rifle desintegrador desenfundado.
-Ni un paso más -advirtió, golpeando al mismo
tiempo el puño sobre un panel elevado en la pared. La puerta blindada cayó
cerrándose de golpe, separando a imperiales y rebeldes en sus lados
respectivos.
-¡¿Se puede saber qué pensaba que estaba haciendo al
dejarle separarnos de esa manera?! -explotó Stasheff, olvidando en su ira que
Neela era alguien a quien reverenciaba.
Neela le dedicó una sonrisa genuina.
-¡Vaya, Stasheff, mírate! Puedes desatarte cuando lo
intentas, ¿eh?
Stasheff no estaba en absoluto con ánimo para el
humor.
-Mire, señora. ¡Algunas personas bastante
importantes me enviaron para mantenerle a salvo!
-Bueno, sin duda estás desempeñando esa tarea de
forma muy pobre. -Ella se aprovechó de su momentáneo estupor indignado para
volverse a Heedon y decir-: Confío en que hiciera lo que le pedí mientras
estábamos fuera.
-Por supuesto -dijo Heedon con un bufido-. Envié un
mensaje a la base de Horob, diciéndoles que vengan a recogerla a usted y a sus
prisioneros imperiales para el transporte. Van a enviar sus naves más grandes,
o incluso tres o cuatro de ellas.
A Stasheff la ira le superaba; apenas podía hablar.
En su lugar, se apoyó en una silla de la consola y susurró:
-¿Qué? -Se inclinó hacia ella lo máximo que pudo
desde su posición, con los ojos saliéndole de las órbitas-. ¿Sus naves más
grandes? ¡Si las tropas de Horob envían un convoy de cualquier tamaño contra
ese Destructor Estelar, serán eliminados! ¡Pensé que estaba tratando de ganar
tiempo para los soldados tiempo, no asesinarlos usted misma!
-Stasheff, por favor -intentó Neela.
-¡No tenemos en Horob el tipo de naves que harían
falta para luchar contra un Destructor Estelar clase Victoria! ¡Como mucho tenemos
algunos Ala-X! ¿Ha olvidado que Horob es una base de investigación?
-Stasheff -Neela lo intentó de nuevo, con más
firmeza esta vez-. La base de Horob nunca recibirá el mensaje, porque será
interceptado por el Peligro Imperial,
y luego interferido. Este truco no sólo refuerza la mentira de que les estamos
manteniendo cautivos, sino que nos da más tiempo para trazar nuestra propia
fuga.
Stasheff quedó boquiabierto.
-¿Y qué le hace pensar que Lanox no pedirá
refuerzos cuando intercepte el mensaje?
-Si fueras un capitán imperial al mando de un
Destructor Estelar clase Victoria -respondió Neela-, ¿llamarías a tus
superiores y les dirías que estabas siendo retenido como rehén por un yate de
placer?
Este muchacho
es demasiado divertido, pensó Neela ante la confusa mezcla de emociones que
se dibujó en el rostro de Stasheff. Ella se inclinó sobre la silla y la agarró
por la solapa. Cuando él se apartó en un acto reflejo, ella sostenía entre el
pulgar y el índice un pequeño chip de datos que había sacado de debajo del
cuello de su uniforme.
-Tú no lo sabías cuando dejé que Lanox se te llevara
-dijo ella-, pero planté esta pequeña maravilla de la tecnología de la Alianza
bajo tu solapa; registró cada código de detención y seguridad del nivel al que
te llevaron. -Ella sonrió ante la mirada de asombro del hombre y e hizo girar
el chip entre sus dedos-. Por lo menos espero que lo hiciera. Realmente no sé
si funciona. Este es el prototipo de un chip sensor que se estaba desarrollando
en Horob; es sólo experimental, y el producto terminado sin duda será mucho más
sofisticado que esto, pero trabajamos con lo que tenemos. -Se lo entregó a
Heedon que lo deslizó en una ranura en el tablero de comunicaciones-. Como se
trata de un prototipo, utiliza un receptor simple -continuó.
-¿Quiere decir que tenía esto planeado desde el principio?
-preguntó Stasheff.
-Desde el principio no –admitió-. No hasta que nos
fuimos de Horob.
-¿Está dispuesta a poner nuestras vidas en manos de
ese pequeño y frágil pedazo de basura, y ni siquiera sabe si funciona?
-El riesgo, Stasheff -le recordó Neela con voz
suave-, forma parte esencial de la guerra. Y, además, no me habría perdido la
ocasión de verte olvidar tus modales ni por todos los mundos de la galaxia.
-Bueno -dijo Heedon, girando desde la consola-,
prototipo o no, lo que ahora tenemos desplazándose por la pantalla, señora y
caballero, no sólo son los códigos para las celdas de detención, sino también los
10 de los proyectores del rayo tractor.
Neela miró a Stasheff con una sonrisa.
-Gracias, Stasheff: resultas ser un prisionero muy
práctico. Capitán Heedon, ¿es usted tan amable de comenzar?
***
El Peligro
se sacudió violentamente, derramando sobre el ordenador de Lanox la mayor parte
de la bebida caliente que sostenía en su mano. El capitán maldijo y se puso en
pie de un salto, frunciendo el ceño mientras la maquinaria silbaba y crujía en
señal de protesta. La imagen holográfica de Sayer Mon Neela que Lanox había
proyectado desde el pequeño equipo vaciló con la incertidumbre de la maquinaria
sucia, pero cuando actuaron los circuitos de protección contra sobrecarga la
imagen se estabilizó de nuevo. Lanox dio un puñetazo al botón del comunicador.
-Control, ¿qué ha pasado?
-Señor -respondió una voz insegura-. Hemos perdido
un poco de altitud, pero no es nada serio. Estamos en ello, señor.
-¿Por qué hemos perdido altitud? -preguntó Lanox.
-Lo estamos comprobando ahora, señor.
Lanox cerró irritado el canal y volvió a sentarse,
continuando el estudio de la imagen de Neela. Una vez más le molestaron sus
impresiones claramente poco militares de ella. Era atractiva, no se podía
negar. Incluso en holograma, su belleza -y sí, también su determinación y fuerza
de carácter- eran evidentes. ¿Cuántos de sus enemigos, se preguntó, la habían
subestimado? ¡Qué buena imperial habría sido! El Imperio no acostumbraba a
utilizar mujeres en labores políticas o militares, pero había algunos casos
extraordinarios... y Neela era, en efecto, extraordinaria. ¡Qué buen recurso
habría sido para la gloria del Imperio! Y qué tragedia que una mujer tan
talentosa e inteligente hubiera elegido desperdiciar sus habilidades en la
Alianza Rebelde.
Lanox transfirió su mirada a la lista de
estadísticas que se mostraba en la pantalla. Ella había sido ayudante del
procurador general de la Antigua República y, por tanto, uno de los agentes del
orden con puesto de despacho mejor colocados del gobierno anterior. También había
sido una voz activa contra Palpatine en el Senado. Desde entonces se había
convertido en una de los principales estrategas de guerra de la Rebelión. El ordenador
indicaba que sus planes de batalla habían sido los responsables de un gran
número de éxitos rebeldes.
Lanox apagó la pantalla y se recostó en su asiento,
teniendo en cuenta sus opciones. Ponerse en contacto con el mando para obtener
más instrucciones quedaba fuera de consideración. Se reirían de él con
desprecio, y probablemente sería degradados (o peor) por incompetencia cuando
regresase. Además, si él podía superar a Mon Neela donde otros habían fracasado
-incluso tomarla prisionera- sería una victoria significativa.
Se dio cuenta de que una vez que ella estuviera en
manos del Imperio, su destino no sería agradable, y eso oscureció su estado de
ánimo. Pero rechazó con desprecio esos sentimientos. La guerra no era un juego
agradable, pero Neela había elegido jugarlo. Cualquier consecuencia sería culpa
de ella, no de él.
Sus reflexiones fueron interrumpidas por un oficial
subalterno, que permanecía vacilante de pie junto a la escotilla, esperando que
le prestase atención.
-¿Qué ocurre? -preguntó Lanox.
-Señor -respondió el joven-, me han enviado para
informarle de que hay un mal funcionamiento en los ordenadores de seguridad del
nivel de detención.
-¿Qué tipo de mal funcionamiento? ¡Venga, hombre,
no se quede ahí boquiabierto como un imbécil, suéltelo!
-Los códigos de los ordenadores parecen estar
confundidos, señor. Han empezado un ciclo de comunicaciones que los técnicos no
pueden parar, y no saben qué lo está causando.
-¿El nivel de detención, dice?
-Sí, señor. Sin embargo, no está confinado a esa
zona. Los ordenadores de toda la nave están mostrando signos de corrupción; ya
hemos perdido altura.
-¿Estamos cayendo en la atmósfera? -preguntó Lanox.
-Sí, señor. Pero los técnicos están trabajando en
ello, y me han dicho que le informe de que pronto habrán corregido el problema.
-¿Por qué no me lo dicen ellos mismos?
-Señor. Están preocupados, señor.
¡Esa nashtah rebelde es la responsable de esto!, pensó
Lanox, y se encontró irracionalmente divertido ante la idea. No tenía la menor
duda de que sus capaces técnicos encontrarían la dificultad y la solucionarían.
Mientras tanto, admirar el ingenio de su oponente no haría ningún daño. Sería,
después de todo, una de sus últimas estrategias de guerra antes de que (de
alguna manera) la tomase prisionera.
***
-¿Qué quiere decir con que no sabe cómo detenerlo? -Stasheff
estaba de pie junto a la silla de Heedon, mirándolo con toda la intensidad de
su frustración acumulada.
-Mira -estalló Heedon-, yo no diseñé este maldito chip.
Todo lo que hice fue insertarlo en el ordenador y decirle que haga su trabajo.
Si tiene más ambiciones que eso, no es mi culpa.
Neela suspiró.
-¿Está diciendo que está recuperando y enviando la
información demasiado rápido? ¿Que los ordenadores imperiales van a sobrecargarse?
-Eso es lo que estoy diciendo.
-Bueno -dijo ella, encogiéndose de hombros-. Eso no
es malo. Si sus ordenadores están confusos, nos liberarán de los rayos
tractores de todas formas.
-¡Lo harían -replicó Heedon-, si pudieran recibir correctamente
el mensaje! ¡El problema es que el chip está leyendo y reenviando la
información a sus ordenadores varios cientos de veces por segundo! “Apagar el
rayo tractor, encender el rayo tractor, apagar el rayo tractor”... todo el rato
así.
-Oh, eso no es bueno -musitó Neela.
Stasheff la fulminó con la mirada.
-¿No me diga?
-Stasheff, estás rozando la insubordinación -le
reprendió-. ¿Puedes repararlo? -preguntó a Heedon.
El hombre de mundo le dio una mirada incrédula.
-No espera demasiado de un director de crucero,
¿verdad? Si sus supuestamente brillantes científicos rebeldes no pudieron eliminar
los errores de esta cosa, ¿cómo espera que lo haga yo?
-Por supuesto -respondió Neela-. Perdone. Estoy
acostumbrado a trabajar con personas que conocen su trabajo.
Heedon no estaba seguro de si había sido insultado
o elogiado, pero no había tiempo para pensar en ello.
-Tenemos otros problemas, además.
-Menuda sorpresa -murmuró Stasheff.
-La nave imperial está perdiendo altitud, y nos
arrastra con ella. No podemos apagar el rayo tractor, y tampoco podemos soltar
el pasillo umbilical ni la garra, lo que significa que si se estrellan en ese
planeta de abajo, nosotros nos estrellamos también. Y eso no es todo; ¡ese
pequeño engendro electrónico está haciendo que nuestros ordenadores también
entren en bucle! La puerta blindada en la escotilla del umbilical está abierta
de par en par.
-¡Bueno, pues ciérrela! -gritó Stasheff.
-¿Quieres decirme cómo? -gruñó Heedon.
-¡No me importa cómo, solo hágalo! ¡Con esa puerta blindada
abierta, estamos completamente expuestos a un ataque imperial!
-Mira, voy a decir esto una vez más -dijo Heedon,
como si explicase matemáticas complejas para un niño-. Yo presiono botones, no sé
de ordenadores.
-¿Podemos cerrar la puerta manualmente? -preguntó Neela.
-No se pierde nada con probar -dijo Heedon encogiéndose
de hombros.
Neela agarró a Stasheff por el hombro y tiró de él
hacia la escotilla.
-Quédese aquí y mire si hay cualquier cosa que
pueda hacer para detener el bucle -exclamó hacia Heedon por encima de su hombro-.
Mientras, Stasheff y yo trataremos de cerrar la puerta blindada.
Heedon los vio correr por el corto pasillo y girar
una esquina, donde les perdió de vista. Contrariado, se volvió hacia la
consola.
-¿No acabo de decirle que no sé de ordenadores? -murmuró.
***
-Capitán Lanox, no hay ningún error, señor. La cámara
de vigilancia en el umbilical dice que su puerta blindada está abierta, y
parecen estar tratando de cerrarla de forma manual.
Lanox giró en su silla para mirar a su oficial.
-No es tan fuerte como nos ha hecho creer,
entonces. -Dio unos golpecitos con los dedos sobre el borde de la silla-. ¿Cuál
es la condición de la nave?
-Estamos perdiendo altura rápidamente, señor, acercándonos
más al planeta. Ingeniería también informa de que los bucles de energía están
creando sobrecargas peligrosas. Corremos riesgo de implosión si no encontramos
la causa originaria, señor.
-Sé cuál es la causa originaria -gruñó Lanox. La
adrenalina le instó a ponerse en pie-. Tome un contingente de soldados armados y
asalte ese corredor, mientras su puerta blindada siga abierta. No me importan
los demás, pero quiero que Mon Neela sea capturada con vida. ¡Ella afirma que
su nave está programada para detonar ante el primer acceso ilegal, por lo que
no, repito, no entren a bordo de la nave en sí!
El oficial se cuadró.
-¡Entendido! ¡Informaremos por el comunicador
cuando la captura se haya completado, señor!
-No será necesario -respondió secamente Lanox-. Iré
con ustedes.
El oficial pareció alarmado.
-Perdóneme, señor, pero... pero la situación es
extremadamente peligrosa, y nosotros...
-Tengo la intención de detener personalmente a esa
mujer en nombre del Imperio -respondió, y luego se reconoció ante sí mismo como
un mentiroso. Es notoria, pensó. Es una mujer, y me ha humillado. Quiero superarla,
nada más y nada menos-. Es su responsabilidad mantenerla con vida, y protegerme
-continuó diciendo a su oficial-. Reúna a sus tropas.
***
La puerta blindada se negó obstinadamente a
moverse.
-¡Hemos llegado demasiado lejos para ser derrotados
por algo tan absurdo como esto! -protestó Neela. Apretó los dientes y pateó la
puerta, y luego la golpeó con el puño cerrado-. ¡Ciérrate, maldita seas!
Stasheff la agarró del brazo.
-¡Madame, esto no va a funcionar! ¡Tenemos que pensar
otro plan, y tenemos que pensarlo ya! No van a tardar mucho tiempo en darse
cuenta de que estamos tan vulnerables, y cuando lo hagan...
Una explosión de rayos desintegradores de los
soldados de asalto, escudándose aún a los lados de la puerta blindada abierta
del Peligro, le interrumpió
impactando en el casco tan cerca de su cabeza que Neela podía oler su pelo
chamuscado.
Stasheff se lanzó sobre Neela, envolviéndola
protectoramente con sus brazos mientras arrojaba a los dos de nuevo a la dudosa
seguridad de la nave.
-¡Déjame ir, Stasheff! -pidió ella. Pero él aún la sujetaba-.
¡Stasheff, suéltame! –Ella empujó con fuerza y rodó sobre la espalda del hombre.
Neela se quedó sin aliento. La túnica de Stasheff
estaba saturada de sangre, sus ojos tenían una mirada aturdida de dolor que
había visto con demasiada frecuencia en los ojos de los soldados heridos.
-Lo siento, Madame -dijo con voz áspera.
Neela no tuvo tiempo de consolarse. Cogió la
pistola desintegradora de sus dedos y se colocó a un lado de la escotilla
abierta.
Los cáscaras blancas todavía estaban situados en cada
lado de la puerta blindada; vio el destello de un uniforme gris detrás de ellos
y reconoció a Lanox.
-¡Adelante! -rugió el capitán imperial-. ¡No os detengáis
aquí protegiéndoos como niños! -Impulsivamente, saltó más allá de ellos hacia
el pasillo, indicándoles que avanzasen.
Era un blanco perfecto, y Neela lo tenía
perfectamente en su punto de mira. Pero en el aliento de tiempo que le habría
costado apretar el gatillo, le perdonó la vida.
El instante siguiente no dio tiempo para
lamentaciones. Una explosión estalló en el interior del Peligro, meciendo con violenta fuerza las dos naves y el inestable umbilical.
Lanox cayó al suelo y salió despedido justo
mientras las puertas blindadas del Peligro
se cerraron atronadoramente detrás de él, separándolo de sus soldados.
Inmediatamente después, una segunda explosión hizo que
el Destructor Estelar se escorase y cayera como un pájaro herido. Lanox trató
de agarrarse a una pared del fondo, pero cayó, deslizándose torpemente por toda
la longitud del pasillo, hacia Neela en el extremo opuesto.
Cayeron juntos en una maraña de brazos y piernas.
Incapaces de recuperar el equilibrio, se aferraron el uno al otro, con los ojos
llenos de horror mientras el pasillo se balanceaba y se tambaleaba, amenazando
con derrumbarse con cada nueva explosión.
Después de lo que pareció una eternidad, las convulsiones
y el ruido se detuvieron, y el pasillo cesó sus salvajes vibraciones y se limitó
a un balanceo engañosamente suave. Delante de ellos -todavía confundida por los
erráticos comandos del ordenador- la puerta blindada del Estrella Cruzada se cerró deslizándose en silencio, mientras que
detrás la del Peligro se abrió de
golpe.
Durante un aturdido instante, Neela y Lanox se
miraron boquiabiertos el uno al otro, entonces Lanox se puso de pie y se quitó
a Neela de encima, corriendo hacia su nave tan rápido como sus piernas se lo
permitían.
Neela se volvió y se arrojó de rodillas delante del
portal cerrado del Estrella Cruzada, intentando
meter los dedos entre las uniones perfectamente cerradas mientras trataba
contra toda esperanza de hacer que se abriera.
El silbido de la atmósfera escapándose a través de
grietas en el mamparo interior del pasillo se burló de ella.
-¡Ábrete! -pidió a la puerta con los dientes
apretados. Lanox se agazapó en la cornisa de entrada de su nave, jadeando en
busca de aliento, doblando la cintura para agarrarse las rodillas con las manos.
A su alrededor, sonaban sirenas de emergencia, y su tripulación corría de un
lado a otro y se gritaba entre sí mientras luchaban por salvar su nave
moribunda.
Pero a través de la abrumadora confusión y el
ruido, era el sonido de Neela al final del pasillo, maldiciendo a la puerta
blindada, al Imperio, y a su propio nombre, lo que captó toda la atención de
Lanox.
Se enderezó, se volvió y la vio de rodillas, luchando
aún por abrir la puerta de su nave antes de que el mamparo interior sucumbiera.
¡Esta es tu oportunidad, tonto!, pensó. ¡Deberías
haberla capturado cuando tuviste la oportunidad! Captúrala ahora, llévala ante
el Emperador, y te redimirás de esta debacle. Pero, ¿puedo hacerlo? ¡Las
paredes de este pasillo cederán en cualquier momento! Cuadró los hombros y reunió
lo que quedaba de su valor. Mejor aprovechar la oportunidad y morir aquí, que
volver ante el Emperador, derrotado por esta rebelde. El castigo de Su Majestad
sería mucho peor.
Con cautela, dio un paso atrás en el pasillo, se
abrió paso a lo largo de una pared que no dejaba de crujir, y se situó junto a
Neela, poniéndole una mano firme en el hombro.
Ella miró bruscamente hacia arriba, y todo el miedo
se evaporó de su cara. Sólo la ira y el resentimiento se mantuvieron, como si
se hubiera resignado a su destino, pero no quisiera darle la satisfacción de su
miedo.
El conflicto y una culpa inexplicable irritaron el
pecho de Lanox al mirarla; su admiración hacia ella luchando con su lealtad
hacia el Imperio. Se sentía humillado al darse cuenta de que, enemiga o no,
ella tenía más valor de que él nunca tendría.
Antes de darse cuenta de su propio cambio de
intenciones o de saber siquiera muy bien lo que estaba haciendo, se puso de
rodillas a su lado, introdujo sus dedos en las grietas de la puerta, y con una
mueca se esforzó en abrirla. Neela le miró.
-¿Por qué me está ayudando?
-Madame -gruñó, deteniéndose sólo el tiempo
suficiente para mirar hacia atrás-. Con todo el debido respeto, este no es en
absoluto el momento de hacer preguntas. Se trata de su fuga. ¿Le importaría ayudarme?
¡Bajo la fuerza de sus esfuerzos combinados, el
cierre de la puerta finalmente cedió y se abrió con un contundente golpe!
Lanox se puso de pie, arrastrando a Neela con él. La
agarró por los hombros y la atrajo hacia él para darle un gran y generoso beso.
-Mi pago -explicó, y luego hizo girar a la estupefacta
rebelde y la empujó a través de la escotilla a la seguridad de su nave.
El pasillo dio otro dramático gemido y una esquina
del mamparo salió despedida con violencia. La súbita descompresión hizo que la
gorra del uniforme de Lanox saliera disparada de su cabeza por la abertura, agitando
su pelo, y azotando la túnica de su uniforme.
Neela se agarró con una mano a un puntal en la
escotilla del Estrella Cruzada, mientras que le tendía con la otra.
-¡Aquí! -exclamó. Lanox le dirigió una mirada de
desesperación, pero en cambio se volvió y se abrió paso hacia su propia nave por
el pasillo que se deterioraba rápidamente. Neela vio con horror, incapaz de
apartar la mirada, cómo se empujaba resueltamente a sí mismo hacia adelante.
Más de una vez cayó y se arrastró sobre la tripa, agarrando con las manos la
cubierta en busca de algún magro agarre contra la succión de la rápida
despresurización del pasillo. Luego, de algún modo, estaba milagrosamente en la
puerta blindada del Peligro. Se puso
en pie con dificultad, agarró los bordes de la escotilla con tanta fuerza que
los nudillos de sus manos estaban blancos, y se arrastró a su nave.
Fue lo último que Neela vio de él antes de que la
puerta blindada del Peligro se
cerrase de golpe, ocultándolo de su vista.
Sólo entonces Neela se giró y corrió hacia la
cabina de mando de su propia nave.
Heedon, pálido y agitado, estaba al timón, con
Stasheff apenas consciente, en un taburete detrás de él.
-¡Estamos libres de la garra y el rayo tractor! -exclamó
Heedon-. ¡Los ordenadores han recuperado el control!
-¡Entonces vuelve al espacio, capitán, y dar el
salto tan pronto como puedas! -exclamó Neela.
Mientras Heedon obedecía y salieron finalmente
disparados hacia la seguridad de las estrellas, Neela miró desesperadamente por
la ventanilla.
El Peligro
se había estabilizado de alguna manera: ya no parecía estar en peligro de
estrellarse, pero aún parecía indefensa. Según todas las apariencias, el
Destructor Estelar estaba muerto.
El Estrella
Cruzada alcanzó el punto de salto y se lanzó a la velocidad de la luz.
***
-Puede parecer una traición, pero siento una gran
admiración por ese imperial -admitió Neela. Caminaba junto a Se'lab por los
terrenos de la base rebelde de Carosi XII. Aferraba en su mano la distinción
que (junto con Heedon y Stasheff, que se estaba recuperando) acababa de recibir
por defender la base de Horob-. Cree en el Imperio tan fervientemente como yo
lo desprecio –continuó-. Sin embargo, arriesgó su vida para salvar a un enemigo
que casi lo destruye. Si se invirtieran los papeles, no creo que yo hubiera
hecho lo mismo.
-Antes de te vuelvas demasiado sentimental sobre el
enemigo, recuerda las vidas que ha destruido -le recordó el bothano. Se detuvo,
obligándola a hacer lo mismo, y le puso las manos sobre los hombros-. No dejes
que otros te escuchen hablar de esta manera, puede que no sean tan comprensivos
como yo.
Neela hizo una mueca.
-Se'lab, entiéndeme, por favor. No es que yo
apruebe a Lanox, simplemente... -suspiró, pensó un momento, y luego se encogió
de hombros, resignada-. Me salvó la vida. Si sobrevivió a las explosiones a
bordo del Peligro, no puedo evitar
preguntarme si el Imperio le tratará duramente por perder su nave ante gente
como nosotros. Compadezco a cualquier persona que caiga en manos de Palpatine.
Se'lab negó con la cabeza.
-Un imperial menos no es ninguna tragedia. Ahora
vamos, o te perderás tu celebración.
Cuando Neela entró en el comedor, estalló una
ovación. Aceptó una calurosa ronda de felicitaciones, y luego vio a Stasheff y
Heedon en una mesa de la esquina, rodeados por lo que parecía ser su propio
club de fans entusiastas.
Stasheff, con el brazo derecho y el hombro
encerrados en un vendaje de bacta, le dedicó una sonrisa reprobatoria cuando se
reunió con ellos.
La multitud se dispersó cortésmente, dando a los
tres campeones Horob un tiempo para ellos mismos.
-Nunca antes había pensado en mí mismo como un
héroe -reflexionó Heedon. Levantó su copa en la dirección de los festejantes
que se marchaban-, pero dicen que lo soy, así que, ¿quién soy yo para discutirlo?
Neela se rió, asintió y volvió sus atenciones a su
guardaespaldas.
-No puedo decir que el vendaje te favorezca,
Stasheff. Espero que lleves algo un poco más a la moda en un futuro próximo.
-Eso depende de usted -respondió.
-Ah. –Sonrió-. ¿Entonces has decidido quedarte como
mi guardaespaldas?
-Sólo si limita todos sus faroles al sabacc,
señora.
-No prometo nada. -Sonrió, y se inclinó
confidencialmente hacia él-. En realidad, Stasheff, estás realmente muy guapo sin
camisa.
Él se sonrojó.
-Hablando de faroles -intervino Heedon-. Se ha
perdido la noticia que acaba de salir en la red. -Golpeó la mesa y un proyector
holográfico se alzó en el centro-. Pero la grabamos para usted.
-¿Qué...? -comenzó Neela.
-Sólo observe -ordenó Heedon.
Hubo una momentánea mancha de estática, un crepitar
de ruido, y entonces la imagen holográfica de Sergus Lanox apareció en un magnífico
estrado, con el renombrado Gran Almirante Imperial Takel, en persona, de pie
frente a él.
-¡Vaya, está recibiendo una distinción! -exclamó Neela.
Takel colocaba la cinta alrededor del cuello de
Lanox.
-Por su heroísmo extremo, y por no renunciar a su nave,
incluso cuando se enfrentaba con el último y más atroz ejemplo del terrorismo rebelde
desde la destrucción de Alderaan -estaba diciendo Takel-, le otorgo la Medalla Distinguida
de Honor Imperial.
Hubo aplausos de un público invisible.
-¡¿Qué piensa usted de esto?! -exclamó Stasheff.
Neela apagó el proyector holográfico y se acomodó
en su silla.
-Creo –respondió- que tal vez no hayamos visto lo
último de Sergus Lanox después de todo. -Levantó su copa en un brindis-. Por
las victorias improbables, señores.
Y vació su copa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario