La fuga de Spero
Peter Schweighofer
Sonó el timbre de la puerta de
la oficina de Leia. Ella no levantó la vista de las pilas de tabletas de datos que
había en el escritorio de su oficina del consulado; los edictos de la semana
que iban a ser sometidos a votación en la cámara del Senado Imperial
apresuradamente, antes de la semana festiva de año nuevo. Si no terminaba de
revisarlos, quién sabe qué nuevas y tiránicas políticas aprobarían las
facciones del Nuevo Orden. Tenía que partir pronto para Raltiir, y no podía
permitirse retrasarse en su papeleo del Senado. El timbre volvió a sonar.
-Ya he dicho que no quiero que
se me moleste –exclamó.
De todas formas, la puerta se
abrió deslizándose hacia un lado. Una de las ayudantes menores del consulado
asomó la cabeza.
-Mis disculpas por molestarla,
princesa –dijo, inclinando avergonzada la cabeza-. El jardinero jefe Spero
insiste en que debe verla. Parece bastante urgente.
-Hazle pasar, Maglenna –dijo Leia,
con el ceño fruncido por la preocupación.
Spero entró, retorciéndose con
ansiedad las manos y los tentáculos de su cabeza roja agitándose con temor.
-Princesa, ha ocurrido algo
terrible –tartamudeó-. Estaba trabajando en los jardines consulares y encontré
una tarjeta de datos oculta en la jardinera principal. Bueno, sabía que no
debería estar ahí, y traté de devolvérsela al jefe del personal doméstico. Cuando
iba a hacerlo, un hombre extraño se acercó a mí, dijo que era de Inteligencia
Imperial, y me dijo que estaba bajo arresto.
-¿Cómo has llegado aquí? –preguntó
Leia.
Spero se ruborizó.
-El hombre estaba junto a la
bancada de flores-hongo ancathianas –explicó-. Temiendo poder estar en peligro,
silbé en la frecuencia adecuada, y las flores expelieron su polen en una densa
nube alrededor del hombre. Los humanos son particularmente sensibles al polen
de la flor-hongo, y quedó momentáneamente aturdido. Me deslicé por la puerta
trasera del jardín y me dirigí con cautela hasta aquí. Por favor, princesa,
debe ayudarme.
Leia sabía que no debería haber
permitido que los agentes rebeldes usaran los jardines consulares de Alderaan
como lugar de encuentro, y desde luego no aprobaba que usaran la jardinera
principal como punto de entrega de tarjetas de datos. Sin embargo, el mal
estaba hecho y Spero era uno de los daños colaterales.
-¿Maglenna? –llamó Leia. La
joven ayudante apareció de nuevo en el umbral de la oficina-. Lleva a Spero al
turboascensor del consulado... el privado, adyacente a la sala de conferencias.
Llévalo al sub-nivel 27 y déjalo con Hindred. Él sabrá qué hacer.
-¿Adónde me van a llevar? –preguntó
Spero.
-A un lugar seguro –le aseguró
Leia, levantándose de su asiento y tomando las temblorosas manos de Spero entre
las suyas-. Hindred conoce una docena de escondites seguros, tanto en este
sistema como fuera de él. Mientras tanto, haré que nuestros agentes inventen
algunos rumores para engañar a la Inteligencia Imperial. No te preocupes,
amigo, estarás a salvo.
Spero hizo una reverencia
mientras Maglenna le tiraba de la túnica.
-Tendrá mi eterna gratitud,
princesa –dijo-. Si nuestros caminos vuelven a cruzarse de nuevo, estaré den
gran deuda con usted.
La ayudante le instó a salir de
la oficina y lo condujo al turboascensor privado de la sala de conferencias.
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