No harás daño
Erin Endom
Todo parecía bastante sencillo el día que me
llamaron a la oficina del comandante Briessen. “Servicio destacado temporal”,
lo llamó. Naturalmente, me pregunté qué tipo de servicio destacado necesitaba a
una médico de una nave-hospital, pero no tuve que preguntármelo por mucho
tiempo; sólo hasta que apareció el teniente Haslam: Tengo que decir que no tenía
el aspecto de un comando de élite.
Un par de centímetros más alto que yo, pelo castaño
claro que empezaba a clarear en la parte superior, ojos azules, cara pálida y
redonda, complexión delgada; parecía un contable. Pero para entonces todo el
mundo en la Rebelión conocía su reputación. ¿Qué podía querer él de mí?
Me enteré poco después. Gebnerret Vibrion, el jefe
político de otra célula rebelde, había sido capturado por los impes y estaba siendo
interrogado en Selnesh, un importante planeta prisión en el Sector Irishi. Sabía
demasiado como para ser dejado en custodia; si no conseguían hacerle hablar
pronto, le matarían. Bueno, podía entender eso. Yo no llevaba mucho tiempo con
la Rebelión, pero hasta yo sabía que, dado el tiempo suficiente, cualquier
persona podía venirse abajo, y acabaría haciéndolo, ante la presión de un
interrogatorio: tortura física, drogas, amenazas a los seres queridos, todo el
mundo tiene un punto de ruptura. De modo que, ¿dónde entraba un médico en la foto?
Resultaba que Vibrion era un varón humano de bastante edad con el síndrome de
Zithrom, un problema renal que le obligaba a tomar dosis continuas de Clondex
con el fin de seguir con vida. Era casi seguro que los impes no se preocuparían de
atender a sus problemas médicos. Aún peor, antes de morir, comenzaría a delirar. ¿Y quién sabe qué secretos podría compartir
entonces?
Así que me presenté en la reunión previa a la
misión, con no poca aprensión. No me había unido a la Rebelión para una vida de
aventuras; me había alistado para salvar vidas. (Cielos, eso suena pomposo. Es
más exacto decir que me había alistado para tener un trabajo estable haciendo
lo que se me da bien, en beneficio de Los Buenos.) Me sentí aún más fuera de lugar
cuando conocí a los otros miembros del equipo, todos ellos comandos: Melenna,
una mujer pequeña, alegre y exquisitamente hermosa, con una melena suelta de
rizos dorados y los ojos azules más fríos que había visto en mi vida; Gowan, un
hombre grande de tez oscura, sin duda el tipo de persona fuerte y silenciosa;
Enkhet, un chico alto, flaco y pálido cuyo aspecto gritaba a voces "pirata
informático"; Liak, un wookie (relativamente) pequeño con largo pelo
castaño dorado y un aura casi palpable de calma a su alrededor; y Haslam, que
nos miraba a todos nosotros con su fría mirada analítica.
-El plan -dijo después de un largo rato- es entrar,
ir a por Vibrion y salir lo más silenciosamente posible. No vamos a desmantelar
el centro de interrogatorios; no vamos a hacer una matanza de Impes; no vamos a
por la gloria. Vamos a por Vibrion. Punto.
Su tono de voz se me hacía incómodo.
-¿A por él en qué sentido? -pregunté.
-En el sentido que debamos hacerlo -respondió Haslam
con calma-. Si podemos evacuarle, bien. Si no podemos hacerlo, podemos proporcionarle
una muerte más rápida y sencilla que la que le darán los Impes, y podemos
impedir que hable. ¿Algún problema con eso, doctora Leith? -Hizo un ligero
hincapié en el título.
En realidad, sí. Podía entender su razonamiento:
cargado con el rescate de una persona que no podía andar por sus propios medios,
casi no había posibilidad de que el equipo saliera intacto. Por otro lado, yo era una doctora, y mi trabajo era
hacer todo lo posible para salvar a mi paciente. Mantuve la boca cerrada por el
momento, pero la sensación de opresión en la boca de mi estómago estaba aumentando
considerablemente.
-Muy bien -se dirigió a los demás-. Operación
básica de recogida de huérfano tonto y fuga... la hemos realizado cientos de
veces. Nos infiltramos en el centro de incógnito: Melenna, Liak, vosotros sois
los presos; escenario estándar de contrabandistas sospechosos de ser
simpatizantes rebeldes. Gowan y Enkhet son soldados de asalto, yo el oficial al
mando. Aurin -se volvió hacia mí-, tendrás que ser otra prisionera. Ibas a
tomar un pasaje con Melenna y Liak a Sestooine, has sido capturada por error, y
no sabes nada de nada. Sólo mantén la boca cerrada y lo harás bien. ¿Cuánto
material necesitas llevar?
Por suerte, había tenido la precaución de pensar en
eso con antelación.
-Puedo arreglármelas con un solo medipac -contesté
un poco precipitadamente-. Necesitaré que llenarlo con Clondex adicional y algo
de equipo especial.
-Bien. Llegaremos al sector prisión, averiguamos
dónde está, luego nos deshacemos de los guardias y entramos en su celda. Una
vez que entremos, tu trabajo es conseguir ponerle alerta y en movimiento
rápidamente, si es posible. Si no puedes, tendremos que... salir sin él. -Los
demás asintieron casualmente; tuve la sensación de que su vacilación había sido
totalmente dedicada a mí-. Una vez que esté en pie, volvemos a la lanzadera.
Para esta parte, tomaremos los túneles de acceso de mantenimiento.
Tocó un botón en la consola de sobremesa, y un
esquema holográfico de una instalación de estilo Imperial surgió del centro de
la mesa; otro ajuste, y una serie de pasajes se destacaron en rojo. La ruta
desde las celdas de la prisión a los muelles de atraque era larga, tortuosa y
confusa.
Melenna rió.
-Aquí es donde entra en juego Liak. Su pueblo es
arborícola; puede encontrar su camino a través de cualquier extraño laberinto
de ramas sin dar nunca un giro equivocado. Por alguna razón, funciona también en
estaciones espaciales. No terminamos de entenderlo, pero no lo discutimos.
-El rayo tractor es sólo una única unidad -continuó
Haslam-. Diseño débil; dice que no creen que nadie pueda escapar. Gowan, entrarás
en el ordenador principal y lo desactivarás mientras el nuestro médico aquí
presente esté tratando a Vibrion. A plena potencia y con unas cuantas de las
fantásticas modificaciones de naves de Enkhet, deberíamos ser capaces de alejarnos
lo suficiente para poder saltar al hiperespacio. ¿Preguntas?
Si alguien tenía alguna, no iban a admitirlo; la
única respuesta fue una serie de ligeros gestos del resto de miembros del
equipo. Yo tenía una, y me estaba molestando tanto que ni siquiera reaccioné
ante el interesante hecho de que era Gowan, y no Enkhet, el experto en ordenadores. Haslam me miró bruscamente, pero se limitó a decir:
-Está bien, podéis iros. Nos encontraremos fuera de
la lanzadera mañana a las 6:00, hangar 36. Dormid todos un poco. Aurin, quédate
un momento, por favor...
Una vez que estuvimos solos, dije:
-Dejó una cosa fuera de la sesión informativa. ¿Qué
pasa si no puedo conseguir que se mueva? No creo que se refiera a que
simplemente nos vayamos y lo dejemos con vida. ¿Quién se encargará del trabajo
sucio?
-Francamente, preferiría llevar conmigo un droide
médico -dijo Haslam con frialdad-. Mete un fallo en su programación, y hará
exactamente lo que la misión exija y no desarrollará ningún escrúpulo moral en
el último minuto. Desafortunadamente, los Emedés son caros. Los médicos humanos
son mucho más baratos y más fáciles de reemplazar.
-Es bueno saber que soy prescindible -murmuré en
voz baja. Haslam ignoró el comentario, pero después de un
momento algo de la frialdad desapareció de su rostro, dejando un aspecto de casi
impotencia.
-Aurin, no obtengo ninguna satisfacción al matar.
Tengo un trabajo que hacer aquí, al igual que tú. El hecho es que no podemos dejar
que muera a manos de los imperiales, o de su enfermedad. Y no es sólo por la
información que pueda desvelar. El interrogatorio es... bueno, no es una forma
agradable de morir. Quiero sacarlo con vida tanto como tú, pero puede que no
sea posible. La pregunta es, si llega el momento... ¿puedes darle algo para que
sea rápido y sencillo para él?
-Me está pidiendo que lo mate. No puedo hacer eso. -Si
de algo yo estaba segura en medio de esa confusión, era de eso. Aparte de
cualquier otra consideración, había hecho un juramento antes de que me dejaran
salir de la Academia de Medicina de Byblos: en pocas palabras, consistía en
"Ante todo, no harás daño".
Haslam no se sorprendió.
-Está bien –suspiró-, es mi responsabilidad. Yo me
ocuparé de ella. -Luego, en un susurro, añadió-: Maldita sea, me gustaría que
no obligaran a esto.
Dudé. No me gustó el curso de los pensamientos que
se desarrollaban en mi mente: Mira, si ese tipo va a morir de todos modos, ¿no es
tu trabajo como médico asegurarte de que sea tan sencillo como sea posible? Si
no podemos sacarlo, Haslam va a pegarle un tiro. Si no puedes aplacar tu
conciencia lo suficiente para proporcionarle una sobredosis de potasio y que
sea rápido y sin dolor, ¿no puedes al menos sedarlo lo suficiente como para se
quede dormido?
Pero eso significa que estaría ayudando a Haslam a matarlo.
Me están arrastrando a esta misión para salvar su vida, si es que es posible,
no para ayudar a acabar con ella.
Estás en la misión para servir a tu paciente lo
mejor que puedas, tanto si eso significa salvar su vida como ayudarle a morir
tan tranquilamente como sea posible.
¡Cielos, odio esto!
-Puedo darle algo de conergin -me oí decir abruptamente.
Estaba vagamente sorprendida de escuchar que mi voz sonaba firme y estable; mis
entrañas ciertamente no lo estaban-. No le matará, pero le dejará en un sueño
lo suficientemente profundo para que usted pueda hacer lo que tenga que hacer.
Haslam se levantó bruscamente.
-¿Me ayudarás?
-Le ayudaré. Pero sólo después de haber intentado
todo lo posible para conseguir que se mueva y pueda salir de allí. Y este es un
problema médico, no militar. Tiene que ser mi decisión. No la suya. -Sostuve su
mirada con la mía, sintiéndome enferma-. Si eso no es aceptable, usted y la Rebelión
pueden encontrar otro médico. O un androide.
-Hecho -respondió Haslam, tomando mi muñeca como si
estuviéramos cerrando un trato de negocios. Que era, por supuesto, lo que
estábamos haciendo.
***
El vuelo a Selnesh fue relativamente corto, sólo
cuatro días en el hiperespacio. Por supuesto, cuatro días con el dilema que
colgaba sobre mi cabeza son una eternidad o incluso más. Me los pasé haciendo y
rehaciendo mi medpac para una mayor eficiencia, revisando mentalmente el plan
de reanimación, y acostumbrándome al peso del bláster de apoyo en mi manga
izquierda. Melenna me lo había entregado justo después de abordar como su fuera
una cuestión de rutina.
-¡Espera! –exclamé-. No quiero esto. Ni siquiera sé
cómo usarlo.
-Realmente simple. -Melenna se encogió de hombros-.
Apuntar y disparar.
-¡Pero yo no quiero! ¡Soy médico! ¡Yo no disparo a
la gente!
-Este viaje, es posible que tengas que hacerlo. -Asqueada,
Melenna levantó la manga de mi túnica, sujetó la pequeña pistolera alrededor de
mi antebrazo y la enganchó con un último sonido de clic-. Si no puedes, no lo
hagas. Solo trata de no dispararnos a ninguno de nosotros, ¿de acuerdo?
Saltamos de nuevo al espacio normal sobre Selnesh hacia
la media tarde del cuarto día. Si yo decidiera construir un planeta prisión
desde el núcleo hacia el exterior, habría sido así: una bola de roca gris en
medio de la nada, su sol solamente una brillante estrella azulada. "Desolado"
ni siquiera servía para empezar a describirlo. La superficie estaba totalmente
desprovista de color o vegetación. El estéril cúpula blanca de plastiacero de
la prisión se alzaba como un hongo directamente debajo de nosotros a medida que
descendíamos. No había en ese mundo literalmente ningún otro
sitio al que ir que pudiera albergar vida durante más de unas pocas horas. Pude
ver por qué nadie escapaba de aquí.
Mientras Enkhet, ya en su armadura de soldado de
asalto, intercambiaba cadenas de código y palabras de cortesía con la estación
de acoplamiento, el resto de nosotros se alineaba para preparar el engaño. Melenna llevaba equipo de comerciante
independiente, Liak sólo su pelaje, y yo una túnica y un pantalón normales de
civil; el precioso medipac estaba sujeto alrededor de mi cintura bajo la larga
túnica holgada. Los tres llevábamos esposas en las muñecas. Gowan, también con armadura, sostenía un rifle bláster
con el que apuntaba cuidadosamente al suelo. Haslam vestía un uniforme gris de oficial
y parecía, al menos para mí, totalmente oficial e intimidante.
Las sacudidas del aterrizaje en la bahía fueron leves;
evidentemente Enkhet era tan buen piloto como todo el mundo decía que era.
Apreté los puños con fuerza, y el roce de las esposas en mis muñecas anunciaba:
No me gusta esto. Quiero irme a casa. Ahora mismo. No estoy hecha para una vida
de aventuras. Sintiendo mi nerviosismo de alguna manera, Liak se dio
la vuelta y gruñó algo incomprensible, pero que sonaba tranquilizador.
-Piensa que estás en un holovídeo -sugirió Melenna alegremente-.
Interpretando el papel de un preso. Eso es lo que yo hago. Simplemente, no
digas nada. Deja que el teniente sea quien hable: para eso está aquí.
-Gracias -murmuré. Los nervios siempre me atacan al
estómago, y el mío estaba dando saltos mortales en ese momento. Mejor el estómago
que las manos, de todos modos; más vale que una doctora tenga la mano firme, tanto
si está nerviosa como si no.
Enkhet se unió a nosotros desde la cabina.
-Todo despejado -anunció con tono informal-. No ha
habido problemas. Parece que están aburridos.
-Pinta bien -observó Haslam-. En marcha.
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