jueves, 20 de junio de 2013

No harás daño (I)

No harás daño
Erin Endom

Todo parecía bastante sencillo el día que me llamaron a la oficina del comandante Briessen. “Servicio destacado temporal”, lo llamó. Naturalmente, me pregunté qué tipo de servicio destacado necesitaba a una médico de una nave-hospital, pero no tuve que preguntármelo por mucho tiempo; sólo hasta que apareció el teniente Haslam: Tengo que decir que no tenía el aspecto de un comando de élite.
Un par de centímetros más alto que yo, pelo castaño claro que empezaba a clarear en la parte superior, ojos azules, cara pálida y redonda, complexión delgada; parecía un contable. Pero para entonces todo el mundo en la Rebelión conocía su reputación. ¿Qué podía querer él de mí?
Me enteré poco después. Gebnerret Vibrion, el jefe político de otra célula rebelde, había sido capturado por los impes y estaba siendo interrogado en Selnesh, un importante planeta prisión en el Sector Irishi. Sabía demasiado como para ser dejado en custodia; si no conseguían hacerle hablar pronto, le matarían. Bueno, podía entender eso. Yo no llevaba mucho tiempo con la Rebelión, pero hasta yo sabía que, dado el tiempo suficiente, cualquier persona podía venirse abajo, y acabaría haciéndolo, ante la presión de un interrogatorio: tortura física, drogas, amenazas a los seres queridos, todo el mundo tiene un punto de ruptura. De modo que, ¿dónde entraba un médico en la foto? Resultaba que Vibrion era un varón humano de bastante edad con el síndrome de Zithrom, un problema renal que le obligaba a tomar dosis continuas de Clondex con el fin de seguir con vida. Era casi seguro que los impes no se preocuparían de atender a sus problemas médicos. Aún peor, antes de morir, comenzaría a delirar. ¿Y quién sabe qué secretos podría compartir entonces?
Así que me presenté en la reunión previa a la misión, con no poca aprensión. No me había unido a la Rebelión para una vida de aventuras; me había alistado para salvar vidas. (Cielos, eso suena pomposo. Es más exacto decir que me había alistado para tener un trabajo estable haciendo lo que se me da bien, en beneficio de Los Buenos.) Me sentí aún más fuera de lugar cuando conocí a los otros miembros del equipo, todos ellos comandos: Melenna, una mujer pequeña, alegre y exquisitamente hermosa, con una melena suelta de rizos dorados y los ojos azules más fríos que había visto en mi vida; Gowan, un hombre grande de tez oscura, sin duda el tipo de persona fuerte y silenciosa; Enkhet, un chico alto, flaco y pálido cuyo aspecto gritaba a voces "pirata informático"; Liak, un wookie (relativamente) pequeño con largo pelo castaño dorado y un aura casi palpable de calma a su alrededor; y Haslam, que nos miraba a todos nosotros con su fría mirada analítica.
-El plan -dijo después de un largo rato- es entrar, ir a por Vibrion y salir lo más silenciosamente posible. No vamos a desmantelar el centro de interrogatorios; no vamos a hacer una matanza de Impes; no vamos a por la gloria. Vamos a por Vibrion. Punto.
Su tono de voz se me hacía incómodo.
-¿A por él en qué sentido? -pregunté.
-En el sentido que debamos hacerlo -respondió Haslam con calma-. Si podemos evacuarle, bien. Si no podemos hacerlo, podemos proporcionarle una muerte más rápida y sencilla que la que le darán los Impes, y podemos impedir que hable. ¿Algún problema con eso, doctora Leith? -Hizo un ligero hincapié en el título.
En realidad, sí. Podía entender su razonamiento: cargado con el rescate de una persona que no podía andar por sus propios medios, casi no había posibilidad de que el equipo saliera intacto. Por otro lado, yo era una doctora, y mi trabajo era hacer todo lo posible para salvar a mi paciente. Mantuve la boca cerrada por el momento, pero la sensación de opresión en la boca de mi estómago estaba aumentando considerablemente.
-Muy bien -se dirigió a los demás-. Operación básica de recogida de huérfano tonto y fuga... la hemos realizado cientos de veces. Nos infiltramos en el centro de incógnito: Melenna, Liak, vosotros sois los presos; escenario estándar de contrabandistas sospechosos de ser simpatizantes rebeldes. Gowan y Enkhet son soldados de asalto, yo el oficial al mando. Aurin -se volvió hacia mí-, tendrás que ser otra prisionera. Ibas a tomar un pasaje con Melenna y Liak a Sestooine, has sido capturada por error, y no sabes nada de nada. Sólo mantén la boca cerrada y lo harás bien. ¿Cuánto material necesitas llevar?
Por suerte, había tenido la precaución de pensar en eso con antelación.
-Puedo arreglármelas con un solo medipac -contesté un poco precipitadamente-. Necesitaré que llenarlo con Clondex adicional y algo de equipo especial.
-Bien. Llegaremos al sector prisión, averiguamos dónde está, luego nos deshacemos de los guardias y entramos en su celda. Una vez que entremos, tu trabajo es conseguir ponerle alerta y en movimiento rápidamente, si es posible. Si no puedes, tendremos que... salir sin él. -Los demás asintieron casualmente; tuve la sensación de que su vacilación había sido totalmente dedicada a mí-. Una vez que esté en pie, volvemos a la lanzadera. Para esta parte, tomaremos los túneles de acceso de mantenimiento.
Tocó un botón en la consola de sobremesa, y un esquema holográfico de una instalación de estilo Imperial surgió del centro de la mesa; otro ajuste, y una serie de pasajes se destacaron en rojo. La ruta desde las celdas de la prisión a los muelles de atraque era larga, tortuosa y confusa.
Melenna rió.
-Aquí es donde entra en juego Liak. Su pueblo es arborícola; puede encontrar su camino a través de cualquier extraño laberinto de ramas sin dar nunca un giro equivocado. Por alguna razón, funciona también en estaciones espaciales. No terminamos de entenderlo, pero no lo discutimos.
-El rayo tractor es sólo una única unidad -continuó Haslam-. Diseño débil; dice que no creen que nadie pueda escapar. Gowan, entrarás en el ordenador principal y lo desactivarás mientras el nuestro médico aquí presente esté tratando a Vibrion. A plena potencia y con unas cuantas de las fantásticas modificaciones de naves de Enkhet, deberíamos ser capaces de alejarnos lo suficiente para poder saltar al hiperespacio. ¿Preguntas?
Si alguien tenía alguna, no iban a admitirlo; la única respuesta fue una serie de ligeros gestos del resto de miembros del equipo. Yo tenía una, y me estaba molestando tanto que ni siquiera reaccioné ante el interesante hecho de que era Gowan, y no Enkhet, el experto en ordenadores. Haslam me miró bruscamente, pero se limitó a decir:
-Está bien, podéis iros. Nos encontraremos fuera de la lanzadera mañana a las 6:00, hangar 36. Dormid todos un poco. Aurin, quédate un momento, por favor...
Una vez que estuvimos solos, dije:
-Dejó una cosa fuera de la sesión informativa. ¿Qué pasa si no puedo conseguir que se mueva? No creo que se refiera a que simplemente nos vayamos y lo dejemos con vida. ¿Quién se encargará del trabajo sucio?
-Francamente, preferiría llevar conmigo un droide médico -dijo Haslam con frialdad-. Mete un fallo en su programación, y hará exactamente lo que la misión exija y no desarrollará ningún escrúpulo moral en el último minuto. Desafortunadamente, los Emedés son caros. Los médicos humanos son mucho más baratos y más fáciles de reemplazar.
-Es bueno saber que soy prescindible -murmuré en voz baja. Haslam ignoró el comentario, pero después de un momento algo de la frialdad desapareció de su rostro, dejando un aspecto de casi impotencia.
-Aurin, no obtengo ninguna satisfacción al matar. Tengo un trabajo que hacer aquí, al igual que tú. El hecho es que no podemos dejar que muera a manos de los imperiales, o de su enfermedad. Y no es sólo por la información que pueda desvelar. El interrogatorio es... bueno, no es una forma agradable de morir. Quiero sacarlo con vida tanto como tú, pero puede que no sea posible. La pregunta es, si llega el momento... ¿puedes darle algo para que sea rápido y sencillo para él?
-Me está pidiendo que lo mate. No puedo hacer eso. -Si de algo yo estaba segura en medio de esa confusión, era de eso. Aparte de cualquier otra consideración, había hecho un juramento antes de que me dejaran salir de la Academia de Medicina de Byblos: en pocas palabras, consistía en "Ante todo, no harás daño".
Haslam no se sorprendió.
-Está bien –suspiró-, es mi responsabilidad. Yo me ocuparé de ella. -Luego, en un susurro, añadió-: Maldita sea, me gustaría que no obligaran a esto.
Dudé. No me gustó el curso de los pensamientos que se desarrollaban en mi mente: Mira, si ese tipo va a morir de todos modos, ¿no es tu trabajo como médico asegurarte de que sea tan sencillo como sea posible? Si no podemos sacarlo, Haslam va a pegarle un tiro. Si no puedes aplacar tu conciencia lo suficiente para proporcionarle una sobredosis de potasio y que sea rápido y sin dolor, ¿no puedes al menos sedarlo lo suficiente como para se quede dormido?
Pero eso significa que estaría ayudando a Haslam a matarlo. Me están arrastrando a esta misión para salvar su vida, si es que es posible, no para ayudar a acabar con ella.
Estás en la misión para servir a tu paciente lo mejor que puedas, tanto si eso significa salvar su vida como ayudarle a morir tan tranquilamente como sea posible.
¡Cielos, odio esto!
-Puedo darle algo de conergin -me oí decir abruptamente. Estaba vagamente sorprendida de escuchar que mi voz sonaba firme y estable; mis entrañas ciertamente no lo estaban-. No le matará, pero le dejará en un sueño lo suficientemente profundo para que usted pueda hacer lo que tenga que hacer.
Haslam se levantó bruscamente.
-¿Me ayudarás?
-Le ayudaré. Pero sólo después de haber intentado todo lo posible para conseguir que se mueva y pueda salir de allí. Y este es un problema médico, no militar. Tiene que ser mi decisión. No la suya. -Sostuve su mirada con la mía, sintiéndome enferma-. Si eso no es aceptable, usted y la Rebelión pueden encontrar otro médico. O un androide.
-Hecho -respondió Haslam, tomando mi muñeca como si estuviéramos cerrando un trato de negocios. Que era, por supuesto, lo que estábamos haciendo.

***

El vuelo a Selnesh fue relativamente corto, sólo cuatro días en el hiperespacio. Por supuesto, cuatro días con el dilema que colgaba sobre mi cabeza son una eternidad o incluso más. Me los pasé haciendo y rehaciendo mi medpac para una mayor eficiencia, revisando mentalmente el plan de reanimación, y acostumbrándome al peso del bláster de apoyo en mi manga izquierda. Melenna me lo había entregado justo después de abordar como su fuera una cuestión de rutina.
-¡Espera! –exclamé-. No quiero esto. Ni siquiera sé cómo usarlo.
-Realmente simple. -Melenna se encogió de hombros-. Apuntar y disparar.
-¡Pero yo no quiero! ¡Soy médico! ¡Yo no disparo a la gente!
-Este viaje, es posible que tengas que hacerlo. -Asqueada, Melenna levantó la manga de mi túnica, sujetó la pequeña pistolera alrededor de mi antebrazo y la enganchó con un último sonido de clic-. Si no puedes, no lo hagas. Solo trata de no dispararnos a ninguno de nosotros, ¿de acuerdo?
Saltamos de nuevo al espacio normal sobre Selnesh hacia la media tarde del cuarto día. Si yo decidiera construir un planeta prisión desde el núcleo hacia el exterior, habría sido así: una bola de roca gris en medio de la nada, su sol solamente una brillante estrella azulada. "Desolado" ni siquiera servía para empezar a describirlo. La superficie estaba totalmente desprovista de color o vegetación. El estéril cúpula blanca de plastiacero de la prisión se alzaba como un hongo directamente debajo de nosotros a medida que descendíamos. No había en ese mundo literalmente ningún otro sitio al que ir que pudiera albergar vida durante más de unas pocas horas. Pude ver por qué nadie escapaba de aquí.
Mientras Enkhet, ya en su armadura de soldado de asalto, intercambiaba cadenas de código y palabras de cortesía con la estación de acoplamiento, el resto de nosotros se alineaba para preparar el engaño. Melenna llevaba equipo de comerciante independiente, Liak sólo su pelaje, y yo una túnica y un pantalón normales de civil; el precioso medipac estaba sujeto alrededor de mi cintura bajo la larga túnica holgada. Los tres llevábamos esposas en las muñecas. Gowan, también con armadura, sostenía un rifle bláster con el que apuntaba cuidadosamente al suelo. Haslam vestía un uniforme gris de oficial y parecía, al menos para mí, totalmente oficial e intimidante.
Las sacudidas del aterrizaje en la bahía fueron leves; evidentemente Enkhet era tan buen piloto como todo el mundo decía que era. Apreté los puños con fuerza, y el roce de las esposas en mis muñecas anunciaba: No me gusta esto. Quiero irme a casa. Ahora mismo. No estoy hecha para una vida de aventuras. Sintiendo mi nerviosismo de alguna manera, Liak se dio la vuelta y gruñó algo incomprensible, pero que sonaba tranquilizador.
-Piensa que estás en un holovídeo -sugirió Melenna alegremente-. Interpretando el papel de un preso. Eso es lo que yo hago. Simplemente, no digas nada. Deja que el teniente sea quien hable: para eso está aquí.
-Gracias -murmuré. Los nervios siempre me atacan al estómago, y el mío estaba dando saltos mortales en ese momento. Mejor el estómago que las manos, de todos modos; más vale que una doctora tenga la mano firme, tanto si está nerviosa como si no.
Enkhet se unió a nosotros desde la cabina.
-Todo despejado -anunció con tono informal-. No ha habido problemas. Parece que están aburridos.
-Pinta bien -observó Haslam-. En marcha.

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