Asesinato en el deshielo
Barbara Hambly
Había lugares en la galaxia más deprimentes que el planeta Gamorr en época de deshielo. Callista Ming había estado en algunos de ellos.
Kirdo III en verano, con la temperatura del aire por encima de los cuarenta grados y nada que hacer entre tormentas de arena de 400 kilómetros a la hora que observar cómo los habitantes de las dunas esperan que las babosas repten directamente a sus bocas.
La luna-basurero de Shesharile VI cuando el primer calor de la primavera activa las bacterias en los vertederos subterráneos.
Kessel, en cualquier época.
Pero Gamorr en el deshielo les seguía de cerca.
-¿Aún no ha dado un respiro el tiempo? –Callista descendió tres cuartas partes de la escalera metálica que comunicaba con la cubierta superior del carguero Zicreex, y luego saltó con ligereza sobre el pasamanos, dejándose caer el metro y medio restante a la cubierta metálica.
Jos, el ingeniero de la nave y el único otro humano de la tripulación, salió a medias de debajo de la consola donde estaba raspando copos del hongo de color purulento que había crecido allí de la noche a la mañana.
-No.
-¿Y no hay noticias de Guth? –Callista arrojó a la silla del capitán el paquete envuelto en plasteno que contenía las diversas formaciones de hongos que había arrancado de las paredes de su cubículo. La capitana Ugmush había dicho que esa noche prepararía fug para cenar, aprovechando su presencia en su planeta natal. No había nada, decía, como el moho de casa.
-No –dijo Jos de nuevo, y siguió raspando. Cuando Callista comenzó a viajar en el Zicreex, había pensado que la impenetrable melancolía de Jos se debía al hecho de ser un esclavo en un carguero poseído y gobernado por gamorreanos... suficiente para deprimir a cualquiera. Sin embargo, después de seis meses había llegado a la conclusión de que el fibroso ingeniero con cicatrices en la cara habría estado taciturno aunque hubiera sido el independiente potentado del mejor dotado y más entusiastamente poblado Planeta del Placer de los Sistemas Púrpuras. Ella albergaba la intención de encontrar algún modo de liberarlo antes de separarse de la nave, pero dudaba que eso supusiera una gran diferencia.
Cuando Callista caminó hacia la esclusa abierta para observar la húmeda vista de la nieve derritiéndose lentamente entre el Zicreex y los muros del pequeño asentamiento de clan de Nudskutch, Jos añadió:
-El clima debería despejarse definitivamente en una semana más o menos. La Feria de Bolgoink comienza mañana; la más importante en Jugsmuk es la semana que viene, con comerciantes que vienen de todos los lugares de esta parte del continente. Deberíamos habernos reaprovisionado y marchado en diez días.
No sonaba particularmente entusiasmado, ni por el comienzo de la época de ferias en el planeta o por la perspectiva de marcharse. Callista fue a la puerta exterior y apoyó el hombro en la jamba, dejando que el turbio viento le apartara del rostro el cabello castaño claro, largo y alborotado. Alrededor del Zicreex, el campo de aterrizaje improvisado estaba vacío e inundado en gran parte. A pesar de lo poco atractivo que resultaba, Gamorr durante el deshielo era preferible a permanecer prisionera en el ordenador de artillería de un acorazado imperial abandonado, una consciencia incorpórea deteriorándose lentamente en algo menos que un fantasma. La libertad le había costado a Callista su capacidad de usar la Fuerza; el núcleo mismo de su identidad como Caballero Jedi. También le había costado otras cosas.
Pero pese a todo, pensó mientras tocaba el sable de luz que colgaba de su cinturón, era muy bueno ser libre.
La capitana Ugmush apareció desde el bosque, con un inmenso saco de hongos a la espalda, y dos de los tres verracos que componían la tripulación gamorreana del carguero trotaban dócilmente detrás. El tercero, el marido de Ugmush, iba más atrás, pastoreando pacientemente a un grupo de snoruuk en dirección a la rampa de la nave, una tarea que podría tomarle el resto de la tarde. Ugmush, una cerda de mediana edad resplandeciente con sus ojos maquillados según el llamativo estilo de fuera del planeta y sus anillos de diamantes en la nariz, subió la rampa con firmes zancadas. Su largo cabello estaba teñido de rosa brillante y podían verse media docena de morrts –el parásito gamorreano que infestaba el Zicreex- colgando de sus brazos, cuello y pecho carentes de pelo.
-Estofado esta noche –informó a Callista, y se volvió para apartar el tentáculo de moho que había reptado fuera del saco y estaba tratando de agarrarla por el cuello-. Enseñarte hacer estofado. –Debido a la dificultad que los gamorreanos tenían para pronunciar el básico, Ugmush llevaba un transliterador alrededor del cuello, que producía una traducción mayormente acertada de sus palabras con la melosa voz gutural de la estrella de holovídeos Amber Jevanche.
Empujó a Callista en las costillas.
-V’lch delgaducha –añadió con reprobación; el transliterador dudó al no poder encontrar una traducción de la palabra para denominar a una cerda soltera-. No encontrar marido, toda delgaducha. Morrts no poder vivir en delgaducha. Alimentarte. Hacerte...
El transliterador volvió a fallar para encontrar la palabra adecuada en básico, y luego emitió un pequeño tintineo. Ugmush flexionó sus bíceps y pectorales para demostrarle.
-Gweek. ¿Sabes gweek? –Se quitó del pelo uno de los pequeños parásitos grises del tamaño de un pulgar y se lo colocó en el hombro donde podría alimentarse mejor. Su carne pálida y amarillenta estaba moteada con las cicatrices de sus mordiscos.
-Gweek. Buen marido; dos verracos; nueve morrts. –Se golpeó el pecho con aire orgulloso-. Gweek.
-Gweek –repitió Callista con gravedad. Durante sus viajes en el Zicreex Callista había aprendido mucho gamorreano, una lengua imposible de dominar para nadie con la más ligera pretensión de dignidad.
-Próxima semana, feria en Jugsmuk, compramos comida. –Ugmush agarró un puñado de hongos que trataba de escapar de su saco y lo volvió a meter dentro.
Uno de los verracos –miembros inferiores de la tripulación- que había subido la rampa siguiendo la estela de Ugmush, frunció el ceño ante la palabra Jugsmuk e indicó, en gamorreano:
[Feria en Bolgoink mañana.] Con los ojos visiblemente brillantes, añadió: [Ver Guth luchar en torneo]
Ugmush se giró con un aullido salvaje y le pegó un bofetón con una mano que lo lanzó hacia atrás, golpeándose contra la pared. Lo que le dijo fue a un volumen y una velocidad tal que resultó incomprensible para Callista, que sólo podía entender gamorreano si se hablaba lentamente y bien pronunciado, pero pudo distinguir el nombre del asentamiento del clan Bolgoink y un montón de adjetivos enfáticos y negativos antes de que la capitana subiera furiosa la escalera de metal hacia las partes superiores de la nave.
El verraco se puso en pie, frotándose la mandíbula sangrante con una expresión que era más ansiedad agraviada que Rabia. Miró a Callista en busca de explicación:
[Guth hermano de Ugmush], dijo. [Guth uno de tripulación. ¿Por qué no ver lucha?]
Callista respondió en silencio, para sí misma, en básico.
-Porque ella sabe que él va a morir.
De fuera les llegó una serie de furiosos chillidos y aullidos. Callista se volvió, saliendo disparada a la puerta de la esclusa, con los dos verracos apiñándose detrás y asomándose de un modo que no habría podido cerrar la puerta aunque hubiera querido. Al otro lado del campo de aterrizaje vacío y empapado, corría un jabalí con grandes movimientos de sus brazos y rodillas, provocando holocaustos de espuma a su alrededor al levantar el agua de los charcos que le llegaba a la altura de la pantorrilla.
-¡Guth! –gritó Callista al reconocerlo, y los verracos, al ver al hermano menor de su capitana siendo perseguido muy de cerca por al menos una docena de jabalís armados, emitieron estridentes gruñidos de deleite, tomaron sus armas, y bajaron corriendo la rampa para salir en su ayuda. Un momento después Ugmush llegó corriendo, con un bastón de guerra en una mano y un bláster en la otra, disparando mientras corría.
Como la mayoría de los gamorreanos, era una tiradora terriblemente mala. Brotaron pequeñas nubes y columnas de vapor cuando el plasma sobrecalentado impactó con el agua y el barro y Callista, con horribles visiones de un disparo perdido impactando en los intercambiadores de calor del Zicreex, también descendió la rampa. No hacía demasiado tiempo habían estado varados durante dos semanas en Travnin como resultado de los disparos de Ugmush, y no tenía intenciones de dejar que ocurriera de nuevo.
-URRJSH! –dijo Callista tan fuerte como le permitieron sus pulmones, gritando la palabra en gamorreano para ¡Parad!, mientras adelantaba sin problemas a Ugmush y su tripulación. Desenganchó el sable de luz de su cinturón mientras corría y lo activó en un relámpago de frío brillo amarillo. Guth llegó hasta ella momentos antes de que los jabalíes que le perseguían pudieran alcanzarle; rebanó la cabeza metálica de dos alabardas y un bastón de guerra, y abrió una pequeña herida humeante en el brazo del jabalí en cabeza. Para su sorpresa –había visto gamorreanos cargando contra droides de combate zumbadores sin pararse en pensar en sus extremidades o su propia vida-, detuvieron su ataque, y al instante siguiente se volvió y blandió su sable de luz ante Ugmush, que estaba a punto de lanzarse sobre los atacantes y comenzar de nuevo la refriega. -¡Atrás!
Ugmush se detuvo derrapando con una gran lluvia de barro.
-¡Bajar eso! –Trató de pasar más allá de Callista, y Callista volvió a ponerse en su camino, con el sable de luz todavía alzado. Los jabalíes de la tripulación del Zicreex, chocaron entre sí y todos cayeron apilados detrás de Ugmush. Hicieron falta algunos minutos para que todo el mundo se calmase, mientras Guth permanecía cerca de Callista, jadeando y exhausto por su carrera.
[¿Qué es esto?], le preguntó en gamorreano. [¿Quiénes son estos? ¿Por qué has vuelto?]
[Necesitar ayuda], jadeó Guth, en un dificultoso gamorreano. [Vrokk. El torneo...]
[¿Luchaste contra Vrokk?] El joven jabalí no parecía haber participado en un combate contra el jabalí de clan y señor de la guerra más poderoso y temido en la parte sudeste del continente; ciertamente no en el combate a muerte al que los jabalís se enfrentaban cuando uno desafiaba a otro por el derecho a casarse con un una cerda matriarca de clan. [¿Ganaste a Kufbrug como esposa?]
Ugmush apartó a Callista a un lado para agarrar a su hermano en un abrazo capaz de triturar huesos. Durante un instante se frotaron los hocicos y se lamieron las caras a modo de saludo, y luego Ugmush preguntó:
[¿Vrokk muerto?]
[Vrokk muerto.] La voz de Guth era muy débil y había miedo en sus brillantes ojos azules. Señaló a los jabalís armados que le habían perseguido, algunos de los cuales portaban la insignia, como Callista podía ver ahora, de Rog, el señor de la guerra de Nudskutch, y otros con los tabardos de color azul oscuro del Clan de Bolgoink. [No lucha], dijo Guth. [Asesinato. Dicen que yo lo hice.]
***
De camino al Hogar de Bolgoink, Guth explicó tan bien como fue capaz la seriedad de la acusación.
[Batalla bien. Lucha apareamiento bien. Asesinato mal]
Tenía sentido, razonó Callista. Las luchas incesantes entre los jabalíes gamorreanos aseguraba que sólo los físicamente más fuertes se aparearían, siendo la proporción de nacimientos de machos y hembras aproximadamente de diez contra una. Asesinar era hacer trampa. El asesinato era la supervivencia del más taimado, no del más apto.
El único problema era que los jabalíes que le perseguían parecían estar bajo la impresión de que Ugmush y su tripulación también habían tenido algo que ver con el asesinato.
[¡Cerebro hueco comedor de jabón, yo estaba aquí!, había gritado Ugmush a su capitán. [¿Cómo he podido asesinar si estaba aquí?]
El jabalí rumió eso por un instante, profundamente confundido. Finalmente, dijo:
[Rog, hermano de Vrokk, dijo asesino de... de nave. Tú en nave. Todo el mundo en nave. Rog tendrá venganza, sobre Guth, sobre ti, sobre todo el mundo. Todos vosotros morir.]
El Hogar de Bolgoink se encontraba en el centro de unos vastos campos, bosques y pastos, una fortaleza amurallada y rodeada por un foso, con torres y hogares comunales de piedra de sillería, rodeada a su vez por un pueblo de tamaño considerable, amurallado igualmente en piedra. Fuera de las puertas, los comerciantes de otros clanes estaban preparando las tiendas para la Feria de Bolgoink, pero había un silencio intranquilo en el lugar, y mientras pasaban junto a los tenderetes y puestos a medio construir, Callista vio un buen número de cerdas volviendo a cargar sus bienes en vagonetas, carros y carretas, preparándose para trasladarse a Jugsmuk. Vrokk había sido un señor de la guerra de enorme poder. Muchos otros señores de la guerra estarían esperando a ver qué ocurría después de su muerte.
Los guardias del hogar los recibieron en las puertas de la fortaleza interior, liderados por un jabalí bastante delgado pero extremadamente lleno de cicatrices con un aro de oro en la oreja.
[Lugh. Segundo señor de la guerra.], susurró Guth a Callista. No se le escapaba a Callista que los ojos amarillos del jabalí con las cicatrices seguían a Guth con suspicacia y odio; se preguntaba si Lugh habría pensado en desafiar la fortaleza de Vrokk él mismo, en intentar ganar la mano de la matriarca Kufbrug.
Kufbrug, la matriarca del clan Bolgoink, los recibió en el vestíbulo de la torre redonda. Estaba sentada con las piernas cruzadas sobre un gran montón de cojines acolchados de color carmesí, mientras que los hijos que había dado a luz la primavera pasada corrían chillando y gruñendo por la sala bajo la supervisión de un jabalí veterano de aspecto estólido con una pata de madera y al que le faltaba un brazo. De haber estado de pie, Kufbrug habría superado el metro ochenta de estatura de Callista, y pesaría bastante más de doscientos kilos. Su cabello marrón verduzco colgaba en trenzas más allá de sus inmensas caderas, con cuentas verdes y doradas engarzadas; más cuentas brillaban débilmente sobre sus ocho enormes pechos. Más morrts de los que Callista había visto nunca en un único gamorreano se agarraban a sus bíceps, su cuello y su papada, chupando con deleite.
Una cerda gweek sin la menor duda.
Y aun así había algo fuera de lugar allí. El deshielo, las últimas semanas del duro invierno gamorreano, era, según sabía Callista, un tiempo de preparación para la siembra, un tiempo de preparar los jabalís para el entrenamiento de primavera, un tiempo de ajetreo y limpiezas primaverales, de recoger los hongos que eran tan abundantes en esas húmedas semanas, de preparar los encurtidos, tejer y afilar herramientas. La energía que era la principal característica de Ugmush, el sello de las cerdas gamorreanas, estaba ausente de esta matriarca gigante. Cuando Kufbrug alzó sus curiosamente largas pestañas y miró fijamente los ojos de Guth por encima de las alabardas cruzadas de los guardias, sólo había muerte, un infinito y triste cansancio, en los brillantes ojos amarillos.
En los cojines junto a ella estaba sentada su hija Gundruk, matriarca del hogar, mucho más pequeño, de Nudskutch, y al otro lado de Gundruk, gigantesco y oscuro y terrible, estaba Rog, el hermano de Vrokk y marido de Gundruk, señor de la guerra de Nudskutch.
Fue Rog quien habló, alzando una pesada mano provista de garras a Callista, y a Jos el ingeniero que permanecía, todavía encadenado, entre Ugmush y sus verracos.
-Muh –exclamó (extranjeros), y se volvió hacia Gundruk, hacia Kufbrug, hacia las tres cerdas sabias sentadas en silencio al fondo, las guardianas de las leyes del hogar del clan.
[¿Qué más prueba necesitáis de que Guth usó veneno extranjero para matar a mi hermano? ¡Mirad a su hermana, capitana de una nave extranjera! ¡Mirad cómo hay extranjeros en el clan de su hermana!]
Ugmush se lanzó contra Rog, lanzando invectivas –“Apestoso Sith comedor de barro, ¿cómo te atreves...?”, aulló la voz de Amber Jevanche por el transliterador-, respaldada por su marido y sus dos verracos sin importarles el hecho de que todos estaban encadenados y ninguno llevaba armas. Callista, que se había negado a entregar su sable de luz o a permitir que la encadenasen, tanto para el viaje como para la audiencia, simplemente se apartó de su camino. Aunque sentía una punzada de lealtad hacia sus compañeros de tripulación –especialmente el pobre Jos, que estaba encadenado entre los dos verracos y que, sin comerlo ni beberlo, era llevado en volandas a la pelea-, lo reflejó de una forma que haría que las cosas fueran más fáciles si estuvieran fuera de la sala.
Cuando los prisioneros fueron conducidos fuera y la sala se tranquilizó de nuevo, Callista bajó su sable de luz y avanzó hacia el estrado, alta, delgada y con un aspecto ligeramente extraño entre los rechonchos y porcinos gamorreanos.
[Los extranjeros con sus naves acuden a Gamorr en todo momento], dijo, tratando de ser razonable. [Muchos extranjeros viven en la Estación Jugsmuk. ¿Los extranjeros odian a Vrokk por otros motivos?]
Rog miró a Gundruk buscando ayuda para esa pregunta. Los guardias se rascaron la cabeza ante tan complicada sofistería y miraron suspicazmente a Callista. Kufbrug sólo acarició los morrts que se le agarraban a los brazos y se quedó mirando sin interés las frías sombras de la sala.
[Guth no quería luchar. Vrokk era fuerte.] Gundruk se puso en pie, más pequeña de Kufbrug... más joven, más oscura, y menos gweek. [Mató al último marido de mi madre en desafío de torneo, y su fortaleza era muy renombrada. Guth sabía no podría ganar.] Sacó del pecho de su túnica bordada un trozo de pergamino doblado y arrugado. [Vrokk tenía esto en la mano cuando fue encontrado, yaciendo en su habitación como sangre en el hocico y la boca.]
Callista lo desplegó. Grandes runas negras trazaban un par de líneas.
[No me reuniré contigo en la feria del torneo, como dos verracos peleándose por un champiñón], leyó Gundruk, siguiendo las runas con su pesada uña curvada. [Tampoco la hora señalada es de mi agrado. Reúnete conmigo más bien en los terrenos elevados tras los pastos de snoruuk al alzarse el sol. Trae contigo tantos guardias como quieras. No te tengo miedo. Guth.] Golpeó la firma, luego el sello, una pesada gota de cera azul oscura, quebrado donde Vrokk lo había roto para desplegar la carta. [¿Lo veis? El veneno extranjero estaba aquí, bajo el sello. Voló hasta su nariz y le destruyó el cerebro.]
Callista dio vueltas al pergamino en sus manos. El frágil cuero curado bajo el sello mostraba, en efecto, una mancha de color marrón verduzco, y cuando dio la vuelta a las mitades rotas del sello propiamente dicho, pudo ver que estaban ligeramente ahuecadas, como si la cera caliente hubiera goteado sobre algo que estaba debajo. Encajó el dedo pulgar en el hueco, cerró los ojos, vació sus pensamientos, y respiró profundamente.
Tanteando la Fuerza con su mente, como su maestro le había mostrado hacía ya tanto tiempo. Hace mucho tiempo, en otro cuerpo, lo habría hecho con facilidad.
Pero todo lo que sentía era un profundo mal, y el pensamiento recurrente de que, después de todo, cualquier cosa que hiciera a estos seres feos y sucios estaría justificada, porque habían osado levantar la mano contra ella y aquellos bajo su protección. Después de todo, ellos habían hecho el mal antes.
Callista apartó el pensamiento de su mente. Sí, pensó. Sí. La Jedi Perdida defendiendo a sus amigos con la Fuerza.
Volvió a dar vueltas al pergamino en su mano.
[Cualquiera puede firmar el nombre de Guth], dijo.
Gundruk se volvió hacia su madre y le tendió la mano. Con gran cansancio, Kufbrug extrajo de la bolsa borlada de su cinto tres paquetes más de pergamino, gruesamente doblados, y sellados con cera azul como la nota había estado sellada. Gundruk se los ofreció a su vez a Callista.
[Poemas de amor], dijo. [¿Ves? Runas hechas mismo modo. Nombre escrito igual.] Sus pesados labios dejaron al descubierto sus colmillos con odio. [Guth.]
La de más edad entre las cerdas sabias se levantó y habló.
[Este Guth lleva varias estaciones enviando poemas a Lady Kufbrug. Vrokk hablaba de ello a menudo, con rabia. También es cierto, V’lch Muh,] –literalmente, Niña Extranjera- [que lady Gundruk, y Lugh, y otros del hogar han escuchado al espíritu de Vrokk vagando por la noche en la habitación en la que murió. Los espíritus sólo caminan si ha habido asesinato.]
Callista, que había estado examinando las marcas de diminutas burbujas en la cera, levantó de pronto la cabeza al escuchar eso, con un pánico recorriendo su cuerpo y que no tenía nada que ver con espíritus de almas asesinadas.
[¿La habitación está cerrada con llave?]
Las cerdas sabias intercambiaron una mirada. Fue Kufbrug quien habló, con voz profunda, lenta e infinitamente cansada.
[Sí, Niña Extranjera. La habitación está cerrada con llave.]
[Bien], dijo Callista, lenta y cautelosamente, temerosa de pronto de que lo que dijera no se malinterpretase. [Mantenedla cerrada. Que nadie entre. No hasta que yo vuelva. ¿Puedo llevarme esto conmigo?] Sostuvo en alto la nota.
Gundruk y Rog intercambiaron una mirada, extrañados –claramente, también contemplaban a Callista como una prisionera-, pero Kufbrug habló.
[Puedes, si eso va a ayudarte, Niña Extranjera.]
-Creo que lo hará.
Callista se inclinó en un rudo equivalente de la pleitesía gamorreana, aunque Kufbrug había vuelto a acariciar a los morrts, y se guardó el pergamino en el cinturón. Lo más interesante del documento era, por supuesto, el sello, pero lo segundo más importante era la firma de Guth. Por lo que Callista sabía, Guth, como la mayor parte de jabalíes, no sabía escribir.
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