Los habitantes de la estación abarrotaban el
pasillo del salón del Punto Tekra, algunos sucios y descuidados y otros de
uniforme, todos tratando de entrar al salón. Toalar suspiró.
-No hay manera –dijo con su voz monótona-. Tendremos
que regresar.
-No, no lo haremos -murmuró Woyiq-. Aunque tenga
que subir a pie al nivel superior y hacer un agujero en la cubierta, veremos a
Agapos.
-Seguidme. -Hoil se sumergió en la multitud.
Daye se aferró a los hombros de Woyiq. Sus piernas
colgaban sobre los brazos de Woyiq. Los gruñones habitantes de la estación se
apartaban al ver que Hoil era sunesiano. Daye se tragó su orgullo y se dejó
llevar.
Llegaron a un área abierta diseñada para dar cabida
a 20 ó 30 personas. Daye calculó que esa multitud eran 50 o más. En una de los
diversos sofás cercanos a un mamparo había sentado otro sunesi. A través de la
Fuerza, Daye sintió su presencia como un horno de energía amortiguado.
Agapos vio a Hoil.
-Amigo -trinó, y luego dijo-: Dejad pasar a estas
personas.
Hoil se abrió paso a través de un mar de habitantes
de la estación sentados con las piernas cruzadas. Detrás de Woyiq, probablemente
Toalar también iba avanzando.
Daye sólo veía a Agapos. La presencia del
sacerdote-príncipe le hizo cosquillas como el bacta. La larga túnica con
capucha de Agapos caía en largos pliegues de color gris plateado sobre el sofá
marrón descolorido. Las crestas de su frente se destacaban con fuerza, más parecidas
a las de Hoil que a las de Nee.
-¿Quiénes son estas personas? -preguntó.
Hoil se arrodilló sobre la cubierta.
-Rebeldes y amigos –respondió-. Sin ellos, usted
habría sido destruido por las naves de Beká.
-Error comprensible. -Agapos extendió sus palmas-. Los
tekranos suministraron piezas de repuesto a mis... secuestradores.
Permanecieron atracados durante menos de un minuto.
-Lo sé -murmuró Daye. Eso le había hecho sentirse
aliviado y dolorido, una pareja emociones capaz de volverle a uno loco.
-¿Fuisteis vosotros los que nos siguieron? –preguntó
Agapos.
-Sí. Éste... -Hoil señaló hacia arriba, a Daye-... se
dio cuenta de que usted estaba a bordo Parecía conocer a los cazadores que le
secuestraron.
Agapos miró a Daye.
-¿Tu nombre, hermano-hijo? No, espera. Estás
incómodo. –Recogió los pliegues de su túnica y le hizo señas a Woyiq-. Siéntalo
a mi lado.
Woyiq dejó que Daye se deslizara desde sus brazos.
Daye apenas podía creer lo que estaba sucediendo. Había conocido a Agapos. Estaba
sentado al lado de Agapos.
-Ahora -dijo el sacerdote-príncipe-. ¿Tu nombre?
-Daye Azur-Jamin.
Agapos le miró fijamente. Sin duda, Tinian le había
dicho al sacerdote-príncipe que estaba muerto. ¿Qué más le había dicho?
Agapos se puso en pie de un salto y levantó los
brazos.
-Amigos y hermanos –gritó-, gracias por vuestra
acogida. Tengo que hablar con estas personas. ¿Podemos continuar nuestra
comunión más tarde?
La multitud se dispersó en silencio, como si Agapos
inspirase cortesía. El sórdido salón quedó vacío excepto por Agapos, Hoil
-sentado a la izquierda del sacerdote-príncipe-, Woyiq, con las piernas
cruzadas a sus pies, y Toalar... que estaba a varios pasos de distancia,
presionando una mano contra la cabeza, como si le doliera miserablemente.
Agapos puso una mano en el hombro de Daye.
-Ella está enferma de pena –murmuró-. ¿Por qué le
has engañado?
La culpa golpeó a Daye.
-Para poder entregarme a la Rebelión Era mejor,
señor... hacerle pensar que había muerto... que dejar que me viera así. -Extendió
ambas manos sobre sus piernas.
-Tú también estás llorando, por la pérdida de su
antigua vida. Ella te querría tal como eres.
-Sí -comenzó a decir Daye-, pero...
-Has hecho un gran sacrificio, hermano-hijo. Pero estás
demasiado orgulloso de ello.
Daye parpadeó. ¿Orgulloso?
-Los imperiales mataron a sus abuelos.
-Sí. Pobre niña. ¿Y qué hay de sus padres?
-Ella nunca los conoció. –Por un compañero de
trabajo, Daye únicamente había averiguado que la madre de Tinian la abandonó
antes de desaparecer-. ¿Dice usted que está enferma?
-Está tratando de matar su capacidad de amar. Puede
que tenga éxito. -Daye se miró las manos. Habría sido mejor haber muerto que
oír esto-. No es todo por tu culpa -dijo Agapos-. Es su elección. Chenlambec
intenta disuadirla.
Daye había intentado imaginarse ese cazarrecompensas
poco convencional.
-¿Cómo es él?
-Valiente. Inteligente. Ella no se da cuenta de lo
mucho que se preocupa por ella.
Daye se cubrió los ojos. Le dolía todo el cuerpo,
especialmente el corazón.
-¿Cómo recibiste tus heridas? -preguntó Agapos en
voz baja.
Contar su historia no proporcionó a Daye ningún
placer.
-Te aseguraste de no hacer daño a nadie más -observó
Agapos.
Daye asintió, confortado en contra de su voluntad
por la presencia de Agapos.
-Lo intenté. No traté de salvarme a mí mismo.
-¿Todavía te duele?
-Siempre -admitió. Los nervios de sus piernas estaban
bloqueados, pero el hombro palpitaba casi constantemente.
-El dolor es fácil de controlar con la Fuerza. Ya
lo estás haciendo... en cierta medida.
Daye puso su mano sobre Agapos.
-Yo creo que usted me puede ayudar. Su discípula,
Nee, me mostró cómo curarme la vista.
Agapos se volvió hacia los demás.
-Discúlpennos por un instante. Usted, sobre todo -dijo
dirigiéndose a Toalar-. No hemos hablado, pero sé que usted ayudó a que
avanzasen los acontecimientos. Gracias.
-El placer es mío -gruñó Toalar.
-No me ofenderé si se marcha -le aseguró Agapos-. Hablaremos
por el comunicador. Le tengo en la más alta estima, pero mi presencia causa
dolor a los gotals.
Los ojos rojos de Toalar se iluminaron.
-Gracias -exclamó. Salió galopando hacia fuera.
-Ahora. -Agapos se volvió hacia Daye-. Puedes hacer
mucho tú mismo, usando la Fuerza. Inténtalo...
Diez minutos más tarde, Daye se enderezó. Como
Agapos afirmaba, el control del dolor no fue difícil. Sólo necesitaba que se lo
enseñaran.
-Únete al camino sunesi -dijo Agapos suavemente-. Con
el tiempo, podrías llegar a curarte.
-¿Con el tiempo? -El espíritu de Daye se hundió de
nuevo.
-Tus ojos fueron sanados por el Creador -insistió
Agapos-. Para mostrarte que podía hacerse. Sifu mungu -cantó, sonriendo.
Tenía que ser cierto. No le había costado ningún
esfuerzo.
-Sí -dijo Daye.
-Tu espíritu necesita sanación, también. Hay mucho
bueno en ti, pero tu orgullo y tu dolor te hacen un hombre inferior. Ofrece tu
vida al servicio, y lo salvarás.
Daye vaciló. ¿Era esto el destino, o una agradable tentación?
-Yo estaría encantado de enseñarte. El mayor regalo
consiste en servir a cada individuo, no... -Abrió las manos mostrando la
habitación vacía-... en transmitir a toda la galaxia.
-Tinian y Chenlambec salvan una vida cada vez -convino
Daye-. Agapos, por favor, permanezca oculto. Por su propia seguridad... y por la
de ellos. Chenlambec y Tinian arriesgan sus vidas para salvar a otros. -¡Debería
haber sabido que ella no cometería un error de juicio!
-Mi pueblo se lamentará -objetó Agapos.
-Envía a Hoil de vuelta. -Daye miró más allá de Agapos,
al otro Sunesi-. Él puede transmitir el secreto.
-El engaño nunca es sabio -respondió Agapos-. Yo
mismo podría haber matado a tus queridos amigos.
Hoil levantó una mano.
-Maestro, los habitantes de la estación han
mantenido este lugar en secreto.
-Es cierto.
-Cuando debemos proteger información ante la
inteligencia imperial, puede hacerse.
El sacerdote-príncipe cruzó las manos.
-Muy bien. Permaneceré oculto. Tomaré otro nombre.
Pero duplicaré la velocidad de mis escritos.
-Estupendo -murmuró Hoil.
-No tendré nada que me distraiga. No tendré ningún
seguidor al que nutrir. Salvo que este hermano-hijo quiera ayudarme... -Levantó
la cresta de una ceja ante Daye.
Agapos necesitaría una nueva identidad y un ayudante
con conocimientos tecnológicos para ayudarle a transmitir sus ensayos. Daye
quería aceptar; se sentía profundamente honrado; pero, ¿cuánto de ese anhelo era
un deseo egoísta de estar completo, un día... y de revelarse a sí mismo,
curado, a Tinian?
-Bien -dijo Agapos suavemente-. Esa sensación es
humildad. Los tekranos me dicen que mantienen un mundo seguro. Allí podremos
difundir mis escritos. Y he oído que construyen armas para la Rebelión. -Agapos
arrugó sus labios plateados-. Me han dicho que eras un investigador
experimentado.
Tinian había sacado de contrabando de Druckenwell dos
de sus circuitos electrónicos, con la esperanza de que alguien pudiera volver a
desarrollar el campo anti-energía de Armamento I'att. Algún día. Los había
dejado con Una Poot... y Toalar le había informado de ello poco después. De
repente vio su futuro.
-Lléveme como su ayudante, entonces –dijo-, o como
su acólito.
Agapos inclinó la cabeza.
-Con el tiempo, tal vez, mi discípulo. Pero ten en
cuenta el precio. Algún día, te pediré una difícil penitencia.
Daye levantó una ceja.
-Debemos buscar a tu Tinian, hermano-hijo.
***
Chen trepó por la escotilla de cubierta.
-¿Todo parcheado? -Tinian todavía temblaba, pero los
gritos de Agapos no la habían lesionado de forma permanente. El Wroshyr (el Wroxidado, debería llamarse) ya olía mejor. Chen sacudió la cabeza
y aulló.
-Como nuevo -repitió Coqueta. Tinian la había
pulido hasta hacerla brillar... y había logrado una nueva amiga-. Incluso
mejor, en algunos lugares. ¿Has visto ese segundo mecánico? ¡Qué tiarrón...!
Tinian no tenía paciencia con los tíos cachas.
-Bien –interrumpió-. Próxima parada, Ookbat. Día de
paga. ¿Esta es la mejor recompensa hayas cobrado nunca? -Chen clavó su oscura
barbilla en su pecho plateado y se echó a reír-. Bien -suspiró ella. Era
exasperante generoso-. La mayor parte de ella va destinada a Una Poot. Pero,
¿puedo hacer una petición?
Chen ladró y le puso la mano en el brazo.
-No, Ng'rhr. -Cariñosamente, acarició su suave pelo-.
No es eso. No necesito cosas bonitas. Pero al Wroshyr le vendría bien una mejor protección. –Una aullante risa
sacudió los maltrechos mamparos.
-¿Eso es gracioso? -chirrió Coqueta-. ¡Jefe, como
mínimo le debe un bláster I'att! Ella ha vuelto a salvarle la vida. Recuerde la
habitación del transmisor de Agapos.
Tinian la miró fijamente.
-¡Coqueta! ¡Nunca le digas eso a un wookiee!
Chen cantó un suave reproche.
-Bueno. -Tinian se encogió de hombros-. Está bien. ¡Si
eso sirve para que hagas mejoras!
Nota del autor: La mayoría de los
"dichos" de Agapos se basan en las palabras de John Adams, Thomas
Jefferson y Thomas Paine, quienes avivaron una revolución hace no tanto tiempo en
esta galaxia. Como escribió Jefferson: "Yo sostengo que una pequeña
rebelión de vez en cuando es una cosa buena, y tan necesaria en el mundo
político como las tormentas en el físico."
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