Pasar más allá de la bahía de atraque fue mucho más
fácil de lo que esperaba. Haslam, haciendo una imitación perfecta de un oficial
imperial -discurso seco y la postura formal incluidos-, se identificó como un
tal teniente Grallant, número de operación 13398247, y a nosotros como
contrabandistas y posibles simpatizantes rebeldes. El comandante de la base,
que parecía haber oído todo eso demasiadas veces en el pasado, nos hizo un
gesto cansado con la mano indicando el pasillo que supuse que nos llevaría a la
zona de espera.
Desfilamos por el pasillo gris, terminando en una
gran bahía con pasillos llenos de celdas que se abrían a intervalos regulares. El banco central informático estaba habitado por
cuatro soldados de asalto que sostenían rifles bláster por lo menos tan grandes
como los que sujetaban Enkhet y Gowan, y un oficial de uniforme cuidadosamente
planchado, que llevaba la insignia de capitán y que parecía estar mucho más
alerta que su comandante. El oficial levantó la vista cuando entramos, y todos
los soldados se movieron ligeramente para apuntar sus rifles no precisamente a
nosotros, pero sin duda en nuestra dirección. De repente encontré más difícil
respirar. Parte de mi cerebro estaba considerando seriamente decir
"No cuenten conmigo, gracias, no quiero jugar más", dar la vuelta y
caminar de regreso a la nave. Dado que eso habría arruinado el precioso guión
de Haslam, y yo estaba demasiado congelada para moverme de todos modos, me
quedé quieta y en silencio.
Haslam repitió el asunto del nombre, rango y número
de operación para el oficial, que (gracias a los cielos) no parecía estar inclinado
a presentar problemas. En cambio, amablemente encendió el ordenador y nos
asignó a cada uno de los tres un número de celda. El procesamiento de los prisioneros aparentemente
se llevaba a cabo dentro de las celdas, en lugar de en el área abierta; para
reducir el riesgo de fugas, supuse. Dado que una fuga era precisamente lo que teníamos
planeado, no encontré alentadora esa información.
Enkhet presionó el cañón de su bláster en mi espalda,
empujándome hacia adelante. El capitán Quiensea dio un paso adelante para ayudar
a conducirnos a nosotros, rudos criminales, a las celdas para ser procesados. Haslam lo detuvo con una mano levantada.
-Voy a tener que pedirle a usted y a sus hombres que
salgan por unos minutos.
-¿Qué? -preguntó el capitán sin comprender.
-Necesito que usted y sus hombres salgan del área
temporalmente. -Haslam habló en voz aún más baja, con un aire de complicidad-.
Pertenezco a Inteligencia. Sospechamos que estos presos han tenido acceso a
información de alto secreto sobre los movimientos de varias células rebeldes. No
es que no confiemos en un leal oficial imperial, pero la presencia de estos
prisioneros aquí tiene que mantenerse en el más absoluto secreto hasta que se haya
completado el interrogatorio. Estoy seguro de que lo entiende.
-¿Sabe el comandante Caton algo de esto?
-No, y es importante para el esfuerzo de guerra que
en este momento no lo sepa nadie. No puedo decirle más. Ni siquiera debería
haberle dicho esto. La razón por la que los he traído aquí es porque conozco la
reputación de los oficiales y soldados de esta base. No hay lugar más seguro en
toda la galaxia.
-Entiendo -dijo el capitán con gravedad, e indicó a
los soldados que lo siguieran por la puerta. Evidentemente, la adulación servía
de mucho.
-También tengo que desactivar temporalmente las
cámaras de seguridad. Sólo hasta que sean procesados, ya entiende. Nadie debe
saber de su presencia.
-Entendido. -Y fue tan fácil como eso. Los impes
simplemente salieron y cerraron las puertas detrás de ellos. Gowan, con el casco fuera, ya estaba pirateando el
equipo; después de un momento, las cámaras montadas en torno al techo quedaron
a oscuras.
Haslam recorrió rápidamente la sala para comprobar no-sé-qué,
mientras Enkhet nos quitaba las esposas. Melenna estiró los brazos y las manos hacia
adelante para eliminar la rigidez.
-No tenías por qué apretarlas tanto -se quejó
suavemente-. Tengo las manos dormidas.
-Eras tú la que quería ser convincente.
Liak gruñó una amonestación y la disputa -probablemente
el capítulo más reciente de una larga saga- cesó. Mientras tanto, yo estaba escarbando de nuevo en mi
botiquín, asegurándome una vez más de que ninguno de los preciosos equipos o viales
de medicamentos estuviera dañado. El ligero cosquilleo de mis músculos en tensión, el
preludio habitual a una reanimación total, empezaba a asomar a través de mi
miedo.
-¿Dónde está? -pregunté.
-Estoy buscando -respondió distraídamente Gowan, con
su atención totalmente ocupada por las imágenes parpadeantes de la pantalla-. Bueno,
aquí está. Celda 2826.
-¡Bueno, venga, vayamos!
-Aurin -dijo Haslam en voz baja-. Yo estoy al mando
de esta misión. Vamos cuando yo lo diga.
-Haslam -dije en el mismo tono-, ha logrado que
pasásemos a través de los impes. Ahora se trata de una misión médica. Ese es mi
departamento, ¿recuerda? Hay un hombre muriendo en una de estas celdas. Tengo
trabajo que hacer. Déjeme hacerlo. -Las palabras "o de lo contrario...
" quedaron flotando en el aire. No sabía muy bien qué implicaría "o
de lo contrario", pero Haslam se dio cuenta de que yo hablaba en serio de
todos modos. Él medio rió, medio suspiró, y dio la señal de avanzar.
La celda estaba al final del pasillo central.
Mientras Enkhet montaba guardia cerca de la entrada -Gowan se había quedado
atrás para buscar algo más de información en los ordenadores-, Haslam introdujo
un complejo código en el teclado junto a la puerta. Se abrió deslizándose para
revelar un humano delgado de pelo gris tumbado en la plataforma en el extremo
más alejado de la pequeña habitación. Se incorporó a medias sobre un codo, con los
ojos muy abiertos al vernos. Absorbí detalles mientras me acercaba rápidamente
a su lado, soltándome el botiquín de alrededor de la cintura: estaba muy pálido,
con los ojos hundidos y los labios secos, lo que indicaba deshidratación, pero
estaba despierto, alerta y consciente. Me había estado preparando para un
paciente en las puertas de la muerte, y estaba sorprendida del relativamente buen
aspecto que tenía.
-¿Es este el equipo de rescate? -Su voz era suave y
ronca, pero mantenía un toque de humor irónico.
-Nosotros somos. -Melenna me había seguido de
cerca, y le ofreció una deslumbrante sonrisa que sospeché que podría levantar a
cualquier hombre de su lecho de muerte en poco tiempo. Probablemente esa fuera
su intención. "Cualquier cosa para que la misión sea un éxito", había
comentado brevemente durante el viaje. Si coquetear con el rescatado ayudaba en
algo, lo haría.
-No os... esperaba. -Tuvo que respirar en medio de
la corta frase: sí, necesitaba algo de ayuda. Durante la conversación había
estado abriendo rápidamente mi equipo; en ese momento coloqué la UAI –unidad de
acceso intravenoso- en la parte superior de su pecho y presioné el interruptor
de activación. Mientras que el catéter se enterraba a través de su piel en
busca de la vena subclavia que conducía directamente a su corazón, abrí dos
ampollas de Clondex, una de esteroides endógenos, un parche de cordina, y un
litro de solución de suero de reemplazo, y los coloqué todos al alcance de mi
mano. Liak se agachó a mi lado, listo para ayudar si fuera
necesario; Haslam se mantuvo alerta en la puerta.
-Hey -comentó Melenna-, nunca subestimes el poder
de una mujer.
-Estás en mejor forma de lo que pensaba que estarías
-le comenté mientras trabajaba.
-Yo tenía tres viales de... Clondex cuando llegué
aquí... He estado reduciéndome la dosis. No se me acabó... hasta hace dos días.
-¿Cómo conseguiste pasarlos por el cacheo corporal?
-preguntó Melenna.
-Me los tragué. -Débil como estaba, Vibrion le
guiñó un ojo. Melenna siguió esa declaración a su conclusión lógica e hizo una
mueca; curioso, yo no habría pensado que fuera de tipo aprensiva. Pasé el
escáner sobre su cuerpo, advirtiendo el corazón pequeño (otro signo de
deshidratación) y la reducción de los riñones y las glándulas suprarrenales,
que eran síntomas del Zithrom. La presión arterial era un poco baja, el ritmo
cardiaco un poco rápido, pero por lo demás todo parecía bastante normal. Dejé
escapar un suspiro de alivio. Esto no va a ser tan malo como yo pensaba,
gracias a los cielos. Y recuerda, la próxima vez que Briessen quiera
enviarte a una de estas cosas, di que no.
La UAI hizo clic, y un reflujo de la oscura sangre
venosa apareció en la cámara de acceso, lo que indicaba que el catéter estaba
en la vena. Inyecté la primera unidad de Clondex y el esteroide rápidamente, luego
comencé a alimentar la solución de suero lo más rápido que pude. Tuve que tener
cuidado aquí; proporcionar un gran volumen de líquido demasiado rápido podría resultarle
perjudicial y causarle insuficiencia pulmonar y renal.
-¿Cómo vamos? -preguntó Haslam-. Tenemos que salir
pronto.
-Necesito unos minutos más. ¿Nos han descubierto?
-No hay señales aún –dijo-, pero no tentemos a la
suerte. Liak, ve a abrir la entrada del túnel de acceso y espera allí.
Liak se apartó de mi lado y salió por la puerta,
agitándome el pelo con su gran pata al pasar.
La bolsa de fluido estaba casi vacía; la apreté
para conseguir que las últimas gotas entraran en mi paciente, y luego la
desconecté. Vibrion ya tenía mejor aspecto, con los ojos menos hundidos y el color
regresando a su cara. Le di la segunda dosis de Clondex, y a continuación planté
el parche de cordina sobre su cuello. Se puso rojo, levantando una mano
temblorosa hacia su frente mientras el estimulante hacía efecto.
-El dolor de cabeza pasará en un minuto -le dije-.
Esto te ayudará a mantenerte en pie. Tenemos que salir de aquí. ¿Puedes sentarte?
Vibrion asintió, haciendo una mueca mientras le
ayudaba a sentarse y volvía a comprobar su presión arterial; aguantaba constante.
Hasta ahora, todo bien.
-Liak tiene el túnel abierto -dijo Haslam, con
calma pero con una nota de urgencia subyacente en su voz. Alcé a Vibrion a una
posición de pie, Melenna dio un paso para que él pudiera apoyar el brazo sobre
su hombro, y volví a revisar las lecturas del escáner; su pulso había aumentado
10 latidos por minuto para compensar el cambio en la postura corporal, pero la
presión arterial se mantenía estable.
-¿Estás bien? -le pregunté.
-Estoy bien. -Él sonrió débilmente-. Vamos.
***
El túnel de acceso corría paralelo a lo largo del
pasillo, un pasaje polvoriento, brillantemente iluminado, con la altura justa
como para estar de pie (Liak y Enkhet tenían que agacharse un poco) y la
anchura justa para avanzar en fila de a uno. Melenna, Vibrion y yo, unidos en
la retaguardia, nos deslizábamos de costado. Liak iba en cabeza, seguido de
Enkhet y Gowan; Haslam estaba en el centro, donde podía supervisar a todos a la
vez. Era un proceso lento, y al principio nos vimos obligados a retroceder y
volver a comenzar un par de veces. Yo no tenía la menor idea de a dónde íbamos,
y no estaba segura de si me importaba. Había hecho lo que había venido a hacer,
y el reflujo del exceso de adrenalina sin usar después de la acción me había dejado
agotada, cansada y hambrienta. Melenna, por otra parte, parecía alterada y
nerviosa.
-Esto nos está costando demasiado tiempo -dijo entre
dientes a Haslam, justo por delante de ella-. ¿Cuánto tiempo crees que pasará
antes de que los impes se den cuenta de que pasa algo? No son todos idiotas, ¿sabes?
-Soy consciente de eso, Melenna -dijo Haslam con medida
calma-. Sólo han pasado once minutos. Tenemos tiempo.
¿Once minutos? ¿Cómo podían haber pasado sólo once
minutos? Parecían haber pasado horas desde que había entrado
en esa celda.
Liak gruñó algo desde la cabeza de la fila, y
seguimos avanzando. Eché un vistazo a Vibrion en varias ocasiones, reevaluando
su estado; después de unos minutos estaba goteando sudor - hacía calor en el
túnel- y perceptiblemente más pálido cuando se pasó el efecto de la cordina,
pero se agarraba suavemente mis hombros y seguía moviéndose. Se me ocurrió que,
tan frágil como parecía ese anciano, cualquiera que -a su edad, y agobiado por
la enfermedad crónica- pudiera fundar y dirigir toda una célula de la Rebelión
tenía que ser más duro que el titanio templado. Sin duda lo estaba demostrando
ahora.
Después de unos largos minutos más de esa empresa,
todos nos detuvimos a una señal de Liak: nos acercábamos a la bahía de atraque.
El plan consistía en lanzar una granada de concusión en la bahía mientras
permanecíamos a cubierto en el túnel; con los guardias incapacitados y el haz
tractor presumiblemente desactivado, nos deslizaríamos en nuestra lanzadera
robada, despegaríamos, y evadiríamos la persecución el tiempo suficiente para
completar los preparativos para saltar al hiperespacio.
Al menos, esa era la teoría.
Todos nos agachamos en el suelo polvoriento del
túnel, excepto Vibrion, que se sentó bastante repentinamente, como si sus piernas
ya no pudieran sostenerlo. Melenna lo apoyó en la pared mientras yo rebuscaba
en el medipac para sacar otro parche de cordina. No estaba segura de que fuese
demasiado acertado darle otra dosis -le podría causar un fallo cardíaco-, pero
quería tenerlo a mano por si lo necesitaba. Un destello de color blanco me
llamó la atención por el rabillo del ojo en la esquina más lejana del pasillo,
y alcé la mirada.
Un soldado de asalto, aplastado contra la pared
curva, estaba dando la vuelta a la esquina, con el bláster alzado y apuntándome
directamente a mí.
Emboscada, pensé, muy fría y claramente, mientras
el tiempo parecía detenerse a mi alrededor. Me daba la impresión de no poder
respirar; las náuseas y el vacío aturdido eran casi exactamente lo que había
sentido a los seis años, al caer desde un balcón de plancha sobre el estómago.
Pero mi mente, entrenada para funcionar lógicamente en una crisis, siguió
trabajando todo el rato: No hay tiempo para advertir a Haslam. Estás bloqueando
a los otros; no pueden rodearte para disparar. Si caes, Vibrion es el próximo de la fila.
Tienes un bláster.
Mi mano derecha sacó el pequeño bláster de apoyo de
la funda bajo mi manga izquierda, apuntó al soldado, y disparó. El disparo salió
hacia arriba en un ángulo suficiente para pasar entre el peto y la parte
inferior del casco; le dio de lleno en la garganta, y el soldado dejó escapar
un murmullo ahogado y cayó de rodillas. Su casco quedó suelto al caer, permitiéndome
una breve visión de un hombre muy joven, de cabello castaño claro húmedo por el
sudor y pegado a su cráneo, ojos grises claros abiertos de asombro, antes de
que cayera de plano sobre su cara.
Apenas tuve tiempo de asombrarme por haberle
disparado de verdad, cuando ya estaba rodeada de disparos bláster: Haslam y los
demás se habían dado cuenta de que algo estaba pasando detrás de nosotros, y
disparaban por encima de mi cabeza en un patrón de disparar y agacharse perfectamente
coreografiado que decía que ya habían estado en situaciones como esta antes. Los
demás soldados, rota su cobertura, habían salido de la esquina y nos estaban disparando.
Yo comencé a dar marcha atrás, con una idea confusa de proteger a Vibrion con
mi cuerpo, pero Melenna me susurró:
-¡Abajo!
Su frase fue acentuada por una explosión atenuada,
pero muy fuerte, procedente de la dirección de la bahía de atraque, que sacudió
las paredes que nos rodeaban. Tragué saliva para igualar la presión en mis oídos e
hice un par de disparos al azar hacia los soldados, al tiempo que tanteaba
detrás de mí con mi mano izquierda buscando la muñeca de Vibrion. Su pulso era
rápido y un poco irregular, pero fuerte; me apretó la mano en señal de débil
consuelo.
Durante todo esto, me había olvidado de tratar de
volver a respirar. Jadeé, y el aire entró corriendo en mis pulmones, haciendo
que me sintiera repentinamente mareada. Dejé caer la frente sobre mi muñeca; doblada
torpemente en una posición semi-fetal en el suelo, no había mucho más que fuera
capaz de hacer. Me quedé allí, agarrando la mano de Vibrion, hasta que alguien me
agarró fuertemente del hombro.
-¡Venga! -gritó bruscamente una voz-. ¡Nos vamos!
Miré hacia arriba para ver a Gowan inclinado sobre
mí, sin el casco y con un pliegue carbonizado de quemadura de bláster cruzando
su frente, donde un disparo le había rozado. Me agarró de la muñeca, me puso en
pie, y me empujó hacia delante, hacia la bahía de atraque. Detrás de nosotros
sólo quedaba un montón de armaduras blancas, el chico de ojos grises oculto
bajo sus compañeros. El suelo de la bahía estaba cubierto de manera
similar con los cuerpos flácidos de soldados y oficiales, todos inconscientes al
mismo tiempo por la explosión de la granada de concusión de Liak. Haslam, esperándonos en la entrada, me agarró del
brazo y me hizo subir la rampa de la lanzadera justo detrás de Melenna y
Vibrion; él estaba apoyándose en su hombro, con las rodillas dobladas y claramente
al borde del colapso. Gowan nos siguió al interior, golpeó el cierre de
la puerta y se dirigió a la cabina a la carrera; los motores ya estaban rugiendo
en la secuencia de arranque. Haslam nos dejó a Vibrion y a mí en los asientos de
pasajeros, nos abrochó rápidamente los arneses, y luego se volvió para seguir a
Melenna a popa.
-¿A dónde vais? -jadeé.
-A manejar las armas -dijo por encima del hombro, sin
perder el paso.
-¿Armas? ¡Pensaba que las lanzaderas no tenían armas!
No hubo respuesta, salvo las sacudidas de la nave
al alzarse; luego fuimos arrojados hacia atrás por la fuerte inercia de la aceleración
cuando la lanzadera salió disparada hacia adelante. Los minutos siguientes
fueron una burda aproximación de una atracción repulsoelevadora de feria en la
que había montado una vez durante una Semana Festiva de Coruscant: moviéndose
hacia arriba, hacia abajo, hacia los lados, como un sacacorchos, y varias direcciones
menos imaginables, todo ello a una velocidad vertiginosa, en total oscuridad
(las luces de la cabina se habían apagado durante la segunda maniobra a alta
velocidad), y esta vez con la emoción añadida de gente disparándonos. Pude escuchar
vagamente la charla casual de Haslam y Melenna mientras respondían a los
disparos; evidentemente esta lanzadera tenía armas. Vibrion estaba demasiado
lejos para que yo llegase hasta él, pero estaba sentado acurrucado en sus
arneses, con los ojos hundidos de nuevo en su rostro, pero chispeantes. La
gente dice que los médicos de emergencia son adictos a la emoción, pero esto se
estaba volviendo ridículo. Sin embargo, Haslam tenía razón sobre el pilotaje de
Enkhet; incluso yo me daba cuenta de que estaba haciendo un trabajo excelente para
mantenernos de una pieza. Finalmente el viaje se convirtió en un bocadillo de
Aurin en alta gravedad, extrayendo el aire de mis pulmones cuando la lanzadera
daba el salto al hiperespacio con las estrellas estirándose.
Los minutos siguientes fueron un borrón, mientras
acomodaba mejor a Vibrion y le daba un poco más de fluido y media dosis más de
Clondex. Haslam había recibido un disparo de bláster en el hombro izquierdo, y
había tenido la suerte de que no le afectase a ninguno de los grandes vasos y plexos
nerviosos; lo limpié y vendé su herida y la de Gowan. Melenna, que había estado
a plena vista de los soldados y sin armadura ni ninguna otra forma de
protección, no tenía ni un rasguño.
-Por eso la llevamos siempre con nosotros –bromeó
alegremente Enkhet, caminando a la sala común desde la cabina-. Es nuestro
amuleto.
Melenna le golpeó suavemente en la coronilla con
una sonrisa burlona, y Enkhet tiró juguetonamente de uno de sus dorados rizos
sueltos.
Terminé el vendaje de Haslam y estaba a medio
camino de volver guardar todo en el medipac, pensando que parecía buena idea
tomar una bebida caliente, cuando me atacaron los temblores. Siempre me pongo
un poco temblorosa después de una emergencia; por lo general se pasa después de
unos pocos segundos, pero esta vez se puso cada vez peor. Me arrodillé en las
placas de la cubierta en el rincón de la sala común, con la cara vuelta hacia
la pared, mientras los horribles pensamientos burlones se arrastraban por mi
cerebro.
Disparaste al soldado. Lo mataste. Creía que se
suponía que eras médico, ¿recuerdas?
¡Tuve que hacerlo! Era él o nosotros.
Sí, claro. Toda esa moralina piadosa sobre tu
juramento, y no hacer daño, y la santidad de la vida inteligente... y nada de eso
significa realmente nada, ¿verdad?
No era sólo yo, no sólo mi propia vida. Tenía que
proteger a un paciente. Tenía que proteger a todo el grupo.
¡Oh, venga ya! ¿Tú tenías que protegerlos? ¿Quién
te ha nombrado Héroe del Universo? Reconócelo: puedes hablar todo lo que
quieras sobre moralidad, pero a fin de cuentas has quitado una vida. No eres una
sanadora, eres una asesina.
-¿Aurin?
Una mano me tocó el hombro y me volví. Gowan se
arrodilló a mi lado, con aspecto cansado y maltrecho y absurdamente joven, con
franca preocupación en sus ojos oscuros. Le miré, incapaz de hacer pasar
ninguna palabra por la pelota de hessa que se había alojado repentinamente
en mi garganta.
-Sabes -dijo lentamente-, hiciste un buen trabajo
ahí fuera.
-Yo lo maté. -Una respiración profunda me permitió
hablar, pero no pudo evitar el temblor de mi voz.
-Lo sé. Y siento que tuvieras que hacerlo... pero
no puedo decir que siento que lo hicieras. -Su voz era firme, tranquila-. Escúchame,
Aurin... esto es una guerra. El objetivo de la guerra es que si puedes matar a
bastante gente del otro lado, se rendirán. Eso es algo duro con lo que vivir. Y
lo que es aún más duro es que, a veces, en la matanza quedan atrapadas personas
que en realidad no deberían estar allí. Y creo que eres una de esas personas.
-Puedes decir eso otra vez. –Se me escapó un débil gemido,
mitad risa, mitad sollozo-. Se supone que tengo que mantener a la gente viva,
no... esto.
-Exactamente. Y eso es lo que hace que lo que
hiciste hoy sea tan valioso. La Rebelión no tiene ni de lejos tantas tropas
como el Imperio. Si no podemos seguir con vida el tiempo suficiente para ganar
esta guerra, habremos malgastado nuestras vidas. Míralo de esta manera: has
ayudado a mantenernos a todos con vida un poco más de tiempo para librar esta
batalla. Y mantuviste a Vibrion con vida, y eso es aún más importante, por ser
él quien es. Porque él puede atraer a otros que creen que lo que estamos
haciendo es lo correcto.
No me esperaba tanta dulzura, tanta elocuencia de
este hombre oscuro que apenas había hablado durante toda la misión. El nudo en mi
garganta se disolvió rápidamente en lágrimas. Gowan puso torpemente un brazo
alrededor de mis hombros mientras lloraba, lágrimas calientes de vergüenza, de
auto-recriminación, de dolor y de pura reacción a los acontecimientos del día.
Las tensiones y el dolor fueron saliendo
gradualmente fuera de mi cuerpo, junto con las lágrimas. Después de unos
minutos, simplemente dejé de llorar y me dejé caer agotada en la pared, me pasé
la manga por los ojos y sonreí temblorosamente hacia Gowan.
-Ya estoy bien. De verdad -añadí ante su mirada incrédula-.
Siento haberte llenado de lágrimas. Yo sólo... quisiera estar a solas un momento.
Él asintió con la cabeza y se levantó.
-¿Quieres algo? ¿Una bebida?
-Ahora no, gracias.
Él asintió con la cabeza y
avanzó hacia la cabina.
-¿Gowan?
Se dio la vuelta.
-Gracias.
Él volvió a asentir y se alejó. Me quedé allí sentada
por un tiempo, con los ojos cerrados y la mente a la deriva. En su mayor parte,
había hecho lo que vine a hacer. Había conseguido que Vibrion saliera con vida de la
prisión; yo misma había logrado escapar, al igual que el resto del equipo. Y si
todo eso se debía en parte a que hubiera violado mi juramento de no hacer
daño... bueno, tal vez se podrían hacer excepciones por haber hecho algo malo
por una buena razón. Tal vez las bonitas reglas de la medicina no se mantenían
demasiado bien en la guerra. De cualquier manera, no había nada que pudiera
hacer al respecto ahora... excepto desear que ese chico de ojos grises se
hiciera uno con la Fuerza que nos une a todos, y seguir adelante con mi vida y
mi trabajo lo mejor que pudiera. Suspiré, me levanté -dolorida como por las
secuelas de un disparo aturdidor- y fui en busca de esa bebida caliente.
***
Me dieron una medalla cuando regresamos: el Premio al
Logro de Campo, la que dan a todos los operativos de campo que regresan de su
primera misión. Todavía la tengo. La tiré en un cajón y no la he mirado desde
entonces. Pero al igual que una herida a medio curar, siempre sé que está ahí.
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