viernes, 11 de septiembre de 2015

Réquiem para un rey

Réquiem para un rey
Peter Schweighofer

El rey Haxim estaba sentado en un banco de piedra, observando en silencio su entorno. Los jardines reales se extendían hasta donde alcanzaba su vista; en el horizonte no aparecía ni siquiera el asomo de un muro o una torre del palacio. Una fuente cercana borbotaba una melodía placentera y aleatoria, mientras los insectos zumbaban en los cercanos árboles en flor. Haxim tomó una bocanada de aire; agua fresca, polen fragante, el aroma de las suaves escamas de su piel. Abrió los ojos y se embebió del verde esplendor que le rodeaba, representante de todas las características naturales más bellas de su hogar.
El rey Haxim esperaba su muerte.
Sus heraldos le habían hablado del desastre en las cercanas instalaciones de investigación imperial. Habían visto por sí mismos los resultados de las bacterias que se extendían, al encontrar los cuerpos en descomposición de los técnicos de laboratorio, yaciendo en las puertas del búnker del que habían ansiado escapar. Los sirvientes le habían hablado de revueltas en las ciudades conforme los súbditos del rey sucumbían a la plaga necrotizante. Haxim ya había visto infectarse a buena parte del personal de su palacio, y desde entonces los heraldos habían perecido por la enfermedad desencadenada por el Imperio.
Al contrario que sus súbditos, el rey Haxim no intentaría huir de la muerte; sabía demasiado bien que pronto vendría a reclamarle. Si la bacteria no consumía su carne, estaba seguro de que las naves de guerra imperiales que flotaban en órbita harían llover muerte sobre sus cabezas en un crudo aunque efectivo intento de eliminar su abominación científica. No quería vivir, porque ante sus ojos quedaría poco que ver. Incluso aunque sólo su reino quedara devastado, la tierra sería por siempre una mancha en el planeta Falleen y su pueblo.
Su única esperanza de venganza quedaba en su hijo. El príncipe Xizor, que había abandonado el planeta años atrás en su “peregrinaje” y nunca había regresado. La tentación de una galaxia mayor le había atrapado, le había consumido con sus poderes y sus lujos. Tal vez Xizor usara lo que había ganado allí para vengar la desgracia de su hermoso planeta natal. Un propósito adecuado para alguien que con tanta ansia había abandonado Falleen en busca de una gloria mayor, pensó Haxim.
El rey miró hacia arriba, más allá de las copas de los árboles y las nubes que se arremolinaban perezosamente. Allí vio las cuñas blancas de las naves imperiales. Y de sus panzas brotaron brillantes flores verdes de turboláser.

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