Ya eran las horas del amanecer. Los últimos fuegos
artificiales del carnaval se habían consumido, dejando atrás un viscoso techo
de humo gris. Una fina llovizna de restos pulverizados caía del cielo,
cubriendo de polvo a los cansados festejantes. Las finas cenizas cubrían sus
llamativos disfraces y pendones, señalando el final de las festividades. En
rebaños separados, las multitudes se disgregaron en grupos más pequeños y se
dirigieron a las tranquilas sombras de sus casas para continuar la fiesta o
dormir apaciblemente.
-No lo entiendo –susurró Padija. Sus manos
nerviosas tiraron del petate de lienzo, arrugando el hombro de su chaqueta de
vuelo-. Ya deberían estar aquí. Llevan casi una hora de retraso.
Drake frunció los labios con impaciencia,
ofreciéndole poco consuelo. Masticando un puñado de copos de semillas, hizo una
mueca cuando el amargo regusto quemó su sobrecargada lengua. Lamentando la
sabrosa cena que se enfriaba a varias manzanas de distancia, frunció el ceño y
trató de distraerse. El socorrano se apoyó en la elevada figura de su primera
oficial. Retrocedió a trompicones unos cuantos pasos cuando la wookiee se
apartó súbitamente de su lado.
-¿Qué te pasa? –gruñó.
La frenética voz de Nikaede casi quedó ahogada bajo
un renovado estallido de ruido cuando un grupo de jóvenes salió trotando de la
esquina más cercana. Arrastraban una ristra de petardos que explotaban sobre el
adoquinado. El resonante escándalo reverberaba por las estrechas calles y
callejones.
-¿Fuego de bláster? –preguntó Drake a su socia.
Cuando los niños alborotadores se marcharon y el estruendo de los pequeños
petardos se desvaneció, lo escuchó; el reconocible pulso de unos rifles bláster
resonando en un callejón cercano. Soltando con cuidado la correa de su bláster
pesado, Drake escudriñó la niebla nocturna conforme el sonido aumentaba en la
calle. Miró en busca de señales de adoradores lunares borrachos, que podrían
estar continuando su celebración durante horas disparando aleatoriamente al
cielo nocturno. Pero los cielos sobre sus cabezas y las calles de abajo estaban
despejados.
Se esforzó por ver en las sombras de un estrecho
callejón, donde había desperdicios y montones de basura tirados a ambos lados
de las calles desiertas. Entonces, por un instante, Drake vio una figura
moviéndose entre los montones de basura. Con los tentáculos craneales rebotando
sobre sus hombros en su carrera, el twi’lek vestía una túnica de trabajo y unos
pantalones de vuelo naranjas. En las sombras, el alienígena parecía ser un
bufón, haciendo cabriolas en la oscuridad para deleite de una audiencia
invisible.
Saltando sobre los grandes montones, el twi’lek
volvió a la luz. Sus piernas se movían con pasos pesados y cansados, como si
fuera a desmayarse en la siguiente zancada. Un momento después, varios disparos
de bláster le siguieron por el estrecho pasaje, esparciendo materia en
descomposición e incinerando basura en el aire a su alrededor.
-¡Alto! –dijo una voz filtrada en las sombras
distantes. La lejana estática de un comunicador aumentó la aprensión de Drake.
Se quedó instintivamente inmóvil, usando el velo de la oscuridad como ventaja
cuando tres soldados de asalto imperiales surgieron del muro de humo al otro
lado del callejón. Persiguiendo a su agotada presa, disparaban alocadas ráfagas
en las calles desiertas. Sus intenciones eran obvias, subrayadas por su
flagrante despreocupación por la seguridad personal del twi’lek o de cualquier
otro ciudadano que apareciera accidentalmente en la línea de fuego.
Cuando otra ráfaga de disparos bláster iluminó los
oscuros muros de la callejuela de la ciudad, Drake escuchó al fugitivo jadear
cuando su cuerpo se tensó con pequeños temblores y convulsiones. El extraño cayó a los pies de
Padija, con una negruzca marca de impacto humeando en la parte trasera de su
túnica, entre sus hombros. Con la sangre manando de la comisura de sus labios,
el twi’lek moribundo extendió su brazo hacia Padija y la atrajo hacia sí.
-¡Dr. Maa’cabe! –dijo Padija, colocándose
rápidamente junto a él-. ¿Dónde está el coronel Renz?
Maa’cabe negó con la cabeza y trató de ponerse en
pie, pero fracasó, volviendo a caer sobre los desperdicios amontonados. Un
gemido ahogado escapó de su garganta y su cuerpo se convulsionó violentamente,
estremeciéndose como si estuviera soportando una carga muy pesada. Un instante
después, quedó inmóvil.
-¡Dr. Maa’cabe! –exclamó Padija. Soltó un grito
cuando una ráfaga de fuego bláster explotó a su alrededor. La obligó a
apartarse del cadáver de un salto.
Drake se llevó a Padija lejos del cuerpo del
twi’lek y la empujó a otro callejón. Alzó las manos, mostrando a los soldados
su intención de rendirse. Los soldados imperiales aminoraron para poder ver
mejor al contrabandista y a sus compañeros, y luego se detuvieron cuando se
aproximaron a la forma inerte del twi’lek.
-¿Qué estás haciendo? –susurró Padija.
-Ganar tiempo –respondió el contrabandista tras una
ligera sonrisa. Hizo un gesto a Nikaede con la cabeza, indicando a la wookiee
que le flanqueara por el lado izquierdo. Cuando los soldados de asalto se
giraron y alzaron sus rifles bláster para apuntarle, el socorrano relajó el
hombro, girando ligeramente sobre su talón derecho. Luego, abruptamente, dejó
caer el hombro y extrajo el bláster pesado de su funda con letal precisión.
Mientras el primer disparo explotaba con llamas
verdes contra el pecho del soldado imperial que iba en cabeza, Drake, empujó a
Padija hacia la izquierda, contra su primera oficial. El impacto del disparo
empujó al segundo soldado de asalto contra el muro del fondo y le dejó
inconsciente en un montón chorreante de basura.
Esquivando un tiro perdido del soldado de asalto
restante, Nikaede apartó a Padija a un lado y recibió un impacto directo en el
hombro izquierdo. La wookiee encajó su ballesta en el hombro, preparándose para
el retroceso, y soltó un feroz grito de guerra mientras disparaba. El disparo
saltó desde el mecanismo del gatillo modificado e hizo añicos la placa pectoral
del soldado de asalto.
-Hoy va a haber mucha basura –agachándose en las
sombras, Drake atrajo a Padija hacia las sombras detrás de él-. ¿Ese era uno de
tus pasajeros? –preguntó, adentrándose a la carrera en el estrecho canal.
El Dr. Maa’cabe –dijo ella, jadeando. Tanteó el
bláster que llevaba en la cadera, sujetándolo en la palma de su mano. Mientras
continuaban su huida por el callejón, Padija resbaló y perdió el equilibrio
sobre la húmeda superficie del adoquinado. Su bláster hizo un disparo
accidental cuando su dedo apretó el sensible gatillo en un acto reflejo.
Drake se tiró al suelo, agachándose y rodando bajo
el disparo perdido y los rebotes que le siguieron.
-¡Ten cuidado con lo que haces con esa cosa!
–gritó, apuntándole a la cara con su propio bláster.
Cuando Padija comenzaba a responderle algo, su voz
quedó cortada por nuevos disparos de bláster. Nikaede la apartó a un lado, permitiendo
que Drake tuviera vía libre para disparar a los soldados imperiales que les
perseguían por el oscuro paso.
-¡Ten cuidado con lo que haces tú! –gritó Padija.
Miró a la wookiee mientras Nikaede la alzaba en vilo y salía corriendo por la
retorcida esquina de un callejón.
-¡Eh! Suéltame. ¡Puedo valerme yo misma! –Luchó por
liberarse del suave pero firme agarre de la wookiee. Justo entonces, un disparo
de bláster estalló sobre su cabeza, astillando en parte la esquina del edificio
más cercano. La detonación resonó con tal fuerza, que Padija temió que sus
tímpanos reventasen con la violencia de la explosión. Desorientada y confusa,
se derrumbó contra el cuerpo cálido de Nikaede.
Superados en número y armamento, Drake buscó
cobertura detrás de un montón de basura y disparó casi a quemarropa sobre el
pecho del soldado de asalto que iba en cabeza. El socorrano alzó el bláster e
hizo varios disparos aleatorios más. Cuando una cortina de disparos iluminó el
callejón como respuesta, se lanzó por el pasaje lateral y corrió en las sombras
tras su socia, chocando inadvertidamente contra Nikaede.
-¿A qué estás esperando ahí parada? –exclamó Drake.
Se quedó inmóvil cuando un acalorado rugido de soeces sílabas en wookiee hizo
que el color subiera a sus mejillas.
Sosteniendo en una mano a una Padija que se
balanceaba como un peso muerto, y su ballesta en la otra, Nikaede miró la valla
de cuatro metros de altura y gimoteó abatida, con su voz melancólica resonando
contra la sólida estructura de plastiacero. Luego, agitando suavemente los
hombros de Padija, aulló ante el rostro de la joven.
-Esto la despejará –gruñó Drake. Empujó a Padija
contra el muro, dejando que sus manos cayeran a ambos lados de su cuerpo.
Luego, tomándola de la pierna, la empujó hacia lo alto de la valla.
-¿Qué estás...? –su voz se convirtió en una
sucesión de airados chillidos mientras su cuerpo pasaba por encima de la
barrera.
Drake se quedó quieto, escuchando por encima de los
fuertes latidos de su corazón.
-¿Padija? –Al otro lado sólo había silencio-.
¿Padija? ¿Estás bien? –gritó Drake, escuchando los pasos de sus perseguidores
acercándose.
-Me las pagarás por esto, Drake Paulsen –susurró
una voz débil-. ¿Esto es lo que llamas “talento especial” en acción?
Drake sonrió y guardó su bláster. Haciendo un gesto
a Nikaede con la cabeza, apoyó su bota contra las manos unidas de la wookiee y
aguantó mientras ella le lanzaba por encima de la barrera. Con cuidado de
evitar la sombra encogida en la base de la valla, Drake cayó al otro lado.
Volvió a sacar su bláster, examinando las calles en busca de cualquier signo de
problemas.
-Date prisa, Nik. Está despejado.
Padija gritó cuando un fuerte chasquido resonó en
la parte superior del muro de plastiacero, haciendo que saltasen chispas. Con
las garras de escalada completamente extendidas, el rugiente rostro de Nikaede
apareció sobre la parte superior del muro, seguido por sus hombros y luego el
resto de su cuerpo. La wookiee pasó su enorme masa al otro lado y bajó de un
salto de la barrera. Al dejarse caer al suelo, flexionando las rodillas para
absorber el impacto, una cortina de disparos de bláster llovió sobre ellos, por
encima de la elevada barrera. Varios disparos impactaron en el propio muro,
causando fracturas de tensión que crecían en espiral desde el punto de impacto.
-Por el aspecto de esto –dijo Drake, mirando cómo
el muro se iba haciendo añicos-, podemos descartar que nos hagan prisioneros.
-¿Y ahora qué? –susurró Padija mientras seguía al
contrabandista a la calle desierta al otro lado del callejón.
-¿Por qué no me lo dice usted, señorita? Tú nos
metiste en este lío.
-¿Yo? Te estoy pagando para que...
Drake la silenció con un brusco gesto para que
callara. Mirando sobre sus hombros, vio un par de motos deslizadoras Halcón
Nocturno aparcadas justo bajo una oscura cornisa. La cadena que en otro tiempo
aseguraba la entrada a la estructura del garaje estaba ennegrecida con marcas
de disparos; señal de una entrada forzada.
Bajando su bláster a la altura de los muslos para
ocultarlo, Drake salió a la calle desierta, pasando su mirada de un extremo a
otro de la ancha avenida.
-Ponte a ello, Nikaede –dijo, haciéndole un gesto
con la mano.
-¿Que se ponga a qué? –preguntó Padija. Mirando a
las sombras como si algo o alguien pudiera saltar sobre ella, agarró con fuerza
su petate-. ¿Qué está haciendo?
La wookiee soltó la cubierta de los cables bajo el
asiento de la moto deslizadora. Saltaron chispas del vehículo y el motor se
encendió con un fuerte clamor, provocando una sonrisa de la inquieta wookiee.
-Nos está consiguiendo un medio de transporte para
salir de aquí –respondió Drake, probando la estructura de la moto deslizadora
Aratech 74-Z. Revolucionó el motor, pulsando los sensibles controles de
aceleración.
-¿Sabes cómo pilotar una de estas cosas? –preguntó
ella, trepando con cautela al asiento tras él-. He leído que estas cosas causan
al año más muertos que...
-Supongo que tendrás que confiar en mí –sonrió
Drake, mostrando la arrogancia en su rostro.
-¿Y adónde vamos a ir? El puerto estelar
probablemente ya esté repleto de tropas imperiales.
-Si mi nave estuviera atracada en el puerto, podría
estar preocupado. –Asintió con la cabeza cuando Nikaede devolvió a la vida el
motor de la segunda moto deslizadora.
-Viviré para lamentar esto –susurró Padija,
amortiguando su voz contra los hombros de Drake.
-Probablemente. –Aceleró a fondo, sujetando con
fuerza el manillar mientras la moto salía despedida a las calles.
Disparos bláster explotaban sobre sus cabezas,
provocando que Nikaede tuviera que frenar bruscamente para evitar ser
alcanzada. El peso de la wookiee salió despedido hacia delante sin previo
aviso, haciendo que la moto oscilase con riesgo de perder el equilibrio.
Aumentó la potencia de los motores repulsores para compensar y aceleró para
alcanzar a su socio.
-Mantén agachada la cabeza y haz lo mismo que yo
–exclamó Drake-. ¡Cuando me incline, te inclinas! –Sintió su barbilla
clavándosele en los hombros cuando ella asintió como respuesta. Un disparo
rebotado bailó por el pavimento, duchando la parte trasera de sus motos con
piedra fundida y escombros. Drake se inclinó sobre el panel de control y abrió
la marcha por las estrechas calles de la ciudad interior. Esquivando fuego de
bláster, el socorrano viró a la avenida principal hacia las secciones
residenciales cercanas a las afueras de la capital.
Un par de soldados de asaltos en trineos repulsores
les estaban esperando. Acelerando mientras giraba bruscamente, Drake soltó los
peores juramentos socorranos de su repertorio cuando los imperiales abrieron
fuego sobre ellos. Aceleró a fondo y dobló a toda velocidad la siguiente
esquina, luchando por mantener el control de la Aratech mientras esta se
agitaba salvajemente bajo su peso.
-¿Qué estás haciendo? –gritó Padija, agachándose
bajo la lluvia de fuego bláster-. Esta calle es un callejón sin salida. ¡Hasta
yo sé eso!
-Esto requiere un poco de sentido de contrabandista
–gritó Drake por encima del fragor del viento-. Agárrate. –Continuó hacia la
barricada que acechaba bloqueando su huida. Con una sonrisa pícara, sintió los
brazos de Padija apretando con más fuerza su cintura-. Esto debería
quitárnoslos de encima.
Ajustó el motor repulsoelevador y saltó la
barricada de cuatro metros de alto. Sosteniendo firmemente los controles de la
moto, cayó de nuevo al nivel del suelo y consiguió girar en el aire, dejando
espacio para que Nikaede pudiera cruzar el muro con seguridad.
El piloto imperial en cabeza calculó mal la
maniobra. Drake hizo una mueca de dolor cuando el soldado de asalto se deslizó
por el peligroso giro y se estrelló contra los edificios al otro lado de la
barrera. La explosión resultante pilló de lleno al siguiente piloto, enviándolo
a él y a su moto en un brusco giro hacia las sombras en la base del muro.
-Por favor, dime que tienes un plan. –Padija
enterró su rostro entre los hombros de Drake.
-Hay un escondite de contrabandista en el bosque.
Mi padre solía acampar allí cuando las autoridades del sector se le acercaban
demasiado-. Drake miró por encima del hombro para ver si alguien les perseguía.
No había nadie-. Podemos llegar al escondite andando, una vez que salgamos de
la ciudad.
Pisando a fondo el mecanismo de freno, Drake cambió
bruscamente el sentido de la marcha con un derrape improvisado y cruzó en una
zona de servicios y una plaza de mercado. Otra escuadra de soldados de asalto
les estaba esperando. Escudando su vehículo tras el surtidor azulado de una
elaborada fuente, Drake midió la distancia que necesitaba cubrir entre ellos y
las puertas de la ciudad. Rodeó el borde de la fuente y aceleró los motores,
inclinando la moto a un lado. Los motores de la Aratech protestaron con una
sacudida, enviando un muro de espuma a la escuadra que se acercaba. Cegándolos
momentáneamente, Drake aprovechó la ventaja del alto el fuego temporal y
aceleró hacia las puertas. Sonrió al ver que Nikaede se mantenía pegada a él en
su flanco derecho. Juntos, saltaron el muro y aceleraron campo a través, más
allá de la capital.
Drake continuó hacia el bosque que acechaba justo
ante ellos. La entrada oculta al escondite del contrabandista había sido
tallada en el inmenso hueco de un árbol caído. Y tras ella se encontraba un
intrincado sistema de túneles que les conducirían a un lugar seguro.
-¡Drake, tenemos compañía! –gritó Padija. Señaló a
un trío de soldados de asalto imperiales, cada uno de ellos montado en un
trineo repulsoelevador. Disparaban aleatoriamente a la oscuridad, atraídos por
las emisiones del campo repulsor.
Cerca de la entrada del bosque, un disparo de
bláster impactó en la sección de cola de Drake e hizo que la moto dañada
chocara con el suelo. La Aratech se estremeció, se inclinó hacia delante y dio
una voltereta, dejando una estela de humo gris tras ella. Drake sintió el mareo
de la carencia de peso mientras su cuerpo volaba por el frío aire nocturno.
Escuchó los distantes gritos frenéticos de Nikaede y una cacofonía de disparos
bláster renovados.
La moto aterrizó salpicando en un pequeño arroyo
cerca del borde oriental del bosque. Luego, el vehículo accidentado explotó con
tal fuerza que Drake, incluso en su aturdimiento, trató de cubrirse el rostro y
los oídos. Aterrizó sobre un matorral cercano al borde del arroyo. Rodando
sobre los juncos acuáticos que rodeaban la orilla, se detuvo de golpe cuando su
cabeza chocó contra una roca. Mientras las poco profundas aguas empapaban su
chaqueta y sus pantalones, el joven socorrano quedó inmóvil, pacíficamente
adormecido por el golpe en la cabeza.
-¡Drake! –escuchó que decía la aterrada voz de
Padija, y luego sintió sus manos en su cara. Gimiendo lastimosamente conforme
el dolor se adueñaba de su frente, rodó hacia un lado.
-Drake, por favor, reacciona. ¡Vienen hacia aquí!
Drake escuchó el inconfundible sonido de los
disparos de una ballesta wookiee y reconoció las modulaciones de potencia
aumentada del arma modificada de Nikaede. El sonido le hizo volver en sí
abruptamente y se incorporó, mirando a Padija con expresión de desconcierto en
su rostro. Ella tenía algunas marcas de arañazos en las mejillas, pero no
parecía tener nada más grave. Entonces Drake sintió el cálido goteo de la
sangre corriendo por el borde de su frente.
-¿Drake? –Padija extrajo de su bolsillo un pañuelo
y rápidamente lo empapó en el agua fría, limpiándole la sangre del rostro-.
Drake, reacciona.
Apartando la mano de Padija, Drake retiró la maraña
de juncos que cubría su cabeza y pecho, y se puso en pie.
-Estaré bien –dijo, arrastrando las palabras, aún
aturdido por la caída. Se tambaleó, inestable, sintiendo cómo ella le sujetaba
poniéndole las manos en los hombros. La explosión de una granada en las inmediaciones
hizo que los reflejos del socorrano despertaran de golpe-. ¡Nikki! ¡Vamos!
–Salió corriendo hacia el interior del bosque, tirando de Padija para que le
siguiera.
Cuando Nikaede llegó a su lado con grandes
zancadas, aceleró la carrera, buscando la entrada oculta en la oscuridad. Drake
sacó una vara de luz de su cinturón y examinó rápidamente los árboles cercanos,
buscando la apertura por la que Nikaede y él habían salido al venir desde la
chatarrería, al otro lado del bosque en los límites de la ciudad. De pronto, el
haz de luz chocó contra una inesperada mancha de armadura blanca sobre fondo
negro. El socorrano se echó al suelo, llevándose consigo a Padija, cuando el
soldado de asalto explorador abrió fuego-. ¡Nikaede, al suelo!
-¿Cómo han llegado aquí tan rápido? –gritó Padija
mientras los soldados corrían hacia ellos.
-No lo sé y no tengo intenciones de preguntarles.
Vamos. –La levantó del suelo, esquivando una segunda ráfaga mientras Nikaede
les cubría.
Se adentraron en el bosque sombrío. Al rodear un
gran árbol, Padija tropezó con un grupo de raíces expuestas y cayó a los pies
de Drake.
-¿Dónde está? ¿Dónde está ese sitio? –gritó con voz
rota.
-Ahí atrás –gruñó Drake-. Los Chicos de Blanco
estaban prácticamente sentados encima. Se acabó el intentar esquivarlos.
-¿Qué? –Se puso en pie lentamente, sacudiéndose el
barro de las manos y muñecas-. ¿Qué vamos a hacer?
Drake notó el miedo en su voz.
-Bueno, no podemos quedarnos aquí fuera. –Sacó su
bláster y tomó una posición defensiva en los árboles. Siguiendo los gestos
instintivos de Nikaede, disparó y derribó al explorador que iba en cabeza. Al
otro lado, subida a las ramas de un árbol cercano, Nikaede buscó cobertura y
disparó desde las sombras, abatiendo al segundo explorador antes de que pudiera
retirarse fuera de su alcance.
-¿Estáis locos? –siseó Padija-. No podéis
enfrentaros a todos.
-Bueno, a menos que tengas una idea mejor –replicó
Drake-, estamos atrapados aquí. No hay forma de que podamos escapar de ellos a
pie. Y no sé a ti, pero desde luego a mí no me apetece en absoluto dedicarme a
la minería en nombre del Emperador...
Su voz quedó interrumpida por un grito desesperado,
a cierta distancia. Había un peculiar sonido palpitante procedente de unos diez
metros de distancia, en la zona donde estaba escondida la entrada. Cuando Drake
miró a través de los árboles esqueléticos, un fino haz de luz blanca cortó la
oscuridad y golpeó a uno de los soldados de asalto que avanzaban, y luego a
otro, antes de pasar al siguiente.
Padija reconoció el sonido característico de un
sable de luz.
-¡Estás vivo! –exclamó. Comenzó a avanzar hacia la
figura, pero Drake la retuvo-. No pasa nada –susurró, quitándose suavemente sus
manos de encima-. Es uno de los pasajeros.
Drake avanzó lentamente cruzando la oscuridad hacia
el sonido. Observó con hechizada fascinación cómo la sombra que llevaba el
sable de luz caminaba directamente a la línea de fuego, reflejando una salva de
disparos de bláster. Mientras el sable de luz trazaba un sendero de devastación
por la oscuridad, su portador llegó junto al siguiente explorador, asestándole
un tajo en el torso.
A través del perímetro de los árboles dispersos,
las cinco lunas hermanas proyectaban su fulgor en la superficie del planeta.
Distraído por el sonido de motores repulsores, Drake se volvió a tiempo de ver
al soldado de asalto que les había seguido desde la ciudad. La armadura del
imperial aún mostraba los rasguños de cuando casi chocó con la base de la
barrera del distrito en la ciudad.
Mientras el soldado alzaba su rifle para disparar,
Drake levantó su bláster y disparó primero. El disparo golpeó la parte inferior
del trineo repulsor, haciendo estallar los motores. En una bola de llamas rojas
y naranjas, el cuerpo del soldado de asalto salió despedido varios metros por
el aire. Chocó contra un grueso entramado de ramas de árboles antes de caer a
plomo contra el suelo.
Padija corrió a los brazos del extraño y le abrazó.
Era un hombre atractivo de poco más de cuarenta años, que llevaba una capa
marrón sobre el desgastado atuendo de un disfraz de carnaval. Había una marca
negra de quemadura en su hombro derecho, donde aparentemente había sido
alcanzado y herido. Mientras Padija le sostenía, cayó lentamente de rodillas,
llevándola al suelo consigo.
-¡Coronel Renz! –Le limpió la suciedad del rostro,
luchando por soportar su peso contra su débil cuerpo-. Creía que estabas
muerto. –Padija volvió a abrazarle, temblando.
-¿El Dr. Maa’cabe? –susurró con esfuerzo.
-Muerto.
Renz asintió sobriamente, sin aliento por sus
heridas.
-Sentí la perturbación de su muerte. Una terrible y
trágica pérdida. ¿Y la calavera de cristal? –Se tambaleó, inestable, apoyándose
contra un árbol cercano.
-Aún la tengo. No tienes que preocuparte. ¿Pero qué
os ha ocurrido a Maa’cabe y a ti? Creí que estábamos a salvo.
-¿Recuerdas ese capitán imperial que dimos por
muerto? –Renz mostró una ligera sonrisa-. Bueno, pues no estaba tan muerto como
Maa’cabe pensaba. Nos identificó al comisario del museo, que puso una orden
general de búsqueda contra nosotros. Reconocieron a Maa’cabe de inmediato.
-Bueno, he conseguido un contrabandista para
sacarnos del planeta. Uno de los mejores, según me ha asegurado el camarero.
-¿Ah, sí? –Renz consiguió ensanchar su fina sonrisa
y alzó la vista hacia Drake-. Diría que estoy en deuda con usted, capitán...
-Drake –intervino Padija-. Capitán Drake Paulsen. Y
esta es su primera oficial, Nikaede.
-Le debo una, capitán Paulsen –Renz extendió su
mano, estrechando casi sin fuerzas la de Drake.
-Digamos que estamos en paz –susurró Drake, mirando
con cautela el objeto cilíndrico en la otra mano de Renz. El socorrano miró
rápidamente por encima de él, examinando las sombras-. Odio romper la magia del
momento, pero volverán. Y no me apetece quedarme para recibirles.
Escarbó en un pequeño montón de maleza, subiéndose
a la rama de un árbol cercano. Examinó la entrada al escondite subterráneo. La
maleza estaba removida, indicando que alguien había caído en el pasadizo oculto
de debajo.
-Veo que encontraste el escondrijo favorito de mi
padre –dijo Drake.
-Digamos que fue simplemente un golpe de suerte
loca –rezongó Renz mientras trataba de incorporarse. Incluso con la ayuda de
Padija, no podía ponerse en pie y se derrumbó sobre ella, exhausto por el
esfuerzo.
-Mi nave está a unos cinco kilómetros de aquí, ocho
yendo por el camino de los túneles. Sugiero que volvamos allá y nos escondamos
hasta que todo esté despejado.
-¡Ocho kilómetros! –Padija examinó rápidamente la
herida usando la vara de luz de Drake-. Nunca lo conseguirá. Está demasiado
lejos.
-Todos lo conseguiremos –insistió Drake-. Nik,
levántalo.
Con cautela, descendió de la entrada oculta y ayudó
a la wookiee a cargarse al hombre herido sobre su ancha espalda. Tomando un
medipac del bolsillo del cinturón de su primera oficial, apartó la gastada túnica
de Renz y presionó con firmeza un vendaje de presión de emergencia contra su
hombro. Nikaede sujetó con fuerza los brazos del hombre cuando este se
estremeció súbitamente bajo el asalto del dolor que sentía.
-Eso tendrá que bastar de momento. Podremos atenderle
mejor una vez que nos adentremos más en los túneles.
-¿Y qué va a impedir que nos sigan ahí abajo? –dijo
Padija, desafiante.
-Ella tiene razón –dijo Renz con los dientes
apretados-. Este lugar está lleno de pasillos engañosos y cruces de pasadizos.
Y a menos que conozcas el camino...
-Y a menos que conozcas el camino –interrumpió
Padija-, podemos morir en esos túneles. Y nadie encontrará jamás nuestros
cuerpos.
-Mi padre y yo nos hemos escondido aquí suficientes
veces como para encontrar mi camino en la oscuridad. –Guiñándole un ojo a
Padija, Drake tomó la ballesta de Nikaede y se colgó la pesada arma de los
hombros-. No te preocupes –susurró, guiándola al interior del túnel después de
su primera oficial-. No nos perderemos, te lo prometo.
Entró tras ellas después de asegurar la entrada, y
luego abrió la marcha por los pasajes ocultos del interior.
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