Heedon miró con consternación a la pantalla de
navegación, donde el garabato rojo que representaba un Destructor Estelar acercándose
acababa de aparecer.
-Ahí están -dijo, tocando la pantalla con el dedo
índice. Se dio la vuelta en su asiento y atravesó a Neela con una mirada insegura-.
Me gusta mucho la idea de seguir viviendo, ¿sabe? Somos pequeños...
probablemente no nos han visto todavía. Aún no es demasiado tarde para...
-Sólo recuerda lo que te dije que hicieras, y
seguirás vivo para ser un anciano -prometió Neela. Se sentó junto a él para
estudiar el ordenador.
Stasheff apoyó una mano en el respaldo de la silla
de Neela y miró la pantalla por encima de su hombro.
-Esto es una locura.
-Sin lugar a dudas -convino Neela-. Nunca he dicho
lo contrario.
Stasheff estaba molesto por su buen humor.
-Madame, por favor. Tienen una nave del tamaño de
una pequeña ciudad, tropas de asalto, asesores de guerra, oficiales y armas
pesadas. ¿Qué tenemos nosotros?
Heedon la miró con recelo.
-No diga que tenemos “la verdad” o me entrarán
ganas de vomitar.
Neela se rió a su pesar.
-¡La verdad es precisamente lo que no tenemos en esta
maniobra en particular! No, señores, nuestra carta de sabacc en esta partica es
que a pesar del diminuto tamaño del Estrella
Cruzada, sigue siendo demasiado grande como para encajar en la bahía de atraque
de un Destructor Estelar de clase Victoria.
Stasheff y Heedon intercambiaron expresiones
desconcertadas, y luego con un suspiro y un encogimiento de hombros fatalistas,
Stasheff miró a la computadora. El punto rojo de la pantalla se había detenido
en una órbita estable alrededor de Horob.
-No necesitamos hacer nada más que mantener los
imperiales el tiempo suficiente para que las tropas de tierra evacuen -les
recordó Neela-. Unas cuantas horas deberían bastar.
-Confío en que también tenga un plan para sacarnos con
vida de esta -dijo Heedon.
-Siempre hay un plan -le aseguró Neela-. Abra un
canal.
Heedon la miró fijamente, después transfirió su
mirada hacia Stasheff. El joven guardia se humedeció los labios, vaciló y luego
asintió.
Con un suspiro, Heedon se volvió hacia el tablero
de comunicaciones.
-Nave imperial, al habla el Estrella Cruzada. Soy un empresario independiente y capitán de esta
nave. Tengo una pasajera a bordo que quiere hablar con ustedes.
Neela se inclinó hacia la consola.
-Destructor Estelar, al habla Sayer Mon Neela de la
Alianza Rebelde. Les ordeno que rindan su nave.
El silencio imperial fue comprensible.
Heedon se inclinó hacia la consola.
-Lo dice realmente en serio –afirmó.
Stasheff se puso en la posición de los imperiales,
preguntándose cómo habría respondido él a una petición tan extravagante.
-¿Rendirnos a ustedes? -fue la incrédula respuesta
final-. ¡Mon Neela, ya, claro!
-Sólo necesitan llevarme a bordo para demostrarlo -respondió
Neela.
-Sin trucos -agregó Heedon-. Permaneceré aquí, monitorizándola
todo el tiempo. Esta nave está preparada para hacerla estallar a la primera
señal de problemas. Y si el Estrella
Cruzada explota, podría llevarse por delante una pequeña luna, por no
hablar de su insignificante Destructor Estelar.
Hubo un estallido de la risa en el otro extremo.
-¿Debo entender que ustedes están amenazando a una nave de
guerra imperial?
-Algo así -respondió Heedon-. ¿Están dispuestos a arriesgarse
a que cumpla la amenaza? La Alianza tiene algunos trucos que ustedes aún no conocen.
-Lo dudo.
-Dude todo lo que quiera, pero nunca lo sabrá hasta
que se despierte muerto, ¿verdad?
Hubo un bufido audible por el comunicador.
-No todos los días recibimos una amenaza tan
indignante, ni la rendición voluntaria de una persona en la lista de exterminio
imperial.
-Esto no es una rendición -respondió Neela-. Más
bien al contrario, señor. Ustedes son mis prisioneros. Pueden aceptar la
palabra del capitán Heedon cuando dice que la nave está preparada para detonar
a la primera señal de agresión. Subiré a bordo de su nave para dialogar. Nuestra
nave es, obviamente, demasiado grande para adaptarse a su bahía de atraque.
Requerimos una garra de acoplamiento y un umbilical; entraremos por el pasillo
artificial. Por otra parte, se encargará de que el umbilical que conecte nuestras
respectivas naves esté equipado con puertas blindadas en cada extremo para evitar
un abordaje desde cualquier de las partes. Tome mi oferta o rechácela, pero no
me haga perder el tiempo.
Hubo un largo silencio.
-Caballeros -dijo finalmente Heedon-. ¿He
mencionado lo impacientes que podemos llegar a ser?
La nave se estremeció, sacudiendo la cubierta bajo
ellos. Neela agarró la parte posterior de la silla de Heedon.
-Sí, lo sé -dijo antes de que tanto Stasheff como
Heedon pudieran hablar-. Rayo tractor.
***
El capitán Sergus Lanox tendió cortésmente la mano cuando
Neela y Stasheff entraron en la bahía de acceso desde el pasillo umbilical.
-Bienvenidos a bordo del Peligro Imperial. Madame Neela: esto es todo un honor.
Sergus era un hombre guapo de mediana edad, con una
expresión seria y ojos grises que eran demasiado grandes para su rostro.
¿O es simplemente que ese horrible uniforme hace
que todos tengan el mismo aspecto?, se preguntó Neela.
Ella asintió con la cabeza sin tomarle la mano.
-Capitán Sergus Lanox a su servicio, y encantado de
descubrir que, después de todo, realmente es usted –continuó él-. Es un placer conocerla
finalmente en persona. Yo, como el resto del mundo en la galaxia civilizada,
reconozco su nombre a causa de su implicación en el viejo Senado Imperial. -Sonrió,
hizo una reverencia, y levantó una ceja sardónicamente-. Aunque me atrevo a
decir que sé más de ustedes ahora a causa de sus inclinaciones sediciosas. El
Emperador me recompensará personalmente por su captura.
-Aún me tiene que capturar -le recordó Neela.
-Ah sí, por supuesto. -Sergus sonrió. Se levantó de
su reverencia-. Ustedes me han amenazado con su pequeña nave de placer. Debo
permanecer alerta. -Sonrió aún más abiertamente, con auténtico placer.
Neela señaló a Stasheff con un gesto.
-Este es mi ayudante, Raan Stasheff.
Lanox otorgó al joven la más veloz de las miradas,
y luego devolvió su atención a Neela.
-¿Es esencial para nuestras negociaciones?
-Soy esencial para su seguridad -respondió cortante
Stasheff.
Lanox no le hizo caso.
-Si lo he entendido bien -le dijo a Neela-. Su nave
es su primera y mejor garantía de seguridad. Si eso es cierto, entonces no le
importará que ordene que su guardia sea llevado a los camarotes de invitados o
devuelto a su nave hasta que nuestro encuentro haya finalizado.
La mandíbula de Stasheff permaneció firme como una roca.
-Ni en sus...
-Por supuesto, capitán -interrumpió Neela. Ella
puso una mano alentadora, casi maternal, en el cuello del uniforme de Stasheff-.
Parece que no hay alternativa...
Stasheff le miró con incredulidad.
-No abandonaré esta nave sin usted. -Puso una mano
en la culata de su bláster enfundado. Las puertas se abrieron de golpe, como si
la acción del guardia las hubiera activado, y tres soldados de asalto entraron,
rifle en mano.
Lanox sonrió irónicamente a Neela.
-Comprenderá que la diplomacia sólo pueda llegar hasta
cierto punto. Hablaremos, Madame, pero nuestra conferencia será de dos
personas, y sólo dos.
Stasheff echó una última y furiosa mirada a Neela mientras
se lo llevaban.
***
Durante un tiempo, Neela permaneció sentada a una
mesa preparada para un festín y escuchó como Lanox ensalzaba las glorias del
Imperio y cantaba las alabanzas de Palpatine. Casi era divertido; Lanox estaba
soltando propaganda imperial con tanta libertad que uno habría pensado que la
conferencia había sido idea suya. Hasta el momento, Neela no había tenido la
oportunidad de presentar su propia propuesta.
Finalmente, cuando parecía probable que el imperial
continuaría indefinidamente con sus recitaciones, lo interrumpió.
-No soy precisamente una admiradora incondicional
del Imperio, señor.
Lanox rió.
-Si lo fuera, yo no habría sido tan vehemente.
Nunca es demasiado agradable predicar a los que ya se han convertido, Madame. –Ofreció
una sonrisa sincera, desprovista de sarcasmo; tal vez incluso con algo de
autocrítica, pensó Neela. Se había avergonzado a sí mismo al divagar sobre su
devoción por el Imperio.
Neela estaba sorprendida y molesta por esta visión
de su humanidad; se había acostumbrado a despreciar a cualquier persona leal a
Palpatine, en particular a los oficiales de la jerarquía. Instantáneamente desechó
su siguiente pensamiento acerca de que la sonrisa le hacía parecer casi guapo.
-Estoy empezando a pensar que no confía en mí -continuó
Lanox-. Teniendo en cuenta su afirmación de que tiene mi vida en sus manos, me
sorprende. -La sonrisa del imperial se hizo más grande, y entonces lo vio: la
burla en sus ojos.
-¿Un jefe militar de la rebelión que no confía en
el comandante de una nave de guerra imperial? -replicó ella-. Vaya, Capitán,
ahora soy yo quien está sorprendida.
Lanox bebió un sorbo de vino.
-Parece bastante estúpido por parte de la Alianza permitirle
vagar tan lejos de su protección. Pero siempre he dicho que estaban locos.
-Tuvieron la bastante sabiduría para destruir la Estrella
de la Muerte.
-Pero no tienen la suficiente para mantener su
fuerza. La Rebelión es un molesto insecto que debe ser aplastado y destruido
por voluntad del Emperador.
-Algunos insectos tienen un aguijón venenoso,
señor.
Por un brevísimo instante, ella pudo ver admiración
en sus ojos, pero rápidamente quedó oculta de nuevo tras esa exasperante mirada
de superioridad que hacía que todos los imperiales parecieran estar mirando por
encima del hombro, aunque no lo estuvieran haciendo.
-Por su bien, Madame, espero que las negociaciones
que tiene en mente cuenten con mi aprobación, o puede que, pese a la amenaza de
una nave suicida, se encuentre como mi invitada más tiempo del que había
previsto.
-Mi propuesta es muy simple -respondió ella-. Regrese
conmigo a una base rebelde y pásese junto con su nave y su tripulación a la
Alianza.
Él le dirigió una mirada de burlona desaprobación.
-Con respuestas como esa, se está asegurando su
cautiverio. -Se puso de pie-. Voy a enviar un contingente armado para tomar el
control de su pequeña nave.
-El Estrella
Cruzada está programado para detonar ante la primera presencia desconocida.
-Dudo que los rebeldes arriesguen su vida con tanta
indiferencia.
-Usted lo ha dicho: mi nave mi mejor garantía de
seguridad. No la ha destruido ni me ha tomado como rehén, ¿no es así?
-Sólo porque he decidido no hacerlo. Informaré a su
piloto de que usted y su ayudante serán ejecutados a menos que él coopere.
Ahora fue el turno de Neela de poner un gesto de
desaprobación.
-Mi vida y la vida de mi ayudante no son nada.
Obviamente, para que hayamos llegado tan lejos, es que hay en juego mucho más
que sólo dos vidas.
Lanox levantó una mano en señal de resignación
fingida.
-Hay que pensar en todas las tácticas posibles. -La
miró por un momento, pensando que era una gran lástima que se hubiera vuelto
contra el Imperio. A pesar de que nunca antes la había visto personalmente, él había
admirado durante años su astuta mente. Antes de la guerra, había sido lo bastante
conocida en la Antigua República para aparecer en casi todos los holoreportes y
noticiarios diarios, y por lo general se debía a que había superado a algún
notable oponente, o de alguna manera había conseguido que el Senado adoptase su
punto de vista.
Realmente era una mujer atractiva... si uno se
sentía atraído por los rebeldes, cosa que se recordó a sí mismo que él no era.
-Parece que estamos en tablas –suspiró-. Voy a
tener que acompañarla a la celda de detención.
-No lo creo -respondió ella-. Stasheff y voy regresaremos
ahora a nuestra nave y esperaremos su decisión. Por favor, recuerde que si es
la equivocada, será la última que haga. Estaría muy agradecida si usted hiciera
que trajeran aquí a mi ayudante, y luego nos acompañase a los dos de vuelta al
pasillo umbilical.
Ella vio cómo su expresión alternaba entre la
incertidumbre y la desazón. Por último, bajó la mirada hacia la mesa y tomó una
copa de pie largo.
-¿Encontró el vino de su agrado?
-Siempre he apreciado el buen vino alderaani.
-Sí. -Tomó un sorbo, y luego le sonrió por encima
del borde del vaso-. Qué lástima que Alderaan ya no hará más vino. Haré que
traigan a su ayudante.
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